Ya estaba harto de tanto examen y prueba y pinchazo para sacarle más sangre, y de tener que obrar y hacer aguas en un vasito que le resultaba incómodamente pequeño para su cuerpo de hombre maduro. Le cortaron pelo de todas partes de su cuerpo, dizque para analizar el adeene o quién sabe qué pajas. Lo habían puesto bocabajo, bocarriba, de medio lado y hasta de culumbrón frente al aparato de rayos equis y nada…Lo peor de todo era que no podía quejarse, pues él mismo había ido por su propio pie hasta el hospital para que lo examinaran y había gastado un pistío que tenía ahorrado desde hace años para una emergencia. Quién le hubiera dicho que esa emergencia iba a llegar aquella mañana de septiembre en que supo que tenía un mal incurable aquejándolo, amenazándolo, devastándolo, dándole vuelta como a un calcetín. Lo primero que sintió fue un manojo de síntomas que lo puyaban y lo jodían y lo apachaban, le drenaban la energía con cizaña, sin misericordia, quedando nada más que un bulto deforme sin ton ni son.
-Pues vea, don Antonio- dijo entre largos suspiros el doctor sin verlo a la cara, poniendo su mirada en el montón de papeles que tenía enfrente, tratando de descifrar algo que claramente no entendía –los exámenes dicen que usted está bien, no tiene nada, puede irse tranquilo.
Tranquilo ¿cómo voy a estar tranquilo? ¿Qué no tengo nada? Son una partida de pendejos. Tanta maquina, tanta mierda que me metieron y me sacaron y no pueden ver qué jodidos me pasa…
Caminando se fue, sin saber que no hay forma de diagnosticar la falta de ilusión y que con la misma fuerza de un cáncer silencioso ya había destruido irremediablemente su vida. La ilusión –magia, le dicen otros- esa musa antojadiza, perversa, escurridiza como el humo.
Muy buen cuento, lo disfruté mucho, pero el final me pareció que perdió fuerza. Tal vez explicas mucho al final. Inténtalo sin la moraleja del final, y será grandioso.
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