variopinto

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Grupal

CUENTO GRUPAL

Pastel de chocolate. Ese era el aroma que podía sentir por debajo de la puerta; Pensó que, estando en el piso doce de un edificio de dieciséis aquello no podía provenir de su pastelería favorita situada a ras del suelo en la avenida.

El aroma era el mismo: un toque de vainilla natural; algo de cáscara de naranja u otro cítrico claramente diferenciable; mmm, también licor, un tenue gusto a licor…podría ser un licor de cerezas…

Increíble, pensó, la maldita costumbre de catar las cosas, ¿Qué me importa que el vecino o la vecina estén cocinando un pastel de chocolate? Y peor aún ¿para qué me meto en tratar de averiguar los ingredientes, basándome en el aroma?

Eran casi las once de la noche, tampoco era buena idea caminar por el pasillo y averiguar en qué departamento vivía el cocinero nocturno, además, al único que conocía era al señor del 12-A, pero no quería volver a verlo. Todavía se le caía la cara de la vergüenza al recordar la escena “¿es su hija?” Y la muchacha de la minifalda naranja y el cabello estilo Farrah Fawcet lanzó una carcajada que le hizo enrojecer forcejeando con la cerradura del apartamento, para despedirse con un “mucho gusto” casi gritado al cerrar la puerta.

Susana se había reído también “quien te manda a andar de metiche”, le dijo y luego repitió el chisme a todo el mundo.

Se sentó en el sofá y comenzó a hacer zapping. El olor seguía allí y la duda ¿Quién, en los 8 apartamentos de ese piso, cocinaba tan delicioso postre?
*
Hace quince minutos: Sofía se compone las chiches enfrente del espejo del baño de visitas del apartamento de Dixon Sagastume, a quien acaba de conocer. Está sudando un poco por los nervios; se arregla también el pelo y se retoca el pintalabios, mientras siente que se está mojando un poquito por la excitación de cumplir, sin haberlo planeado, una de sus fantasías.

Hace cuarenta y cinco minutos: Sofía se bajó en la parada equivocada y, aunque está perdida y, por tanto, un poco nerviosa, no está asustada. No conoce ese sector de la ciudad. En realidad, fue por compromiso y no por deseo que aceptó la invitación a cenar de Gloria, la recepcionista de la oficina. A la cena, seguro ya no llega y tampoco tiene saldo en el celular para avisar. Pero como no es su culpa, sólo siente alivio. Decide caminar en lo que pasa un taxi y disfrutar de la noche.

Hace media hora: Sofía se dirige al único edificio alto que ve en los alrededores porque se le ocurre que tal vez ahí encuentre un teléfono público. El edificio tiene dieciséis pisos. Puede contarlos porque no hay otra cosa qué hacer salvo caminar y ambas cosas pueden hacerse al mismo tiempo. Antes de preguntar por el teléfono, Sofía siente olor a pastel y, casi inmediatamente, se percata que en la parte baja del edificio hay una pastelería que se le antoja bastante acogedora. Sofía es invadida enteramente por un súbito antojo de chocolate. La encargada, sin embargo, le dice que cerró a las nueve y media y que abre, también, a las nueve y media del día siguiente. Sofía siente decepción y su antojo se acrecenta.

Hace veinticinco minutos: Dixon Sagastume, garífuna de veinticinco años nacido en Livingston, Izabal, previo a entrar al edificio donde renta el apartamento 12-B, ve a una mujer que se le antoja atractiva y parece perdida. Sin preguntar su nombre, le da el suyo. Yo soy Dixon, le dice con una seguridad que ni él mismo reconoce, te invito a pasar a mi depa por si necesitás hacer una llamada. Sofía no necesita hacer llamada alguna, pero sí necesita quitarse el antojo a hombre de chocolate que ha tenido desde la pubertad. Acepta gustosa, sin decirle su nombre.

Hace cinco minutos: Son las 10:58. Sofía ve la hora en el reloj de la sala de Dixon, mientras, agachada, descubre su descomunal miembro. En cuanto estira un poco el elástico de su calzoncillo morado, empieza a sentir un delicioso olor a pastel de chocolate que se expande, como niebla, por todo el apartamento. De pronto, la luz se apaga.
*
Sofía descubió que la invadía el miedo por dos razones. La primera, aunque la fantasía le resultaba excitante y el hermoso cuerpo moreno y su dulce e intenso aroma la tenían hecha agua – finalmente, sus dos apetitos se habían abierto-, recordó que su salud no permitiría tal sobrecarga de azúcar y pasión. La segunda, recordó que, además y pese a la experimentación en solitario de los placeres carnales, era virgen y no se sentía preparada para ensartar semejante pieza de escultura morena entre sus piernas. Bueno, quizás la boca no estaría mal pero ¿y si le daba náusea? Su torcida ingenuidad y su pobre experiencia le generaron, además de miedo, un asco tremendo. Talvez no estaba lista. Talvez sí. Talvez sus demonios entraron en duelo. Dixon preguntó qué pasaba, ella no alcanzó a contestar. Él insistió y ella le besó tímidamente el ombligo.

Aprovechando la luz apagada, pero con pena de ser descortés y salir corriendo, se deslizó a gatas hacia el baño, con la intención de buscar la ventana – olvidó que estaban en un piso alto – para escapar, si su anoréxico cuerpecito lograba deslizarse por ella. Pero no dio con el esperado refugio sino con un cuartito encerrado, lleno de un extraño aroma a ron, café, cacao y humo de fósforos. A tientas, cerró tras de sí la puerta tratando de no hacer ruido y ubicó un interruptor. El fogoso moreno la llamó y ella le dijo que estaba en el baño. Encendió la luz y allí estaba.
*
Allí estaba Dixon detrás de ella acariciándola suavemente para reincorporarla a la acción, evitándole así ver aquel bizarro cuarto. Entre besos y palabras fueron regresando al lugar de origen, ésta vez el gigante de chocolate fue más sutil, no permitiría que la pequeña, delgada y blanca mujer se fuera sin su trozo que a esas alturas, ya estaba oreado.

- Vení canchita, te prometo que nada te va a pasar-decía Dixon con voz ronca pero tranquila.
- Es que… lo que pasa negrito es que soy virgen… apenas alcanzó a decir ella.
Al escuchar eso, Dixon prendió los ojos y paró los labios, la sangre evacuó sus músculos huecos. No podía creer que una vez más su dedo sin uña ¡se quedaría sin limar! No era por nada, pero Dixon le tenía fobia a las vírgenes, así que sin despojarse de su orgullo ni de su prestigio le dijo a Sofía:

-¿En serio canche, sos virgen?

- Si negrito… Yo sí quiero ¡pero me asusta!...Entonces pensó Dixon -¿y si son pajas de ésta? ¿Qué tal y es una calienta huevos?

- No te creo canche, ¡comprobálo! -dijo Dixon antes de soltar a su presa de carne blanca baja en colesterol y exquisita en apariencia.

- ¿Cómo quéres que te lo pruebe? -pregunta Sofía con una mezcla de ansiedad, calentura y miedo.
Entonces el prieto alborotado se irguió todavía desnudo frente a ella y dijo….
*
- Veni, voy a tentear a ver si tenés razón.

Sofia se sentó a su lado, cerro los ojos y se dejó hacer. Comenzó a sentirse tan tan relajada que todos sus músculos (llamamelos sexuales) parecieron expandirse. Y otra vez el aroma intenso a chocolate. Sofía empezó a sentir temblores en su cuerpo, no podía parar de jemir, quería gritar. Y en ese instante se escuchó la puerta de la calle abrirse. Y una voz profunda y decidiida gritó:

- Dixon Estuardo Sagastume! Espero que tengas listos los cakes para el desayuno de mañana. Mira que no es justo que yo salga a trabajar toda la maldita noche como la puta madre tuya que soy y seas tan ingrato de no ayudarme ni con las labores de Dios. Ya sabes que la iglesia es lo único que tenemos… ¿dónde estas? ¿Por qué no respondes? ¿Porque tienes la luz apagada? ¿Qué esa sombra como de mujer saliendo por la puerta? ¡Patojo condenado! Ya te dijé que en esta casa no traes novia hasta que no me aportes más que problemas.

Sofia, que aduras penas pudo recuperar su ropa mientras sentía cómo el cielo se le caía en pleno orgasmo “tactil” salió corriendo sin pensarlo en un estado de semi shock. El negro divino y caliente empezó a bociferar con la madre y ni cuenta se dio de cómo ella se escabulló. Necesitaba usar el baño, necesitaba pensar, necesitaba llamar por teléfono. Frente a ella dos puertas la 12-A y 12-C. Tendría que tocar en alguna de las dos..¿Cuál?
*
-¡Soufflé!- gritó cual niña, Margarita, la vecina del 12-C. Las leyes de la física no lograrían explicar cómo ella podía mover con tal agilidad su cuerpo de 307 libras. Llegó a la cocina, con sumo cuidado y mayor amor sacó el soufflé de chocolate del horno. Se le hacía agua -y no precisamente la boca- de pensar que ya faltaban pocos minutos para devorarse el pyrex entero.

Le tomó casi un año de terapias, 383 dosis de Prozac para la depre, dos o tres litros de lágrimas, 57 puntos más en su presión y unas 48 libras más por ansiedad el animarse a dejar el chocolate. Nadie entendió su pasión por él, pero lo dejó pues estaba más aferrada a Alfonso y su matrimonio que al chocolate y sus variaciones, o al menos eso creía. Durante un año se hizo masajes, vendas frías, contrató un personal trainer, tomó agua de calaguala, se tragó huevos de solitaria e hizo cuanta mierda le dijeron para poder bajar de peso y retener a su marido. Pero nada funcionó, aunque logró rebajar y llegar a tener un peso razonable, su marido la dejó, Le dijo que a él le gustaban las flacas, huesudas, mejor si anoréxicas casi llegando a cadavéricas pues se calentaba al calor de los huesos puyándole su cuerpo. Ya se había enterado que se había quebrado a varias: a una le quebró una costilla izquierda, a otra una derecha, a otra le dislocó el hombro y a la última le quebró el huesito castigador. Y es que Alfonso había sido luchador de pesos pesados en sus buenos tiempos. Ni aunque volviera a nacer ella iba a ser así de flaca ¡genes de mierda!

Así que ni bien había cerrado él la puerta, ella ya estaba tragándose el primer chocolate y ahora sin culpas ni tapujos. Su rito más sagrado era cuando le alcanzaba para poder comprar chocolate belga y hacer soufflé. Se lo untaba en su enormidad, en sus rollizos brazos, en sus enormes y deformes senos y así desparramada frente a un espejo que era de la abuela de Alfonso, se lamía y relamía ella sola, hasta donde le alcanzara la lengua. No se explicaba por qué tremenda escena no le gustara a los hombres: carne abundante, lonjas y rollos, unos sobre otros en un collage adiposo. Nadie la había vuelto a tocar desde Alfonso, sólo su vecino, Dixon, pero le salía caro. El muy canijo le cobraba $200 el colazo, pero valía la pena darse su gustito. Dixon era un amante muy cuidadoso, muy certero y él siempre iba más allá del sexo, más allá de las poses, él no duraba sólo 10 minutos, ese era puro futbolista: aguantaba los 45 minutos reglamentarios y ¡puta!…qué nalgas…las tenía bien grandes y paradas.

Se estaba terminando de untar el soufflé, ya presta y dispuesta a iniciar su ritual, cuando oyó que alguien tocaba la puerta con desesperación. ¿Quién podía ser a estas horas? Pensó si debía abrir o no…
*
…porque en estos tiempos - pensaba - ya no se sabe, alguien puede querer aprovecharse de una mujer sola y más aún, abandonada. Meditó este pensamiento tres segundos antes de decidir qué hacer.


En el pasillo, Sofía seguía golpeando la puerta del 12-A insistentemente pero de pronto detuvo su mano. Sintió que la observaban. Una silueta que le pareció gigantesca la observaba tres metros a su derecha. No lograba darle forma a lo que veía, le parecía una pintura de botero pero con pintura de…¿chocolate?. No podía ser. Trató de enfocar de nuevo pero allí seguía, una gorda enorme semi oculta y semi vestida con chocolate en su pecho. Se aterró. Dixon en el departamento detrás suyo, una gorda con chocolate encima a la derecha. Sudó frío solo de pensar lo que podía encontrar en la puerta que estaba tocando.

Margarita, tan sorprendida como Sofía, la observaba. Se había equivocado, no era su puerta la que golpeaban, era la del vecino, pero aún así lo que vio le pareció más inquietante que un posible violador.

- Yo no tocaría esa puerta, niña. –dijo.

Sofía dio un paso atrás cuando escuchó las palabras de Margarita.

- ¿Por qué?

En ese instante el inconfundible sonido de un cerrojo de la puerta de enfrente y el quitar la cadena que la asegura hizo que se mareara del miedo y con ojos desorbitados volteó a ver a Margarita suplicante.

Pinnn… - el anuncio de la llegada del elevador que estaba al cruzar el pasillo.

Por un momento se sintió salvada pero, entrar en el elevador era un riesgo porque ella no lo había llamado, eso quiere decir que alguien viene y por si eso fuera poco no sabe si el elevador va para arriba o para abajo.
*
Recobró la calma inmediatamente. Y se dio plena cuenta que eso que vivía no podía ser otra cosa que una pesadilla, un sueño producido por los tacos chinos de la quinta avenida que había cenado ya demasiado tarde. Se dijo a si misma, casi sonriendo: “si, lo sé, lo entiendo, esto no puede ser verdad…, desde que tengo siete, nunca he pasado vergüenzas porque mi abuela me enseñó ante todo, a ser muy responsable, decidida y a sentarme recta en la mesa, así también, a caminar erguida como una frasecita de Bordeaux.  Así que esto no puede ser otra cosa que un sueño, un sueño erótico en el que veo todas mis obsesiones latentes, mi falsa indiferencia ante los machos y al mismo tiempo el deseo absoluto a ese miembro turgente y misterioso que me provoca y me excita…, el olor a chocolate con sus exacerbadas variantes; los gritos de la madre de Dixon con la voz de mi madre, el escenario, de esos edificios decadente del Bronx donde viví un año, pero en este sueño, todo más lucido que nunca. Pero, todo parece tan real como la película que vimos con Mathew Powell el compañero de la clase de alemán, y además, no podría pensar dentro de un sueño que estoy viviendo un sueño… podría ser la realidad, pero el tiempo se detuvo, veo mi reloj y esta detenido, ¿a menos que se le haya acabado la batería? Puedo pasar eternidades pensando en aquellos chocolates que me regalaron a los tres años, puedo recordarlos borrosamente, puedo recordar su sabor extremadamente delicioso, y lo son más aún, porque jamás he vuelto a probar otro chocolate igual;  pero al mismo tiempo también recuerdo de niña los juegos inocentes bajo la mesa, con el hijo de la señora que venía dos veces por semana a ordenar la casa ¿cómo se llamaba? ¿Dónde estará ahora mismo que sueño?, quizás se llamaba Nixon, como aquel presidente, pero igual de morenito que Dixon, he allí las variantes del sueño…, ha esos tiempos de niña, en los que sólo veía como el chiquillo con los risos más naturales, me tocaba con una curiosidad extraña a su edad, y lo bien que yo sentía esa forma de ser como una revelación adámica y genética. Es un sueño lo sé, ahora más que nunca se que todos los cuartos son uno, y el ascensor pueda llevarme a mi cama, pero es sumamente interesante que esté desnuda. La mujer desnuda es un símbolo de libertad, puede acaso ser, que en lugar de soñar me sueñen, uno o varios a la vez y ahí radique los extraños mundos a los que voy de paso.” Un segundo después del ¡pinnnnnnnnnnnn!, el ascensor se abrió de verdad.
*
Susana se despertó de mal humor. No porque el ascensor la hubiera despertado, ni porque por dormirse se había perdido el principio de la película que empezaba en la tele a las once y media, sino porque, por enésima vez, había vuelto a soñar con el trabajo. Desde que había empezado a escribir un guión de telenovela por encargo de ese maldito canal de televisión mexicano, soñaba todas las noches con el episodio que escribía durante el día. Era tanto el estrés con la fecha de entrega, que las historias no la dejaba en paz ni siquiera cuando se refugiaba en los brazos de Morfeo. Ni siquiera cuando se refugiaba en los brazos de Morfeo, Susana repitió la frase hasta que encontró su cuaderno de apuntes y la pudo escribir. Tal vez le podía servir para otro de los episodios. O para ponerle Morfeo a uno nuevo personaje. Aunque mejor no, pensó. Hasta ahora había utilizado exclusivamente los nombres y las historias de sus vecinos y esa fórmula le había funcionado bien. Margarita, Dixon, la mamá de Dixon, Don Carlos, a quien no le gustaba nombrar ni en la novela ni en la realidad, y solo le llamaba el del 12A, hasta su mejor amiga, Sofía, todos estaban en el guión. Gracias a que Sofia se había hecho novia de Dixon, había podido enterarse del ir y venir de todos los del piso.


El olor a chocolate volvió a apoderarse de sus sentidos. Le pareció extraño que el olor subsistiera aún después de la hora en que había estado durmiendo. En eso sonó el timbre de su apartamento. Odiaba tener visita a esa hora.
*
Abrió la puerta y, si antes de hacerlo había molestia en su cara, empeoró al ver de quién se trataba. Frunció el seño, apretó los labios, endureció su mirada y su sangre hirvió un momento; todo esto antes de decir “buenas noches”, con un falso tono de cordialidad. Ese si que fue un saludo por compromiso.

-Buenas noches –respondió el del 12A con tono hipócrita.

Susana no podía imaginar qué diablos hacía él en su puerta. Cada vez que se cruzaban por los corredores o el estacionamiento del edificio, ella aceleraba el paso y fingía buscar algo dentro de su bolsa para ver a otro lado y ahorrarse el saludo de mala gana. No sabía por qué le desagradaba tanto, nunca había entablado una charla de verdad con él. Simplemente no se soportaban.

La única vez que de verdad le dirigió la palabra a este tipo, fue en la reunión de vecinos para arreglar la filtración de agua que había en el último nivel. Esa vez le habló solamente para pedirle, aprovechando la ocasión, que por favor, por favor, no deje su paraguas mojado afuera de su apartamento y apoyado en la pared, pues se estaba formando una gran mancha de humedad. Él le contestó que con gusto lo haría. De seguro se lo dijo solamente para evitar una discusión pues lo siguió haciendo como si nada.

De verdad no entendía qué podía estar él haciendo a estas horas parado frente a su puerta.

-Perdone que la moleste vecina, yo se que la relación entre nosotros ha sido…

Hubo un incómodo momento de silencio mientras trataban de buscar un adjetivo ideal pero no tan ofensivo para describir el rechazo que había entre ambos. A Susana se le ocurrieron bastantes y muy certeros: falsa, atroz, nefasta, deshonesta, hipócrita, una basura, un asco, detestable, etc, etc, etc. Sin embrago, había que decir algo un poco más educado y menos ofensivo por el bien del vecindario y especialmente de ellos que se tendrían que ver la cara muchas veces más. Claro, viviendo a tres metros de distancia es mejor llevar la fiesta en paz. Ambos seguían buscando una palabra.

-Distante –Dijeron los dos al mismo tiempo y dada la casualidad, una sonrisa simuló aparecer en la cara de ambos. Seguro que los dos pensaron en los mismos adjetivos antes de decir “distante”.

-Perdone que la interrumpa a esta hora, solamente quisiera pedirle un favor…

¿¡Un favor!? Pensó Susana, este tipo tiene que estar en drogas.

-Dígame…
*
-Por favor, necesito que pruebe estas galletas de chocolate que acabo de sacar del horno, es una receta nueva- Y diciéndole esto, le entregó un par de bizcochos negros y olorosos a chocolate del bueno, denso, que había aderezado y fusionado con aquella hierba prohibida y codiciada.

Carlos Melquiades Esquivel, era de aquellos vecinos aparentemente amables y condescendientes, que le abrían las puertas a las viejitas, que cargaba las compras a las señoras y que detenía la puerta del elevador para que nadie se prensara con el cierre brusco del antiguo ascensor. Postulado y nombrado presidente de la asociación de condóminos del edificio.

De ser un empresario exitoso de cadena de pastelerías, pasó a ser un triste cocinero de almuerzos económicos de veinte quetzales que vendía en las cercanas oficinas públicas. Todo consecuencia de aquel día en que Esmeralda llegó a solicitar trabajo, proveniente de Guastatoya con su vestidito ceñido al cuerpo y aquellos pechos pecosos ansiando ser tocados. Mandó a la mierda esposa, hijos y obligaciones y se entregó totalmente a amarla, tal fue el punto del olvido, que el contador le empezó a desviar los fondos.

De vez en cuando se le encargaba un pastel para un cumpleaños, una piñata o un antojo. De poco a poco fue recobrando su gusto por la repostería, hasta que una vez se le acercaron unos tipos con planta de hippies y le solicitaron “Galletitas Espaciales”.

-¿Galletitas especiales? – preguntó por ignorancia.

Aquellos hippies le proporcionaron los elementos generales para mezclar y hornear esos manjares. Su economía mejoró al venderlas y se comenzaron a afamar por el buen taste que tenían y la forma en que pegaban. Pero la materia prima comenzó a escasear y con conocimiento de que los garífunas eran expertos en el tema y en la calidad de esa hierba, contactó a Dixon quien le proporcionaba ese ingrediente para llegar al producto final.

Ese fue el momento en que conoció a ese negro hijoeputa: cuando Dixon entró en su casa y a sus espaldas hizo trueque su miembro poderoso por los pechos pecosos de Esmeralda. Primero en secreto y después en forma descarada, por lo que estaba harto ya de los abusos, las confianzas y las risas de complicidad de Dixon y su Esmeralda, los muy sinvergüenzas cuando embriagados de catar las galletitas se reían de él y se acariciaban en su cara, sin temor a sus reclamos.

Carlos decidió potencializar la formula y en lugar de dos onzas de cáñamo, le agregó diez, con el objeto que en ese letargo y levitación que producían sus golosinas, pudiera amputar el miembro de Dixon y los pechos pecosos de Esmeralda y cocinarlos dentro de sus almuerzos económicos para terminar toda esa trama de engaños y mentiras.

Al cocinar semejante pócima, el olor se hacía tan fuerte y tan intenso que invadió completamente el edificio de dieciséis pisos, y esa noche los vapores hirvientes que emanaban de sus ollas, rondaban por los pasillos del edificio, embrujando así a todos sus habitantes, no sin antes obsequiar una pequeña muestra a sus vecinos con el objeto de probar los alcances de su maliciosa repostería.

Susana dio las gracias en tono hipócrita, se dirigió a su cama a repensar el guión de su novela, tomó una galleta, se sirvió un vaso de leche y se la comió de a poco mientras escribía malogradamente las líneas de su trabajo

En eso, tuvo una visión …
*
Sofía abrió los ojos justo en el momento que se abría el ascensor. De allí salió una troupé de mujeres de gran estatura y muy bulliciosas. A pesar del maquillaje Sofía supo inmediatamente que se trataba de travestis, todos se veían maravillosas, los largos cabellos bien peinados, los senos en su lugar. Y aquellos trajes de faldas cortísimas y botas a la rodilla, muy en onda sesentera.

Sofía se sentía aletargada, ese aroma dulzón con chocolate que se sentía en todo el piso le producían un ligero sueño. Entre brumas recordó un pene enorme frente a su rostro, luego un casi-orgasmo táctil, una huída precipitada, la puerta de una gorda chocolatosa…todo era tan gracioso, se reía cuando las chicas salieron del ascensor.

“¡pero Sofi!, que hacés aquí solita, ¡madre santísima! y casi desnuda… ¡Ay mi dios mamaíta, pero que es esto!…¡ Miledy!!, vení, ayudame aquí con la Sofi”.

Mientras los travestis cargaban a Sofía para meterla en su apartamento, Don Carlos Melquiades seguía repartiendo muestras de su cocina a los que encontraba en el camino, sin olvidar a Margarita. Aunque no logró que la mamá de Dixon le recibiera nada.

Susana veía la televisión, no estaba segura porqué los colores parecían más intensos, se sentía animada, flotando un poco, tomó su cuaderno y comenzó a anotar todas las imágenes que aparecían en su cabeza, ideó un cuento y un episodio completo de la telenovela, además abrió el refrigerador y sacó un bote de helado que comió y comió como si se lo fueran a quitar en cualquier momento.

Margarita parecía flotar, su peso no le había impedido bailar por todo el departamento al ritmo de Sergio Dalma, subió el volumen de la radio y se dedico a la autocomplacencia, nunca había sentido un orgasmo como ese y se lamía los dedos llenos de chocolate y fluidos corporales…

-¡Maaadre! ¡No friegue!, ¡ábrame la puerta!-

-¡allí te vas a quedar el resto de la noche Dixon! ¿Qué te crees? ¿Qué tan rápido se me va a olvidar que quemaste los cakes?, voy a pasar la madrugada horneando, ni siquiera te compadecés de tu pobre madre que trabaja todo el día para que vos huevonies con los vecinos. Allí te vas a quedar hasta que yo lo diga ¡y no te atrevás a romper la puerta que te rompo los huesos patojo cerote!-…

“Melqui, mi vida, dame otro pedacito de pastelito ¿querés? Y luego jugamos al papá y a la mamá”

Don Carlos Melquiades no se podía explicar por qué la Esmeralda no se dormía, se había comido dos pedazos y nada. Lo peor es que se había puesto tan cachonda que él no podía complacerla, ya habían cogido y luego se habían bañado juntos. Ella se había comido todo lo que encontró en la refri , y seguía tan campante. “además, el negro ni se apareció hoy por aquí” pensaba Don Carlos Melquiades mientras evaluaba la conveniencia de tomarse otra viagra.

Sofía se reía mientras reconocía a la guapa (o guapo) travesti que se quitaba la peluca y se limpiaba el maquillaje frente a ella “¿Y cómo se te ocurrió seguir al negro Sofía?, ese sí que es un riesgo, ni sabías quien es. Y vos tan recatadita que sos, me acuerdo que en el colegio ni siquiera un beso de robo nadie… Pero eso fue hace dos años, de cualquier manera no creo que sigás siendo virgen ¿no? ¡Mi madre!, ¡todavía sos virgen!”

El resto de la troupé, en distintos grados de desnudez, arreglaba los espacios para dormir. Luces tenues y paños hindúes sobre las camas, sillones y hasta en el enorme espejo para maquillarse lleno de luces.

I want your love, i don’t wanna be friends,

La música era otra parte de esa realidad alucinante y las chicas giraban y bailaban mientras se desvestían.

Se tomaba una taza de café amargo que no lograba quitarle la sensación de flotar y la risa que le producía ver a Mynor con vestido, no cabe duda que se veía linda y ella comenzaba a sentir aquello que le provocaba Ester cuando le rozaba la rodilla y la veía directamente a los ojos.

I don’t wanna be friends, I don’t wanna be friends

Estuvo tan enamorada de Mynor en el colegio, era su confidente y además era perfecto y bello. En su actual estado no podía pensar en lo extraño que era que tuviera ropa de mujer, en realidad le parecía mejor, le recordaba a Ester y eso le mojaba el cuerpo.

Sin pensarlo mucho, Sofía tomó el rostro de Mynor con las dos manos y lo besó largamente, el muchacho se dejó hacer y ella comenzó a quitarle el vestido sin escuchar las risas de los demás. Mynor la tomó de la mano y la llevó a la única habitación del apartamento.

Want your bad romance.

6:00 de la mañana:

Luis se despierta en el sillón, le duele la espalda y el cuello, el televisor encendido, sus ojos llorosos y una sensación de goma increíble. Se muere de hambre, va a la cocina a preparase una omelette de 6 huevos, luego se pondrá la ropa de trabajo y al restaurante, “puta, como desaproveché mi día libre”. Piensa que tal vez Susana le diga quién cocinaba el famoso pastel de la noche y que era esa bulla que escuchó entre sueños.

Susana acaba de descubrir que escribió dos capítulos de la telenovela, va a pasar en libertad el resto de la semana. Un pedazo de chocolate en la mesa es lo que queda de la noche “nooo, piensa, esa galleta no puede ser tan buena” y la arroja a la basura.

Margarita está feliz y desparramada en la sala. Se partió la pierna en el último Grand Jette, cuando cayó sobre la mesa de la sala y también la quebró. Tiene el teléfono en las manos para llamar a una ambulancia, pero se siente plena, 4 orgasmos en solitario y un salto apoteósico.

Don Carlos Melquiades agoniza en brazos de Esmeralda, cree que se infartó con la doble dosis de viagra “valió la pena” piensa, aunque sabe que dejará su valiosa joya en manos de Dixon que nunca apareció durante la noche.

Sofía despierta en la cama de Mynor, dejó de ser virgen y descubrió que está enamorada de Ester y que las penetraciones no son la gran cosa. Se viste y le da un beso a la hermosa mujer que deja dormida en la cama, “uuuf, que noche” es lo único que pasa por su cabeza.

“¡DIXON EDUARDO, VAMONOS PARA LA IGLESIA!

Dixon sabe que se perdió de algo, se le escapó la flaca, no pudo salir toda la noche y el olor en el pasillo le dice que Don Carlos Melquiades se acabó toda la mota que tenía almacenada la Esmeralda, quemó un poco y seguro, preparó los famosos brownies.

“puta, con toda esa yerba seguro que todo el edificio la pasó re bien anoche, menos mal que uno no se puede dar una sobredosis de mariguana”.

FIN


Los cuentos grupales serán una gran experiencia para todos y dependerá de todos que esta sea una modalidad que perdure en el tiempo y que sea de enriquecimiento. Para ellos quisiera proponerles que tomemos las siguientes características para este primer intento:

Las pautas para este primer cuento fueron: 

Tiempo por persona: 2 días máximo.
Los comentarios serán habilitados solamente al terminar el ejercicio grupal.
No se puede modificar la parte de los demás.
La lista la pondré discrecionalmente, veamos como funciona.
El nombre lo pondremos al final entre todos y por medio de encuesta.
El ejercicio será en una página dentro de martesadas pero no dentro de la dinámica normal del blog. Al final podríamos incluirlo como trabajo concluido.

El orden de participación en este primer cuento grupal fue:
  1. Patricia
  2. Juan Pensamiento
  3. Fabiola
  4. Edy
  5. Lucía
  6. Olga
  7. Mónica
  8. Manuel
  9. Lester
  10. Tania
  11. Juan Piedrasanta
  12. Gerardo
  13. Nicté

1 comentario:

  1. Larguísimo y enredado pero también chistoso y surrealista a ratos.

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