Soñadora de viajes
Por María Hernández
Fue cuando el cielo se puso su rubor que ella emprendió el viaje rutinario de regreso a casa. Era el mismo cansancio luego de una jornada laboral larga, el traje de siempre y la ruta acostumbrada; las caras de los acompañantes conocidas pero ajenas y el bullicio cotidiano y destartalado del automotor colectivo que succionaba y esparcía gente por las calles de la ciudad. En el trayecto, le gustaba cerrar sus ventanas ópticas al mundo para abstraerse de la monotonía y viajar más allá de la estrechez del viejo camino. Pasajera de su fantasía, desplegaba en su mente un nuevo destino. No tardaba en llegar al lugar, porque a los 60 kilómetros por hora que iba el bus, le agregaba otros 1000 más en los que solía recorrer su imaginación. Pronto se encontró en medio del escenario estelar, meciéndose entre los cabellos largos de la luna de los cuales colgaba. Se entretenía jugueteando con las estrellas que se posaban en sus manos iluminando su existencia. Su vista se fundía entre el resplandor de aquellos astros que pronto comenzó a mezclarse con la realidad a la cual se incorporaba de nuevo luego de abrir de sus ojos. Llevó rápidamente sus manos a éstos para acomodarlos al entorno acostumbrado del bus. Pero su mirada se envolvió entre el brillo de sus manos. Sorprendida las observó detalladamente, cubiertas del polvo esplendente que había caído de la bolsa rota que una persona de pie, a su lado, llevaba ya vacía, con su contenido adherido a la piel de la soñadora Se sacudió las manos sin lograr despojarse de todo el confeti metálico por completo. Se alistó para descender del automotor. Al bajar, caminó lento y pensativa. ¡Qué coincidencia la transición entre el brillante fin de su fantasía y el chispeante regreso a su realidad! Curiosa elevó la mirada y se sorprendió más al ver la misma brillantina esparcida por el cielo, ¿Sería el fulgor de las estrellas de su sueño o sólo el lustroso polvo que quedó impregnado en su pupila?
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