Una celebración trascendental
Wendy García Ortiz
Por primera vez en doce años los papás de Zoila ofrecieron celebrar su cumpleaños con una piñata. La niña, a pesar de que a su edad poco le interesaban ya este tipo de fiestas, no pudo evitar emocionarse. Por fin experimentaría el privilegio de ocupar la cabecera de la mesa, de hacer pedidos y ser complacida, de recibir muchos regalos y dulces.
Este acontecimiento no sólo la entusiasmó a ella, sino también a su padre, pues significaba que sus condiciones económicas estaban mejorando. Ahora que había saldado sus deudas, la familia estaba empezando a despreocuparse un poco y qué mejor que darse uno de estos lujos para celebrarlo.
Durante dos semanas su mamá organizó la celebración con todo y tarjetas que distribuyó entre los invitados ―en su mayoría primos, tíos, sobrinas, nietas y apenas una o dos amigas de la escuela―. La gran cantidad de personas ameritaba tener listo un banquete poco complicado así que, se decidió por comprar chuchitos y tostadas, hacer una enorme olla de horchata, alistar sorpresas para niños y aparte para niñas, comprar el pastel que estaba de moda en las tiendas y dejar toda la tarde, una percoladora de café para las mamás y las abuelas.
La figura de la piñata fue elegida después de tres tardes de cuidadosa evaluación. Zoila quería estar segura de que le cupieran todos los dulces posibles, por eso no fue fácil. Al salir de la escuela pasaba por la piñatería antes de llegar a casa y examinaba a todas las candidatas. Se decidió por la princesa de vestido rosado y delantal blanco. Probablemente lo que más le llamó la atención fue el cabello amarillo de la muñeca, que estaba adornado con una corona plateada. Así se sentía ella, como una princesa. Lo único que faltaba para tener el cumpleaños perfecto era su príncipe azul, ese con el que había empezado a soñar hace algunos meses, desde el día que conoció al hermano de una de sus amigas de la escuela. (Manuel, un muchacho de 15 años con quien a veces soñaba despierta. Su aspecto de chico rebelde le atraía y atemorizaba a la vez. “Manuel”, suspiraba Zoila.)
Cuando llegó el día tan esperado, la casa estaba invadida por una alegría que no se había visto en mucho tiempo. Por la mañana, la mamá de Zoila adornó el corredor que rodea al patio con tiras de papel crepé y vejigas infladas cuyos colores hacían juego con la piñata, la amarró en el lazo, ubicando las sillas alquiladas alrededor de la muñeca y echó pino en el piso. Puso un poco de música infantil mientras la niña se vestía en su cuarto con un atuendo muy parecido al de la princesa.
Los invitados empezaron a llegar. El papá quiso recibir a cada uno personalmente. Les ofrecía horchata o café y conversaba con ellos con una sonrisa permanente en su rostro. Los regalos se empezaron a acumular en la mesa del zaguán. Zoila mientras tanto, se fabricaba una corona de papel.
Aún no había salido la niña a recibir abrazos y besos, cuando se escuchó un fuerte estruendo en el cielo. Tremendo brinco el que pegaron algunas señoras e inmediatamente voltearon a ver hacia las nubes. El sol se estaba escondiendo. Los hombres empezaron a cuestionar a los noticieros y al pronóstico del tiempo, nadie les había anunciado lluvia para ese día.
La tarde se nubló. Un leve viento empezó a soplar al tiempo que la cumpleañera hacía su entrada triunfal. Los invitados mezclaron aplausos y exclamaciones de felicitación con comentarios como “pobrecita”, “le va a llover en su piñata” y “a ver si da tiempo antes de que llueva”.
La mamá decidió adelantarse a la tragedia y les pidió a los patojos más grandes que le ayudaran a entrar a la muñeca de papel al corredor. Zoila se puso un poco nerviosa, pues todo el mundo movía la decoración, las sillas, los regalos y en sólo unos minutos, le habían cambiado el panorama. Además, en ese momento se dio cuenta que había llegado Manuel.
Le dio mucha vergüenza que él viera todo ese relajo. Nada quedó tan perfecto y organizado como antes. Más bien la fiesta daba la impresión de haber sido improvisada, pero antes de que la cumpleañera pudiera asimilarlo, su mamá convocó a los niños para que empezaran a quebrar la piñata. Les dijo a todos que las niñas iban primero, que de último les daría turno a los niños y que si alguno de los ya no tan niños quería darle de palazos a la muñeca, tendría que esperar hasta después.
Lamentablemente con el primer azote, se vino una secuencia de truenos y relámpagos que quitó la atención de todos en la fiesta. Una corriente de aire frío entró por el patio y trajo consigo algunas gotas de lluvia que humedecieron los adornos del corredor. Mamás y papás voltearon a ver al cielo y se dijeron cosas al oído, mientras los niños se peleaban por vendarse los ojos para inaugurar la ceremonia de eliminación de la piñata.
Fue así como se coló Manuel. Le arrebató el palo al niño que con esfuerzo había logrado tenerlo entre sus manos y empezó a pegarle a la princesa de papel de china con tanta fuerza que en pocos segundos se le podía ver el esqueleto de alambre. No contento con eso, utilizó sus manos para arrancar los retazos de vestido y de cabello amarillo que quedaban y se abalanzó con sus dos pies contra la corona plateada que había caído sobre el pino. Los dulces cayeron de un solo, al mismo tiempo que se dejó venir la lluvia en gotas gordas y pesadas. Niños y niñas se agolparon a tropezones y manotazos para recoger todo lo que podían mientras en las paredes podían verse hilos de agua rosada y amarilla que caían de las cintas de papel crepé.
Zoila sintió que sus zapatos se pegaron al piso al observar cómo aquel muchacho hermoso se convertía en un monstruo violento.
El alboroto alertó a los adultos. Los hombres se rieron del espectáculo, aplaudiendo la audacia de los niños y las mujeres se escandalizaron porque aquello había sucedido tan pronto, sin darles tiempo de tomar fotografías.
Una sonrisa maliciosa se apoderó del rostro de Manuel, quien orgulloso buscó la mirada de Zoila.
Ella, inmóvil, sintió cómo se le abría un agujero en el estómago que no lo pudo llenar en toda la tarde ni con chuchitos ni con pastel ni con regalos.
me recuerdo de este cuento... muy descriptivo, muy rico en su narración, y sobre todo el giro inesperado al final, muy bien logrado!!!
ResponderEliminarÁlvaro
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarUps! Era una conspiración entre el clima, el desorden y... en protagónico: "su príncipe azul".
ResponderEliminarEste cuento me recordó a mis piñatas de hace uuuuu... con el pino que era un peligro para los que correteábamos de un lado a otro. A mí también me gustaba que en la fiesta todo estuviese en su lugar :P