variopinto

variopinto

Canelo

Canelo
Por Elena Nura

Yo creo que era el año mil novecientos setenta, me acuerdo porque había una comparsa que ensayaba en el camino de la costa. Era una comparsa que iría a desfilar en la cabalgata del carnaval. Por entonces el camino de la costa estaba recién asfaltado aunque no lo transitaban muchos coches.  Pues ese año fue, creo, cuando vi por primera a vez a Jacinto. Venía de la mar, llevaba colgando un bichero con un pulpo enroscado en la punta, sobre el hombro. Y en el cinturón llevaba una bolsa, que daba la impresión de ser lapas recién cogidas. Se te quedaba mirando con los ojos fijos cuando pasabas por él. Te daba un poco de acojonó aquella mirada. Y si a eso le sumabas todas las historias que te contaban de él, era como para salir corriendo y que las patas te llegaran al culo. Jacinto vivía sólo en una casa vieja en la parte baja del pueblo. Tenía un perro flaco y pulgoso, que caminaba de lado. Seguramente de los palos que le habían dado tendría la columna más desviada que la carretera de la cumbre de Taganana.

Cuando te encontrabas a Jacinto, siempre, al rato, pasaba el perro. Nunca iba a su lado, no se sabía si por miedo, o porque el pobre animal no atinaba a caminar más rápido. Cuando un poco más adelante del camino el chucho me vio, se torció más aún. Yo sentí el miedo del animal. Y lo único que se me ocurrió fue agacharme y sentarme en el suelo. Para que viera que yo era de su tamaño. El animal pareció sorprenderse y luego poco a poco entró en confianza. En lugar de salir corriendo detrás del Jacinto se me acercó. Yo llevaba un bocadillo de tortilla en la mochila. La abrí lentamente y lo saque. Sentí el ansia del animal. Ahora que tenía menos miedo en la mirada, supe que se acercaría más a mí.

A lo mejor me había equivocado, a lo mejor caminaba de lado por lo desconfiado que era. Y me mordería y se llevaría el bocadillo y yo me quedaría allí, con las huellas de sus colmillos en mi mano. Pero entonces me acordé de lo que decía el Pinto, -“El perro huele el miedo. Si te cagas, él lo nota y estás perdido. Al perro nunca le muestres que estás acojonado”.

Así que me sacudí esa idea y extendí más el brazo hacía el animal. De un modo firme. Tenía los ojos como de lobo viejo. No era muy grande, pero mi mano cabría perfectamente en su boca. Nos cruzamos las miradas, y mientras se acercaba, se la mantuve, no la retiré ni un segundo.
Justo cuando sentí el aliento del canino en mi mano, oí un silbido, desde lo alto del camino. El Jacinto estaba arriba, se había vuelto, y lo llamaba. El animal pareció dudar un segundo, pero fue poco. 

Siquiera cogió el bocadillo,  corrió como alma que lleva el diablo y se fue hasta él.
Entonces supe que los palos eran de verdad, y que quien se los había dado era Jacinto. Esa noche, me escapé de casa, bajé hasta la costa, y me acerqué con el mismo bocadillo. Que no me había comido en la playa, aunque hambre me dio. Sabía que podía olerme, sabía que ya no me tenía miedo, así que me acerqué hasta él, al tiempo que le hablaba. Estaba amarrado con una soga vieja a un tubo de agua del que sólo podía separarse unos metros. Me dio la impresión de que hasta movía el rabo cuando me reconoció. Pero no tuve tiempo de fijarme en los detalles, además de la oscuridad, la verdad es que estaba acojonado. Ya no por el perro, sino por el Jacinto. Si me descubría y trayéndole comida a su perro, no sabía lo que haría. Tampoco me quedé mucho para averiguarlo.

Estuve varias noches acercándome hasta allí. Pero a la cuarta noche, el perro no estaba, la soga estaba sin él al final. Y me temí lo peor. Que en alguna paliza de las que le daba, se le había ido la mano y le había dado un mal golpe al pobre animal.

Me marché, aunque dejé el poco de pan que le traía a un lado, por si volvía. Tenía la esperanza. Pero al día siguiente el pan seguía allí, lleno de hormigas. Sin haber sido probado por Canelo. Le había puesto nombre, no sabía si ya tenía uno, pero en mi mente, y para mí, era Canelo.

No sabía cómo preguntarle al Jacinto por el perro. Siquiera sabía si aquel hombre hablaba. Así que se lo dije a mis amigos. Y estos se atrevieron. Y este sólo dijo. “La madre que parió a ese perro, rompió la soga y se escapó”.

Yo sentí un alivio cuando nos contestó. Una gran alegría porque ya no le daría más palizas. Pero luego caí en la cuenta de que a lo mejor estaría perdido. Y si nadie le daba de comer y beber, o bebía de algún agua con veneno en las plataneras. ¡Tú estás loco, ese perro es peligroso como el dueño!. 

Yo les dije que no, que era buen perro. Pero aunque intenté convencerles para que me ayudaran a buscarlo, ninguno me acompañó. Lo busqué por donde lo había visto la primera vez. No sabía por qué, pero tenía la impresión de que se había ido hasta allí.

El camino aquella tarde estaba desolado. El día estaba gris y nadie bajaba a la playa. Los hombres de las fincas que lindaban con este ya habían terminado su jornada. Así que cuando me di cuenta estaba allí en medio, llamando a Canelo. Un perro que siquiera sabía que se llamaba así. Me acerque hasta la playa. Miré desde arriba, desde el arenal blanco, estuve un rato allí, oteando el rompiente, pero no veía nada, y a nadie. Así que me decidí a volver. Cuando regresaba ya por el camino. Justo en el punto en que le había dado el bocadillo, sentí que alguien, desde algún punto de este me miraba. Pero yo no veía a nadie. Volvía a llamarlo por el nombre que era sólo mío. Con la esperanza de que fuera él. Pero no contestó nadie. Cuando ya estaba a punto de salir del camino, volví a tener de nuevo la misma sensación. Está vez estaba seguro de que era mi perro. Había decidido que si le había puesto nombre, debía ser mi perro. Jacinto siquiera se había molestado en ponerle uno, y lo llamaba sólo por perro. Entonces lo vi, estaba detrás de un muro de las fincas de plataneras. Seguro que me había estado siguiendo toda la tarde. Pero tenía demasiado miedo en el cuerpo como para acercarse. Me senté en el suelo. Como la primera vez. Estuve un rato allí, tranquilo. Tardara lo que tardara, yo estaría allí.



3 comentarios:

  1. Tienes una forma espléndida para describir emociones y situaciones, me gusta mucho como leerte transporta a los lugares que refieres con tus escritos. Saludos.

    ResponderEliminar
  2. Daniela. Gracias me animas mucho con tus comentarios.

    ResponderEliminar
  3. Excelente narrativa. Me encantó, no es un cuento corto pero se hace corto cuando te "agarra" y no te suelta. Felicidades!.

    ResponderEliminar