AGUAS
PROFUNDAS
Olga
Contreras
El mar me
pertenece. Soy una criatura marina y de igual suerte le pertenezco. El roce de
sus aguas me ha hecho ser como soy, me moldea fortaleciéndome y mi cuerpo lo
engrandece, lo integra y lo complementa. Compartimos médula, sol, estrellas y
luna.
Al principio, el temor reverencial que sentía por el
mar me hizo permanecer en la orilla y me conformaba con sólo sentir el manoseo
de las olas que apenas alcanzaban a mojarme. El sol me abrasaba y yo anhelaba
la pálida espuma que pudiera aquietar ese ardor, pero cuando por fin llegaba, la
suave brisa no me daba todo aquello que yo oía en los tumbos al rugir.
Luego de un esfuerzo que casi me rompe, decidí mudarme
a la reventazón, en medio del bramido de las olas, necesitaba sentir su fuerza
y su poder. Mi cuerpo iba y venía al gusto del mar. Me hundía al fondo, de
repente me elevaba a las crestas blancas y suaves, sólo para hacerme sentir su
autoridad, su potestad, su dominio sobre mí. Él era mi señor y yo no lo debía
olvidar. Me dejé perder en ese frenesí, en el ir y venir. Ya no concebía nada
menos que su señorío y su pasión que finalmente acabaron minando mi esencia. Tenía
que haber algo más en esa inmensidad, un lugar que yo no conocía pero buscaba.
Un día sin más y sin motivo me dejé llevar por una corriente tranquila, tibia,
purificadora. La corriente me conducía sin empujarme con el mismo ímpetu de las
olas pero pidiendo mi permiso; adivinando mis deseos, reconociendo mis dolores.
En las aguas profundas encontré la gloria. En ese
vaivén suave y justo mi corazón a la deriva está a salvo, mi cuerpo a gusto y
mi alma encontró reposo. La profundidad del mar me abraza, me respeta, me cuida
de punta a canto. Lo mismo recibo el sol, que me refresca la brisa. La noche
alumbra, asombra y te das cuenta que perteneces a ese infinito, que ese infinito
es tan pequeño como vos y vos tan grande como él. Perfecta armonía entre sentir y ser, entre
torbellino y paz. Soy criatura marina, irremediablemente pertenezco a este
abrazo, aquí me quedo.
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