La Ceiba
(Por Olga Contreras)
“Ey como estas? Espero que bien y que ya se halla quitado el frio ese de la ultima noche. Aquí nunca hay ese frio sabes? Y menos en Ceiba, la playa donde me voy a ir a vivir, te acordás que te conté? La vas a conocer, eso te lo juro. La pasamos bien mujer, gracias por llebarme a comer esos pasteles, son mis favoritos, pero culpa de esa libra de más fue que me tuve que rapar, para llegar al peso. Menos mal me conocistes con pelo largo y después sin pelo, ya no me dijistes como te gusté mas? Este lleso me trae vuelto loco, no puedo pelear, no puedo bañarme, ni siquiera te podría abrazar bien y eso sí estaría mal. Mujer, te mando un beso tronado y solo eso te mando pues es mi hermanita de nueve años la que escribe la carta, por lo del lleso. Mi hermanita Eva Joselina es la mejor.”
Esa fue la primera de once cortas cartas y después de lograr evitar que me diera un infarto masivo de la emoción, la releí mil veces, tratando de evitar ponerle atención a los errores ortográficos y sólo concentrándome en las partes bonitas. Fui corriendo a Paiz a comprarle una tarjeta para que me diera tiempo de mandársela en su cumpleaños.
“Mujer, ya finalmente me quitaron este yeso y te puedo escribir sin necesidad de mi hermana. Estoy en los preparativos para mudarme a Ceiba, no sé si se podrá este año. Estuve averiguando en la UNAH y sí tienen esa carrera que vos vas a estudiar y sí te aceptan. Venite a estudiar aquí, o de un solo nos mudamos a la playa. Mi amigo Alfonso, del que te hablé, llega a Guate en unas semanas a una competencia, le di tu numero y te va a llamar, se podría quedar en tu casa unos días? Decime para que yo le diga a él qué ondas. Te acordás esa noche en las gradas del museo? Estuvo bien, muy bien, vos me gustás mucho. Yo no soy muy de escribir cartas ni papadas románticas, pero la verdad es que quiero vida con vos. Gracias por la tarjeta, mis hermanas la vieron y me jodieron un par de días, pero fue buen detalle de tu parte. Un beso, ojalá pueda llegar luego o podas venirte vos.”
Ay dios ¡quiere que me vaya para allá! ¿Qué hago? Yo no puedo irme de mi casa, no puedo, tendríamos que casarnos y él no cree en eso, él sólo quiere que me vaya a vivir con él…¿y si no resulta? De que lo quiero, lo quiero, pero…me da miedo, no puedo hacerle eso a mi mamá, a mis abuelitos, se mueren de seguro. Y eso de que el tal Alfonso se quede en mi casa, de plano nel: es negro, tiene el pelo de rasta, me matan en mi casa. Ojalá en serio pueda venir a verme, yo no creo poder ir allá. ¡Ja! Que si me acuerdo de la noche en el museo…¡me acuerdo, pues! Fue como descubrir de repente algo que al mismo tiempo me era ya familiar. Mis sentimientos y emociones ya no eran de alguien de 17 años y ciertamente no concordaban con mi arraigada fe, que en lugar de celebrar el amor encontrado me llenaba de culpas y miedos y promesas de destierros e infiernos con más de nueve círculos. ¿Porqué yo tan cuadrada me había enamorado de un redondo?
“Hola, recibí tu carta. En serio que no entiendo lo que pasa ¿me querés o no? ¿querés que estemos juntos o no? Yo con vos me caso cuando querras si eso te va a traer conmigo. Lo digo en serio, pero también te digo que yo no ruego a nadie y se me hace que vos te me estás poniendo en esa posición. Decidite que vas a hacer. Esto de lejos definitivamente es de pendejos y de eso ni un pelo tengo. Sabes lo que siento por vos, eso debería ser suficiente. Un beso.”
Las siguientes cartas retardaron pero no frenaron el impacto previsto entre un carro sin frenos y otro que está varado a la orilla de una carretera que no ha sido ni siquiera construida.
Seguí adelante con mi vida y me metí de lleno en un mundo que estaba elaborado y diseñado para ml, pero no por mí, no era mío, no pertenecía a él. Era como serme infiel a mí misma.
Pasaron más de veinte años, entre los dos sumamos tres matrimonios y seis hijos, y gracias a la modernidad cibernética lo volví a encontrar, y él –sin yo pedirlo- me ayudó a encontrarme, sin más ayuda que sus pocos pero certeros recuerdos de aquella ilusa patoja que se había perdido en su propio mundo; aquella que ahora a sus cuarenta cuestionó todo y encontró respuestas en las dudas y logró recuperar lo que había perdido: su ser, su esencia.
Fuimos a Ceiba tal y como él lo había prometido, sólo que fui acompañando a mi mejor amigo y a su esposa.
Y ella ya no sintió nada al verlo? No se le movieron las mariposas en el estómago? O es que ya lo vio calvo y panzón y ya no se le movieron ni las cejas? jajajajja
ResponderEliminarInteresante tu cuento, se queda una con ganas de saber la malicia detrás de la historia ;-)
Olga: Tu redacción y gramática ya no tienen nada qué aprenderle a nadie, pero nadie, nadie y te felicito por eso (salvo las nuevas normas de la RAE, claro). Me encantó lo bien que manejaste la mezcla de narración con género epistolar y el detalle de la ortografía le da un toque real, divertido y casual a los personajes. En ese sentido me recordó un poco a Jacinta Escudos. Lo que siento es que le faltó algo, no sé si entre el primer despido y el reencuentro, o al mero final: algo que lo hiciera o más amargo o más triste o más feliz o que te indicara que al final ya no era nada de nada lo que sentían. Quizá un párrafo extra, quizá una sola palabra...no sé qué es. Necesita un PUNCH! para estar perfecto.
ResponderEliminarMe uno a lo que dice Juan. La redacción es limpia, clara.
ResponderEliminarCuando lo leí por primera vez, no lo terminé, me desesperó leer en itálicas, seguramente es algo personal pero no me parece necesario el uso de esta herramienta, por lo menos no en párrafos completos. Es como leer un párrafo que está completamente en negrillas, o en mayúsculas...
A mi me parece que termina bien, que deja mucho a la imaginación y que el cuento se concentra más en el episodio de las cartas más que en el fin de la historia. Me gustó.