¡Vuela, vuela!
(Por Fabiola Arrivillaga)
Parece que fue ayer cuando mi abuelo y yo hicimos mi primer barrilete. De hecho, lo hizo él, con mi torpe y escasa colaboración pero mi mucho entusiasmo. Recuerdo las varitas, el papel de colores, el cordel, la cola blanca. Recuerdo el olor del aserrín en su banco de trabajo. Y el viento besándome los cachetes.
Terminada la obra de arte, nos encaminamos a una llanura cercana, y me enseñó a volar. Tenía cinco años y ningún recelo para mostrarle al mundo aquel cargamento de emociones infantiles. Recuerdo haber brincado y corrido y saltado, carcajeándome como un loquito, mientras le suplicaba a mi gigantesco acompañante que lo hiciera volar. Él me enseñó el conjuro correcto para invocar al viento del medio día, y yo lo recité con la certeza de quien todavía conserva la fe. Él me envió hasta allá, lejos, con el barrilete en las manos, para tensar el hilo, y con voz resonante me gritó “ahorita, soltalo m'hijo”. ¡Volaba!¡Volaba nuestro barrilete! Dispuse, entonces, bautizarlo “Libertad” y gritaba frenético “¡Libertad!¡Libertad!”, casi premonitoriamente.
“¿Querés sostenerlo vos?”, preguntó mi abuelo. Los ojos me brillaron como cerezas en agosto y asentí con la cabeza. “Tené cuidado, no te vayás a lastimar con el cáñamo”, me dijo. Pero en mi emoción de sentirme maestro del aire, lo solté y se fue por los cielos, como un prófugo, huyendo de mis manos. Nada podría compararse con el vacío en mi estómago y la desilusión en mis ojos, que no tardaron en llenarse de lágrimas. Caí al suelo, vencido, con un seco “¡Ala!” saliendo de mis labios. Lloré, mientras veía como mi libertad se disolvía en el azul del firmamento. Mi abuelo, sabio como siempre, me alzó en sus brazos y me subió a sus hombros, mientras recitaba aquellas palabras que no puedo recordar pero cuya sola memoria me ha llenado de luz en las horas más oscuras. No secó mis lágrimas porque eran la semilla de los buenos momentos, dijo. Y nos detuvimos un ratito en la contemplación de los volcanes, imponentes, fuertes e inmutables.
“Bueno”, dijo en tono solemne, “vámonos ya, que de plano la mama ya nos espera con el fiambre”. Me puso en el suelo y, feliz de nuevo, correteé a su alrededor imaginando nuevos sueños.
BELLO, BELLO, BELLO, sólo lo puede apreciar en su totalidad quien tuvo la dicha de tener un abuelo así.
ResponderEliminarConcuerdo totalmente con Olga.
ResponderEliminarawwwwnnnn...hasta me imaginé el panorama de G&G, donde seguramente se te dio esta vivencia...qué bello Fabio, me encantó y me hizo recordar.....
ResponderEliminarMuy bonita idea lo del barrilete!
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