A las 5 y 20 de la mañana, como todos los días, la alarma sonó pasando a formar parte de un sueño que se le había borrado en cámara lenta, como si se tratara de un muro de espesa neblina que se va cayendo de a pocos. Maldiciendo entre dientes, mismos que le dolían por pasarlos rechinando toda la noche, bajó a la cocina con sus viejas pantuflas que no eran otra cosa que un par de viejos zapatos raídos y descoloridos. Hacer las loncheras. La tarea más tediosa del día. Alcanzó a meter con desgano unas galletas y unas bolsas de chucherías más diez Quetzales para cada uno para que se compraran algo en la tienda. Una vez se fueron los niños en el bus, se puso a hacer su termo de té de Jamaica con canela. Su marido regresaba de correr siempre a la misma hora, cundido en sudor, creyéndose la chingada por haber hecho un poco de ejercicio. Cualquiera que lo oyera hablar de su rutina diaria creería que el hombre se estaba preparando para la maratón de Boston. Puta, por ver que a la hora de la hora duraba tres minutos exactos, ni más ni menos. Se dieron los buenos días y ella se puso a ver su programa de noticias mientras él desayunaba el humo de muchos cigarros en cadena que se tragaba con varias tazas de café instantáneo. Ella por su parte, siempre cuidando la dieta, partía en cuatro una chapurrada integral y sopeaba cada cuarto con una taza de té, dizque para engañar al hambre. Cuando su marido terminaba con los periódicos invariablemente se metía en el baño una buena media hora y bajaba a desayunar ya rasurado, bañado y vestido. Para mientras era el turno de ella con los diarios que nunca leía a fondo sino que sólo los ojeaba, deteniéndose en las ofertas y en alguna noticia que llamara poderosamente su atención. Al pasar la sección amarilla y de espectáculos, daba vuelta a las hojas y se acordó que no había descongelado la carne para el almuerzo y le pareció ver con el rabo del ojo su nombre y regresó la hoja rápidamente. Ahí estaba: grande, solemne, de media página, con letra french script. Una magnífica esquela con sus nombres y apellidos, lamentando su trágico fallecimiento y rogando cristiana resignación para su viudo e hijos, sus padres y hermanos, hasta estaba esa frase que ella detestaba que decía que si me aman no lloren por mí... Sus ojos veían y releían sin poder asimilar aquella escabrosa coincidencia o más bien ¿se trataría de una broma sin gusto? Las manchas de su propia sangre que justo en ese momento salpicaron su nombre escrito en blanco y negro lo explicaron todo: este cerote finalmente se quedó con su gusto y con mi pisto.
Las cosas en blanco y negro
Las cosas en blanco y negro
Por Olga Contreras
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siempre me he preguntado como será mi esquela, vaa, la última página de el periodico, me gusta Olga, hay algo que le sobra pero no se que,
ResponderEliminarInteresante que Fabiola y tú hayan coincidido en los desamores y el culto al cuerpo, y que, aunque en el de Fabiola fuera ella la gordita y en el tuyo él, en las dos historias son ellas las víctimas. Como dice la canción que da el título al de Fabiola "en cuenstión de amores nunca he de ganar" ;-)
ResponderEliminarYa te he dicho que me gusta mucho más tu lado oscuro, te da mucha fuerza al escribir.
Desde la primera oración es genial. Demasiado. Tanto que pareciera real.
ResponderEliminarEste me encantó!!! la palabra clave del cuento, es la apatía... La descripción luego pasa de la rutina asquerosa a una definición como los grandes. Eso si, hubiese preferido algún punto y aparte por ahí. -Saludos.-
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