variopinto

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Su primera vez

Su primera vez
Por Manuel Solórzano

Treinta y dos minutos después Ana está lista; se para frente al espejo para revisar su lencería por última vez, termina, sube la vista y se encuentra con sus propios ojos que la observan, se siente señalada por ella misma, da un largo suspiro, dibuja en su pecho una cruz, toma la perilla de la puerta y se detiene justo antes de terminar de darle vuelta para abrirla.

Luis rápidamente vuelve la cabeza en dirección al baño, cree haber escuchado que abrían la puerta pero no. Hace un movimiento de negación y desesperación con la cabeza y vuelve a cambiar de canal.

Ana no sabe exactamente qué la hizo detenerse pero su mano experimenta una rara sensación de frío. ¡Fría!. La perilla está fría; el baño está lleno de vapor y perfume pero la perilla sigue fría. Esa es la mejor descripción de la noche anterior.

Luis lleva media hora cambiando canales. Se había desnudado en menos de un minuto y nunca imaginó que aquel ahora vuelvo significaría tanto tiempo de espera. Con las manos entrelazadas detrás de su cabeza aprovecha a examinar su presentación: huele la axila derecha y arruga la nariz; confirma con la axila izquierda y sí, arrugar la nariz es la mejor reacción. De mala gana decide bajar los brazos, después de todo él siempre ha sido muy considerado con ella y no sería apropiada esa primera impresión (unos minutos después no importaría, el olor a sudor sería algo normal).

La noche anterior Doña Ana, su mamá, espero a que todos se fueran a dormir para poder hablarle a su hija. Entro en el cuarto, se sentó a mitad de la cama y le empezó a hablar de sexo. La luz estaba apagada por lo que Doña Ana no pudo la expresión de horror de Ana; jamás le habían hablado de sexo en sus diecisiete años. Sólo hay una primera vez mija y lo mejor es que vaya bien sabida – fue su despedida junto con una palmadita en la cabeza.

Luis se aclaró la garganta asegurándose que Ana lo oyera. Ya se había terminado el resumen deportivo y estaba desesperándose.

Ana escuchó a Luis y un escalofrío, de esos que tanto odia, le recorrió por todo el cuerpo. La noche anterior también le había dado uno justo cuando, antes que su mamá saliera del cuarto, tomó valor y dijo “mama”- Doña Ana se detuvo en espera de lo que diría Ana- “tengo miedo mama”. Sin voltear Doña Ana respondió “tranquila patoja, así me sentí yo también” y cerró la puerta dejando a Ana sola en la oscuridad. El frío en su mano era la mejor descripción de cómo se había sentido toda la noche: todo alrededor parecía estar de fiesta pero ella se sentía fría, ajena. Conciente de estar frente a una puerta que cambiaría su vida no tuvo más remedio.

¡Al fin! –Pensó él apagando la televisión y tirando el control a un lado.

Ana de pie a dos metros de la cama intenta dibujar para Luis su mejor sonrisa pero solo le sale una mueca rara. Luis lo último que veía era su cara, ésa la conocía de sobra, lo que no conocía era su cuerpo así que se movió en la cama hasta que la luz que salía del baño quedó detrás de ella y las transparencias fueron más obvias. Ana se dio cuenta e instintivamente pensó en apagar la luz pero no lo hizo. Luis no dejó de verla con más deseo en su mirada, Ana lo vio y sintió una especie de fuerza que ella no conocía. Sorprendiéndose a ella misma separó un poco las piernas para que la luz hiciera transparente un poco más allá. Luis está fuera de sí. Ella jamás había experimentado esto, encoge un poco su hombro derecho para dejar que el fino tirante de su hombro derecho caiga hasta su brazo, este sencillo movimiento parece haber despertado en Luis instintos casi salvajes, parece un león enjaulado donde los límites de la cama son las rejas de la celda. Ana es conciente de un cambio en el ritmo de su respiración que se hace cada vez más involuntario, no entiende qué le pasa pero le encanta la sensación, da dos pasos hacia adelante. Luis la alcanza con las dos manos y suave pero firmemente la sube a la cama.

Diecinueve minutos y Ana ya está lista; antes de salir del baño limpia con una mano el espejo empañado, no lo necesita, hoy no se va a pintar, solo busca su propia mirada, a ella misma. Se ve fijamente con ojos de total satisfacción. Sonríe se guiñe un ojo abre la puerta, se da cuenta que la perilla sigue fría…pobre perilla.

5 comentarios:

  1. Muy bien escrito, interesante hasta el final.

    Solo espero que sea una historia ambientada en el siglo XIX. Porque si es de ahora, estamos fregados. Gracias a Dios por la Ley de Educación Sexual! :-)

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  2. ¡Gracias Tania!, me ha costado un montón dedicarle tiempo a esto porque lo de la creatividad se me sigue negando, a ver si la encuentro buscándome mientras escribo...

    Un abrazo!

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  3. MANUUUU, no me esperaba un cuento así de usted!! Lo felicito, me gustó mucho la descripción de lo que yo percibi como el despertar de la sexualidad de Ana al estar frente al chavo y sentirse y saberse deseada. Bien!

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  4. ay Manu, que historia, pero lo peor tania es que a pesar de todo, muchas llegan así, está bien, bien logrado

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