variopinto

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Orgasmo judicial

Orgasmo judicial
Por Olga Contreras 



 “No puedo verte más, te amo pero no puedo. No me pidás explicaciones, no me llamés, no me contactés. Simplemente se acabó, babe.”

Su cabeza era un amasijo de recuerdos, mentiras que sabían a verdad, verdades que a pesar de ser mentiras eran reales; amor bien mesurado, pasión desmedida y esa fastidiosa e inoportuna vocecita que le martillaba el corazón diciendo: ¿Ya viste? A vos también te la hizo.

El caos dominó su vida en los siguientes días: comía carbohidratos de todo tipo; oía hasta 13 veces seguidas “How can you mend a broken heart?”; no contaba calorías, no se bañaba, no contestaba el teléfono, ni siquiera chequeaba Facebook. Supo que había tocado fondo cuando alcanzó a ver su reflejo en el espejo comiendo helado con galletas y crema batida que se tragaba con un tempranillo mientras veía los programas de Laura en América y encima lloraba a moco tendido por el caso de una señora que resultó ser la hermana perdida de la esposa del amante de su propio hijo.

Decidió levantarse y volver a su vida antes de él, pero su cuerpo simplemente no respondía. La nostalgia entraba en ella como la niebla en la madrugada, la poseía, la invalidaba y lograba arrancarle los pocos momentos de lucidez que le quedaban y que la hacían querer olvidar todo eso que debía olvidar. ¿Pero, cómo olvidar todos esos momentos, todas las promesas, los juramentos hechos –no frente a un altar- pero sí en la cama, que para ella era un tabernáculo glorioso y sanador?

NO. Alguien debía pagar todo ese sufrimiento. Huevos tula si ese malparido no respondía. Armada de valor y de los ahorros que tenía, comenzó una romería de consultas con abogados y abogadas que quisieran tomar en serio su caso, teniendo que aguantar en el proceso bastantes burlas, suspiros deferentes; recomendaciones para ir con psicólogos, curas, sanadores y varias propuestas poco decentes. Pero encontró lo que buscaba: una abogada que –movida por un desamor similar- estaba dispuesta a conseguir lo que su clienta pedía: que el tipo le devolviera todo el amor que ella le había dado, no era de él  y no se lo merecía.

Los medios de comunicación cubrieron el juicio sacando a la luz sórdidas historias de mujeres de todas edades y condiciones que estaban prestas y dispuestas a declarar en contra de aquel monstruo.

La juez a cargo del muy público debate esbozó una sonrisita cuando los presentes gritaron “que pase el desgraciado”. Desfilaron los testigos de ambas partes. Unos decían esto, otros aquello, pero lo que quedaba claro sea cual fuere el testigo eran las habilidades amatorias del acusado, que no decía ni pío al escuchar los detalles suculentos que elevaban en unos cuantos grados la temperatura del salón.

Cuando le llegó al fulano su turno de declarar –con la fastidiosa seguridad y sobriedad que lo caracterizaba- se limitó a confirmar cada una de las declaraciones en su contra: era mujeriego, mentiroso, engañaba cuanto podía, pero quería dejar claro que todo eso lo hacía para hacerlas felices, para darles de forma personalizada lo que cada una necesitaba. Él era exclusiva y totalmente de cada una de ellas el tiempo –horas, días, meses y en un par de casos, años- que durara su encuentro o relación. Expresó que quería dejar claro que tampoco quería ni podía ni debía devolver el amor recibido, él lo consideraba un intercambio justo: él la había hecho feliz y ella le había dado su amor voluntariamente, aquí nadie había arrebatado nada.

El veredicto era anhelado como la caricia de un amante lejano. La juez dictó lo obvio: “el acusado debe devolver cada una de las caricias dadas y recibidas, así como todo el amor que le fue entregado, pero dada la naturaleza extraña del caso y la imposibilidad de hacerlo de otra forma, se ordena que devuelva el amor en forma física”. Unos aplaudían, muchos maldecían, aquellos lloraban, pero la demandante tenía una extraña mirada de paz en su cara y tomando la palabra dijo:

-Agradezco a las autoridades y a la juez por tomar esta decisión tan difícil, pero lo siento, he cambiado de parecer y no quiero nada de él, mucho menos sus caricias y un amor mandado por ley.  

-La ley es la ley, señorita. He dado un fallo que considero justo en un caso sin precedente y la ley debe cumplirse ¿o se cree que estamos aquí para jugar? Y lo que agregó dejó perplejos a varios, menos al acusado:

-Ya que la demandante se rehúsa a recibir el pago, lo que dicta la ley es que el Organismo Judicial se constituya como consignatario del pago y en este caso esa responsabilidad recae sobre mí. El acusado deberá pagarme la totalidad de la deuda,  ya que soy representante de la justicia.

Al decir éstas palabras, sintió el calorcito que la llama de la justicia y el peso de la ley le habrían de dar.

6 comentarios:

  1. ja ja ja, ¡buenísimo final!. Me ha sorprendido y hecho reir.

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  2. jajajajaja, preséntemelo pues, que buen cuento Olga, definitivamente este es su estilo

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  3. jajajajaja muy bueno!! Y que bien escrito, me encantó.

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  4. Muy bueno y divertido. Me quedé con ganas de saber cómo defendió la abogada el caso. Me parece que lo de la abogada podrías quitarlo, porque te quedas esperando que tenga algún papel en el cuento, pero ya no vuelve a aparecer.
    Aparte de eso, muy bueno.

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  5. Un ejemplo de como marchan las cosas en este pais, ¿leyes para quienes? saludos Olga.

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