Ese día en particular se hartó de comer. No era que no tuviera hambre, si andaba puro perro pequeño. Simplemente ya no se le antojaba nada de nada: ni pan, ni galletas, ni huevos, ni carne, ni vegetales, ni pasta, ni cereales, ni yogurt, ni queso, ni tostadas, ni chiles rellenos, ni revolcado –un buen revolcón sí, pero es otra cosa- ni pepián, ni tacos, ni ensalada, ni pizza, ni pollo, ni peras ni peros. No podía tragar bocado, sólo el agua le pasaba, pero las tripas bien que silbaban y hasta aullaban. Desesperada de no saber qué hacer, ni el porqué de esta rara condición se metió a la boca un poco de grama y nada; probó con jabón y menos; siguió con tierra, lodo, pintura hasta que se comió un pedazo de hoja de papel bond que le supo a gloria, lo masticó y lo tragó y otro más y siguió hasta terminar con medio ciento de hojas. Jamás se había sentido mejor, hasta bien le cayó para el tránsito lento, qué Activia ni que ocho cuartos. Al día siguiente le entró con fe a unas hojas de cuadrícula con problemas de álgebra a medio resolver. Pero cuando se comió las matemáticas cayó en la cuenta del efecto que comer papel tenía: el día que comió hojas en blanco pasó el día en blanco, sin poder pensar, sin poder concentrarse; pero al engullir la sabiduría de Baldor logró vislumbrar la importancia del pensamiento racional para la vida y pudo finalmente y de un sólo tajo resolver varios problemas pendientes usando unas formulas que ahora le parecían simples.
Así que se volvió melindrosa y rigurosa con la nueva dieta. No se metía a la boca nada menor a un premio Nobel o Pulitzer y cuando quería darse un gustito para salir del régimen -o cuando tenía una cita especial y dependiendo del fulano- pues mojaba con el té de la mañana desde las revistas Pimienta, algo de Henry Miller, Anaïs Nin o Madame Bovary.
Esos tres años fueron los mejores de su vida. Nunca fue tan popular, tan buscada para consejos, tan deseada, tan anhelada su compañía. Ni modo, si literalmente se había convertido en una especie de Google con piernas y dicho sea de paso, sus piernas nunca estuvieron mejor dada la cantidad de proteína que ingería diariamente.
Tanta tertulia y conversatorio a la que era invitada, todo ese hablar y opinar, ir y venir cobraron su factura. Estaba agotada y decidió que lo mejor era irse unos días a un spa para reponer fuerzas y meditar un poco. Para su descanso empacó a Nietzsche, Jung, Asturias, Cervantes; pero no contaba ella con que los de la línea aérea perdieron su maleta y prometieron llevarla en el término de un día. Al llegar al spa se encontró con que sólo había revistas de moda, ni siquiera periódicos pues no querían que los huéspedes se estresaran con la realidad mundial.
-¡Bueh! -pensó- con un día que coma comida chatarra no me voy a morir.
Y muerta del hambre como estaba, comenzó a devorar las páginas llenas de tests de personalidad, recetas para ser una amante perfecta, cómo tratar a los hombres, qué llevar en el verano, pilates para un cuerpo esbelto, la dieta de la piña, la dieta de la sopa, mesoterapia, botox; los chismes de farándula; cómo vivir como los ricos y famosos, caprichos de la realeza; cómo atrapar a un hombre en 14 días, tips para lograr la felicidad, cómo quemar grasa sin esfuerzo. Al día siguiente, lo mismo, y después también. Su maleta no apareció y la semana transcurrió entre la vida y milagros de Brangelina, la boda real y cada ridículo detalle; qué traje usar según el tipo de cuerpo; cómo maquillarse para verse 10 años menor y 1001 tabúes de la cama.
Ya de regreso en casa, se fue a encontrar con su maleta y la abrió casi arrancando el cierre con ansiedad y desesperación. Tomó un par de hojas de Nietzsche –como tomando un remedio desparasitante- y le supieron raro, más bien le supieron a rancio; no soportó aquel sabor y paró vomitando al puro estilo de la Beckham.
Tomó las llaves de su carro y como alma que lleva el diablo fue hasta la farmacia más cercana, le urgía una Cosmopolitan para quitarse el mal sabor que le había dejado el libro ese.
Genial. Para mí el mejor que has escrito hasta ahora. Solo me faltó un poquito saber cuales fueron los efectos que tuvo la "comida chatarra" en la personalidad de la chica. Aparte de perder el sabor por lo gourmet.
ResponderEliminarPero me encantó.
Cuando iba por la mitad ya me había dicho para mi mismo: "mi mismo, ¡que buen cuento!" y de verdad que qué bueno. Tiene un gran mensaje y aunque no logré captar totalmente lo que quisiste decir si me dejó dándole vueltas al asunto. Felicidades y gracias por dejarme leerlo.
ResponderEliminarGracias amigos! lo que quise decir es que si nos "comemos" tanta basura publicitaria terminamos por "tragarnosla". Cuando ella comía a los grandes, pues pensaba en grande...somos lo que comemos
ResponderEliminarGracias por la aclaración Olguita, eso si lo entendí perfectamente, lo que me causó un poco de confusión fue que personalmente no concibo que alguien que ya probó lo gourmet (como dice Tania)de los grandes, pueda cambiarlo por "comida basura"; lo normal, creo yo, sería totalmente lo contrario. Lo importante es que el cuento hace pensar.
ResponderEliminarOrale, Olga, que bien, me gustó y no necesito ver el mensaje, bien, bien
ResponderEliminar¡que veloz!. Me encanta como escribes, es tan palpable.
ResponderEliminar¡A mí me encantó! Y no es que no importe el mensaje sobre el consumismo y la chatarra, pero el cuento está tan bien escrito, es tan original e interesante, que de verdad podría sólo haber sido una fantasía sin trasfondo y me habría parecido, de todas formas, demasiado bueno.
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