LLUVIA ÁCIDA
Olga Contreras
El viejo techo de lámina me anuncia su llegada. Llueve otra vez. Lluvia gruesa, de gota grande. Salgo al jardín, me paro en el centro, con los ojos bien abiertos y viendo hacia arriba, enfrentando cara a cara a mi verdugo líquido, suplicándole que me limpie, que me sane, que me mate de un resfriado aunque sea, pero que con su agua sanadora se lleve todo eso que me faltaba pero que ahora me sobra, me pesa, me estorba, me duele.
La nostalgia traicionera me grita al oído mintiéndome acerca de la verdad del pasado, mientras el otro oído escucha el agónico susurro de la apatía y el pesimismo, convenciéndome que ninguno de mis sueños verá la luz del día.
Las gotas caen, cubren mi cuerpo, se confunden con mis lágrimas y creo que incluso las enjuagan, en una especie de redención sin juicio, sin el aguijón quebrantador de la culpa. Me dejo empapar. Siento como se van borrando sus huellas, las mías y las de las palabras hirientes que tuve que soportar cobardemente toda una vida, la misma vida que quiero que regrese a mi cuerpo, aunque ese cuerpo también va a necesitar un alma, pero de eso me encargo después.
no puedo decirle como me encanta su evolución cuentística, un abrazo
ResponderEliminarOlga: me gustó mucho como amalgamaste la palabra con el momento vivido. Vuelves la palabra y la imagen una. (Daniela)
ResponderEliminarMe gusta muchísimo más que integres la poesía en el texto, a que esté flotando sobre la narrativa.
ResponderEliminarMe gusta mucho la combinación de limpieza y suicidio, o de libertador - verdugo.
¡RELATO PALPITANTE!! Me gusta como te sumerges en la sensación de quebranto, de fin que luego puede ser principio. Maestra, 'que buena su vuelta'
ResponderEliminar¡Fuerte!
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