variopinto

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La Ejecutoria

La Ejecutoria

(Por Gerardo Gálvez)

El documento era claro:

“ Se ordena el lanzamiento del inmueble ocupado por SANTOS GUARCAS TOMAS, del inmueble ubicado en la casa número cinco, del Barrio Norte, Callejón los Girasoles, del Municipio de Panajachel, departamento de Sololá. Si no obedece esta orden acúdase a la fuerza pública a efecto que auxilie al demandado, para la ejecución de esta diligencia”

Santos sintió un escalofrío que le atravesó su cuerpo de cabeza a pies. Un vacio estomacal dentro de su cuerpo y las piernas le temblaron.

El final estaba allí, frente a él .

A pesar de los empeños, las horas extras en la oficina, las humillaciones para pedir paciencia para esperar el pago de su renta, y los constantes cobros de sus consejeros legales para dilatar su situación estaba allí el final…

No pudo decir palabra alguna frente al sudoroso empleado judicial, con su camisa semiblanca mojada en los sobacos del sudor del mediodía. No pudo ver a los ojos al abogado hirsuto, gris, satánicamente de mirada negra. No pudo… evitar que entraran dentro de su casa “ la Fuerza Pública” con sus intimidantes botas negras y sus oxidados fusiles de asalto, en la cintura las plateadas esposas para atar a cualquier “ rebelde opositor “ que la nota firmada por el Honorable Juez Segundo de Primera Instancia del Ramo Civil.

Al fondo de la casa, su esposa recogiendo las fotos de su casamiento, las de sus hijos, el cuadro que juntos compraron en aquel su paseo de la Antigua, tratando de dominar el caos frente a la mirada asustada y confundida de su pequeña hija.

La orden judicial estaba emitida, el fin estaba allí… y estático, ausente, impotente y con lágrimas en los ojos observaba, como su sala, su comedor, su televisión, su refrigerador los colocaban en la calle, mientras los tipos del flete, que en forma misericordiosa había contratado el dueño de la casa.

Y tomaban la vida de Santos, y la echaban sin compasión en la parte de atrás de los camiones.

En la calle vio acercarse a toda prisa a su abogado quien le dijo:

-Ya nos jodieron usté, pero vamos a interponer un Amparo…- En tono frio y apurado. Mientras pensaba dentro de sí, que con esos “ centavitos “ terminaba de pagar su carro.

Santos ordenó sus efectos personales, habló con su madre quien incondicionalmente le ofreció un pequeño cuarto, sacó a su esposa y su hija de allí y pidió un momento para ir a la tienda a comprar un paquete de cigarrillos.

Santos no regresó jamás…

En lugar de ello, los titulares de periódicos dieron noticia de aquel desgraciado que se encontró con el pecho mutilado, con una nota que decía “Me decreto el lanzamiento de mi alma”.

El arte de recordar

El arte de recordar
(Por Tania Hernández)

Todas las casas tienen una estructura emocional esponjosa. Es por ello que tienen la capacidad de absorber los sucesos más importantes, los más intensos que suceden dentro de ellas. En los días soleados o lluviosos, en los que el nivel de humedad nostálgica sube implacablemente, ya sea por tristeza o por deseo, la esponja se contrae y expulsa, de un solo, todos lo que ha guardado, en forma de recuerdos. Mi casa, si bien no es distinta en este aspecto, tiene la particularidad, como su dueña, de tener un cierto tic artístico. Usted entra y la ve vacía de cuadros y adornos, pero solo es cuestión de que se permita un momento de intensa nostalgia para que pueda ver que en realidad está llena de recuerdos. En el dormitorio, por ejemplo, se ha quedado grabada la época más feliz de mi matrimonio. En Jugendstil, por supuesto. No solo el “Jugend”, de juventud, porque éramos muy jóvenes, sino porque nuestra relación gozó de una estética klimtiesca de principio a fin. Hablo de sus cuadros más tiernos hasta los más eróticos. Son recuerdos lindos para dormir y para tener sueños placenteros, aunque a veces el espejo deba descubrirme de madrugada, hecha una copia de la “Mujer Sentada”, embebida en autoerotismo. ¿Qué quiere que le diga? Es que el llanto no es la única manera de nostalgiar.

Y hablando de nostalgia, la sala, donde solía recibir a mis amantes, está ahora decorada, como era de esperarse, en un colorido estilo Bosch. A la izquierda, el paraíso un poco soso, remembranza de mi relación con un biólogo carente de malicia. A la derecha, mi corta incursión en el sadomasoquismo con un músico metalero. Y al centro, el placer puro de la lujuria poética compartida. Quién iba a decir que relaciones tan distintas iban a resultar en un lindo tríptico inspirado en el “Jardín de las delicias”. Y qué delicias, le diré. Más aún con el último. Lástima que tanta vida bohemia le terminó arruinando el corazón. Un ataque y pum, de pronto ya no había más poeta. Triste. Muy triste.

¿Mi familia? En la cocina. No porque seamos buenos cocineros. Dios nos libre de semejante virtud. Más que nada, porque si nos vieran a todos juntos, formaríamos una especie de Naturaleza Muerta. Pavos que se creen muy vivos, pero que se sabe que no levantan ni el pico desde hace algún tiempo. Uno o dos panes de dios puestos en el lugar equivocado. Una que otra frutita que algún día fue apetecible y después de tantas penas anda ya medio descolorida. En fin, me gustaría decirle que Frida Kahlo, pero no llegamos a tanto. Un juego de bodegones de principiante, eso tal vez sí.

Esa es la familia de parte de mi mamá. La de mi papá no la veo desde mi infancia. Una infancia que, puff, horror de horrores. Goya en su época más oscura. Para decirle que la tengo toditita bajo llave en un cuarto oscuro. Padre colérico, tío insinuante, ... . No no, mejor ni hablo de ella, porque después los recuerdos se despiertan y se hacen tan fuertes que logran salir de su encierro. Luego me paso noches enteras corriendo tras ellos para volver a atraparlos y llevarlos otra vez a la oscuridad del olvido, que es donde deben estar.

Así que como ve, mi casa está de todo menos vacía. Y aunque le tenga una especie de aprecio morboso, con todo su legado emocional, he decidido que ha llegado la hora de hacer algo más que recordar. Por eso me llamó la atención este estudio, en esta zona periférica, muy lejos de mi pasado, en una casa nueva, virgen de memoria. Estoy convencida de que solo en un lugar así seré capaz de encontrar el estilo propio que estoy buscando para dibujar el resto de mi vida. Usted, que según veo debe andar por mis años, y debe haber acumulado un numero similar de recuerdos, me entiende, ¿no es así? Entonces, qué dice, ¿me lo alquila?

Amputaciones

Amputaciones

(Por Juan Pensamiento)


Cuando tenía cinco años, debido a la diabetes agravada por testarudez, a su abuela Berta tuvieron que quitarle toda la pierna izquierda. Pero más horrible que la imagen que sin querer vio de su abuela desnuda, así, con apenas un tunquito de hueso forrado de pellejo guango pegado a la vulva canosa, era el llanto de la vieja despiernada: lloraba porque le dolían las uñas de ese miembro que ya ni estaba. Ya de adulto, la sola imagen de esos gritos rabiosos provocados por algo que no existía más, todavía le erizaba los pelos al pobre de Juan Rosario. Nunca desde la amputación volvió a acercarse a su abuela – según él, loca – con gusto ni con cariño. La abuela Berta, mujer agria y seca ya desde joven, lo maldijo varias veces entre dientes por sus desprecios hacia ella, dueña única de la casa donde vivían él y su madre, condenada también desde la concepción clandestina de donde salió el pobre Juan Rosario, siempre malquerido.

Siendo adolescente se hizo a sí mismo la disparatada promesa de nunca sentir algo que no existía, según él para no asustar a los demás. Quien sabe, sin embargo, si por justicia divina o por los malos deseos de la abuela, muy joven terminó como ella y hasta peor: borracho, sucio, maloliente, sentado en el callejón lleno de basura en donde vivía desde que la vieja muerta lo dejó sin nada; así, casi siempre bajo la mirada de nadie, se imaginaba viviendo en la casa majestuosa en la que creció, tomando el té que tan rigurosamente la abuela sin pierna acostumbraba a las cinco de la tarde, cuando en realidad estaba cagando en una esquina. No lloraba, eso sí, porque seguía sintiendo el calor de la casa y de la vida que le fueron amputadas gracias a un Notario como muchos.

Sapiens

Sapiens
(Por Nicté Walls)


Pienso, luego, creo que existo.

Melida me dejó un mensaje en el celular “por qué no te vas a la mierda de una vez pinche cerote” creo que aventé el teléfono por la ventana del depa y luego salí a la calle como loco a buscarlo, esa puta es capaz de hacerme reaccionar a ese nivel tan primario y elemental.

El celular se hizo huevo, y mientras subía los 3 pisos empecé a cantar sin darme cuenta “all the King horses and all the king men…” y me acordé de las piernas de Lorenita, la “miss” que me enseñó inglés y otras cosas en primaria.

Ese teléfono me costó medio salario, no es cierto, gano mucho más que eso y tampoco le gustaba a Mélida que ganara lo suficientemente bien para decirle que se quedara en la casa, me esperara medio vestida y se dejara hacer las cosas ricas que a ambos nos gustaban, pero, la puta no me esperaba y se quedaba con sus amigos bebiendo margaritas y luego llegaba hedionda a sexo casual, mota y cerveza barata con la pintura corrida y los tacones de las botas reventados…

Y yo pajeandome, me pajeaba por horas mirándola dormir como la puta que es, los pechos saltando de la camisa de noche y ese olor a perfume francés mezclado con sus pedos…

Me acuesto a intentar dormir y la veo aparecer otra vez de farra, llena de mota como perra cansada, las tetas flojas sin el push up que les dé forma. Se emputa cuando me ve echado en la cama, y es que ella conoce al cerrajero que me volvió a abrir la puerta del departamento por cuarta vez.

Ella no entiende, realmente no entiende que no puede quitarme el derecho a vivir en la casa que yo compré y yo pago, que desde que aceptó ser mi mujer es parte de mis cosas como este departamento, como los ligueros y los calzones de Victoria’s Secret que le he regalado, como la cirugía que le pagué para que apretara un poquito, que ya estaba bien floja cuando me casé con ella.

Se me echa encima a pegarme con un libro y yo soy más buzo, la domino como siempre, me le monto como siempre, soy un toro bufando y la penetro sin esfuerzo, ella llora y gime, me araña la espalda, puta que delicioso se siente dominarla, aquí si la amarro.

Me dejo caer rendido y ella sale corriendo, supongo que se irá a dormir a la biblioteca, o se bañará, o se preparará un té, o llorará por el teléfono con su cuate de siempre, un hueco cerote que no la puede venir a defender y sólo me volteo, gané por hoy, seguro que mañana será la misma sedita de siempre y hasta me pedirá más…

¡puta!, ¡cerota! Que chingados traés allí?

Un estante se clava en mi cabeza, el otro en mi garganta, tenía sus huevos la putia al final de cuentas, otro golpe y se clava en mi torax, me ahogo y la veo gritando y llorando, me duelen las piernas luego del tercer golpe, ahora me arrepiento de haber comprado esa librera cerota, casi no pesa sin los libros, y el nombre, ¿Cómo se llama? Ahh, Sapiens, ya no pienso, ya casi no existo.

Calor de Hogar

Calor de Hogar
(Por Olga Contreras)

Nunca había sentido tanto calor en la casita. Tan sofocante que sentía que no podía respirar. La misma sensación de estar metida en un temazcal. Cómo le gustaba a él el temazcal, se podía meter horas ahí, yo no aguantaba ni diez minutos- dejó que su mente divagara para olvidarse del calor que la rodeaba, que irónicamente no lograba encender su alma marchita, fría, mancillada.

Su mirada se dirigió a lo que un día fue la habitación –que no era más que una destartalada cama en una esquina- ahora pintarrajeada a la brava (o a la histérica más bien) del color de sus ojos, de cada una de las tonalidades y brillos que tomaban según la hora del día: al despertar, cuando estaba afuera en el sol, cuando entraba la noche y el matiz le cambiaba drásticamente su mirada; como la mirada viva, acelerada, urgente que tenía cuando la amaba a rabiar. Una sombra de lo que quiso ser una sonrisa apareció en la comisura de su boca al recordar que siempre le pedía no cerrés los ojos mi amor, quiero verte. Y él siempre la complacía, aunque sabía que le costaba mucho irse con los ojos abiertos.

Le daba cargo de consciencia tantos platos sucios en el lavatrastos. Él nunca entendió esa obsesión suya por mantener la casita impecable. Total mujer, nunca viene nadie, cual es la jodedera con estar lavando trastes y barriendo el polvo que vuelve a entrarse a los diez minutos. Dejá que se entre el polvo, las gallinas y los chuchos, lo que quieren todos es verte andar así, media desnuda por la casa. Ella sólo se reía y seguía limpiando constantemente su casita, lo que más amaba en este mundo, porque ése era su mundo, un mundo donde ellos ponían las reglas y las quebraban si querían; donde nadie les hacía daño ni ellos le hacían daño a nadie.

Ay, ya nunca llamé a don Micho para que arreglara el flote del inodoro. Ni modo, que se quede así. La ventanita del baño dejaba entrar un chorro de luz por las mañanas, hasta parecía que iba a reventar de tanto reflejo que dejaba pasar; reflejos que iluminaban su cuerpo joven, de piel dorada. Uno de sus placeres gratuitos era verlo –él nunca lo supo- a través de un hoyo en la cortina, y cuando se fijaba bien podía ver como la espuma del jabón se gozaba lamiendo como miles de lengüitas esa piel tan suave. Desde la primera vez que estuvo con él, le impresionó la lisura de su piel, como si se echara crema a diario, pero no, era algo natural en él.

Lágrimas gruesas caían por su cara, pero era tal el calor que no llegaban vivas a su boca. Fragmentos breves, agolpados, desordenados, iban resumiendo historias frente a sus ojos: aquel encuentro inesperado, los hijos que nunca llegaron –Sebastián si era varón y Miranda si era niña-, el anhelado empleo en la fábrica esa; el estruendo que silenció su vida mientras ella le preparaba el almuerzo. El fuego se lo llevó consumiéndola a ella en vida. Desde ese día quiso que las mismas llamas abrasadoras les dieran a los dos el mismo destino. Las flamas comenzaban ya a hacer su efecto, extinguiendo su dolor, llevándola a él. Sí funcionó, ya podía ver sus ojos a lo lejos.