VALIUM
Por Olga Contreras
Amor imposible, el
nuestro. Cuando él quería, yo no podía; cuando él no podía, yo ansiaba. Sus
lazos y mis cadenas, su pasado, mi futuro, nuestro presente hipotecado: todo,
pero todo se amurallaba separándonos y confinándonos en un limbo amoroso. Y la
única certeza era que nos amábamos, pero el tiempo y el espacio y saber qué
ángeles desamorados se confabulaban para evitar los encuentros. La única que no
nos negaba una esquinita para vernos como queríamos era la noche. Así que
comenzamos a vernos en el más íntimo mundo de los sueños.
Al principio yo
soñaba por mi lado y él por el suyo, pero como el buen sexo, todo se fue
sincronizando con la práctica, hasta el punto que conversábamos por horas, nos
amábamos con más intensidad que en la triste realidad y comenzamos a tener
nuestro mundito privado, con nuestros muebles, costumbres, recetas y todo lo
demás que de a poquito íbamos llevando. Pasaron años en la más completa
felicidad dormida.
Cuando él murió, la
soledad me ganó y pasaron meses sin poderlo soñar, ni aún despierta. Veía sus
fotos hasta que se me gastaban los ojos y los recuerdos se me nublaban. Una
buena noche, volvió. Venía algo cansado de tanto buscarme y me reclamó por no
haberlo soñado pues al no hacerlo su alma no me encontraba. Y volvimos a lo
nuestro con la misma pasión y entrega de siempre. A veces se presentaba un
molesto insomnio que dilataba las citas, pero para eso existía el Valium.