variopinto

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Cenicienta

Cenicienta
Por: Olga Contreras

-¿Qué haré ahora? No podré ir al baile, no podré conocer al príncipe y mi corazón soñador me gritaba que algo mágico iba a suceder. Mi padre me dijo que al irse dejaría un hada madrina que me cuidaría por siempre- Cenicienta lloraba y sollozaba lamentándose de su mala fortuna.

Estaba ya media dormida, curtida en sus propias lágrimas cuando la despertó una nube de humo en la cual divisaba a una extraña mujer. -¡Es mi hada madrina! – gritó sentándose en el catre destartalado que tenía por cama.

-¡Huevos que soy tu hada madrina!- Se carcajeó y el humo que salía de su boca producto de los Payaso Cero Grados que fumaba la ahogó por un momento. Era una mujer muy atractiva, de aquellas que no se les puede calcular la edad, impecablemente vestida.

-¿No te parece Tonticienta que ya estás muy grandecita para creer en cuentos de hadas?- le dijo. Digamos que tu papá me mandó para que te diera una buena espabilada. ¿Porqué llorás como condenada?- le preguntó con una buena dosis de ironía en la voz.

-El príncipe hace una fiesta para conocer a las doncellas del lugar y no puedo ir, mi vestido está roto, no tengo para comprarme otro y no me prestarán al chofer para ir a la fiesta, mi vida está acabada- dijo, tratando sin conseguirlo de despertar sentimientos empáticos en su hada madrina, que ahora jugaba con una aplicación de su I-Phone con cara de aburrida.

-¿Por eso llorás? Yo pensé que era algo importante, cómo que te hubieras dado cuenta que eras la hermana perdida de las Torres o que tu verdadero padre era Erick Álvarez. Pero tu problema es fácil de arreglar…

-¿Me crearás un vestido hermoso, dorado con rosas bordadas?- la interrumpió Cenicienta con los ojos en blanco de la emoción.

-¡NO! Te voy a llevar a la Megapaca para que escojás algo y de allí mismo tomás el Transmetro para la fiesta. En serio que sí necesitabas de mis favores. ¿Y quién usa un vestido dorado con aplicaciones? Tenés que ponerte algo moderno niña, algo que te quede bien, un vestido que diga ¡Ya vine!, que haga que el dichoso príncipe voltee a verte.

Cenicienta no podía estar más confundida, pero no tenía otra opción y la mujer hablaba con tal seguridad que la contagiaba.

-¿Estás segura que así podré hacer que el príncipe me conquiste y venga a mi rescate?- se atrevió a preguntar.

-Mirá niña, vamos por partes. ¿Querés que el príncipe te conquiste? Se conquista a alguien más débil, inferior, generalmente a la fuerza. ¿Y por qué te va tener que rescatar alguien? Entiendo que tu vida esté mal, hecha pedazos, que parecés martillo porque del cielo te caen los clavos, pero no podes quedarte sentada llorando tu suerte esperando que alguien se apiade de vos y te saque de aquí, mamita… no fregués. Y te voy a decir un par de cosas acerca de los príncipes: yo he tenido mis queveres con un par, y creéme que no son nada del otro mundo, son finos, hijos de mami, no saben hacer nada ni se dejan hacer nada, son aburridos, llenos de complejos y tarde o temprano te van a sacar en cara que ellos son superiores, que te sacaron del arrabal, que tenés que estar agradecida que se fijaron en vos que eras una flor de barrio pobre. No, eso no es para vos niña. Pero, si vos lo querés, pues te cumplo tu deseo y te pongo linda para que vayas a ver si se te hace o no.

Cenicienta se miraba bella con el moderno vestido escogido que la entallaba justo en los lugares deseables y el maquillaje resaltaba su belleza. Tan bella estaba que la madrina se apiadó de ella y la mandó en un taxi a la fiesta. Si la mando en camioneta, mínimo la violan.

Cuando despertó en aquellos brazos que la habían hecho mujer, se sentía en las nubes. Sí había pasado algo mágico después de todo. Luego de bailar por horas con el príncipe que resultó ser soso y con una boca que apestaba a muerto, le presentaron a una de las infantas. El clic fue inmediato, hablaron por horas, caminaron por los jardines de palacio y esa misma noche tuvieron varios finales felices. Y lo mejor de todo: sus vestidos y las zapatillas eran de la misma talla.

Tuve un hada

Tuve un hada
Por: Fabiola Arrivillaga

Tuve un hada. Platicábamos de formas distintas. Ahora que soy mayor, reconozco que era algo físico, que ponía mi corazón a latir en armonías distintas, mi garganta a vibrar en amplitudes y frecuencias por completo improbables, mi cerebro a navegar.

Tuve un hada, y creía. Aunque no consigo recordar su nombre, o talvez no lo tendría en el idioma de los humanos. Pero recuerdo la emoción que la rodeaba y que se me contagiaba completita. Y creo que vivía una mejor vida cuando aparecía por mi hombro derecho y se columpiaba en mi arete de barro.

Tuve un hada, y me salvaba de mi misma y de todos. En los momentos horrendos de las horrendas guerras de los adultos, las pequeñas y las grandes, las más y las menos devastadoras, mi hada me tomaba por el meñique y me hacía viajar por los aromas de las flores, del mango maduro, del pino y el pinabete, del agua de mar; y me encaramaba a lo alto de las cumbres, me llevaba hasta la “Puerta del Diablo” para despedir las almas de los desaparecidos, no con nostalgia, sino con la belleza y la alegría de las rosadas puestas de sol en el horizonte. Me hacía mandar a volar los temores y los golpes y los gritos: fabricábamos avioncitos de papel con los billetes sangrientos de los asesinos, para olvidar, para olvidar por siempre...era mi hada del olvido.

Tuve un hada, y me hacía reír a pesar de las tragedias. Volvíamos de las expediciones patinando sobre la huella de mis carcajadas. Pasados los ochentas, y los noventas, me rescataba para volar hasta las copas de los árboles para burlarnos del consumo inconsciente y para escuchar la música divina de la lluvia que caía suavemente de las nubes algodonadas – que realmente son sólidas, no gaseosas, como descubrí en esos días. También lloramos juntas los golpes del desconsuelo, de la ignorancia, de la destrucción, y también nos consolamos.
Tuve un hada, y la heredé llegado noviembre del año dos mil. Entonces una niña-hada la necesitaría más. Llevan diez años juntas y no se si mi hada de otros tiempos todavía me recuerda. Su melodía, sin embargo, canta en mi hija.