Temas para cuentos de junio
Guion
Orgasmo judicial
"...Sonata para un buen hombre..."
La vida transcurre, hay días en que no observamos y siempre hay alguien observándonos. El dolor también engrandece, la solidaridad aún es posible. La sensibilidad de escuchar y conocer, de identificarnos con los otros.
La cueva de los percebes
Pero las tres olas no venían. Parecía que de pronto había llegado la bonanza y el mar se había quedado parado. Como una balsa, planchado, quieto a punto de quedarse dormido.
Yo los miraba desde las rocas negras de la orilla. Hasta sus gritos parecían haber cesado. Dejaron los pies flotando y el fondo blanco de las piedras llenas de sacabocados parecía estar tan cerca que les rosara. Pero yo sabía que no era así, que una vez intenté llegar hasta él y no pude. Fue entonces cuando se les ocurrió meterse en la cueva debajo de donde yo estaba. La entrada era fácil. Se sumergían y ya dentro había una cámara de aire en la cerrada cueva. El agua les llegaba por la cintura y desde allí dentro, el eco de sus voces chapoteando, salpicándose el agua, salía por el bufadero que había a mis pies.
El mar comenzó a despertarse, como si hubiera echado una siesta. Se desperezaba en pequeñas olas, que cada vez se hacían más grandes. Y ya llegaban las tres burras. El nivel dentro de la cueva subió en pocos minutos. Ahora el agua entraba en la cueva y no se vaciaba. Parecía que no evacuaba al retirarse la ola. Yo dejé de escuchar su algarabía a través del agujero de mis pies.
Salté de cabeza. Esta vez casi llegué al fondo. Me sumergí para entrar en la cueva. Allí estaban, con los ojos como chopas, mirándome sin saber qué hacer.
-Ya les dije que no entraran en la cueva, ¿ustedes son guanajos, o qué?
Los niños parecían estar menos asustados que las niñas, pero era sólo apariencia. Habían intentado sumergirse y salir de la cueva. Pero el empuje de la marea era tan fuerte que los volvía a meter para adentro.
Los puse en fila y uno a uno los fui acompañando a la salida. Los empujaba y los dejaba una vez fuera que siguieran nadando solos a la superficie. Luego yo regresaba a por otro. La última era la más pequeña. Pensé que sería la que menos me costara. Pero cuando le decía que cogiera aire, que se hundiera, se quedaba flotando. Dando a sus a manos y a sus piernas que parecían ser insumergibles.
Pensé que era por el cansancio. Después de los diez viajes, estaba agotado. Porque intentaba empujarla al fondo y tampoco podía. Era un inmenso trasatlántico incapaz de abandonar la superficie. El agua había continuado subiendo y a ella ya le llegaba por los hombros. Ahora el asustado era yo. No podía dejarla allí, y no entendía la resistencia de su cuerpo a descender. Tampoco podía ir a buscar ayuda, tardaría demasiado.
Fue entonces cuando miré arriba. Supongo que rogando al cielo. Que allí no era tal, si no una inmensa cúpula llena de percebes. Y vi el agujero por el que pronto saldría el agua. Y si nosotros no nos espabilábamos, también acabaríamos saliendo a toda velocidad en medio del chorro de agua del bufadero. Pero ¡claro!, ¿cómo no se me había ocurrido antes? La chiquilla era tan flacucha que fácilmente podría salir por allí. Pero yo, estaba claro que no. Aunque no era un tipo corpulento era bastante ancho de hombros y me quedaría atorado como un tapón de corcho a medio salir. Ya pensaría algo para mí. La subí a mis hombros al tiempo que gritaba para que los otros se asomaran. Hicieron una cuerda con las camisetas y la asomaron por el hueco. Desde la altura a la que la había colocado perfectamente lograron cogerla. Y entre lo que yo empujaba y ellos tiraban, por fin sentí que ya no tenía su peso en mis hombros, hasta donde ya llegaba el agua.
Ahora la presión en la cueva era aún más fuerte. Pero aún así, me sumergí y me aferré a las piedras. Estaban llenas de sacabocados. Por una parte, impedían que mis manos se resbalaran. Pero por otra me cortaban. Por algo llevaban ese nombre.
Sentí que salía de ella no porque viera el final. Sino porque en medio de la blancura espumosa, palpé que el fondo descendía. Y porque la presión que me empujaba, cesaba. Con la poca fuerza que me quedaba nadé a la superficie. Me pareció lejana. Casi imposible de alcanzar, hasta que de pronto me vi con el aire en mi cara. Hacía diez años que no entraba allí. Desde aquella vez que Nono nos sacó a todos. Me dije entonces, que por nada del mundo volvería a entrar.
Me había equivocado.
El dios del hígado
Cargos de conciencia
Relato ficticio de una tarde petenera
Ana y Mía
Los días pasaron y no podía ingerir más que agua, enormes vasos de agua con hielo para calmar el fuego de sus entrañas , a veces podía tomar un poco de queso o una galleta dura y masticarla por hacerlo, sin sentir el sabor, concentrándose en el mecanismo de sus mandíbulas.
El yogur se llenó de pelos en el refrigerador, las fresas se cubrieron de moho blanco, la botella de vino le supo a vinagre...
Lo único que podía tomar era jugo de tomate con limón y chile, mucho chile, hasta que la lengua ardía y el dolor real la hacía flotar sin peso por la habitación, eso y una cerveza amarga como sus sueños ocasionalmente.
Bajó de peso, se puso lenta y perezosa como no lo había sido nunca cuando era gorda, cambió de color y dejó de hablar y de sentir.
Él la invitó a desayunar, la tentó con sabores comunes y corrientes, el buffet americano no la sedujo, ni el queso chancol, todo sabía a recuerdos, a desayunos felices y a traición, no quiso volver a hacerlo, no estaba lista para recomenzar con vieja comida.
Fué hasta que ellos encontraron la llave, la llevaron a ese lugar donde los sabores no recordarían nada, se dejó seducir por la deliciosa combinación de cosas que antes no le gustaban tanto, y empezó a sentir despertar sus papilas y volvió a comer.
Se volvió adicta al lugar, a ir a horas precisas y sentir la vida llenar su boca de sabores nuevos y emocionantes, entonces comprendió que debía perder el miedo a lo nuevo, y cuando levantó los ojos en la mesa, Mía estaba allí...
No sólo de pan vive uno
Ese día en particular se hartó de comer. No era que no tuviera hambre, si andaba puro perro pequeño. Simplemente ya no se le antojaba nada de nada: ni pan, ni galletas, ni huevos, ni carne, ni vegetales, ni pasta, ni cereales, ni yogurt, ni queso, ni tostadas, ni chiles rellenos, ni revolcado –un buen revolcón sí, pero es otra cosa- ni pepián, ni tacos, ni ensalada, ni pizza, ni pollo, ni peras ni peros. No podía tragar bocado, sólo el agua le pasaba, pero las tripas bien que silbaban y hasta aullaban. Desesperada de no saber qué hacer, ni el porqué de esta rara condición se metió a la boca un poco de grama y nada; probó con jabón y menos; siguió con tierra, lodo, pintura hasta que se comió un pedazo de hoja de papel bond que le supo a gloria, lo masticó y lo tragó y otro más y siguió hasta terminar con medio ciento de hojas. Jamás se había sentido mejor, hasta bien le cayó para el tránsito lento, qué Activia ni que ocho cuartos. Al día siguiente le entró con fe a unas hojas de cuadrícula con problemas de álgebra a medio resolver. Pero cuando se comió las matemáticas cayó en la cuenta del efecto que comer papel tenía: el día que comió hojas en blanco pasó el día en blanco, sin poder pensar, sin poder concentrarse; pero al engullir la sabiduría de Baldor logró vislumbrar la importancia del pensamiento racional para la vida y pudo finalmente y de un sólo tajo resolver varios problemas pendientes usando unas formulas que ahora le parecían simples.
Así que se volvió melindrosa y rigurosa con la nueva dieta. No se metía a la boca nada menor a un premio Nobel o Pulitzer y cuando quería darse un gustito para salir del régimen -o cuando tenía una cita especial y dependiendo del fulano- pues mojaba con el té de la mañana desde las revistas Pimienta, algo de Henry Miller, Anaïs Nin o Madame Bovary.
Esos tres años fueron los mejores de su vida. Nunca fue tan popular, tan buscada para consejos, tan deseada, tan anhelada su compañía. Ni modo, si literalmente se había convertido en una especie de Google con piernas y dicho sea de paso, sus piernas nunca estuvieron mejor dada la cantidad de proteína que ingería diariamente.
Tanta tertulia y conversatorio a la que era invitada, todo ese hablar y opinar, ir y venir cobraron su factura. Estaba agotada y decidió que lo mejor era irse unos días a un spa para reponer fuerzas y meditar un poco. Para su descanso empacó a Nietzsche, Jung, Asturias, Cervantes; pero no contaba ella con que los de la línea aérea perdieron su maleta y prometieron llevarla en el término de un día. Al llegar al spa se encontró con que sólo había revistas de moda, ni siquiera periódicos pues no querían que los huéspedes se estresaran con la realidad mundial.
-¡Bueh! -pensó- con un día que coma comida chatarra no me voy a morir.
Y muerta del hambre como estaba, comenzó a devorar las páginas llenas de tests de personalidad, recetas para ser una amante perfecta, cómo tratar a los hombres, qué llevar en el verano, pilates para un cuerpo esbelto, la dieta de la piña, la dieta de la sopa, mesoterapia, botox; los chismes de farándula; cómo vivir como los ricos y famosos, caprichos de la realeza; cómo atrapar a un hombre en 14 días, tips para lograr la felicidad, cómo quemar grasa sin esfuerzo. Al día siguiente, lo mismo, y después también. Su maleta no apareció y la semana transcurrió entre la vida y milagros de Brangelina, la boda real y cada ridículo detalle; qué traje usar según el tipo de cuerpo; cómo maquillarse para verse 10 años menor y 1001 tabúes de la cama.
Ya de regreso en casa, se fue a encontrar con su maleta y la abrió casi arrancando el cierre con ansiedad y desesperación. Tomó un par de hojas de Nietzsche –como tomando un remedio desparasitante- y le supieron raro, más bien le supieron a rancio; no soportó aquel sabor y paró vomitando al puro estilo de la Beckham.
Tomó las llaves de su carro y como alma que lleva el diablo fue hasta la farmacia más cercana, le urgía una Cosmopolitan para quitarse el mal sabor que le había dejado el libro ese.
Tiempo sur
A la hora de la cena, no quedaba nada que echar en el plato. Cogió la cuchara y se tragó el aire. Era seco. Venía cargado de tierra del desierto africano. Del Sahara.
Igual había traído una langosta, o millones, pero ninguna había caído en el. Era seco y raspaba, pero como no había otra cosa, y aún tenía hambre, repitió
Su primera vez
Treinta y dos minutos después Ana está lista; se para frente al espejo para revisar su lencería por última vez, termina, sube la vista y se encuentra con sus propios ojos que la observan, se siente señalada por ella misma, da un largo suspiro, dibuja en su pecho una cruz, toma la perilla de la puerta y se detiene justo antes de terminar de darle vuelta para abrirla.
Luis rápidamente vuelve la cabeza en dirección al baño, cree haber escuchado que abrían la puerta pero no. Hace un movimiento de negación y desesperación con la cabeza y vuelve a cambiar de canal.
Ana no sabe exactamente qué la hizo detenerse pero su mano experimenta una rara sensación de frío. ¡Fría!. La perilla está fría; el baño está lleno de vapor y perfume pero la perilla sigue fría. Esa es la mejor descripción de la noche anterior.
Luis lleva media hora cambiando canales. Se había desnudado en menos de un minuto y nunca imaginó que aquel ahora vuelvo significaría tanto tiempo de espera. Con las manos entrelazadas detrás de su cabeza aprovecha a examinar su presentación: huele la axila derecha y arruga la nariz; confirma con la axila izquierda y sí, arrugar la nariz es la mejor reacción. De mala gana decide bajar los brazos, después de todo él siempre ha sido muy considerado con ella y no sería apropiada esa primera impresión (unos minutos después no importaría, el olor a sudor sería algo normal).
La noche anterior Doña Ana, su mamá, espero a que todos se fueran a dormir para poder hablarle a su hija. Entro en el cuarto, se sentó a mitad de la cama y le empezó a hablar de sexo. La luz estaba apagada por lo que Doña Ana no pudo la expresión de horror de Ana; jamás le habían hablado de sexo en sus diecisiete años. Sólo hay una primera vez mija y lo mejor es que vaya bien sabida – fue su despedida junto con una palmadita en la cabeza.
Luis se aclaró la garganta asegurándose que Ana lo oyera. Ya se había terminado el resumen deportivo y estaba desesperándose.
Ana escuchó a Luis y un escalofrío, de esos que tanto odia, le recorrió por todo el cuerpo. La noche anterior también le había dado uno justo cuando, antes que su mamá saliera del cuarto, tomó valor y dijo “mama”- Doña Ana se detuvo en espera de lo que diría Ana- “tengo miedo mama”. Sin voltear Doña Ana respondió “tranquila patoja, así me sentí yo también” y cerró la puerta dejando a Ana sola en la oscuridad. El frío en su mano era la mejor descripción de cómo se había sentido toda la noche: todo alrededor parecía estar de fiesta pero ella se sentía fría, ajena. Conciente de estar frente a una puerta que cambiaría su vida no tuvo más remedio.
¡Al fin! –Pensó él apagando la televisión y tirando el control a un lado.
Ana de pie a dos metros de la cama intenta dibujar para Luis su mejor sonrisa pero solo le sale una mueca rara. Luis lo último que veía era su cara, ésa la conocía de sobra, lo que no conocía era su cuerpo así que se movió en la cama hasta que la luz que salía del baño quedó detrás de ella y las transparencias fueron más obvias. Ana se dio cuenta e instintivamente pensó en apagar la luz pero no lo hizo. Luis no dejó de verla con más deseo en su mirada, Ana lo vio y sintió una especie de fuerza que ella no conocía. Sorprendiéndose a ella misma separó un poco las piernas para que la luz hiciera transparente un poco más allá. Luis está fuera de sí. Ella jamás había experimentado esto, encoge un poco su hombro derecho para dejar que el fino tirante de su hombro derecho caiga hasta su brazo, este sencillo movimiento parece haber despertado en Luis instintos casi salvajes, parece un león enjaulado donde los límites de la cama son las rejas de la celda. Ana es conciente de un cambio en el ritmo de su respiración que se hace cada vez más involuntario, no entiende qué le pasa pero le encanta la sensación, da dos pasos hacia adelante. Luis la alcanza con las dos manos y suave pero firmemente la sube a la cama.
Diecinueve minutos y Ana ya está lista; antes de salir del baño limpia con una mano el espejo empañado, no lo necesita, hoy no se va a pintar, solo busca su propia mirada, a ella misma. Se ve fijamente con ojos de total satisfacción. Sonríe se guiñe un ojo abre la puerta, se da cuenta que la perilla sigue fría…pobre perilla.
Monologo de la lápida
Estoy como custodio revestido de bronce con adornos. Permanezco cada día y noche, exhibiendo colochos barrocos en cada esquina de mi rectángulo tenebroso. Sostengo toda la podredumbre que podría de repente escapar de la angosta abertura. Aunque las letras que tengo tatuadas en mi superficie se encuentren grabadas en letra de mano, en estilo caligráfico “Celeste de Espada” , guardo los secretos oscuros y claros del pasado. El tiempo pasa en mi, en estaciones, en cortejos, en visitas los primeros de noviembre en donde se lustra mi superficie quedando brillante año con año.
Soy un testigo incuestionable del dolor de la despedida, la sonrisa mórbida del adversario que presencia a su enemigo bajar a su aposento eterno, o de la doliente amante que reposa su ofrenda al que secretamente amo a espaldas de su viuda, con su conocimiento o sin él .
Escucho, a veces, el lamento de mi prisionero, tratando de enmendar los errores cometidos, las decisiones mal tomadas, los besos no dados, las oportunidades omitidas, y sonrió: Este lugar es el menos indicado para arrepentirse.
Conozco el final del tramo, el valor de la despedida, el sentido de la palabra no dicha en su tiempo, y de la lágrima que nunca salió de los ojos. Me vuelvo parte de la profecía del “ Polvo eres” y en las noches miro huir esas partículas de la soledad del cementerio.
Me sé de memoria el rito final de los albañiles que de forma tediosa, monótona, inoportuna y dolorosa, tiran la mezcla con sus rusticas palas en las tumbas, y como matan su indiferencia con los octavos y las bolsas de pegamento que consumen, cabal, atrás de la tumba que vigilo.
La igualdad permanece aquí, como una neblina presente, constante, recordatorio absoluto que las clases sociales no existen entre muertos y almas .
-Acércate, lentamente, acércate, para ver si en mi frente no esta inscrito tu nombre.-
Desde afuera
Miradas que matan
Mis manos teclean palabras al azar, muy poco pensadas, repetidas, vacías de significado. Trato de escribir un cuento de miradas y tengo grabado en mi mente el par ideal de ojos para poder escribir todo un tratado. Pero no puedo. Mi propia mirada interior se va, divaga y piensa en esa otra mirada: en la mirada que sí es capaz de matar y en las manos macabras que lo hacen; ojos de muerte que cuchillo en mano van cegando miradas temerosas, que con ojos, bocas y con el retorcer de sus cuerpos claman piedad, sin encontrarla. Miradas desesperadas de padres al saber que con su vida se va el sustento de los que dejan atrás. Miradas tristes de hijos que comprenden el martirio que ahora vivirán sus madres. Ojos punzantes de madres que ciertamente ven el futuro incierto de sus crías.
¿Cómo puedo concentrarme en tus ojos que me ofrecen el infinito? ¿Cómo poder pensar en esas membranas de profunda dulzura que me despliegan la elocuencia que tu boca encubre? ¿Qué palabras puedo usar para explicar que he dejado media vida tratado de alejar mis ojos de los tuyos por miedo a quedarme fundida como la mujer de Lot? ¿Podré describir de alguna forma que busco y rebusco pero no encuentro razón para dejarte a un lado?
Lo siento, el cuento sobre tus ojos, sus matices, su obra y su influencia en mí deberá esperar. La realidad de esas miradas malditas y maledicentes me abruma.
Miradas
Recién aprendió a caminar, mueve la colita con felicidad. Sale de la caja y olfatea todo lo que hay a su alrededor. Camina por debajo de la mesa de la sala de estar, se tropieza con una bola de lana, levanta la cabecita, arrastra un poco las orejas, y se encuentra con esa mirada color cielo, brilla cada vez que se acerca. Arrastra las patitas y rasguña la alfombra. Arggghhhh , arggghhh, argghhhhh….quiere llegar hasta sus pies, subir las patas y escalar, intentará morderle la oreja, le dará lengüetazos, le hará creer que es el ser más maravilloso de la tierra.
Esa, esa es la mirada que me gusta, la que haces cuando me vez, eres una ter nu ri ta. Tus ojos se parecen tanto a los míos, celestes, como el cielo, se que logras ver las vetas que se forman, es cuando me cambia la tonalidad en los ojos, como cuando te veo. Heeeyyy cuidado con la bola de lana, no te vayas a tropezar, mira como arrastras las orejas, que linduraa.
Falta poco para llegar, seguiré moviendo la colita –máxima expresión de felicidad- y ahora hace esa mirada como queriéndome decir que soy lindo y que le doy ternura. Falta poco, los mismos zapatos, ese olor, ahora verá…
Ven hermoso,
¿Quieres que te cargue? Cuidado, me lengüeteas toda, el arete, cuidado, me muerdes, voy a bajarte.
No, nooo, no me bajes, tengo que morderte, ¡no me mires así! Se que estuviste con otro, ese olor no es miooooo.
Amnesia
Todo comenzó el día del accidente. ¡Es que yo quería al viejo traste ese con un amor casi vehemente! Era mi primer carro, el que me compré después de dos años de trabajo. Talvez no era de agencia, talvez llevaba más kilómetros de la cuenta, pero yo igual lo llenaba de cuidados, como si fuera una criatura. No, talvez no fue el día del accidente sino un poquito después, aunque no puedo acordarme.
Cuando desperté me sentía fuera de este mundo y por alguna razón que no comprendo, había perdido la capacidad de verme. Fue hasta que sentí aquellos dedos ásperos sobre mí que advertí en lo que me estaba convirtiendo. Una llave de tuercas, eso era yo. Una simple y tosca llave de tuercas. El aturdimiento me robó la conciencia, así que fui dócil al dejarme manipular para desarmar a saber qué cosas; recuerdo el aroma a aceite y gas, recuerdo la música tropical en la radio, recuerdo los pósters de mujeres medio desnudas...sí, fue por eso que lo supe aunque, de nuevo, no lo comprendí. Era un taller en donde estaba, sin la fuerza y voluntad para huir.
Perdido en mis cavilaciones, fui colocado sobre una hoja de periódico en el banco lleno de grasa y me quedé, de nuevo, profundamente dormido. Un golpeteo repentino me devolvió a la razón, aunque yo ya no era llave, sino tuerca. O talvez tornillo, no me acuerdo. Los mismos dedos ásperos me presionaban y me giraban y me atoraban con otra cosa – un tornillo o una tuerca, no me acuerdo. Ahora la angustia me tomó por completo, mezclada con el vértigo de tantas vueltas. Me mareé y, de haber tenido estómago, seguramente habría vomitado. Pero no tenía, ni eso, ni cara, ni piernas, ni pulmones. Era una tuerca. Una tuerca. Sólo una tuerca. Me repetí las mismas palabras mientras giraba sin control, hasta perder el sentido.
Cuánto tiempo pasó, lo recuerdo aún menos. En algún momento desperté otra vez, pero ya no era llave ni tuerca, sino wipe. Wipe o esponja, ya no me acuerdo. De lo que sí me acuerdo era de la suavidad de la superficie sobre la que me paseaba y del olor a almendras que se desprendía de una lata de cera. La misma mano áspera de antes ahora me tomaba con delicadeza y acariciaba algo, no sabía bien qué, con devoción y ahinco. Por un instante me colocó, otra vez, sobre otra hoja de periódico en el banco limpio, y durante esa pausa pude leer lo que allí estaba impreso. Un accidente, un Datsun 78 destrozado, un muerto: el piloto. Un Datsun 78 color crema, sin más víctimas.
A media lectura estaba yo y la mano me alzó y me condujo hasta donde me usaría. Entonces supe: era mi carro, ¡mi carro!. Y fue el primer instante, después de tanta confusión, en el que me sentí feliz. Recordé la sensación del golpe, el dolor que desapareció pronto, el sonido del hierro al impactar el muro. Todo volvió a mi memoria. No, no, no, no era wipe, era esponja, aunque bien, bien no me acuerdo.
Marlene
Marlene
Por Tania Hernández
A Marlene la conocí en el taller de capacitación al que voy los lunes, miércoles y los viernes. Ella va a dejar a Beba en las mañanas y a traerla en las tardes. No, no se llama Beba de verdad, pero así le dicen todos. Se llama Bárbara. Y su mamá se llama Marlene. Es una señora muy bonita. Se parece a una de esas actrices de las telenovelas que veo con mi mamá todas las tardes. El pelo negro le llega hasta aquí, hasta la cintura. Después del curso, yo me siento cerca de la puerta para esperar a mi mamá, y veo cuando llega por Beba. Yo antes me ponía rojo, a saber por qué y ni la miraba. Casi que metía la cara en la hoja del cuaderno donde tengo mis dibujos. Me gustaba mucho dibujarla. Todavía me gusta. Aunque no me salga tan bonita como es en la realidad.
El otro día, la Beba se tardó en salir. Marlene llegó allí donde yo estaba sentado y me preguntó que qué estaba pintando. A mí me daba vergüenza enseñarle, porque esa vez también la estaba pintando a ella, pero ella agarró el cuaderno y lo vio y me dijo que estaba muy bonito lo que estaba dibujando. Me dijo que era un artista. Yo me reí, porque pensé que lo estaba diciendo de chiste. Pero quesi no, me dijo que era en serio. Me dijo que a ella también le gustaba pintar, pero que no lo hacía tan bonito como yo. También me dijo que tenía una hija que era como yo. Yo le dije que sí, que sabía que Beba era su hija, pero que no era como yo, porque ella hacía corte y confección y yo panadería. Ella se rió, a saber por qué, y dijo que sí, que tenía razón. Y yo también me reí, pero porque tenía mucha vergüenza de hablar con una señora tan bonita.
La Beba no llegaba, yo creo que porque tenía examen ese día. Y mi mamá se había atrasado. Después me contó que era porque el dentista se había tardado mucho. Entonces estuvimos platicando, Marlene y yo. Yo le pregunté si ella era maestra, como mi mamá. Y ella me dijo que no y me preguntó si yo sabía qué era una puta. Yo le dije que sí, que así como la novia de mi papá. Le conté que mi mamá me había dicho que eso es lo era. Aunque ella me dijo a mí que trabajaba en el laboratorio con mi papá. Pero mi mamá dice que no le tengo que creer nada de lo que dice. Yo no sé, yo digo que tal vez puede ser las dos cosas. De todas formas mi mamá dice que putas hay en todos lados.
Marlene se reía. Yo le pregunté por qué se reía tanto, y me dijo que nunca había oído a nadie que dijera tantas verdades en un solo ratito. Y que eso la ponía alegre. Me dijo que yo era muy simpático y que le gustaría que las llegara a visitar un día, a Beba y a ella.
De allí llegó Beba y se fueron. Después llegó mi mamá. Yo le pregunté a mi mamá que si podía ir un día a visitar a Beba y a su mamá. Ella me dijo que sí, que le alegraba mucho que yo, por fin, tuviera amigas como yo. A mi mamá también le tuve que aclarar que Beba no está en mi curso. Pero no le dije nada de lo que hace Marlene. Ya sé que a mi mamá no le caen bien las putas, y si le decía, tal vez no me dejaba ir a su casa.
Soñaba que soñaba
Soñaba que soñaba
Por Daniela Sánchez
La misma hora siempre, el reloj marca la misma hora, mi cabeza está recostada sobre mi hombro derecho, y el reloj marca la misma hora… Siento un sopor, cuento de atrás para adelante: 35, 34, 33, 32, 31, 30…. Cierro los ojos y los abro rápidamente, la misma hora… se escucha un avión pasando, veo el cielo, las nubes intentan reflejar figuras, siento el viento en el rostro.
Abro los ojos, una mirada me observa atentamente, un ojo traspasa el mío, me veo. Se me duerme el brazo, una mano lo levanta a la altura del hombro, siento cosquillas, el brazo regresa a su lugar. Bajo la cabeza y veo mi vestido, esos vuelos no me gustan, qué estaría pensando al despertar. Recuerdo, volteo el cuello y el reloj, marca la misma hora…
Estoy recostada sobre una camilla fría, ojos siguen observándome, sonrío, es a mí a quien observan, de nuevo se me durmió la mano, esta vez no hay nadie para ayudarme.
Cierro los ojos y siento que estoy en un mal sueño, intento despertar y no lo logro. Abro los ojos y de nuevo, me observan. Me incorporo, hay un espejo grande, grande.
Me recuesto nuevamente, intento ver el reloj, lo han quitado de su lugar. Se escucha música clásica y todo está limpio, las batas son blancas, blancas, blancas, como una flor. La luz sobre mi cabeza es fluorescente, pienso que hoy serán tres. Me dejo llevar por la cadencia de la música y cierro los ojos. Siento sus miradas sobre mí. Entiendo que no deciden por dónde empezar, fui explicita desde el principio, todo natural.
Me parece que es la hora… no siento nada.
Ha pasado un día y una noche.
El Taller
El hombre de contextura delgada y alrededor de 6 pies de alto apresuró el paso, había hecho su oración matinal, y estaba un poco más nervioso de lo común. Abe llegó temprano al taller. El lugar era simplemente una vieja bodega en Queens, habilitada para ser un taller de automóviles, abrió la puerta y se encontró con música de The Pixies, sonando a todo volumen. – El idiota de Al.- Pensó Abe, la música de su compañero le desesperaba desde que habían iniciado los trabajos juntos.
El señor “K” recibió una llamada desde Langley. Estaba bañándose cuando sonó el teléfono, así que tendría que volver a llamar, marco el número, acompañado del protocolo adecuado. Una voz aguda se oyó del otro lado del teléfono: -¿Dominus?- Pronuncio la voz femenina. “K” respondió pausando la voz y leyendo la clave del protocolo: -R, 3, A, 9, B, 6, Nicea…- hubo una pausa que duró unos segundos: -Le comunico.- Dijo la voz femenina. – El teléfono resonó con fuerte acento sureño -¿”K” están hechos los arreglos?- “K” suspiró, pareciera que lo toman por un simple novato y no un profesional. –Están Hechos, hoy al medio día estará el automóvil en el lugar pautado.- El hombre al otro lado de la línea colgó el teléfono, mientras “K” miraba el reloj.
El taller se miraba aún más inmenso de lo que era. Tan solo un auto Pontiac azul en el espacio. Dos hombres con trajes de trabajo blancos hacían labores en el automóvil, arquitectura, medicina, química, mecánica, física: los elementos ordenados de ciertas maneras hacen que ciertos fenómenos ocurran.
Al era un tipo bajito, y se veía más pequeño a la par de Abe.
Sus facciones eran bastante finas el pelo un poco despeinado y unos ojos azules y expresivos. Tanto el, cómo Abe habían tratado de llegar a este día solo para afinar algunos detalles en el Pontiac, en general todo estaba listo.
El desayuno es clave en la alimentación, la maldita costumbre inculcada por su madre “K” había tenido que desayunar en lugares inhóspitos, comidas inimaginables. Se vio en el reflejo del vidrio, sonrió al ver la barba negra que lucía, y pensó en comprar el Play Station 3 para el pequeño Dave. Pero eso podría esperar.
Cerraron el Capó del carro. Abe y Al se estrecharon en un abrazo. Se miraron con lágrimas en los ojos, habían estado juntos por casi toda la vida. Al (Alí) le dijo en árabe a Abe (Abdul)
–Reza conmigo.-
Las dos voces sonaron al unisonó:
-Allahu Akbar, Allahu Akbar, Allahu Akbar Fauqua Kaidi L'mutadi, Allahu Lilmazlumi Hairumu'ayyidi…-
La oración se confundía con el sonido de la música de The Pixies:
Manhattan estaba un poco más llena de gente, el trafico acorde a las muchedumbres que llenaban las calles, mañana seria 4 de Julio. En la ciudad se preparaba para los festejos. “K” manejaba su automóvil con el pensamiento puesto en los dos físicos nucleares; islámicos, chechenos. Habían sido escogidos años atrás, ambos muy niños, sus padres muertos en la guerra por el ejército ruso. Se había dispuesto desde Langley su educación para guiarlos desde el college hacia la ingeniería nuclear. Los dos muy rubios, pasarían fácilmente por un norteamericano más, no despertarían sospechas. Solo “K”, y alguien en Langley sabrían la verdad.
Para ellos Al y Abe “K” era un Sheik, quien estaba organizando atentados contra la atea Rusia.
De todas formas los organizadores de lo que estaba por ocurrir se habían asegurado desde el principio que no perdieran su religión, que alguien desde lo más extremo del Islam estuviera aconsejándolos, guiándolos. Y esa guía fue “K” seis años recitando el Corán, al par de chicos, personificando algo que no era.
Ese fue siempre su trabajo solo se distanciaba seis meses del año, ellos pensaban que “K” peregrinaba a la Meca, y predicaba el islam en países de medio oriente… el agente se distanciaba seis meses para lograr que el pequeño Dave aprendiera a lanzar curvas. Y llevarlo a ver algún partido de los Orioles en Baltimore.
El maldito tráfico retrasaba su llegada al taller, el calor de verano bajaba al pavimento, y luego ascendía en vapor. Desde siempre el objetivo de Langley era otro, muy diferente al objetivo de martirio de Abe o Al, uno que nada tenía que ver con Mahoma o el Islam. Los físicos pensarían que su venganza final sería el estacionamiento de ese auto en un lugar cercano a la Plaza Roja en Moscú. -Pero nada más lejos de la verdad…- “K” sonrió.
Al y Abe, salieron a recibir a su querido mentor a la puerta del taller, el Pontiac estaba listo. Los dos jóvenes hombres estaban emocionados, - Lo llevaremos a la bodega, después lo cargarán en un barco con destino a Vladivostok, luego por tierra a Moscú, en una semana tendremos noticias.- Los físicos sonrieron. “K” pido que lo siguieran en el Pontiac, el destino una bodega en el puerto de Gildshare. Los dos hombres jamás se percataron de la cámara que tomaría la imagen del Pontiac y de ellos dos, inmediatamente al tomar las imágenes la base de datos fue enviada a Langley, cuando fuera conveniente los medios de comunicación recibieran las fotos de los físicos.
Los tres hombres luego de dejar el automóvil en el lugar planeado, regresaron al taller. El “Sheik” pidió a Abe y Al que oraran, ambos se hincaron, en ese momento “K” se puso detrás de ellos, saco su 45 con silenciador e hizo dos disparos, los cadáveres cayeron lentamente. El agente sintió una especie de nostalgia.
“K” hablo pausado -L, 8, A, 9, B, 1, Trento- de nuevo la pausa, hasta que una voz femenina al otro lado de la línea contestó: -Le comunico.- una pausa. –Infórmeme.- Dijo la voz sureña, -“K” replicó: -Los dos hombres están muertos, los cadáveres están en el taller como se había planeado.- “K” sintió una punzada en la sien, mientras escuchó la voz del otro lado: -Tranquilo Kirsch, la línea es segura, usted lo sabe, son seis años personificando alguien que usted no es, ha sacrificado familia, que por cierto ya está en el refugio en Alaska… El equipo de limpieza llegará al taller en una hora, Relájese Kirsch. -Buen trabajo.-
Kirsch (“K”) se sintió un poco más aliviado, el equipo de Langley estaba por llegar, el ya había cumplido con su cometido. Del taller iría al aeropuerto, los pasajes estaban en la guantera. Estaría mañana reunido con su familia, mientras que Nueva York desparecía del mapa acompañada de un hongo de fuego.
Reunido con su familia, mientras el mundo estallaba en una guerra provocada supuestamente por dos físicos secretamente islámicos, las Torres Gemelas no serán nada en la historia de la humanidad.
Solo estaba pendiente una cosa, el Play Station 3 para el pequeño Dave.