variopinto

variopinto

Para M.

ex culpa

Por Tania Hernández

El corto pero ajetreado viaje sabatino, de la capital hasta Chuarrancho, era para Jorge siempre un peregrinaje lleno de ansias y tristes certidumbres. – No me ponga a rezar el rosario, Padre - le decía cada semana a su confesor – que ya es suficiente penitencia tomar fuerzas para venir hasta aquí y verlo –. Llegaba puntual para mostrarle su desgracia. Para que supiera que no había resignación. Juan tendría una voluntad de hierro, pensaba. Pero él no, él era debil. Él no podía olvidar.

El Padre Juan, como se había acostumbrado a llamarlo, no le decía nada. Las palabras se aferraban a las paredes de su garganta y se negaban a salir. Y, de todas maneras, ¿qué le iban a decir? ¿Que él también lo extrañaba? ¿Que después de meses de abstinencia autodecretada, aún lo deseaba con un fuego tan intenso que lo inducía a pecar de pensamiento, obra y omisión de palabras? ¿Que, contrario a sus obligaciones, cada sábado, después de la confesión, se iba al baño a masturbarse, con el rostro empapado de nostalgia, y una rabia salvaje en la mano y en en la mente, que no hacía más recordar? ¿Que hubiera querido implorarle a él que no volviera más, que lo dejara en paz, ... pero que mejor no, que no se fuera, que volviera, siempre, siempre?

¿Qué sabía Jorge de penitencia, de pecado, de culpa? Lo único que podía decirle, sin que se le quebrara la voz, eran las fórmulas que había memorizado al principio del seminario, cuando aún no dudaba que éste fuera su camino y su vocación, cuando aún no había conocido el amor envuelto en una deliciosa piel con nombre de santo.

– Dos aves marías y tres padres nuestros, hijo, y que Dios te acompañe. – le volvió a decir este sábado. Pero esta vez no pudo más, hizo una pausa, respiró profundo y agregó: te quiero, esperame al medio día frente a la sacristía, me voy con vos.

Cómo convertirse en 43 minutos

Cómo convertirse en 43 minutos
Por Olga Contreras

Los primeros ocho minutos fueron por demás extraños. Una lucha interna pasó al plano externo pues mientras lo besaba, mi mano trataba –más por el cargo de conciencia que por convicción- de alejarlo. Inhalaba culpa, exhalaba satisfacción. Inhalaba miedo, exhalaba un grito ahogado. Sus caricias eran más fuertes que mi voluntad. Mi cuerpo aceptaba poco a poco ese tocar como quien abre su corazón virginal a un catecismo que revela una nueva fe; una religión basada en fronteras traspasadas, en juramentos que ahora se oían como un eco cada vez más distante, como una realidad alterna que impávida veía como se consumaba el séptimo de los mandamientos.

Transcurridos diecinueve minutos, decidí ir a confesar este terrible pecado nomás recuperara la compostura -si es que eso era posible- porque a esta altura ya estaba poseída por su voz, bautizada por su sudor, ungida por la presencia mesiánica de aquel hombre ajeno, que tomaba con fuerza -pero no por la fuerza- a una mujer igual de ajena.

Mis creencias antiguas se derretían como una estatua de arena frente al embate de las olas lujuriosas que ahogaban dogmas enraizados.

Luego de cuarenta y tres minutos de un sermón convincente, contundente y claro como el agua, me di cuenta que el único sendero delante de mí era someterme de forma absoluta, incondicional y con total reverencia y respeto a esta fe oscura, secreta, sólo para dos. Ahora creo, creo ciegamente, firmemente. Me convierto de lleno a este credo que trae consigo una promesa de castigo, nada de futuro, pero que me ofrece una tajada de cielo con cada encuentro.

Cuentos de Exámen

EX - AMEN

EX - AMEN
Por Rodolfo de Matteis

Encuentro el anuncio en un diario, bastante escondido, pero no tanto para pasar desapercibido a mi ojo ensoñador:

“EXAMENES DE ADMISIÓN PARA ASTRONAUTAS”

¡Algo que esperaba desde niño! Hablo enseguida y me dan una cita donde me explican que más que de vuelo espacial se trata de una prueba para encontrar gente apta para ser colonos en nuevos planetas. Acepto pronto.

Somos un centenar de personas en varios helicópteros, y nos bajan en una isla súper-monitoreada por una serie de ojos electrónicos que vuelan solos y que nos seguirán siempre durante la prueba, que no tiene una duración definida, y que les sirven para evaluar nuestras capacidades de reacción y adaptación y así escoger los que volarán a colonizar a las estrellas.

Cada quien tiene una arma larga en la mano y una mochila, y así nos dejan en la isla desconocida; así como somos desconocidos el uno con el otro. No tenemos ni el tiempo de presentarnos ya que, una vez que los helicópteros desaparecen en el cielo, somos atacados por una docena de arañas mecánicas gigantes que se nos acercan emitiendo humo y llamas.

Cuando los primeros de nosotros les disparan, en vano ya que las balas resbalan contra sus armaduras acerinas, las arañas contestan al fuego ametrallando a los que les quedan más cercanos: y los vemos caer en el piso en un charco de sangre…. ¡disparan de verdad!

Los demás empiezan a gritar como locos y a correr desordenadamente por todos lados, a un negro que corría cerca de mí le explota de repente la cabeza, sus sesos vuelan en todos lados pegándoseme en la cara y en la ropa… ¡no es ficción! Lo veo morir sin duda alguna. Corro como gacela en la jungla. El corazón me late tan fuerte que me duele el pecho, no lo puedo creer, pero es real, real como este ojo que me sigue volando siempre alrededor.

Dentro de la jungla me reencuentro con otros que llegaron conmigo, alguien llora, alguien lo maldice todo, pero la mayoría habla de un error, de un trágico error: en las máquinas nunca se puede confiar. ¡Nos van a venir a rescatar! y todos le piden a su ojo de la guarda que lo hagan pronto, que vengan por nosotros.

Quien revisa su mochila descubre que no hay nada de comer, sólo unas cuantas herramientas básicas, y una botella, vacía. Debe de haber agua en la jungla, y así vamos a las búsqueda de una fuente, manteniéndonos juntos, por si acaso. Encontramos un arroyo y siguiéndolo alcanzamos su manantial que crea un pequeño estanque, donde ¡sí! hay peces. Algunos ya se meten a pescar con el anzuelo y el hilo que cada quien tiene en su equipaje, mientras otros opinan que sería mejor esconderse sotavento y esperar que caza mayor venga para beber, en cualquier caso todos llenan sus botellas y su barrigas de agua fresca.

Desde lejos se oye el ruido de los helicópteros ¡ya vienen por nosotros! Se acabó la pesadilla, que reposen en paz las desafortunadas victimas del trágico error de software. Amén. Decidimos no ir a la playa, nunca se sabe con estas arañas mecánicas, mejor esperar el rescate aquí, saben bien donde estamos con todos estos ojos revoloteando los derredores. Esperamos mucho tiempo tranquilos, confiando en el pensamiento que primero tenían que ocuparse de las arañas, desactivarlas o algo… cuando de repente de la jungla sale un grupo de hombres uniformados de rojo… que nos atacan sin más razón disparando a toda madre.

¡Otra vez sangre y muerte! Reaccionamos de inmediato disparándoles con nuestras armas, y con la ayuda de la jungla que nos esconde no somos aniquilados del todo. Me encuentro a salvo con un manípulo de una media docena de hombres, y con tiempo y astucia logramos atrapar vivo a un asaltante.

“¡Aquí vinimos a un examen de admisión para puestos de seguridad privada en partidos de futbol! Nos dijeron que en esta isla iba a desarrollarse un war-game: un simulacro de guerra, y que teníamos que atacar a los otros que actuaban de ser los gamberros, atacarlos con nuestra armas de fogueo, y ver quien ganaba. No sabía que mi arma estaba cargada con balas de verdad… ¡se lo juro!” : esa fue la terrible increíble verdad que nos dijo llorando el prisionero rojo, temblando como hoja al viento, en plena crisis nerviosa.

El silencio cae sobre nosotros, sólido como una manta de plomo. Lo rompo yo gritando y disparando en contra de mi ojo de la guarda, que es muy listo en esquivar las balas y así sigo maldiciéndolo a gran voz. La primera cosa que me viene a la mente es que no se pueden colonizar planetas con puros hombres, que nunca se vio esto en los miles libros de ciencia ficción que he leído desde muchachito hasta la fecha, que tenía yo que sospechar enseguida cuando vi que en los helicópteros no venían mujeres… ¡mis ojos bien forrados de ilusión!

Sigue una temporada de pesadilla: en la isla hay fieras, serpientes venenosas, trampas mortales, máquinas carniceras de todo tipo y dimensiones que nos masacran como reses, siempre monitoreados por los ojos, que siguen zumbando cruelmente arriba de nosotros. Después de un rato se nos acaban la municiones, y pasamos a las navajas y a construir lanzas, arcos y flechas, para cazar y defendernos.

Yo le tengo asco a la locura que se apodera de los demás sobrevivientes que se vuelven sanguinarios en una especie de guerra de jefes para establecer el dominio del más fuerte.

Así me retiro en soledad en lo más profundo de la jungla, para evaluar en mi corazón si no sea mejor la muerte que vivir como bruto, y, mientras lloro como niño abandonado por su mamá que se fue a quien sabe a dónde, se me aparece un hombre. Su ropa desgarrada y su barba muy larga son signos innegables de que vive aquí desde hace mucho.

Él me mira, yo lo miro, no hay palabras, no hay amenazas, no hay posturas de defensa ni de ataque, no hay nada… o a lo mejor sí. Una esperanza sutil se apodera de mí… un sentimiento de fraternidad con este hombre que parece ser como yo. Y así lo sigo por un camino muy difícil siempre más adentro de la jungla… por fin atravesamos el velo de una cascada y ahí hay un campamento de unos cuantos hombres encabezados por uno muy viejo, con una barba larga hasta el pecho.

Él vino con el primer desembarco del que se tenga conocimiento, hace muchísimos años, en un examen para ser admitidos a una expedición polar; y tras él hay sobrevivientes de diferentes olas humanas: exámenes de buzos, exámenes de voluntarios en ultramar contra epidemias, exámenes de rescatistas de deportistas extremos, exámenes de pescadores de alta mar, hasta exámenes de guías de turistas de viajes ecológicos.

Muchos piensan que somos parte de un juego cruel para millonarios que apuestan por sus peones, que cuanto más tiempo sobreviven más valen, sin otro propósito que la ganancia. Otros piensan que estén calificando a los más aptos para quien sabe cual horrible trabajo… en cualquier caso nosotros aquí ya no somos parte de lo que sea, arrepentidos sincera y totalmente de la idea que alguien tenga el derecho de juzgar a otro seguimos viviendo libres sin participar a un mundo de colmillos y garras humanas ensangrentadas... y hasta hoy funciona.

Cursi e inapropiado

Cursi e inapropiado
Por Oscar Escobar

9) Escriba un corto resumen del capitulo 1

Querida Ms. Martínez:

Quisiera disculparme. La verdad es que no puedo concentrarme.

No se si sea la cadencia de sus pasos o el timbre de su voz que me hipnotizan.

O serán los celos que me dan cuando el sol acaricia el azabache en su pelo negro. Trato de no quedármele viendo, pero es irresistible la combinación entre sus piernas largas y su falda corta. Quisiera ignorarla cuando pasa junto a mí, pero lo sutil de su fragancia arrebata mis sentidos.

Señorita Martínez: Es usted como la naturaleza escribe su poesía.

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Por supuesto que perdí el examen. La señorita Martínez se cambio de horario.

No importa, porque ahora por las noches la naturaleza me lee sus mejores versos.

Cuentos de Barba

Aguante

Aguante
Por Olga Contreras

Podía aguantar muchas cosas cuando se lo proponía. Cagada de la risa había pasado hambre más de una vez con tal de caber en un vestido. Callada la boca se tragaba los malos modos de sus dizque amigas, cuando la criticaban por la vida que llevaba, cuando en realidad lo que pasaba era que secretamente la envidiaban. La gente no tiene ni idea del esfuerzo e inteligencia que requiere mentir para mantener una doble vida. La energía, sudor, tripas y ovarios que hay que hacerle para que todo salga bien y ni un detalle quede a la deriva. Y ahora como si fuera poco, soportaba palpitaciones, punzadas, hinchazones, mal humor seguido de risas que terminaban en llantos histéricos. Bueno en realidad eso lo tenían que aguantar los demás. Pero que le estuviera saliendo barba –por muy fina que fuera- ¡eso sí que no! Al carajo con las hormonas de fertilidad, ningún hijo lo vale, ningún hombre lo merece.

Fetiche

Fetiche
Por Nicté Walls

Adoraba su pelo, la sensación que tenía al meter los dedos dentro de los rizos dorados y amaba a los hombres con barba, nada más excitante que sentir ese cabello hirsuto frotando la parte interna de sus muslos en compañía de unos labios ardientes y sabios.

Pero él se fue, un día ya no regresó y se encontró sin compañía, sin esa barba sabia, sin esos labios carnosos, sin nadie.

Lo vio en la esquina, barba esponjosa y pelo rojizo suave, rizos en la barba y en el cabello, el mismo brillo, la misma sonrisa tierna por un lado. Quiso agarrarlo allí mismo y obligarlo a meter la cabeza entre sus piernas...pero se detuvo a tiempo.

Se paró en la esquina a mirarlo despacio, no parecía darle ninguna señal, ni ninguna atención, pero eran idénticos, ese cabello, esos rizos, esa barba, ese desaliño estudiado que no parecía casual, no era una simple coincidencia.

Se paró atrás para poder observarlo, no tardaba en pasar el bus y el tiempo terminaba, noo, se iba a ir y todo acabaría, no tenía valor para abordarlo sin tartamudear.

Vio el bus en la esquina y se acercó justo para preguntar su nombre y...

-que me mirás vos hueco ¿te gusto?

Se subió a la camioneta altivo, pero la magia definitivamente había terminado.

Recuerdos

Recuerdos
Por Oscar Escobar

Carlos sonreía mientras Marta su esposa por 25 años cojia la servilleta de colores típicos y le limpia cariñosamente una mancha de Ketchup.

-Come mas tu barba que vos, le dice ella, fingiendo desespero… Sabes que lo que me conquisto fue tu barba?… confiesa Marta con su pregunta.

Es algo que él ya sabía desde hace mucho tiempo. Aun así, Carlos, con un movimiento de cabeza niega saberlo, porque le gustaba como su mujer recuenta lo pasado.

Ella, con su voz todavía juvenil, teje el tapete de su historia. Entre tanto el reconstruye en su mente la imagen de dos Jóvenes recién salidos de la adolescencia. Ella espectacularmente bella, y el bien afeitado.

Por meses la anduvo enamorando sin tener resultado, hasta aquel día en que regresaron a la “u” después de unas vacaciones.

-Que lindo te vez con tu “chivita”! había exclamado Marta al verlo.

Se acuerda cómo sintió que veía la gloria mientras ella a con sus dedos juguetones le trenzaba los bellitos del menton y como con el tiempo su barba, llego a recorrer todo el cuerpo de su amada.

Después del desayuno, Carlos se mira en el espejo y piensa en lo que le dijo su hermano:

-Vos… te tenes que rasurar esa babosada, te hace ver viejo, ya casi te pareces a Urbano Madel.

Mientras contempla ese pensamiento, Martita, su hija de 18 años se despide con un beso. Van de salida con su madre. -Regresamos a las 10! Dicen ellas en tono musical, mientras se alejan.

Aun frente al espejo, no deja de fijarse que su hijo que ahora se para junto a él, revisándose el pelo y la ropa, es mas alto que su padre.

-Voy a vacilar con mis cuates- dice Juanca,… no me esperes despierto.

Al ver a sus hijos salir por la puerta del frente, le vienen a la mente los tiempos aquellos en que jugaba haciéndoles cosquillas en los piecitos a la vez que les contaba que su barba era mágica, que se la había regalado un chivo viejo porque provocaba carcajadas.

No se da cuenta que lleva allí parado un buen rato; reviviendo los momentos almacenados en su memoria, tocándose la barba que seguía intacta, no se la rascaba, solo acariciaba los recuerdos

El señor Barbucho

El señor Barbucho
Por Tania Hernández

Este es el Señor Barbucho,
miren que lindo se ve,
pisando firme las hojas
como señor del bosque que es.

Se esconde bajo los hongos,
cuando pasar a una chica ve
para ver bajo la enagua
lo que ella suele esconder.

Cuando llega la noche
para dormirse muy bien
toma un pedazo de hongo
y se lo come con miel.

Qué feliz se siente el enanito
soñando con la mujer
y con su barba crecidita
tocándole hasta el sostén.

El Señor Barbucho despierta
qué triste se le ve
quiere seguir soñando
con las tetas de mujer.

Se murió el Señor Barbucho
por un hongo entero comer.
Gracias doy, que al enano maldito
no lo volveremos a ver.

Cuentos de Hospital

Don Gregorio y sus demonios

Don Gregorio y sus demonios
Por Tania Hernández

Don Gregorio llegaba, religiosamente, el primer y el cuarto sábado del mes a la emergencia del hospital, bien bolo y exigiendo a gritos que alguien le sacara el diablo que llevaba dentro. En cuanto oíamos rechinido de las llantas de su carro, llamábamos inmediatamente a la Dra Solares, que era la del turno de los fines de semana, y, por eso, la que siempre lo atendía. Ella llegaba, lo tomaba del brazo y se encerraba con él en uno de los mejores cuartos privados, que, curiosamente siempre estaba libre esos días. Nadie sabía exactamente qué le hacía pero, después de media hora, Don Gregorio salía tranquilito, sobrio y con una sonrisa de oreja a oreja.

Todos nos moríamos por saber qué pasaba en ese cuarto, pero como Don Gregorio era el dueño del hospital, nadie se atrevía a hablar en voz alta sobre aquellos sucesos. Ni siquiera el contador que todos los meses se encontraba con recibos por medicinas extrañas para un tratamiento llamado “exorcismo terapéutico”, o las señoras de la limpieza que quitaban, con gran esfuerzo, las manchas verduscas que quedaban en el piso y las paredes del cuarto cuando la doctora y el dueño salían.

Habían muchas teorías. La más popular era que el diablo que doctora le sacaba a Don Gregorio, era el que él tenía entre las piernas, y que, para ocultar lo acontecido, sea lo que fuere, y darle dramatismo a la situación, se ponían a tirar por todo el cuarto una tinta verde que ella llevaba en su maletín, haciéndonos creer que era una medicina exótica, traída exclusivamente de Roma. Solo uno de los compañeros, un “nuevo cristiano” llamado Jael, creía que se trataba de un demonio de esos que salen en las películas, que se apoderan del cuerpo de las víctimas. – Yo digo que lo que ella hace es rociarlo con agua bendita – nos decía muy seguro – y eso es lo que después se vuelve materia verde al contacto con la saliva del maligno. Pero eso del agua bendita - continuaba Jael - es puro paliativo, porque al fin y al cabo, eso también viene de Lucifer, disfrazado de cura católico -. A mí, en lo personal, que me encanta la sciencia ficción y lo fantástico, me gustaba más la versión de Jael.

Como si nada pasó un año, y nos fuimos acostumbrando a eso que la mayoría terminamos por aceptar como excentricidades de nuestro jefe. Llegó a ser algo tan normal como atender a accidentados por consumo de licor los fines de semana o a los golpeados después de un clásico de fútbol.

Todos aparte de Jael, que un día nos llegó con la noticia que nuestro jefe estaba curado. Dijo que lo había llevado a su iglesia y que el pastor le había hecho “imposición de manos” o “reiki” o algo así, no me acuerdo bien, que había aceptado a “Cristo” en su corazón, y que ya veríamos que el diablo nunca más se iba a atrever a molestarlo. Nadie le creyó, pero resultó que, efectivamente, pasaba el tiempo y el jefe no volvía a “enfermarse”. Se le veía muy contento, hablando con todos, menos con la Dra Solares a quien se notaba que solo saludaba por educación.

Un sábado de agosto, tres meses después de la “cura”, oímos otra vez el rechinido de las llantas. Esta vez sí nos asustamos, por una parte porque ya no esperábamos una recaída, y por otra, porque a Don Gregorio no se le veía bolo sino que tenía el rostro rojo, los labios morados, le temblaba todo el cuerpo y sus ojos parecía que hubieran agarrado fuego. – Llamen a la Dra Solares – gritó con una voz ronca, imponente, como jamás lo habíamos escuchado. Llamamos a la doctora, que al principio se negaba a ir a atenderlo y luego llegó de mala gana, pero que se asustó mucho al ver el estado de su paciente. Cuando el jefe la vio llegar, se acercó a ella, la abrazó y le rogó – libéreme -. Luego cambió, la agarró del brazo y se la llevó violentamente, como poseído, al cuarto de siempre. Mientras las enfermeras y yo estábamos pensando qué hacer, llegó Jael. – Ya vio que esa su “cura” no funciona – le dije reclamándole, - ahora está peor. – No, esto es solo una prueba – refutó Jael en voz baja - voy a entrar –. Tratamos de convencerlo que no lo hiciera, que podía ser peligroso. Pero él estaba seguro de lo que hacía, tomó bajo el brazo la Biblia que había en la sala de espera y empezó a repetir algo que nos imaginamos sería un salmo y abrió un poco la puerta. La volvió a cerrar visiblemente asustado, nos dijo con la voz temblando y señalando hacia adentro – allí está el diablo –. Tomó valor de nuevo y entró. Por unos minutos se oyeron gritos y después nada. Al rato salieron Don Gregorio y la doctora, con la ropa maltrecha, y pálidos, como en trance. Les preguntamos qué pasó y no contestaron. Fue la última vez que los vimos. Se fueron en el carro mientras nosotros tomamos fuerza para entrar todos al cuarto. Encontramos a Jael, en el piso. No respiraba. Debimos haberle brindado primeros auxilios, pero no pudimos. Nos quedamos todos inmovilizados por los ojos de un demonio que nos miraba, lujurioso, desde una gran mancha verde en la pared.

Un dulce milagro de la vida

Un dulce milagro de la vida
Por Guisela Hurtado

11 de marzo 1993

Despierto, después de un largo y tendido sueño, cansada y adolorida. Desorientada. A lo lejos, escucho a mi mamá al teléfono:

“Sí, pobrecitos. No, gracias a Dios no, pero acaba de fallecer el quinto. Te dejo, mi hija acaba de despertar”

No podía dar cabida a lo que estaba escuchando. Mami, ¿qué pasó? ¿quién murió?. “Nadie mijita, nadie. Vuelve a dormir, te hará bien”

Y allí estaba yo, a mis once años, pasando por la primera prueba de vida. Desconcertada y sin saber qué pasaba, me sumergí en un sueño del que me costó despertar.

El despertador sonó, era jueves y nos tocaba la tan esperada excursión por el barranco. Hoy, como no en cualquier día, me desperté a la primera, me entré a bañar y me vestí de inmediato. Mamá se percató que estaba vestida de particular y no con el uniforme de física y le dije que era porque nos habían permitido llegar hoy de particular. No muy se la tragó, pero como ya sabía que no haría caso de cambiarme, no dijo nada. Desayuné, salí corriendo a tomar el bus y listo, la primera parte del día, había concluido.

Al llegar al colegio, ya todos estábamos listos para irnos a nuestra excursión. Era la primera del año y de muchos años, así que a las ocho en punto, salimos rumbo al barranco que quedaba detrás del colegio para “hacer contacto con la naturaleza”. Éramos veintitrés alumnos y un profesor. Comenzamos a caminar por un sendero donde había sembrado café. Todos reíamos. Unos caminaban cantando, otros molestando.

“Mija, mija, despierta. Te van a tomar la presión y te van a cambiar el suero. ¿Como te sientes? Tienes que tomarte esta medicina. Ya el doctor vino a verte y dice que estarás bien. Tienes qué recuperarte mijita, tienes qué hacerlo”

Estaba cansada, solo escuchaba voces y miraba caras que no podía reconocer. Estaba queriendo despertar, cuando un leve pinchazo agilizó mi apertura de ojos. Todo me picaba, todo me dolía, todo estaba hinchado, todos me veían. De pronto pensé que a lo mejor parecía algún monstruo o similar para que mis visitas me vieran con cara de desagrado mezclado con compasión – no estaban lejos de la realidad – y mi mami, mi mami a la par mía con esa mirada de amor.

La gente entraba y salía de la habitación. Globos llegaban, chocolates – como si la gente no supiera que no iba a ser capaz de comerlos en mucho tiempo – muchos dulces y tarjetas de “Get well soon”. Todos hablaban, pero nadie decía nada. Llegaban los médicos a “tomar el pulso” y a presentar el caso, como si uno fuera conejillo de indias. Periódicos y revistas queriendo hablar con los papás de los “sobrevivientes”. El dolor imparable. Me sumergí nuevamente en mi sueño.

Caminábamos cuesta abajo, solo podíamos oler el aire fresco, escuchar el sonido del viento, de las aves y de un riachuelo que pasaba por el lugar. Reíamos sin parar, jugábamos, nos molestábamos, pero no dejábamos de divertirnos, era un sueño hecho realidad.

De pronto, la hora de regresar se acercaba y comenzamos a caminar. El regreso por la carretera era largo y debíamos estar en el colegio antes de las 12:00 o nos iban a regañar. En eso, alguien sugirió que mejor cruzáramos nuevamente el barranco para salir detrás del colegio, lo cual parecía ser una excelente idea pues nos incitaba a seguir barranqueando y “contactando a la naturaleza”. El profesor dijo NO. Los alumnos dijimos SI – a excepción de uno – y comenzamos a bajar. El camino era diferente, casi no habían plantas ni árboles. El silencio era casi absoluto. Caminábamos en fila india, todos concentrados en nuestro camino. De pronto, alguien dijo “muchá, acá ya no se puede bajar, el camino está cortado, tenemos que regresar. Todos, sin alegar, dimos la vuelta y comenzamos a ver la forma de poder escalar cuesta arriba. No teníamos mucha alternativa, pues el camino era árido. Continuábamos en nuestra fila india teniendo de nuestro lado izquierdo, la subida, y de nuestro lado derecho, una semicortada de unos seis metros y luego una cortada de unos doce metros o un poco más. Algunos comenzaron a subir. ¡Cuidado que allí hay tres abejas! Exclamó uno. Efectivamente, sobre una planta de suelo habían tres abejas rondando – sin saber que había todo un panal por debajo - todos tratamos de tener precaución para subir. De pronto, el que iba delante de mi resbaló y la tierra se levantó. Me di la vuelta para no respirar el polvo, dándole paso a la tierra para que cayera en la planta, cuando comencé a sentir pinchazos en mi cara.

Desperté de un sobresalto y comencé a llorar. Todo me picaba. La enfermera me aplicaba una pomada. Mi mamá me sobaba la cabeza. Mi hermana me sobaba los pies. Mi papá platicaba con las visitas con su típico parado de preocupación, echando el cuerpo para delante, con un brazo cruzado y el otro pasándoselo por la boca y la nariz. Comencé a preguntar qué pasaba y mis papás se acercaron y dijeron: Mija, tuviste un accidente. Fallecieron cinco de tus compañeritos, pero gracias a Dios, tu vas a estar bien.

Comencé a llorar. El dolor físico y el dolor emocional eran insoportables. Volví a soñar.

Estaba en un árbol sostenida por la espalda y rezando el Padre Nuestro cuando escuché palabras que pedían ayuda. Vi a un compañero sostenido de una rama y le di la mano, lo abracé y rezamos. El me decía que tenía que salir de allí y yo le pedía que se quedara conmigo. Se fue. Momentos más tarde, un viento pasó cerca de mi y solo escuché un grito. No supe qué pasó. Después lo deduje.

En un intento por voltear a ver qué pasaba detrás de mi, vi a dos compañeros que se resbalaban cuesta abajo, como cuando uno se tiraba con su costal en los resbaladeros de El Baúl, en Xela, y, sin querer, dejé de sostenerme del árbol y…

Mami, Maria – mi hermana – quién murió? José Jorge? Sergio? Max?. Mi hermana en un gesto de consuelo, dijo: sí. Comencé a llorar. Todos los que estaban en esa habitación fría y gris, trataban de consolarme, pero eran cuatro paredes, que no iradiaban nada de calor, y yo, sumergida en mi dolor, en mi pérdida. Causando lástima.

La enfermera llegó. Vamos a tomarle los signos. Pueden desocupar la habitación por favor. Cómo están mis compañeros, le pregunté. Ah, todos están bien, en peligro algunos, pero bien, usted no se preocupe (consuelo más….). Abra la boca. Cierre. Permítame su brazo. Respire. Y mientras tanto, mi mamá haciéndole todo tipo de preguntas, de esas que hacen las mamás. A lo lejos, ese sonido del bip bip bip que hacen las máquinas y que lo vuelven loco a uno. Y yo, llorando y sin un concepto real de lo que estaba pasando.

Se escuchaban quejidos a lo lejos y el sonido del agua. Por inercia, busqué el agua. Comencé a arrastrarme hasta encontrar un lugar “cómodo” y me encontré a otro compañero que estaba recostado sobre el agua, boca arriba y con un trapo en la mano. Me vio y dijo: métase en el agua, póngase boca abajo. Yo ya no aguanto. Seguí arrastrándome hasta que encontré una piedra cómoda, puse mi cabeza y al tiempo, sentí que alguien movía mi cuerpo y que algo topaba con mi cara. La ayuda había llegado. Luego, el olor a quemado. Mi sueño era profundo.

Unas personas – bomberos y voluntarios – se acercaron y revisaron mi cuerpo. Me amarraron a una camilla. Me subieron. Recuerdo ver a mi papá y hermano acercarse para la identificación del accidentado. La hora: 15:35. El sonido de la ambulancia.

Entré al hospital y solo veía caras de angustia, de tristeza, de preocupación. Me llevaron a una habitación con una pequeña camilla. De pronto, un llanto agonizante, de esos que nunca había escuchado, pronuciando las palabras de esperanza, fe y agradecimiento a Dios: Mija, ¡estás viva!

Diagnóstico: Entre 600 y 800 picaduras de abeja africana. Cadera izquierda dislocada. Siete días internada. Seis semanas de recuperación. Una gran factura de hospital. Cinco niños muertos. Sobreviviente: Un “dulce” milagro de vida.

Pensamientos suicidas

Pensamientos suicidas
Por Nicté Walls

¿desde cuando tiene usted pensamientos suicidas?

me tomó la mano con fuerza y entonces vi el moretón que me dejaron en el antebrazo, su cara de guasón me veía como un sueño diabólico, agarrandome fuerte y lastimándome.

-no tengo pensamientos suicidas-

lo dije en serio,- no quiero suicidarme-.

¿no quieres?

los dos hombres me tomaron de las manos, recordé las escenas de guantánamo,- esto es tortura- dije, y lo dije en voz alta, suficiente para que las manos volvieran a posarse sobre mis muñecas apretando

-ni crean que voy a gritar-

eso si me salió del alma, grité que no quería gritar, porque no era de dolor, era de rabia.

-entonces ¿no quiere morir?

el grandote me lanzó un golpe al estómago que no pude esquivar, el dolor de mis entrañas me recordó que estaba vivo, y recordé sobre la mesa el puñal, el frasco de pastillas y los shilets que quedaron de la tienda de martita,

-No, no quiero-, repetí como un idiota maniatado, no quiero, eso que ven no es sino parafernalia, algo que quería comprobar.

-¿esto también?,

reconocí la semilla, machacada que pusieron en una pipa para obligarme a fumarla

-esperá, necesita que se cargue- y tomaron la piedra de cal que dejé al lado, así liberaría el alcaloide.

-¿sabés que puede ser tu último viaje?

tomé la pipa sin que me obligaran y aspiré, el sabor acre me llenó de miedo, el cuerpo se sobresaltó, la piel sentía un frío extraño, como de muerte, y mis pies como cubos de hielo...

sus rostros se volvieron azules y sus manos crecieron a los lados como cuerpo de shiva,

-hacelo

sentí su orden meterse en mi cabeza, hacelo, hacelo, hacelo, hacelo, hacelo....

la cuchilla penetró mi piel y sentí el frío de la sangre que brotaba en mi cuerpo,

-no sean brutos, no me quiero matar, es simplemente que este es mi cuerpo, y puedo hacer con él lo que quiera...

el frío sigue creciendo y el charco también, los hombres azules se rien con bocas llenas de dientes verdes, hasta la vista baby

Fantasma

Fantasma
Por Oscar Escobar

Abro los ojos en medio de un gemido imperceptible, los dientes que casi tocan mi nariz, pertenecen a una cara borrosa.

Mis pestañas de bronce se cierran momentaneamente, luego busco la causa de aquel dolor punzante; una mano agarra mi muñeca, el pulgar, justamente donde estaba pegada la aguja del suero, apretaba ferozmente.

-No estás muerto, me dice una voz de incontables cigarrillos.

Mis labios resecos, lamentan unas lágrimas saladas.

El diagnóstico

El diagnóstico
Por Olga Contreras

Ya estaba harto de tanto examen y prueba y pinchazo para sacarle más sangre, y de tener que obrar y hacer aguas en un vasito que le resultaba incómodamente pequeño para su cuerpo de hombre maduro. Le cortaron pelo de todas partes de su cuerpo, dizque para analizar el adeene o quién sabe qué pajas. Lo habían puesto bocabajo, bocarriba, de medio lado y hasta de culumbrón frente al aparato de rayos equis y nada…Lo peor de todo era que no podía quejarse, pues él mismo había ido por su propio pie hasta el hospital para que lo examinaran y había gastado un pistío que tenía ahorrado desde hace años para una emergencia. Quién le hubiera dicho que esa emergencia iba a llegar aquella mañana de septiembre en que supo que tenía un mal incurable aquejándolo, amenazándolo, devastándolo, dándole vuelta como a un calcetín. Lo primero que sintió fue un manojo de síntomas que lo puyaban y lo jodían y lo apachaban, le drenaban la energía con cizaña, sin misericordia, quedando nada más que un bulto deforme sin ton ni son.

-Pues vea, don Antonio- dijo entre largos suspiros el doctor sin verlo a la cara, poniendo su mirada en el montón de papeles que tenía enfrente, tratando de descifrar algo que claramente no entendía –los exámenes dicen que usted está bien, no tiene nada, puede irse tranquilo.

Tranquilo ¿cómo voy a estar tranquilo? ¿Qué no tengo nada? Son una partida de pendejos. Tanta maquina, tanta mierda que me metieron y me sacaron y no pueden ver qué jodidos me pasa…

Caminando se fue, sin saber que no hay forma de diagnosticar la falta de ilusión y que con la misma fuerza de un cáncer silencioso ya había destruido irremediablemente su vida. La ilusión –magia, le dicen otros- esa musa antojadiza, perversa, escurridiza como el humo.

Huyendo

Huyendo
Por Nicté Walls

Please don’t leave any bag unattended, it will be subject to revision or even destruction…

El mensaje se escuchaba fuerte en la terminal, pero Sheila no lo entendía.

Llamaba la atención por su diminuta blusa rosada, apenas cubriendo el pecho y sus shorts de lona con plataformas altas. En aquel mar de abrigos negros de lana y botas de nieve, Sheila se veía totalmente fuera de lugar, aunque el cabello rubio muy cuidado y largo, además del color canela del bronceado decían que aquella vestimenta no era tan vulgar y si, un tanto “classy”.

Sheila mostraba un enorme diamante rosado en su mano izquierda y dos niños se disputaban el espacio a su lado, se veía perdida, pendiente del enorme guarura que seguramente la cuidaba en cualquier ciudad de latinoamerica donde estuviera acostumbrada a vivir, en esta ciudad llena de nieve, donde todos se ocupan de sus cosas y de sus hijos, Sheila está perdida, sin mucamas, sin guardespaldas y sin saber el idioma.

M’am, please, take your bags off the alley!!!

La imperativa voz de la mujer policía la sobresaltó, una mujer negra, enorme que se abalanzaba sobre ella y la conminaba a quitar sus cosas.

El guardespaldas no pudo pasar, de nada le sirvieron sus quejas y llantos, a pesar que él hablaba inglés y ella no, se quedó sola atrapada, en ese mundo hostil donde no había sirvientas ni choferes ni niñeras, con su minifalda y su abrigo de alpaca, con sus plataformas de cuero de cocodrilo.

Sacó de la bolsa un pastillero y se tomó dos, los guardias la observaban y los niños seguían inquietos, tirando cosas en el pasillo y riendo de la gente que se tropezaba con los caramelos. Sheila parecía en otro mundo, recordaba que tenía que caminar para la siguiente puerta, pero tenía muchas bolsas que llevar y no quería levantarse, no quería caminar.

El celular sonó en su bolsa, lo sacó mecánicamente para escuchar la voz de él, la mujer morena se acercaba amenzante , hablaba a prisa en español, él prometía enviar a alguien, pero no podía entrar, tenía que salir al frío del invierno en Atlanta “de todas formas ya perdiste el avión”

“m’am please, take control of your children, are you ok? You need something?”

Sheila comenzó a correr por el corredor, los niños se quedaron quietos, ella se arrancó el abrigo y siguió corriendo, las plataformas quedaron tiradas en la alfombra, sintió como la tacleaba un fornido agente latino, otro la tomaba del brazo, no pensó en los niños, nunca se había ocupado de ellos, sólo quería escapar, dejar todo, huir de aquel país hostil, no quería ir a New York, no quería comprar nada, quería escucharlo a él hablarle en español y resolver este embrollo tan molesto.

Encerrada en la celda Sheila no entiende todavía nada, y nadie la comprende, habla en español con la pared, pero está tranquila, todo está en orden: la comida en tiempo, la ropa limpia, y hay paz, mucha paz…

Topo Gigio

Topo Gigio
Por Gerardo Gálvez

Mediodía del dos de marzo del año dos mil once, saliendo de almorzar de “Mc Donald’s” y dirigiéndome al trabajo, enredado en mis pensamientos y mis organizaciones cuando de repente escucho mi nombre que proviene de una voz masculina, gutural: Volteo a ver el origen de la voz y me encuentro con un viejo, “ Cola de Macho” , barba de “ Che Wannabie” , con morral de activista y sudor de manifestante , que me sonreía, retándome a que lo reconociera.

Le sonreí en forma desconcertada, mientras le pedía a mi “ Disco Duro “ mental que me bajara el archivo inmediatamente, de donde, cuando y como había conocido a tal personaje que se dirigía a mí con la mano extendida para saludar.

La verdad, es que no soy bueno con las caras, mucho menos con los nombres y las historias, por lo que en tanto él avanzaba, yo retrocedía y le pedía a gritos a mi “ Disco Duro Auxiliar “ que me proporcionara la data suficiente para recordar.

Me bajo el archivo y casi gritando , con tono de ganador de Bingo, me acorde de su apodo:

-TOPO GIGIO! - Le dije con voz de a quien le regresa la memoria, mientras él sonreía con cara de felicidad y satisfacción al ser reconocido.

En ese momento, mi “ Disco Duro” me bajo todos los archivos e información necesaria para enfrentarlo y a la vez, me tendió enlace con mi pasado para recordar aquel incidente.

Era noviembre de mil novecientos setenta y ocho, pasado mi cumpleaños, con cedula de vecindad estrenada en mi bolsillo. Regresaba de la Municipalidad, con mi vida y derecho de “Adulto Uno” para ver las películas porno y votar por el primer gobierno que no fuera militar, cuando en la esquina de mi casa me lo encontré.

Topo Gigio era bajo de altura, con el pelo largo, chistoso, mujeriego.

Con las orejas grandes y dos grandes dientes que le daban esa apariencia ratonil que lo hacía más gracioso y mas aceptado.

En las tardes nos sentábamos a escuchar las correrías de “ Topo Gigio” con las chavas de la colonia, y tomábamos nota de sus consejos de seducción.

Seis meses habían pasado desde que lo encontré en la “ Sexta” en la salida del “ Lux” después de ver, me acuerdo, un “ Western” de “ Trinitry” , se encontraba con dos chavos que no conocía, pero que no pintaban bien…

En la esquina de mi casa, fumandose un cigarro me saludó:

-Que dice el “Maestro de la Música”, ?- Me sentía halagado de que un personaje como él me reconociera como cierta autoridad en lo que siempre había sido mi pasatiempo y mi pasión.

-A mi casa voy, querés venir conmigo a escuchar lo que tengo ahora?- Le conteste inmediatamente, sabiendo que apreciaría ese gusto especial que no todos compartían y que hacía que disfrutara a solas de mi colección de discos.

-Vamos pues, escuchemos el musicón que tenés- Me dijo apresuradamente, mientras se ponía a mi lado en destino a mi casa que quedaba a media cuadra.

Entramos en la biblioteca de mi papa y le comencé a mostrar mis adquisiciones:

“Close to the Edge” de “Yes”, “ Ommadawm” de Mike Olfield, , “ Sorceser” de “Tangerine Dream”, “Mirage “de “Camel” y dos discos acetatos mas de rock que había recién comprado con el dinero que mi madrina me regalo al cumplir la mayoría de edad.

Comenzamos a escucharlos entre humo de tabaco y explicaciones mías, sobre los sellos, los integrantes y la producción.

Topo Gigio me dijo

- Prestámelos, los grabo y te los devuelvo mañana- A lo que accedí, halagado todavía que le gustara mi música.

Se fue con cinco viniles míos, y no regreso al otro dia…
y pasaron quince sin que supiera de él.

Inicié una búsqueda, cruzada policial, caza de brujas en contra de mi delincuente, y después de tanta investigación, encontré su dirección y lo fui a buscar , cuando toque le puerta, él salió a atender y cuando me vio con sorpresa, al pedirle los discos, me dijo

-Los vendí para comprar heroína- frente a mi furia, mi frustración y la intención de que se me hiciera justicia ,recuperando esas piezas de mi colección, discos Europeos que me había costado conseguir y no estaba dispuesto a perder.

-Hijo de Puta- Le grité -No me voy hasta `que me los devolvás, maldito ladrón, ratón de mierda- Despojándolo de su mote de aquel Topo Italiano que adorablemente nos visitaba en la televisión.

.Te doy mi cedula, en garantía de que te los devolveré- me prometió en tono angustiado, con los ojos semi cerrados, y con la boca seca.

Paso el tiempo, un año tal vez, y nunca apareció con mis discos.

Antes de casarme, al revisar mis cosas, encontré su cedula, sonreí, y la tire a la basura…

-Enano hijoeputa- Dije en mis interiores.

Este martes dos de marzo del dos mil once lo volví a encontrar en el parqueo de “Mac Donald’s”

-No me he olvidado del daño que te hice, pero lo pague muy caro- Me dijo con los ojos húmedos, y con las manos temblorosas.

Entonces me conto de su Calvario: Se caso con el amor de su escuela, tuvieron dos hijos , y ella, a pesar de sus adicciones y sus infidelidades, lo seguía soportando: Conoció en sus correrías, a aquella rubia española de La Coruña que fue su amante de un mes y que un buen día lo dejó.

Seis meses después, la española lo llamo para contarle que había contraído SIDA y que se hiciera el examen porque ella creía que lo había infectado.

Efectivamente, y para dolor de “Topo Gigio”, el examen salió positivo y se lo calló.

Fue su esposa y la madre de sus hijos la victima de la infidelidad y del silencio.

Sólo y con dos hijos abandonó el cementerio, para sumergirse en un mundo de jeringas, polvo blanco, pegamento , y a cuanta sustancia podía adormecer su dolida conciencia de la muerte que ocasiono.

No pudo ver a la cara a sus hijos, así que dio en adopción al mayor que era mas consciente a sus doce años y se quedo con la hija que no le machacaba tanto su remordimiento.

-Viste lo que me paso? Te huevie tus discos , y mira como paré- Me dijo con lagrimas en los ojos mientras yo sentía húmedas mis mejillas al escuchar y hacerme parte de su historia.

-Ahora ni “Topo Gigio” me podes decir, porque hasta los dientes se me cayeron, asi que, o me decís “Raton de Mierda” o Carlos, que creo que no sabias, ni supiste mi nombre - Efectivamente nunca supe su nombre y mucho menos de aquel delincuente! .

Me contó de su recuperación, de sus luchas, de sus demonios, de su conciencia implacable que le recordaba cada noche, de quién le había quitado la vida a su esposa , y en ese infierno, la gente que lo encontró y que se apiado de el, que lo cuido y le proporciono las medicinas necesarias para sobrellevar su enfermedad, restaurándolo y enviándolo a Honduras, lugar donde ahora vivía con su hija de quince años. El hijo mayor, que fue adoptado por unos Italianos , muchacho de veinte años que estaba por graduarse de Licenciado en Sociología y que le insistía en asistir a su acto de graduación a finales de julio de este año.

Carlos era estudiante de Arquitectura cuando fue el evento del robo de los discos, y esa habilidad lo hizo buen retratista, por lo que una fundación Hondureña lo contrató para cuidar de enfermos de SIDA , a efecto de hacer publicidad para retratar a los terminales de SIDA, lo que imprimían en folletos y enviaban al extranjero .

-Cuando los retrato, me chupo sus males- Me dijo en tono cansado.

Lo invite a comer, a lo que se negó, puesto que la ausencia de dientes le impedían comer alimento solido y solo ingería y comida blanda.

-Mejor ese dinero dámelo para ajustar para mi medicina, puesto que la fundación no me ha enviado dinero, para comprar mi pasaje de regreso - a lo que inmediatamente accedí.

Entonces fue cuando me dijo:

-Te voy a contagiar!- Y me horrorice, pensando que su enfermedad era como un rayo maligno que atravesaría mi cuerpo , mientras recibía un fuerte, fuerte abrazo en donde sentí que mi alma se fundía con la suya, y dejé en forma inconsciente, fluir mi negatividad, mi incertidumbre, mis angustias, mis dudas, que me abandonaban y se refugiaban en su alma, como que las tomara como suyas.

-Te voy a contagiar de mi amor y agradecimiento- termino la frase cuando concluyó el abrazo liberador que recibí en ese momento.

-Mirá pues, venia de Misa en “Ciudad Vieja”, porque en esta ciudad me siento fantasma, nadie me conoce, pedia un milagro y tres cuadras abajo te encuentro a vos!- Me dijo en tono emocionado.

Yo, en verdad, no sabia cual era el Milagro: Mi encuentro con él, su encuentro conmigo, o ambos.

Solo me limite a decirle:

- En cuanto a los discos, háganosle “Rewind”a nuestra vida, en esa tarde de noviembre de mil novecientos setenta y ocho, y tené la certeza que te los regalé- le dije en tono relajado.

- Es el mejor regalo que me han dado en mucho tiempo- Tomo su mochila, me sonrió dejando ver sus encías pobres de dientes , y comenzó a caminar por las calles de Ciudad Vieja.

Me queda la duda ahora, si el redimido fue Carlos o yo…

Azul

Azul
Por Olga Contreras

La primera vez que lo vi me di cuenta que había encontrado algo que aún no estaba buscando. Como quien extraña algo propio que no sabe cómo, ni cuándo perdió. Él estaba tranquilo ese día. Si las montañas y volcanes que lo rodean no existieran, no se podría diferenciar dónde comenzaba el cielo ni dónde terminaba el lago. Justo ese día fue que me habló por primera vez, pero no con palabras, sino con sentimientos, deseos, anhelos, incluso temores.

Yo apenas si alcancé a decir algo, dejé que la elocuencia saliera por mis ojos. ¿Qué iba yo a decir si me sentía abrumada, sobrecogida? Qué cosa podía yo -una simple mariposa- contestarle a él, cuando en sus aguas veía la verdad misma, verdad azul profundo que me daba vida. Yo sabía que el sol mismo bailaba para él, el viento respiraba de sus olas…entonces ¿qué era lo que el lago pedía de mí? Nada -me decía- no quiero nada, sólo poder conversar con alguien en esta soledad. Así como tú dices que yo te abrumo, pues así me abruma mi propia grandeza y me sobrecoge la belleza de tu pequeñez. Y así pasaron los días… nos conocimos, nos entendimos, nos conmovimos de tanta admiración, confesamos debilidades y revelamos poderes. Memoricé sus olas, cada uno de sus movimientos, el modo de su vaivén y llegué a conocer cada una de sus tonalidades y hasta a reconocer su ánimo, su trato diario con el sol, con el viento, con el hombre. Y ni tengo que decir que él me sentía al volar, advertía el más leve de mis aleteos, respiraba mi aliento, me sabía suya y yo lo reconocía mío.

Finalmente un día dijo aquello que yo quería oír: Quisiera que estés en mí, conmigo, quiero tenerte, asumir por un momento tu sencillez, poseer tu esencia. No necesitaba ni siquiera decirlo…yo deseaba entregarme en total sumisión, como una reverencia, con adoración. Mis alas sin titubeo alguno me llevaron hasta él y logré ver mi reflejo y me percibí feliz y plena; sin más me deje anclar con suavidad. Las tonalidades de azul me tomaron serenamente, empaparon mis alas arraigándome. Un cristalino amor me envolvió. Pero la entrega fue voluntaria, me rendí con toda intención, decididamente. Dulce muerte azul, he vivido para morir en ti, reconozco tu calor, desde ahora existo en el frío de tu oleaje.

Te recibo, me entrego… te guardo, te llevo, te tengo. Ya no eres, ahora somos- dijo él conociendo, sintiendo al fin la paz que sólo podía darle yo.

Visionoir


Visionoir
Por Rodolfo de Matteis

Estamos caminando en una especie de tundra siberiana, es grandiosa, parece sin fin, céspedes bajos sin árboles, no hay nieve aún si los colores del cielo y de la vegetación son los de la nieve, del frío, del infinito invierno, de los recuerdos de mi niñez en una montaña tan desértica que la llaman la Gran Roca…


Caminamos, somos un media docena de gente, cada quien por su cuenta camina veloz, sin correr, vestidos malamente, con ropa larga, abrigos que parecen los de los homeless norteamericanos, el silencio surreal es roto por las palabras de un hombre que se me acerca a la izquierda y me dice, tenemos dos horas de ventaja apenas, ¡ahí vienen ellos!

No se quien serán los perseguidores ni porque nos van persiguiendo,

lo que es claro en lo que está detrás las palabras de mi compañero de huida es que no podemos permitir que nos alcancen que eso sería terrible, es tanto fría la tundra que el escalofrío que se me sube por atrás casi no lo siento no me da frío no me da calor no me da sudor no me da latido acelerado del corazón pero sí un miedo frío un terror reseco e implacable se apodera de mi mientras pienso pensamientos sin esperanza.

Caminamos, no hay otra, el cielo invernal es grisazul e infinito, las nubes grises y enormes van extraviadas en él, hay viento en las alturas moviendo las nubes, el aire es inmóvil aquí, aire congelado y solo aplastado por el peso de su mismo frío contra la tierra helada crujiente bajo nuestro pasos gimiendo por nuestros zapatos rotos que rompen briznas de hierba del color del hielo sucio.

El escenario cambia, salimos de un bosque y hay un valle frente a nosotros, no hay sol directo a iluminar los árboles los cerros pero si la luz es blanca y limpia y viva y sana y habla de esperanza, yo sé que entrando en el valle seremos al seguro, que ahí nunca llegarán los malditos perseguidores, que se acabó la huida sin sentido, que somos a salvo, que ya

Me despierto en mi cama en el medio de la n

oche con la certeza que no hay chance de seguir durmiendo, que no tiene sentido dar vueltas y vueltas entre las sabanas hasta mojarlas completamente de sudor, que mejor levantarse y ponerse a trabajar. El estomago mío se encuentra vacío y dolido, no cené ayer por demasiado trabajar e hice tarde aún para ver a Nera, quien sabe si me esperó, ella me dijo que saliendo del trabajo tenía algo que hacer pero quien sabe, siempre puede ser que me esperaba aún solo por ver que ahí estuve yo a saludarla a darle este beso en la piel suave de su cuello de princesa amazónica y percibir la presión erótica de sus senos contra este estomago mío que aún de tan vacío que esté no se le puede meter nada adentro ahora por torcido por ansioso de tanto huir. Así que prendo la compu y me meto a traducir una poesía de 15 años atrás en la cual relataba de una experiencia de 10 años más atrás aún, unos de los peores viajes de mi vida; que rara esta palabra “peor” : mientras que lo “mejor” se va con la ollas del tiempo, tan bonito estuvo lo mejor que se disuelve en el mar universal del gozo eterno, lo peor no, y ahí se clavó visión desnuda de mi que alimento el fuego con unas leñas que son mis mismo huesos que cuando voy quebrando y dan un sonido terrible de hues

os que se rompen, y cuando los meto en las llamas que necesitamos para vivir para ver en la noche para calentarnos para cocinar, cuando ahí arden huelen a cadáver a muerto a pira funerarias en las orillas del río Ganga Maha, a las piras de los pobres que no tienen leña de sándalo a perfumar la miseria de su cuerpo de sangre baba y excrementos, las piras de los pobres que tan poquita leña barata le pasa el gobierno que se le acaba el fuego pronto y por la mañana hay perros gruñentes a pelearse una pieza de pierna una oreja, se vuelven pescadores los perros sarnosos que con sus patas flacas sacan del río sagrado una mano un brazo de pobre que ahí viene con vacas enteras o cuerpecitos de bebes, seres tan puros según que no hay que quemarlos y así como fallecieron los tiran al río, la Gran Madre.

Y cuando por fin viene el día encuentra a toda la gente alrededor del fuego a cantar sus tristes cantares reggae que parecen blues por cuanto son tristes y ondean todos con sus guitarras y tambores sus cabezas sus cuerpos ondeantes al ritmo de las ollas del océano ahí en frente y al ritmo de la música triste piden a dios de protegerlos y parecen unos condenados a la felicidad convencidos como son que ganaron la puesta contra los que pensaban que nunca iba a regresar el sol... y no saben que si am

aneció otra vez es solo porqué quemamos nuestros mismos huesos en el fuego repitiendo el antiguo eterno sacrificio de Nanahuátzin que se repite diario a todas latitudes en todos continentes con cualquier color de la piel que tengan los hombres, diferentes colores la piel y el vello pero el mismo olor cuando queman… y ¡horror verdadero! cuando me voy a jalar por la nariz el polvo de los ángeles que suele regalarme tanto bienestar ¡horror! hoy es carne liofilizada lo que se me mete hasta el cerebro es ceniza de pira funeraria es polvo de mis huesos que metí al fuego anoche y sabe a carne a sudor a sangre… ya no hay droga ya no hay beldad… si no que la beldad será esto eterno reciclaje de sangre y esperma y mierda.

Estoy cansado de un pinche programa rebelde de la compu que ya lo había domado una vez pero no me acuerdo como y me da mal de cabeza y agotamiento y que bueno se me caen los parpados así que pueda dormir otra vez antes que suba el sol y me lanzo en la cama y me cubro el rostro con una almohada que al sol no le importa un pito si yo lo quiera o no hoy y se va a subir implacable otra vez y los pájaros van a cantar amanezca yo vivo o muerto, o quiera dormir quizá hasta cuando.

Salgo de un cine en la ciudad en donde crecí, ya destru

ida por el terremoto y recurrida en estos días por zopilotes a Grupos de 8 y de 5 que se quieren juntar para ser trece, pero aquí sigue igual como era antes de los terremotos y de los zopilotes y ahora salgo del Cinema Massimo con su columnas de cantera en estilo fascista, columnas blancas y cuadradas donde cuando niños pegábamos boletos del cine pedidos a los que salían de las funciones, boletos bien mojados en la boca con saliva adolescente para ver si era verdad la leyenda metropolitana que tenían una filigrana de mujer desnuda y había quien la veía y quien no, y yo si yo la vi, aún si solamente una vez. Salgo de este cine y camino rasante las columnas como para esconderme para que no me vean…

LA ENVENENÉ, la señora, un delito perfecto no me pueden acusar, no hay pruebas huellas rastros, nadie puede pensar en mi, y hasta ahora todavía nadie sabe que ella murió, ni sé yo quien era ella, sé solo que la maté, tengo una vaga sensación de que se trate de persona muy bien conocida, o más bien familiar... podría tratarse ¡horror! de mi misma madre mi sangre mi carne mi vida... no sé no lo puedo decir, no acuerdo pero seguramente nadie lo irá nunca a saber. En cualquier caso por primera vez en mi vida maté un ser humano: el plan se desarrolló en mi mente tan de pronto tan claro tan infalible y perfecto que no pude no meterlo en practica que no pude no hacerlo realidad, la perfección

del plan homicida fue tan exacta que sola se hizo realidad. La mejor amiga de la victima sale ahora del cine con una cola de zorro siberiano alrededor de su cuello delgado, la palidez erótica de su rostro es interrumpida solamente por el rojo vivo de sus labios maquillados, sus ojos triste tal vez ya presienten que será acusada del homicidio y que no tendrá chance de defenderse, todas la pruebas son en contra de ella. Un movimiento en mi alma me habla de peligro cuando sufro por ella acusada injustamente, chivo expiatorio de mi culpa asesina y este es el verdadero riesgo: que si sufro por ella pueda yo traicionarme, me espera una vida de mentiras o más bien de silencios y de soledad, cada palabra que diga puede dejar caer un indicio, mi enemigo soy yo mismo. El traidor la espía con la cual me toca de hora en adelante convivir para siempre una interminable vida de sospechas, mirarme detrás la espaldas en la noche, oír los muros confesar con mi misma voz.

No puedo no aguanto subo un camión que ahora sube las vueltas de una carretera perdida en los Himalayas cañones sin fondo puentes suspendidos sobre ríos impetuosos cúpulas de templos de oro sangre de pollos sacrificados que derraman por los callejones de los pueblos señoras enojadas que regañan flacos turistas franceses farmacias desiertas italianos disfrazados de

hindúes hindúes disfrazados de italianos mercados callejeros que invaden el mundo que siempre fue un mercado a cielo abierto la avidez en ojos negros el frío del alma en ojos azules… ¿podrá alguien pensar que partí por culpable?

Camino en una ciudad del primer mundo, el primero a ser jodido por supuesto, me miro atrás, nadie me persigue, pero podría ser, mejor mirar otra vez, con calma y detenimiento pero que no se den cuenta que me estoy cuidando la espaldas, que tema yo de algo, mejor no levantar sospechas, mejor actuar normal. Sudo sudo y se me sube las ganas, ahí al esquina hay el cajón, no sé como lo sé pero lo conozco el cajón, parece un puesto de vendedor ambulante, un puesto móvil, y tal vez alguna vez lo fue, ahora no, ahora esta siempre ahí en la esquina, solamente algunos saben que bajo la rueda derecha hay la llave para abrir el candado y meterse a dentro ¡qué raro! En mis tiempos no se vendían así las drogas, había el narcomenudista que te la vendía, tu pagabas y él te la daba, tan sencillo como comprar papas ¿como pueden confiar ahora que tu de veras pague lo debido y agarre solo lo que pagaste? Son tantos años que no me meto drogas pero hoy si hoy quiero, la gana es más

fuerte de mi soy resignado o mejor dicho resoluto a sangre fría no me importa un pito eso quiero, y abro el cajón, y ahí pongo mi billete de 5 y agarro la cajetilla de cerillos en donde vienen las piezas de 5 pero ahí está la cajetilla de cigarros con las de diez ¡no puedo resistir! agarro una pieza de diez y cierro el cajón.

¡Hay que haber un control, una videocámara! no puede ser tan fácil este self-service de la drogas me parece un poquito incongruente, seguramente me vieron, ya me conocen ya saben de mi robo los narcos, y de mi posesión de algo prohibido la policía. Un señor me agarra por el codo, es un viejito con ojos buenos me quiere ayudar y me dice, no vaya por allá vete por acá, pero no, suelto mi brazo y me voy por mi camino sin esperanza.

La calle esta vacía soy solo y bien visible, doy vuelta a la esquina y me meto en un supermercado y camino entre las miles mercaderías.

¡Fíjese! es el mismo supermercado en donde cuando niños tran

scurrimos las tardes a robar comida que íbamos a esconder tras la puerta de la iglesia en la esquina para hacer ricas meriendas después en la plaza que acaba de ser famosa en todo el mundo por la foto en la cual se ven dos presidentes del G8 posar a frente de la ruinas de un palacio que lleva escrito todavía PALACIO DEL GOBIERNO.

Y veo un niño de la banda que robaba con migo montones de salchichas y dulces en el primer supermercado que llegó en la ciudad del terremoto ni vente años después de la guerra y que ahora pertenece al presidente de la foto; el niño anda con su mamá pero cuando ella nos da la espalda y no nos ve me dice, pasó la patrulla pero se fue no se metió por acá... estas a salvo.