variopinto

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EXPERIENCIAS DE UN MARCIANO EN LA TIERRA

-Experiencias de un marciano en la Tierra-


Valeria Mejía

Había una vez un típico marciano que se dedicaba a hacer experimentos con la raza humana y para comprenderla mejor, decidió convertirse en un humano por un día... Esta fue su experiencia encontrada en su diario de anotaciones y traducida al castellana (pues estaba escrita en marcianés)
La luz emanaba colores al ritmo de la música, la energía salía por la punta de mis dedos, flotaba en el aire, salía del suelo!
Mi cuerpo era insuficiente para soportar la expansión de mi mente, colores, explosiones de colores, jamás quería regresar era demasiado hermoso!
Me sentía como un caracol vulnerable explorando su alrededor, redescubriendolo todo. Fui conciente de cada célula, de cada poro, de cada gota de sudor que emanaba de mi cuerpo, era como una esponja receptora de energías, hablaba el idioma de los árboles, respiraba junto con ellos, creí que enloquecería! el viento; las estrellas; todas eran fugaces, en la obscuridad se movian sombras...
El amanecer fue ver a Dios en cada átomo, manifestación divina de la esencia de la vida. Comencé a bailar en un frenesí y mi cuerpo fue invadido por un éxtasis permanente al admirar la traslucidez de las flores iluminadas por el sol y su fragilidad, de las nubes, de los reflejos del agua que emanaban una brisa arcoiris, un océano de energía mecido por el viento.
Experimenté la vida humana a cada segundo en su perfecta armonía.
Que bella es la vida de los humanos!

EXPERIMENTO

Experimento
Por Tania Hernández
“¿Qué sería de todos ustedes
–preguntaban lentamente sus corazones-
si nosotros no hiciéramos salir el sol todos los días?”
Eduardo Galeano
 
Aún no había llegado el momento de apagar la luz del mundo. Tan solo intentábamos cerrar sus ojos, para ver si volvían a escuchar Nuestra Voz. No sirvió de nada. Hacía rato que se habían quedado ciegos y solo podían mirar y mirarse a través de la memoria. Ellos no lo sabían. Nosotros nos pusimos a llorar. Tal vez había sido un error dejarlos tanto tiempo solos.

VIVIR EN LA LUNA

Vivir en la luna
Olga Contreras

-¡Vos patoja vivís en la luna!- frase repetida por muchas bocas desde pequeña. Si a uno le repiten algo muchas veces puede que se lo para crea. Y ella lo hizo. Así que se obsesionó con la luna y con vivir allá, alejada de esta terrenalidad absurda. Y según sus limitados medios hizo todo lo que creyó necesario para ser una lunática, literalmente. Lo primero que hizo fue lo más obvio, escribió miles y miles de cartas pidiendo, rogando –por último amenazando- a los directivos de la NASA para que la llevaran escondidita en una esquina de algún cohete y que la dejaran allá, ella no pedía boleto de regreso.

-Ustedes sólo déjenme allá y yo me las arreglo, en serio.

Lo único que se sacó fue la visita intimidante de unos tipos vestidos de negro riguroso que en idioma inglés la urgían a dejar de estar escribiendo babosadas, que la próxima vez no iban a ser tan amables.

Decidió que la solución para un problema tan etéreo no podía radicar en la ciencia.

Lo siguiente en su lista fue aprender a aullar como lobo, esas criaturas eran –después de ella- las que más amaban y comprendían la luna y su efecto. Se instaló como pudo durante un año en el medio de la nada en Canadá y aprendió todo lo necesario. Su dulce voz se convertía en aullido desgarrador e inspirador a la vez. Las pocas personas que pudieron escucharlo se quedaron extasiadas ante tal canto y fueron transportadas por breves momentos hacia esa luna que ella llamaba hogar. Nada, por mucho aullar no pasó nada.

Luego vinieron una serie de experimentos más bien bobos y hasta sosos, que surtieron el mismísimo efecto de los aullidos: se envolvió por completo de pies a cabeza de plumas de cisne blanco, pero el pegamento que usó le causó una alergia descomunal volviéndose toda ella en una sola roncha roja y picante. Luego le dio por comer queso, por aquello que la luna es de queso y uno es lo que come. Veintiocho libras después y con los triglicéridos por la luna –sin ánimo de burla- tuvo que abandonar su proyecto. Caminaba para atrás y en zigzag, tomaba agua llovida recitando mantras, se fumaba la niebla de las madrugadas, hervía el rocío de las orquídeas con una pizca de jazmín a modo de té, bailaba en medio de tempestades y rezaba novenarios completos a cada estrella. Nada.

-Lo que querés es imposible, es un sueño- le desanimaban propios y extraños.

Un sueño…¡Justo eso! Aprendió a programar, estudió hasta el más mínimo detalle de onirismo, compró las dosis exactas de somníferos naturales y se fue a su lugar favorito, en una balsa de madera justo ahí en medio del lago hizo lo que tenía que hacer. El Cosmos se apiadó de ella y le dio lo que por derecho le correspondía.

En las noches claras de luna llena –con la ayuda de un buen telescopio- se le puede ver en su casita con tejas rojas y cercas blancas, en la parte más bonita del Mar de la Tranquilidad.



TREVINAS EN FLOR

 TREVINAS EN FLOR 
Elena Nuñez



-Nada bueno. Seguro que no andas haciendo nada bueno ahí. ¿A qué viene que te pases las noches en vela? Te vas a enfermar. Tienes que dormir.


Poco le importaba a ella las advertencias de su marido. Estaba demasiado enfrascada en sus tubos de ensayo. Dentro del cuarto que mantenía cerrado con llave pasaba las horas. Según llegaba del trabajo, olvida todo, y se sumergía entre sus probetas llenas de fluidos de colores. Había hecho instalar un poderoso extractor de aire, de no estar este, el aire estaría lleno de demasiados olores. Y eso, eso exactamente era lo que intentaba evitar a toda costa, su nariz debería siempre estar dispuesta a olfatear cada uno de sus nuevos logros. Examinarlo, catarlo con sus glándulas olfativas y descodificar hasta el último componente de su esencia. No es que se dedicara a fabricar perfumes, nada por el estilo. Algo más poderoso, y más productivo, o al menos así pensaba ella. Su sueño era controlar los olores, conseguir cambiar las emociones con ellos. Todo comenzó con un curso de aromaterapia, y las malditas flores de Bach, como le digo él, ¡andas todo el día con esas malditas flores para todos lados!, ¿quieres dejar de echarle a la gente esa porquería? Dada su respuesta, en cuanto se le ocurrió comenzar a jugar con los olores, tuvo claro no compartir ni un solo detalle con su marido. Ya la tenía por bastante excéntrica. Así que todo cuanto ocurría allí dentro quedaba allí dentro. Las notas de sus mezclas eran ya una tonga sobre su mesa. Una vez lograba alguna que le valía la pena la colocaba sobre una repisa, donde a la vez que le daba un número añadía una etiqueta. Sueño, hambre, ternura, calor, frio, sed, deseo,.. Y así tenía ya hasta veinte. Ella misma las había puesto a prueba en su propio organismo. Y funcionaban, vaya sí funcionaba, de todas tenía siempre la tentación de volver a probar la del deseo. Pero aún no estaba dispuesta a dar el siguiente paso. Usarla en los demás.

Imaginaba que poderoso sería regar al mundo como las avionetas que fumigan los campos, verter sobre un campo de guerra, la esencia del amor, de la comprensión y de la ternura. Sumar esas tres en una e ir por doquier con un dosificador como el pequeño que llevaba en el bolso. Quizás lo de la avioneta era demasiado pretencioso, pero a pequeña escala era algo posible. Pasó la noche en vela no solo por la decisión de su primera prueba fuera del laboratorio, si no por los gritos habituales de sus vecinos. Nada más cerrar la puerta de casa extrajo del bolso su pócima y por la ranura inferior de la de sus vecinos dejó dos toques de su máxima olorosa. Realmente si le hubieran dicho a que memoraba aquella esencia, no hubiera podido decir nada, era casi inodora. Quizás un leve toque a trebinas en flor. Cuando regresó casi al anochecer, su frasquito estaba vacío. Justo cuando pisaba el rellano de su planta sus vecinos salían con unas expansivas sonrisas asidos por la cintura, y le dieron las primeras Buenas Noches, en su diez años de convivencia. Ella sonrió aún más en su interior. Aquel era el primer resultado de todo su trabajo.

El caos se abrió ante sus ojos, cuando al entrar en la casa, su marido estaba acompañado de una pareja de lo más circunspecta, con aparente amabilidad. Estos señores María, vienen para hablar contigo. Les he comentado tu empeño en no dormir, en pasarte las noches en vela, en encerrarte en tu mundo… No se preocupe entendemos sus preocupaciones, nosotros estamos aquí para ayudarle. Otros dos hombres salían de su cuarto de experimentos, sacaban cajas, las paredes y el piso desnudos renunciaban a la huella de todo lo que había allí hasta hacía unas horas…

¿Cómo te encuentras querida?, los médicos dicen que estás mejor… que ya duermes. Este sitio es estupendo, tiene una luz maravillosa, ¿a qué ya no piensas en esas cosas de los olores?, ¿a que ya estás bien?.
Ella miraba ausente. La luz de la tarde de primavera era expansiva como la sonrisa de su vecina. Y las trebinas en flor aún la hacían más intensa.

Bueno. Tú no te preocupes, mañana volveré a verte. Descansa querida.

CUENTOS LIBRES

LA INSURGENCIA DEL AMOR

La insurgencia del amor

María Hernández

De repente, la mente se me desordenó. Las ideas se cayeron de los estantes de la cordura. ¡Hubo una revolución! Mis neuronas prosiguieron a esparcir la serotonina que me desbordó en felicidad. En mi vientre, se instaló un mariposario, donde me estremecía en cada aleteo. Mi corazón hizo melodía al compás del amor: el sístole y el diástole en armonía pum pum puuuuuuuum pum. Mis sentidos se alborotaron… botaron y rebotaron. Las placas de mi piel, envueltas en el humedal de la pasión, se mantuvieron en tremenda sacudida por las terminaciones nerviosas en corto circuito ante los roces de sus dedos; mi oído, mi radio receptor, sintonizaba la mejor frecuencia con su voz cadenciosa; mi nariz se volvió fan de sus feromonas y mi boca se deleitó contoneando los labios en el ritual de sus besos.

De pronto, vino la contrarrevolución de su desprecio.



MY WAY

MY WAY
Elena Nuñez


El recepcionista me pidió el carnet de identidad. La foto era de hacía años y me miró varias veces hasta que se cansó de confirmar que mi aspecto de ojeras y pelo desdeñoso eran los mismos que los perfectos que aparecían en la imagen. Su llave señorita. Su habitación esta en la segunda planta, da vistas a la Plaza Mayor, que tenga buena estancia. Tan solo iba a pasar una jornada en aquel selecto hotel de habitaciones estrechas pero con solera. Nada más el botones se hubo marchado, corrí la cortina y dejé que la luz de la gran plaza entrara por la ventana. Madrid en esta época del año estaba congelado. Su aire era fino y se calaba por los poros, a pesar de ello, abrí la ventana de par en par y respiré profundamente. El baño se llenó del vapor, mientras yo me sumergía y sentía ahora el calor húmedo del agua caliente. Tomé aire y me sumergí en el espumoso líquido, aguanté la respiración hasta no poder más y salí tomando una bocanada que me supo a gloria. Me desprendí como si me autobautizará en mi nuevo comienzo. Estaba allí para eso, me dije. Me vestí con mis mejores galas y bajé al restaurante. Mesa para uno por favor. Acompáñeme. Delicadamente el joven me acercó la silla mientras yo doblaba mis rodillas. El acolchado mobiliario me hizo sentir acogida en él. ¿Desea el menú del día o a la carta? Era evidente que dada mi decisión de darme lo mejor, no iba a optar por el menú aunque fuera más económico. Así que elegí un lenguado a las hierbas provenzales acompañado de una ensalada marinera sobre un lecho de apio, todo ello acompañado de un vino de cosecha exquisita. Me sentía como si eso fuera lo que habitualmente hacia a la hora de la cena. Degusté tranquilamente aquella, y luego me dirigí a la zona exterior donde al pie de una buena estufa se podía fumar. Aquel cigarro era el culmen a mi sibarita consumición. El vermut que depositó el camarero sobre la mesilla sonó sobre esta al tiempo que una suave melodía dejada por el pianista. Miré a aquel hombre que deslizaba sus manos por el blanco marfil tecleado. Parecía estar acoplado de tal modo al instrumento que parecían uno. Resultaba tan relajante escuchar su música como ver el disfrute con que acariciaba las teclas. Alzó la vista y comprobó que yo era la única oyente. Sonrió. Yo le devolví la sonrisa y continuó deleitándome con su actuación. De pronto se levantó y se acercó hasta mí, me preguntó si deseaba escuchar alguna canción en especial. Primero me sentí un tanto sorprendida, pero al momento me vino a mi cabeza las notas de una canción... Se volvió a su puesto y suavemente depositó sus manos sobre el teclado. Cerré los ojos al oír las primeras notas de MY WAY, el resto de la canción me sumí en un total relax. Los abrí a su fin, y lo descubrí mirándome. Gracias le dije. Un placer. Y continuó su repertorio. Supongo que más o menos dedujo mis gustos, porque el resto de las canciones eran de Frank Sinatra. Un concierto solo para mí. Mi cigarro, mi vermut, y un pianista todito para mí…

Cuando abrí la puerta de casa, él me esperaba, sentado como siempre ante la pantalla del televisor, viendo abducido el partido entre el Barcelona-Madrid. Siquiera levantó la vista para decirme, ¡Ah¡ ya estás aquí, alcánzame una cerveza… Me había tomado el fin de semana para mí. Aquella melodía seguía sonando en mis oídos. Me acerqué a la cadena musical y busqué mi canción. Luego me coloqué ante el televisor y lo apagué. ¿Pero qué haces? Está a punto de terminar y van en empate. Subí la música, y comencé a bailar… aquella noche todo fue a mi manera.

MI VIDA EN MARTE

Mi vida en Marte

Por Tania Hernández

Mi papás, mis hermanas y yo venimos de Marte. Estamos atrapados aquí, porque la nave espacial en la que veníamos se descompuso. ¿La botaría una bomba? Mi papá dice que no podemos respirar el aire de afuera, porque somos chiquitos. Los grandes sí, porque a los grandes le crece una cosa en la nariz con la que pueden respirar en cualquier parte. ¿También donde hay gases lacrimógenos o napalm? Nosotros, los niños, todavía no la tenemos. Eso le sale a uno cuando tiene como dieciséis. O cuando hay hijos y tienes que salir sí o sí. Pero nosotras todavía estamos chiquitas. Por eso nos quedamos todo el día jugando en la nave espacial que nos trajo a la Tierra. No sabemos en qué planeta estamos, pero debe ser un planeta muy malo, porque, así como lejos, se oyen ruidos bien raros. ¿Son balazos? No lo sabemos con exactitud, solo sabemos que así se oía la aldea, el día que tuvimos que escaparnos al monte. Mi papá dice que nuestra nave espacial es segura y que aquí no puede entrar ninguno. Eso es bueno porque, si no, sentiríamos mucho miedo cada vez que ellos nos dejan aquí solitas. Él nos prometió que vamos a volver a Marte, que vamos a poder salir, y que vamos a poder jugar afuera, cuando regresemos a casa. Casa... ¿Qué habrá sido de nuestra casa? ¿A dónde habrán ido los amigos? ¿Qué fue de mi abuelito que ya no pudo salir? Ya son las seis de la tarde y mis papás no regresan. ¿Y si se los llevaron los terrícolas? Mi mamá regresa, pero solita. Viene llorando. ¿Qué pasó mamita? ¿Qué pasó con mi papá? Maldita guerra, maldito miedo, malditas fantasías que pueden durar. Mi padre no volvió. Se lo llevaron. En las noches claras, en las que el planeta rojo se visibiliza, pienso en mi padre y en ese pequeño Marte que desapareció con su partida. Mi niña interior aún espera, contra toda lógica, que una nave espacial nos lo devuelva, mientras yo sostengo en mis manos un reporte forense que aún me niego a creer.

PAPÁ

Papá


por Ingrid Sofía Escobar

Pintaba ser un buen año, el nuevo trabajo de papá, mamá empezaba a preparar lo que sería el "negocio de la familia" y mi hermano mayor, graduándose como médico. Yo apenas estaba empezando mi carrera universitaria: psicología.

¿Qué fue lo que pasó?

Se preguntaba mi mamá todas las noches, ambas durmiendo en ese pequeño cuarto oscuro.

La verdad, desde el momento que mi papá puso una mano sobre mamá fue que todo se fue cuesta abajo.

Olor a cigarro y cerveza. Sí. Ese es el recuerdo de él.

Cuando el cuerpo de él no tenía ni una gota de alcohol era un completo extraño para mí. Sólo bastaba un par de botellas y aparecía esa persona a la que estuve acostumbrada desde que tenía memoria:

Mi padre.

Toda persona que lo conociese pensaría que era la persona más carismática y espontánea. Pero no sabían que todo era un show. Al llegar a casa se quitaba el disfraz y ahí...

Ahí comenzaba el verdadero espectáculo.

Empujones.

¡Zorra!

Moretones

¡Te daré una razón para llorar!

Sangre

¡Inútil! ¡No sirves para nada!

Shock.

Mi madre tirada a media cocina. Toda la habitación se encontraba completamente deshecha, mostrando el camino de destrucción de ese tornado.

De mi padre.

Bañada en su sangre, la tomé en mis brazos, revisé su pecho, su respiración.

Y un débil suspiro salió de su boca

Amenazada por el tiempo volteo a ver, buscando en desesperación a alguien, cualquiera, menos mi padre, que pudiera ayudar.

El cuerpo me pesa.

La adrenalina corre.

¿Qué hago?

¿Qué hago?

Mi hermano.

Mi única oportunidad.

......................

"Todo fue una pesadilla"

Eso es lo que me repito todas las noches.

Papá enloqueció.

Papá regresó a casa.

Y papá me intentó matar.

Aún no me creo como en ese justo momento mi hermano llegó, y cómo en un segundo cayó al suelo.

La ambulancia llegó.

¡Corre!

Papá hizo lo mismo.

Papá desapareció.

UN CENTAURO SOLITARIO

Un Centauro Solitario  por Valeria Mejía


Estaba acostumbrado a la soledad... Su vida se había tornado asi.
Vivía en medio de una montaña poblada solamente por sauces, pinabetes, castaños y eucaliptos.
Por las mañanas subía a la loma a contemplar los amaneceres, y por las noches leía los cielos y estudiaba el movimiento de los astros.Era completamente libre... pero se sentía solo.
El silencio del bosque rasgaba sus tímpanos, sólo conversaba con las flores, los grillos, las ardillas y demás pobladores locales.
Para matar el tiempo forjaba artesanías de semillas y piedras preciosas que encontraba ocultas en las cuevas y barrancos.
Extrañaba los tempos en que corría libremente por las praderas y cuando practicaba tiro al blanco con
el árbol de manzano. Pero esos tiempos habían pasado... Su manada estaba extinta y sólo quedaba él.

SOL DE INVIERNO

Sol de Invierno
Olga Contreras

Voy en camino. Hace frío, ha sido invierno desde hace mucho y la primavera se ha hecho de rogar, negándome aquello que a todos les da. El sol calienta mi cara y descongela -cual amante esmerado, poco a poco, con cuidado- las ganas guardadas durante 536 días y sus noches oscuras sin tu cuerpo. Voy a verte, quiero verte, tengo que verte. Soy una viajera con un propósito: necesito recuerdos nuevos, mi curiosidad exige caricias diferentes, mi cuerpo clama momentos desconocidos que describan un amor renovado y mi alma desea relatos ignorados que enciendan su luz.

Llego y me aferro a tu pecho, nada me arranca de ahí, ya eché raíces y maduré en tu piel. Tu sudor es mi rocío, tu voz mi alimento, tus manos son mi fin, tu boca mi principio. Los días pasan entre gemidos, saliva, olor a lujuria, imágenes borrosas de antojos guardados y cumplidos y promesas de locuras por venir. Resultaste ser todo lo que quería, más de lo que imaginaba pero nada de lo que esperaba.

Regreso con el alma en alto, el corazón lleno pero el futuro vacío de vos. Hago una oración para que los detalles se eternicen, para que la piel no olvide, para que la nostalgia no me ponga de rodillas.

ANA

“Si dejara de ser sonámbulo
Me extrañaría Ana”
Eliseo Subiela

Ana

Tania Hernández
Era de noche, hacía frio y Ana estaba allí para salvarme. Yo sabía que dormía, más aún, que alucinaba. Pero era un sueño tranquilo, suave, de esos que te hacen cerrar fuerte los ojos para que no se abran con el día y que tu mente los guarde, con los guantes puestos, en el cajón de los recuerdos. Quedaba todavía mucha noche y mucha fiebre. Las alas de Ana estaban dispuestas al vuelo, tan dispuestas como su cuerpo que aterrizaría pronto de su propio sueño, pero que ahora se asía al mío para evitar caer en las profundidades de la nada. Daba saltitos, de repente, cada vez que la madrugada rozaba sus antenas, pero - lo repitió varias veces – había venido a salvarme. De eso estaba segura. Levantamos el vuelo con sus alas y bailamos en el aire al ritmo del jazz que impregnaba el viento - lo cual era inverosimil, porque siempre he sostenido que el jazz no es para bailarse, por lo menos no así, agarrados, pegados, cheek to cheek, pero ¿hay otra forma de bailar en pleno vuelo? -. “Weep no more” nos elevaba mientras íbamos dejando abajo a un grupo de personas vestidas de negro, presididas por mi madre, que rezaban por sus muertos y por sus vivos – mi madre estaba entre los muertos, pero yo aún no lo sabía - unos rezos extraños que más que palabras eran murmullos que en conjunto sonaban a música de programas infantiles ta-tára ta-ta-ta-ta ta-tára ta-ta-tá. Alguien mencionó en voz alta el nombre Gonzo, que, que era como Ana me llamaba cuando éramos niños. Ana, vió que me sentía aludido y sentenció: "Yo no sueño con idiotas inmaduros." Entonces me dejó caer.

Desperté.


Aún antes que las sombras se volvieran gente, intuí que Ana estaba en el cuarto de hospital. Entre la niebla que presidió a la conciencia, había distinguido su silueta seductora. Las alas abiertas alas abiertas me indicaron que por fin me había perdonado.

PAÍS SIN LLUVIA

País sin lluvia


Olga Contreras

-Déjeme ver si le entiendo- dijo confundido y con cara de ésta doña está loca- ¿usted lo que quiere es irse a vivir a un país donde no llueva, que sea totalmente seco, sin lluvia?

-Sí, eso es lo que quiero: un lugar sin lluvia. Verá, tengo una enfermedad rarísima y la lluvia -la más insignificante llovizna- me afecta de tal forma que tardo días en recuperarme. Es insoportable, francamente, no puedo seguir así.

Después de meses de averiguaciones con expertos, trámites desgraciados y espera desesperada, finalmente pude mudarme al cuerno de África en el culo del mundo, donde se me garantizó que no había llovido en años y que se esperaba que siguiera así.

Empaqué mi casa, poca ropa, mucho pasado, toda posibilidad de futuro, desconsuelos de más y me vine a esta tierra tan árida como solitaria; ideal para segregarme por mi propia mano de esta dolencia insufrible.

El paisaje era la absoluta perfección para mí: los cuatro puntos cardinales sólo me mostraban tierra, pasto seco, soledad. Está por demás explicar que me costó una chiche y la mitad de la otra adaptarme a respirar fuego en vez de aire, a no tener nadie con quien hablar más que algún misionero eventual, pero todo era mejor que seguir siendo esclava de la lluvia y sus consecuencias.

El tiempo pasó en forma de meses que mutaron en años y la lluvia ni siquiera alcanzaba a tocarme en sueños. Poco a poco aprendí lo indispensable del idioma para poder comunicarme con los lugareños, los misioneros y similares que pasaban por mi casa ya tenían como hábito pasar a saludar a la señora que era alérgica a la lluvia. Confieso que esperaba con ansia esos días pues me enteraba de noticias del mundo y podía platicar con alguien que no fuera yo o los retratos enfundados en polvo, o los fantasmas que no se iban ni a palos.

Nada me preparó para aquella tarde en que sucedió. Mi día iba más aburrido de lo normal, estaba releyendo Cien años de soledad por enésima vez, riéndome de las ocurrencias de Aureliano Buendía cuando mis oídos identificaron el sonido no escuchado en 13, 581 días con sus noches: el retumbo que promete lluvia. Cerré las ventanas, inútilmente coloqué trapos bajos las puertas para que no entrara nada, saqué unas mascarillas que tenía guardadas en caso de emergencia, me senté en un sillón a esperar el maremágnum por venir. Las tímidas gotas comenzaron a caer y a mojar la tierra poco a poco, como quien no quiere la cosa y a medida que la tierra se mojaba y recibía a la lluvia de la misma forma que se recibe al amante después de una larga espera; y ese cosquilleo eléctrico me invadía; se apoderaba de mí, me dejaba inválida pero consciente, viendo en una pantalla inexistente los recuerdos como si fueran ajenos y el ataque vino, más fuerte, más ponzoñoso, más salvaje y cruel. Y es que la lluvia, el olor a tierra mojada, a grama recién cortada me recordaba los besos que él me daba, pues sabían justo a eso: a lluvia fresca, a dulce agua bendita y desde que no los tengo, la más leve precipitación desencadenaba en mí ataques de nostalgia –esa perra traicionera- mezclados con rabia, dolor, ira, que lograban tumbarme en un estado catatónico y lastimoso por días.

El pronóstico del tiempo para los próximos meses: despejado y sin probabilidades de aguaceros. Menos mal, esto de vivir esclava de la lluvia es una mierda.

EL RELOJ Y SU ODISEA

EL RELOJ Y SU ODISEA

María Hernández


Un día, el reloj de pared se cansó de su situación y se dijo a sí mismo: -¡Ya no aguanto más esta vida tan agitada! Todo es un correr y correr sin sentido. ¡¿Y esto es lo que nos trae esta modernidad?!- Se preguntó.

Había llegado ya él al límite de tolerar que la vida transcurriera tan rápido, y es que los minutos ahora tenían complejo de segundos y las horas apostaban por convertirse en minutos. Todos ellos transcurrían por su panza redondita (¡es que se ha comido varios años ya!), como que haciendo competencia; rápido iban uno detrás del otro, tratando de rebasarse. Muy ágiles pasaban las horas, los minutos, los segundos, sus fragmentos, los fragmentos de sus fragmentos… todos en su maratónica aglutinación de días, meses, años que pronto se convertían en recuerdos que nadie quería desenterrar.

Esos movimientos temporales, circulares y agitados eran constantes y pues, le causaban vértigo, la náusea de visualizar que el tiempo no se tomaba ya su tiempo para disfrutar y deleitarse de cada momento de la existencia, todo era a la ligera.

-¡Bueno!- Se dijo. -Creo que será mejor buscar otra época. Ésta es muy complicada ya, con este tiempo que resbala tan de prisa por mi panza de años. Y además, ya no aguanto las disputas que se arman por mí. Ya me he cansado que la gente sea una dependiente de mi temporalidad. Tengo que migrar. Tiempo atrás...- Y así lo hizo: Tomó sus manecillas y con todas sus fuerzas les dio un girón en sentido contrario, miles de rotaciones daban éstas, mientras los recuerdos revoloteaban y se mezclaban, saliendo disparados hacia la habitación. Fue un viaje de vueltas y vueltas, un viaje vertiginoso, hasta que, de pronto, se vio desmoronarse en miles de miles de partículas diminutas de granos de arena, las cuales se escurrían con paso acelerado entre dos embudos de cristal, sin poder controlarse. Sentía el caos del tránsito de sus partes arenosas; con las que también fluía el tiempo que no decaía en velocidad. La ligereza lo agobiaba y, entre el alboroto, despedazado, se fue desprendiendo de su esperanza por menguar el paso del tiempo. Su frustración se completó cuando sus granos empezaron a diluirse entre el caudal de sangre que brotaba de una mano temblorosa. De esa mano que, desesperada por la presión del pasar de los segundos convertidos en años, había optado por destrozar al reloj de arena; y así habría puesto fin también a la pena del utensilio contador del tiempo.



CUENTOS DE FIESTAS