variopinto

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LA CÓLERA EN TIEMPOS DEL (DES)AMOR

LA CÓLERA EN TIEMPOS DEL (DES)AMOR
 Por Juan Pensamiento Velasco


Acostado a oscuras en su cama, con el corazón latiendo muy fuerte y un poco de dolor ya en el antebrazo, sabía que había sido un desperdicio haber amado tanto a esa maldita basura con cuyo recuerdo se estaba masturbando.







CANCIÓN DE NIÑOS

Canción de niños

Por Tania Hernández

Una putita triste tralalá, dos putitas tristes tralalá - cantaba alegre la niña mientras saltaba sobre un avioncito dibujado en la banqueta de la casa celeste, cuya puerta negra con marco blanco marcaba la mitad exacta de la calle, entre esquina y esquina. Tan celeste como Sophie y su familia la habían dejado muchos años atrás. La visitante se acercó con cuidado a la niña, para no asustarla, y le preguntó si sabía quiénes eran los nuevos dueños. Los nuevos nuevos, no sé, respondió amable la niña, pero antes había mucha gente. Luego bajó la voz y agregó como en secreto: dicen que allí desnudaban a las niñas de su dignidá y después las hacían película. Cerciorándose de que nadie más que yo la había escuchado, retomó su tono de voz normal y sentenció: cuando sea grande voy a ser actriz de DVD. Sonrió y siguió cantando y saltando como si nada. Sus rizos y su falda brincaban a destiempo con su cuerpo, como si cada uno quisieran bailar por su cuenta. Sophie volvió a sentir esa terrible urgencia por escapar de esta realidad que permite a las peores cosas reproducirse al infinito. Cerró los ojos y respiró profundo. Siguiendo el consejo del sicólogo, acarició sobre las mangas las cicatrices en las muñecas. Efectivamente se tranquilizó. Cuando abrió los ojos, vio que la niña la miraba extrañada. Gracias, le dijo, y caminó de vuelta a la estación. Sin embargo no fue sino hasta que el bus llegaba casi a la ciudad, que se sintió a salvo. Su apartamento. Su cama. Su almohada. Estaba cansada, pero por si acaso se tomó un tranquilizante. La pastilla surtió efecto, y le permitió conciliar el sueño tan rápido, que no le dio tiempo de pensar en nada más. Pero el sueño fue demasiado profundo, y demasiado largo, principalmente la parte en que vio de nuevo el rostro de su tío que cantaba alegre y lujurioso "una putita triste tralalá, dos putitas tristes tralalá".



TOSTADAS CON CHOMIN

Tostadas con Chomin
Por Patricia Cortez B.


Entonces le dije “si, como dice García Marquez, ustedes los europeos tienden a oler un poco raro, el olor del desarrollo”.

Ella se sonrió de lado, con total incomodidad, a veces olvido que su idioma materno es el francés y que no tolera esos chistes guatemaltecos que ofenden deliberadamente, pero que son tan graciosos.

El día anterior no había podido tolerar el aroma de ella y sus padres en el carro, por la noche le dije que me hiciera el favor de bañarse y no se lo dije como antes, llevándola al río para que se mojara, sino directamente “mirá, si se van a subir otra vez a mi carro, por favor pasen dándose un baño, aquí el agua abunda y está tibia por naturaleza”

Algo se había roto, evidentemente, ya no me trató de besar al bajarse del carro y mucho menos me invitó a una encamada tarde en la noche, eso lo agradecí, ella huele a ajo, y a loción francesa, pero más que nada a sudor agrio y a falta de higiene, no me gusta acariciar su pelo porque está grasoso y duro y mucho menos intento besar áreas cruentas porque sé que será insoportable. Al inicio del romance la llevaba primero al río, que se mojara una hora o más y allá la desnudaba del diminuto bikini y entonces si podía, pero a medida que ella se fue cansando (no se dio cuenta de las indirectas) y con el calor del trópico yo no podía entender por qué diablos no se bañaba todos los días, ayer tuvimos 40 grados a la sombra y ella y sus padres (que vinieron a conocerme) siguen oliendo a europeos.

Al día siguiente, cenamos en mi casa, los tres llegaron bañados y ofendidos, me encantaba eso de sentirme superior, va pues, lo normal es que ellos, los europeos vengan a civilizarnos y he aquí, yo, diciéndoles cómo comportarse, que insolencia caramba.

Bertilda hizo chomin, el fideo bien cocido casi deshecho, las zanahorias y el güisquil bien picaditos, con un montón de pollo deshilachado y a mí se me antojó ponerle mucho cátsup, chile y servirlo sobre tostadas, eso me parece más delicioso que cualquier comida francesa.

Me reí un momento mientras los veía intentar comerse la tostada sin derramar nada, abrían la bocota y apenas lograban agarrar un poquito, Bertilda y los demás de la casa comían con ganas, y se divertían con los patéticos esfuerzos que hacía ella para tragarse el chomin y bueno, al final, los fui a dejar a la casa donde vivían, entonces ella se me tiró al cuello y me pidió sin miramientos una cogida final.

“sabés que me voy mañana” me decía mientras me metía la mano en el pantalón sin importarle que hubiera gente todavía en la calle a esa hora de la noche.

me metí a su casa y cogimos con la puerta abierta, era su venganza por la humillación, que sus padres pudieran oírnos y vernos coger , así limpiecita no me molestó.

Hoy por la mañana veo su Facebook, ya regresó a Francia y subió una foto de las famosas tostadas con chomin, no entiendo mucho francés pero puedo ver que es una burla a las formas de comer de nosotros, chingada racista, y ni siquiera cogía bien.



MUERTE ANUNCIADA

Muerte anunciada.
Por Nicté Walls


Quiero mi regalo

no me gusta que me presionen y vos lo sabías, así que eso de pedirme algo que ya sabías que no iba a darte (o que quería darte, pero no en esta fecha) me alteraron los nervios.

te dije "está bueno" con ganas de que se te olvidara, pero insististe tanto que pensé que iba a quedarme sorda de tanta fregadera, parecías un niñito de 6 años pidiendo su regalo de cumple.

Yo sabía que Sebastian llegaba tarde, más ese día que debía cumplir con la otra y pues, teníamos la tarde para nosotros, pero ni así quería dártelo, es que me gusta que me ruegues, que te lances por el piso, que te humilles y entonces...sólo entonces abrir las piernas para que te sacies el hambre que me tienes, primero aferrando tu cabeza entre mis muslos y luego apretando tus nalgas hasta que te fundes y quedas sollozando.

"ve y te lavas las manos" te dije, sabía que eso te enfurecía, porque era volver a humillarte como siempre, pero obediente saliste a buscar el agua y regresaste con un aguamanil de porcelana, lavaste tus manos y tu rostro y luego te arrodillaste para beber de mi cáliz.

Yo tenía ambas piernas sobre los brazos de la silla, gemía a todo lo que podía en aquella soledad de la hacienda, tu cabello olía como siempre a las reses que cabalgabas y tus manos duras y callosas aumentaban la sensación con un leve dolor que podía hacer temblar a la más santa, y yo recitaba tus versos favoritos, aunque estaba segura que no los escuchabas.

Sebastian te agarró de rodillas, su fusta cayó varias veces sobre tu espalda y la espuela se clavó en tu muslo, "burro asqueroso" te dijo mientras salía de la hacienda de regreso con su amante y tu te retorcías de dolor en el suelo.

a mi no me tocó.

Al día siguiente todavía estaba enojada, le reclamé a Sebastian no dejarme un espacio de satisfacción, mientras el se regocijaba con su amante, sólo se rió por el costado y se fue de regreso a su casa. esa tarde no viniste y me quedé otra vez con las ganas pegadas.

Por la noche me despertó Alicia para contarme que estabas muerto, atravesado por una cornamenta de toro, un extraño evento en el que ese toro de lidia que no va nunca al potrero te sorprendió sólo y te atravesó por completo.

Ni Alicia ni yo fuimos al entierro, donde seguro estarían tu esposa y tus hijos. Sebastian pasó la tarde conmigo, se dejó domar como un cachorro y bebió de mi caliz como te vio hacerlo.

HISTORIAS ERRANTES

Historias Errantes
Por Elena Nuñez


Después de ser leídos aquellos cuentos tenían la peculiaridad de desaparecer. Así, tal cual. Y no es que fuese ninguna tinta inventada por algún gobierno líder en armamento militar. No señor, la tinta era la misma de siempre, Pixma. Era el contenido, y aún más que este su título. El autor había decidido dada la ardua tarea de recopilarlos, reencontrarlos, recomponerlos, y reordenarlos, sellarlos todos bajo el título de peregrinos. Tan al pie de la letra se lo tomaron cada una de aquellas composiciones, que a medida que el lector pasaba la hoja, ya salían ellas a su camino. O mejor dicho sus caminos.

Una hilera de palabras, descendía de entre las hojas pasadas, y como una fila de hormigas se dirigían a la puerta. Tal era la premura que generaba en el lector, que sus ojos devoraban el cuento. El temor de que desapareciera entre sus manos el final, le impedía dejar la lectura. Así que todo aquel que decidía sumergirse en aquel libro, hasta el último punto se quedaba atrapado por él. Exhaustos, agotados, extasiados por la lectura, cerraban el libro, al tiempo que el vocablo final de aquel, salía por debajo de la puerta. Al ojearlo de nuevo, las hojas en blanco parecían no haber albergado nunca historia alguna. Y así cada una de aquellas historias se volvían errantes, trotamundos, viajeras, recorriendo hasta el lugar más recóndito de la tierra. Peregrinos con su macuto al hombro recorrían aldeas perdidas, ascendían a las cumbres más altas, proclamaban a los cuatro vientos su historia… Con el paso del tiempo el autor se dio cuenta del error del título. Pues todo el mundo acabó sabiendo cada uno de sus cuentos, pero ya nadie compraba el libro.

NAVEGANDO EN EL MAGDALENA

Navegando en el Magdalena
Por Patricia Cortes Bendfeldt

“Compa, espéreme quiere, que ya llego, aunque sea a navegar en el magdalena con la bandera del cólera izada”.


Leí su carta dos o tres veces antes de darme cuenta que me encantaba la idea de morir en el río navegando en un ¿yate?, ahí era donde sus propuestas se caían, ella era tan citadina, tan pulcra, tan llena de gustos caros (vinos, caviar…grandezas) que me daba miedo que viniera ¿Dónde la iba a meter?

me ponía a ver la cama de tablas, la casa pequeña y los muebles baratos y me costaba entender que ella podía acoplarse a esto, había cambiado tanto en estos años, recuerdo que ambos leímos el amor en los tiempos del cólera mientras teníamos aquel romance clandestino que me forzaba a salir de su casa en la madrugada, era bella, en su forma de ser, transparente y romántica, llena de vida en esos años…pero habían pasado 12 años y se había convertido en una mujer “de mundo” viajó por toda américa representando a no sé qué cosas y tenía ese vocabulario adquirido en viajes y en congresos, sus fotos con faldas de coctel y maquillaje cuidado, sus apariciones televisivas y los libros publicados…no tenía nada que ver con la muchacha idealista de hacía doce años que conocí en el pueblo.

Yo me había quedado allá, no tenía un tío millonario dueño de barcos sobre el magadalena, mi río era más pequeño y lleno de piedras, la finca prosperaba a medias y no era mía, los hijos crecían salvajes mientras los de ella iban a colegios caros.

Yo pensaba en Jose Alfredo y creía que la distancia entre los dos se hacía más honda, ella insistía en el magdalena, en esperar unos años, en que el tiempo nos dejaría volvernos a encontrar, pero, con el perdón del Gabo, la fantasía no puede llenar ese espacio irreal donde ella y yo no podemos congeniar, no en estas condiciones.

Así que cuando ella llegó, con sus cosas en un camión y puso una especie de panadería en la esquina cerca de mi casa, y la vi despeinada con el delantal lleno de harina haciendo esos delicados pastelitos que no creí que nadie la comprara aquí, me quedé con la palabra en la boca

entonces empecé a pasar todos los días a comprar un par de pastelillos y de pronto volví a enamorarme de esa mujer que había cambiado una oficina en una gran ciudad por un pequeño negocio para estar a mi lado.

“bueno pues, -le dije una tarde-¿cuándo te venís a vivir conmigo?”, ella sonrió con esa sonrisa que puede volverme loco y me dijo “cuando me traigan el yate que pedí, y nos pongamos a navegar en el río dulce hasta que nos volvamos sirenas”.

MUERTE ANUNCIADA

Muerte anunciada

Por Tania Hernández

Las palabras ya no me sirven, se me han quedado huecas. Intentaron convencerte de que abjuraras de tu plan de hacerte martir. "Amor que mata nunca muere", cantabas, y pensabas y decías que Sabina era un romántico, y pensabas y decías que Él era un romántico, cuando te llamaba suya ... Julieta, Ofelia, Bess, sí, todo muy romántico. Volviste a él una y otra vez, embriagada de pasión, hasta que te rompió, como al cántaro insistente. Ilusa de cuerpo y alma. Ilusa. Ilusa yo que creí que las palabras cambiarían algo. Ahora que no existes, ya no sé qué hacer con las palabras que aún te nombran: amiga, hermana, Laura. Las palabras, mis palabras, han perdido todo sentido. Es probable que nunca lo tuvieran. Sin embargo hoy, como antes, la rabia, no me deja callar.

EL GALLO DEL CORONEL

El Gallo del Coronel
Elena Nuñez

¿Es usted Coronel?, dice
Sí señor
¿Y de qué ejercito?
¿De cuál va a ser?, del nuestro.
Mire usted, hace años que en este país no hay ejercito, se disolvió. En su lugar se generó un cuerpo de paz, de apoyo a los necesitados, y de concordia. Así se llama PLATAFORMA PARA LA CONCORDIA.
¿Dice usted que no hay ejército?
No señor, así que déjese de pamplinas, ¡que pensión ni que ocho cuartos!.
Pero ¿y mis servicios?, ¿quién me paga por ellos?
No señor, a aquellos que estuvieron en el último, que ya no quedan, no se les pagó, se les exigió además que colaboraran en ese cuerpo de apoyo a la sociedad.
Oiga un respeto que yo soy Coronel, y yo no voy a colaborar en ningún cuerpo de esos.
Muy subido lo veo a usted. Además le repito ya no quedan, es imposible que usted sirviera en aquel, hace más de cincuenta años que se disolvió. ¿Qué edad dice que tiene?
Ciento diez años, y todavía estoy esperando que me pagan lo servido.
Señor, lo servido por lo comido. Y ese gallo, será mejor que lo deje aquí, que para un buen caldo para repartir, puede servir.
No señor, ¡el gallo no!, ¡el gallo no!, ¡el gallo no!.



EL CORONEL SÍ TIENE QUIEN LE ESCRIBA

El Coronel sí tiene quien le escriba


Olga Contreras

-¡Cállense de una puta vez!- gritaba el coronel y la voz se le rasgaba y las lágrimas desesperadas se tropezaban unas con otras por sus marchitas mejillas y nadie lo oía porque no había nadie más en la vieja casa que se deshacía como migajas de pan tieso. El polvo mohoso acumulado por más de cuatro lustros -desde que le dieron de baja con honores- se esparcía en pequeñas nubes cada vez que aullaba como chucho herido y esas heridas lo hacían desenfundar su pistola vacía de balas pero llena de momias que veinte, treinta y hasta cuarenta años después se aparecían una a una, día a día a reclamarle su adelantadamente cruda partida, fruto de su halar del gatillo.

Todo este limbo maldito entre alucinaciones palpables y fantasmas con datos de identificación había comenzado hace unos doce años cuando recibió una carta del hijo de uno de los caídos a sus pies. Muchas veces tuvo que estudiar bajo la lupa la desgastada fotografía que le habían adjuntado, antes de poder recordar esa muerte que le reclamaban. Sí, había muerto chillando, clamando piedad en nombre del hijo que ahora lo había encontrado y día a día aquel mierda huérfano lo llenaba con recuerdos ajenos, con historias de pobrezas vividas, de una orfandad miserable, de torturas iniciadas por él mismo.

Al abrir la llave del agua, no se puede evitar que salga el chorro. De la misma forma, al recibir él aquella primera carta, brotaron como retoños bastardos los recuerdos de las vidas acabadas por su pulso y desde entonces se debatía entre almas penitentes que día tras noche le reclamaban y se aferraban a él como náufragos en medio del mar, pero sus quejidos tenían efecto de lastre y lo arrastraban si remedio al fondo de los infiernos en vida.

No se explicaba cómo, pero día a día, sin falta, con la misma puntualidad del amanecer, aparecían en distintos lugares de su casa las cartas llenas de voces acusadoras y así pasaron las semanas y se convirtieron en meses y los meses en llanto sordo, en expiación vívida, hasta un jueves que su liberación llegó en forma de sobre y dentro de éste: una sola bala del mismo calibre de su revólver. Hay cosas que no cambian nunca, ayer y hoy la justicia se hizo por la propia mano del coronel.

CUENTOS DE EXPERIMENTOS

EN BUSCA DE LA FELICIDAD

En busca de la felicidad

María Hernández

Planteó su problema: ¿Cómo puede conseguirse la felicidad? Prosiguió a indagar: Leyó en revistas, periódicos, Internet; vio la TV, escuchó la radio, preguntó a personas de confianza. Armó su marco teórico con las ideas recopiladas por medio de sus fuentes. De allí derivó su hipótesis que sometería a experimento para comprobarla. Preparó todo para la investigación empírica. Sería un trabajo duro. La prueba: Se aplicó ese shampoo que le recomendaron en el anuncio. La modelo se veía honesta al garantizarle que el producto funcionaría dejando esos rulos impecables, haciendo juego perfectamente con la sonrisa de satisfacción que iba a surgir y que sólo un cabello bien tratado podría darle. Prosiguió a rociar su piel de la pócima mágica que muy pronto haría el efecto con olor a frambuesa, llevándola a sentirse grande, poderosa, refrescantemente bien. Usó esos zapatos de tacón que literalmente la elevarían a las nubes. Desde su nueva posición podría ver la vida más linda. ¡Ah! Y para verla aún más linda, bastaba con un toque azul en la mirada, efecto que podría conseguir únicamente con lentes de contacto. Y ya estaba la receta perfecta para alcanzar la felicidad, según su teoría fundamentada en la perspectiva de otros y otras, incluso de aquéllos y aquéllas que comerciaban con la felicidad. Sólo faltaba una semana del proceso para poder aprobar o refutar la hipótesis. La impaciencia la descontrolaba un poco, pero cómo pudo, amarró sus ganas de ver los resultados y esperó… los 7 días pasaron. Resultado final: Hipótesis rechazada. La felicidad ni siquiera asomó sus narices. Y es que ni el pelo impecable, ni esa vida de altura y mucho menos la mirada como reflejo del cielo, pudieron llenar ese vacío que carcomía su alma. Ahora a esa melancolía se le agregaba frustración. Se sintió fracasar en su labor científica. Pero quizá era hora de cambiar su planteamiento interpretativo. La explicación debía buscarla desde lo más profundo de su ser. Encontrarse con ella misma. Pudiera ser que entonces, allí se topara con la respuesta a su interrogante; dictada por sus deseos, por su esencia; despojada de las opiniones de los y las demás, defendiendo su integridad como persona. Y pudiera así, construir la felicidad, su propia felicidad, aquélla que llevara su nombre y se bordara a su espíritu con la sonrisa bien puesta.