variopinto

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ME QUIERO MORIR

Me quiero morir
Olga Contreras

Amo el día de muertos. Me hace mucha ilusión ver las tumbas adornadas con colores hechas flor. Las manos de los seres amados se vuelven caricia al limpiar cuidadosamente los nombres de los que se fueron. El aire frío y amargo del cementerio se llena de ese dulzor que sólo pueden dar las palabras de amor dichas con tanta melancolía.
¡Y la comida! Me enternece que él se recuerde siempre de traerme lo que más me gusta: platanitos fritos, frijolitos recién colados y pan dulce. Es el único día del año que los sabores pueden cobrar vida en mi boca. También es el único día del año que se nos permite cruzar el umbral para poder oír, ver, oler y disfrutar de los que dejamos atrás. Ya lo vislumbro a lo lejos con sus pasos pausados pero fuertes. Siempre le dije que su caminado parecía decir Aquí vengo ¡quítense! Está bello como siempre; se rapó y se ve más guapo –si es que eso es posible- y es que se le resaltan más sus pómulos. ¡Ay! Esa barba partida y esa boca perfectamente dibujada donde tantas veces me deleité.  Le noto algo raro, pero no sé qué es, pero me imagino que es normal, será que lo entristece volver aquí.
Ojalá te gusten tus frijoles, amor, me los preparó mi mamá algo a regañadientes por que ella no cree en ‘esas babosadas’, ya sabés cómo es. Te cuento que la Beatriz se separó del marido, al fin se dejó de pendejadas y lo mandó a la mierda. Fijate que a la Julia la aceptaron en una buena universidad en los estados, todos vamos a hacer coperacha para mantenerla, ni modo. En el trabajo estoy bien, contento, animado porque me dejan trabajar solo y nadie se mete conmigo. ¡Ay mujer! Se me olvidó contarte que al fin me van a publicar aquel estudio ¿te acordás? Eso sí me tiene contento, lástima que no lo vas a poder ver, pero te lo voy a traer nomás salga, vos te echaste una buena parte del trabajo.
Mi cielo ¡qué alegre! Nadie se lo merece más que vos, años trabajamos en eso. Te estoy poniendo atención –creéme-  pero a veces me traiciona ver tu cuello y tu espalda y por ratitos me descuido de lo que me decís y me doy a besarte, a tocarte, aunque mis manos traspasen tu piel sin dejar huella de mi deseo. Pero yo sí siento, siento tu calidez, tu dulce aliento y me bebo de un golpe el rocío de sudor que tímidamente va apareciendo en tu pecho. Todo eso me alimenta y me mantiene viva en medio de esta distancia eterna que me separa de vos.
 Te cuento que finalmente arreglaron el jardín como yo quería, como vos dijiste y se ve lindo. Yo creo que hasta tus plantitas te extrañan, nunca volvieron a florecer hasta ahora que contraté a una chava que tiene buena mano.
De repente se te tensa la cara, el ceño fruncido, veo claramente cómo tragás grueso. Te conozco, algo te pasa y no me lo querés decir.
Amor, no sé cómo decirte esto.  Llevo rato saliendo con ella, con la del jardín. Me recuerda a vos, y me he ido enamorando de a poquito, ha sido muy buena y paciente conmigo.
De repente la realidad se apodera de mí y me abruma. Rápidamente el dolor va en escala hasta sentirlo tan intenso e inmenso como el que sentí al morir y me arranca de tu pecho donde estaba recostada, me avienta a este mundo de vivos y me mata mil veces. No puedo, no quiero escuchar todo eso que me venís a contar, pero no puedo irme, no puedo callarte, no puedo soportarlo. Me quiero morir.

FLORES POR CARAMELOS

Flores por caramelos
Elena Nuñez
Walking dead estaba arrasando, en la primera temporada me había hecho adicto, mientras la parienta me decía -¿cómo te puede gustar eso?, es asqueroso. Cada viernes ella se ponía la manta hasta la barbilla, a mano para subirla cuando algunas tripas asomaban. Pero en esta temporada era tan bestial que no le daba tiempo, así que opté por cambiar de canal.
El personaje de la serie de otra cadena era una forense que con el bisturí hacía una raya perfecta como si el vientre de la víctima fuera un lienzo y su pincel trazara el inicio de una obra, a la que no estaba dispuesto a ver su ejecución. El canal de oferta de pago duraba hasta el martes siguiente así que aproveché por echarle un vistazo. El agente acudía al lugar de los hechos, no encontraban la cabeza, al parecer el asesino se la había llevado. No esperé a que sus indagaciones dieran fruto.
En la última oportunidad que le di al mando el joven de ojos claros y pelo rubio digno de una propaganda de cerveza nórdica, era en realidad un vampiro asesino. Dejaba un rastro de muertos por doquier en las noches de luna llena y en las que no, también. Harto de tanta masacre, y tanto muerto viviente, opté por ver las noticias.
Al parecer yo no me había enterado, pero hoy no era día de difuntos. Cuando era pequeño ese día acudíamos con flores a visitar a los que se habían marchado.
-¿Pero qué coño es eso?, ¿Cuándo han cambiado el nombre?
-¡Jesús!, Manuel, pero ¿en qué mundo vives? ¿Tú no sabes que ya no se llama día de difuntos, que ahora se llama Halloween?
En ese momento tocaron en la puerta, y me pareció estar dentro de esas series que estaba cansado de ver por la televisión. Tres mocosos vestidos, uno de vampiro, otro de personaje de “walking dead”, y otro con la cabeza entre sus manos, me decían como un disco rayado ¿truco o trato? ¿truco o trato? ¿truco o trato?
-Un respeto niño, hoy no es día de andar disfrazados. Hoy es un día de respeto, de recuerdo y de memorar a los que se han ido.
-¿Pero Manuel que le dices a los niños los vas a asustar? ¡Anda quita!
Mi parienta ya salía con una bolsa de caramelos de cristal, y les llenaba las manos a los niños, y se quedaba tan contenta al verlos salir corriendo a la siguiente puerta.
-¿Tú estás bobo?, ¿pero qué sermón le sueltas a los niños?
-Ya me dirás eso, cuando no te lleven flores.
-¡Bah!, tonterías.


Confesiones de una muerta después de su funeral.
Marilinda Guerrero
Mientras deslizabas tus manos fuerte, sin piedad a fin de exterminar cualquier estímulo que mi cuerpo pudiera llegar a tener, yo seguía en la posición de muerta.
Desde pequeña me enseñaron que las mujeres no se mueven, están quietas. Ellas no hablan, solo escuchan. Mucho menos gritan. No saltan, sólo caminan. No sé porqué te enojas que no me mueva, que no grite, que no llore. Si mi cerebro fue programado para no hacerlo. La cruz que tenemos frente a la cama me lo recuerda. Las mujeres de Dios no piensan cosas obscenas, eso es pecado. Para mí, es difícil poder complacerte de la manera que lo pides porque va en contra de mis principios morales.
Mi niñez fue el anticipo de las preparaciones de mi funeral. Al llegar a la juventud, arreglé los papeles, visité el aposento, firmé el contrato, todo listo para el día de mi matrimonio. Cuando se declaró mi muerte. Cortaron mis ideas y lo que era el incentivo para sentir libertad. Coartaron mi voz y amarraron mi risa. Sé que no tienes la culpa, amor. La culpa la tiene el mundo y tú estás en él. Vistieron mi cuerpo con un velo blanco, como señal de pureza ante ti y ante el mundo. Pero  parece que al mundo –especialmente mis padres- le importaba más que fuera pura que a ti.
Estamos en el lecho de luna de miel. Y yo, estoy quieta. No puedo moverme. Para mí, es más fácil que sea tu compañera de conversación que de cama. Estoy de acuerdo en que te levantes. Me haces un favor.
¿Sabes? En este momento me doy cuenta que la obligatoriedad de la mujer en ser sumisa provoca el exterminio del erotismo.  Y deseo ser erótica contigo. Sé que me deseas, al fin y al cabo, has esperado mucho tiempo para esto. Me lo merezco.  Ambos nos beneficiamos. Porque esta vida bajo tierra me ha obligado a asumir la posición de muerta. Y necesito respirar de nuevo. Desarticula  esta necropsia viviente. Agarra mis manos y ayúdame a salir del ataúd.

DE LUNA Y MIEL

De Luna y de Miel
Por Tania Hernández

Aquello nunca fue luna. Aquello nunca fue miel. La miel estaba en la boca del otro, en el sabor del otro, en las manos del otro. En la oficina lo llamaba Don Pablo. Pero en la cama, en ese cielo de cama, era solo su Cielo. Este no. Juan no. A Juan lo quiso alguna vez. Lo quiso porque había que quererlo. Porque lo decían todos, porque lo decía la Biblia, porque lo decía el pastor. Y el pastor había dicho que Juan era bueno para ella. Que Juan era bueno. Punto. No importaba que la luna de miel no le supiera a nada. Que su piel no brillara bajo su mirada. Que fuera burdo y distante. Honrarás a tu esposo. Y le servirás. Y lo respetarás. Y ... ¿Pablo? ... nadie le dijo que Pablo.  Ella también debía respetar a Pablo. Porque hay que respetar al jefe. Eso decían todos. Hasta su madre. Hasta el pastor. Y ella lo respetaba. Respetaba sus besos. Respetaba sus manos. Respetaba sus caricias, el bello que le cubría las piernas, y el vientre,  el sudor que le humedecía la piel cuando la amaba ... La luna despertó la noche y le hizo descubrir que su piel podía ser dulce, que el azúcar que se fundía en sus labios, todos sus labios, era bebible. Y la noche lo sabía. Y Pablo lo sabía. Y se enloquecían juntos, sobre la cama, y las sábanas blancas, blancas de luna, en el motel de lujo. Él, llamándole bella, mi Bella. Él haciéndola bella. Juan no. Juan ya no era bueno. Ya no olía a bueno. Ya no sabía a bueno. Odió a Juan. Odió su olor. Odió su sabor. Su roce le hacía daño. Empezó a esquivarlo, a dormir con la niña, a tener frío para no desnudarse. Y entonces ... Pablo que no, que esto no puede seguir, que mi esposa ... ¿Y ella? Pero si ella... Juan ya es no bueno. Juan ya no huele a bueno. Juan ya no sabe a bueno. Odia a Juan. Odia su olor. Odia su sabor. ¿Y entonces, Pablo? ... Le queda la luna. Solo la luna. Aún logra esquivar a Juan, y en noches de luna llena, se encierra en el baño, unta con miel sus pechos, su vientre, sus labios, y después de llorar, después de la catarsis, vuelve a respirar, a olerse hermosa, a sentirse hermosa. Solo la luna. Solo le queda la luna. Una vez al mes, vuelve a sentirse libre, vuelve a sentirse mujer. Juan no. Juan ya no. Y tampoco Pablo. Solo ella y la luna. Ahora, respeta a su cuerpo. Ella y la luna, por ahora bastan.


JIRONES DE MI PIEL


Jirones de mi piel
Elena Nuñez
Redonda e inmensa asomaba ya tras la montaña, sentí un escalofrío en mi espalda. Y junto a él comenzó a brotar una leve pelusa en mis brazos, que florecieron cual primavera más exótica, bañados en una capa que se hacía más densa por minutos. Mis encías comenzaron a escocerme como cuando en la infancia los primeros dientes pugnaban por nacer. Sentí lo puntiagudo de los colmillitos salir. Los palpé con la lengua y pinchaban como agujas. Entonces mi visión se hizo aún más definida, más precisa y sobre los tejados comencé a divisar los gatos de la vecina. Al pardo, con hocico chato, siempre le había tenido ganas. Era enorme, como un león en medio de la espesura de los verodes. Notó mi presencia y su lomo se erizó, su cola se elevó y dobló su tamaño. Quieto me observaba desde enfrente y sigilosamente, sin casi pesar sobre las tejas, caminó callado hacia la trasera del tejado, sin perderme de vista. Yo entonces me vi en los cristales de la ventana. Había ocurrido otra vez.
No recuerdo nada más, no sé si me desmayé en ese instante en que me reconocí como hombre lobo. Lo cierto es que a la mañana siguiente, en la almohada percibí tan sólo el olor a hierba cortada desde el patio vecino. Entre mis uñas no había nada, tan solo un olor dulzón. Ni una sola gota de sangre, ni una. Respiré cuando miré por la ventana, enfrente sentado el gato pardo me miraba, tranquilo sin erizarse. Tal vez, me dije, sea un lobo vegetariano. Al levantarme tú me gritaste,
-¡Querido! ¿Pero que tienes en la espalda?, estás todo aruñado. ¿Pero con quien has estado?
No me quiso escuchar siquiera la explicación.
-Sólo faltaba eso, que me tomaras por tonta, ¡un lobo!
Solo entonces fue cuando se miró sus manos, cuando descubrió entre sus uñas, jirones de mi piel. Nos miramos a las pupilas que se hicieron angulosas, y nos reconocimos uno en el otro. Y aunque no había luna llena, y el sol casi asomaba, desde la calle alguien dijo,
-          ¡Jesús!, en esa casa parece que haya lobos.
Auuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuh!!


CHENCAS Y CAFÉ

Chencas y Café
Denisse Comte
Nuevamente cae la noche, la oscuridad invade cualquier rincón hacia donde dirijo la mirada. Enciendo un cigarrillo y este junto con una taza de café se han vuelto mis compañeros nocturnos una vez más. El sonido de las bocanadas de humo que salen de mi boca se vuelve uno con mis pensamientos. No se escucha nada más que el retumbo de mi mente maquinando en este silencio tan profundo.
Los recuerdos me invaden, no me dejan ni un segundo. Me encierro en un cuadro pintoresco, filosofando conmigo misma como suelo hacer cada noche cuando la luz desaparece.
Nada parece congruente pero todo parece tan lógico a la vez, me ahogo en un mar de reflexiones que no me llevan a ningún lado más que otro callejón sin salida en la divagación.
Lentamente y de manera pausada inhalo el último suspiro de aliento de mi fiel compañero exhalando y sacando el humo junto con la idea de que la soledad no es tan mala si se sabe aprovecharla al máximo, el cual no es mi caso esta noche.
Pisando la colilla con un aire de melancolía me despido de mis amigos incondicionales dando un último gran sorbo a esa taza que me deja en completo asedio con la luna, esperando ansiosamente otro encuentro de inmensa ambigüedad en completo desamparo y aislamiento del mundo real.

SUEÑO EN SUENOS

Sueño en sueños
Olga Contreras
La bahía de mis sueños estaba incompleta. Faltabas vos y al fin te llevé. Desde hace tiempo quería soñar ese sueño, pero no se daba y a los sueños no les gusta que los fuercen, que los apuren pues pierden ese encanto peculiar.
La bahía de mis sueños está sólo ahí: en sueños de lo que presumo fue una vida pasada o una  reencarnación por venir. Conozco cada detalle de esa bahía. La parte norte con área montañosa y rocosa a la que casi nunca voy; la pequeña ciudad de encanto artesanal y llena de pescadores y de bullicio familiar,  y la parte sur que es mi preferida, por eso te llevé ahí, para que vieras que tengo razón y que las azules aguas cristalinas son del mismo tono de tus ojos. El lugarcito que queda alrededor de la viejísima araucaria gigante tiene el mejor café del lugar y también el mejor atardecer. Te veo en medio de mi sueño y todavía no me lo creo, toco tu pierna, tu mano, tu rostro, tu boca. Te miro, te absorbo en mis retinas, mis neuronas esculpen cada detalle de aquellos segundos, o tal vez sean horas, quien sabe. Puedo sentir el olor salitroso que se mete en mi piel, puedo sentir tu olor a recién bañado y me lo trago de un sorbo para reconocerlo cuando sea necesario. La plática como siempre nos lleva de todo a nada, pasando por lo inmortal y lo vano y tus carcajadas resuenan en mi corazón haciendo eco de mi amor. Los últimos rayos del sol encienden el cielo de la parte norte de mi bahía y trato de comerme los colores para saborearlos después en un día gris que los necesite.  La suave brisa se vuelve cada vez más fría, finalmente me abrazas abarcando más allá de mis fronteras y me aprietas contra tu pecho, que reconozco como mi origen. Con el rabo del ojo veo como la luna va apareciendo y con sus rayos desvanece mi sueño deshojándolo con mucho cuidado para que no se rompa; deshilándose siento cómo se desgarra  el tiempo y  el espacio  y se me escapa de a poquito el mar de tus  ojos, tu olor, tu pelo ahora alborotado, tus brazos, tu dulce aliento.
Despierto. La luna de la bahía y de mi realidad me sonríe a través de la ventana, me anima a seguir encontrándote en este mundo y en el otro hasta que podamos coincidir –aquí o allá, qué importa - y finalmente poder soñar, sin interrupciones ni despertares.

CUENTO DE LUNA

Cuento de Luna
Marilinda Guerrero
                Cómo me gustaba Luna. Aquella morena de ojos verdes que pasaba frente a mi casa y compraba cuatro tortrix y una cocacola cuando salía del trabajo. Cada vez que daban las doce del mediodía, salía rápido del taller de mecánica y me recostaba sobre la pared para verla pasar. Imaginaba tener una vida de casado con ella. Ella y yo, con dos hijos. Siempre con su vestido largo, sweater en la espalda, gorra y  sandalias negras. Evitaba ser tocada por el sol. Misteriosa. La deseaba. No tenía idea de dónde vivía, mucho menos sus intereses. No importaba. Para mí, era una descendiente directa de los ángeles. Varios de mis compañeros me decían que no la buscara, era una mala mujer. Me consideraba el elegido para ella. Así que me dediqué a llamar su atención por medio de un sinnúmero de  atenciones. Con el tiempo concertamos una cita. La cual fue una noche mágica, lo suficiente para saber que Luna era justo la medicina que me habían recetado. Cargaba una  tristeza en el pecho desde la muerte de mi primera esposa, la cual se esfumó al estar  frente a su sonrisa. Me cautivó la forma en que deslumbraba de noche. Luna era aun mas bella que de día. El sol parecía opacar su belleza.  Nos dimos un beso. De pronto, se levantó de la mesa, y sin decir nada se marchó. No entendí que había hecho mal. A partir de ese momento, la dejé de ver. La dirección que tenía inscrita en su hoja de vida no existía. Angustiado,  rastreaba su olor todos los días y noches, sin encontrarla.  Aunque cuando salía a la calle de noche, sentía su presencia en mi espalda, como si  estuviera observándome buscarla. Triste, lloré la pérdida. Perdí el apetito. Bajé de peso. Era un cadáver ambulante.  Después de varios gestos y perfiles que me asemejaban a Luna, una noche, la vi. Allí estaba,  lejos y la seguí con las pocas fuerzas que tenía. Pero alguien la esperaba. Era un lobo. El cual lo besó y el aulló. Voltearon ambos a verme y fue cuando mi cuerpo se inundó de frio y caí. A partir de entonces camino de noche, con cuatro patas. Y cada vez que la veo, ella me besa, la luna. A veces la veo en sombras, otras veces es blanca y  es cuando me ve, con sus ojos verdes y me dedica su brillo. Ahora pago las consecuencias de este amor imposible. Jamás estaremos juntos, la luna y yo.  Pero esa tristeza en el  pecho desapareció. Vivo por el amor de Luna. Y ella vive, por su amor a mi.

NOCHE SIN LUNA

Noche sin luna
Wendy García Ortiz

Este cielo gris le trae malos recuerdos. La tienen hipnotizada esas nubes que no se quieren descargar. Cae la tarde.
Ella lleva días recordando, mutilando historias, imaginando nuevas.
Desde la ventana ve la ciudad del mismo color que su corazón -porque los colores también los siente- es un color podrido y envenenado. No ha querido salir del apartamento desde hace días y casi no se aleja del cristal. Sólo se mueve para darle un repeat a un viejo disco de Portishead. “Render your heart to me”, grita Beth Gibbons y ella sonríe.
Tristeza.
Ayer fue lo mismo; anteayer igual. El ventanal no le ayuda mucho en invierno. Inhala el humo de su cigarro y lo empuja contra el vidrio. En cada bocanada deja un vaho hediondo. Su cuerpo no acepta más que nicotina y le produce una sensación de debilidad. Tiene la mirada perdida.
Se repugna de sí misma con tanto recuerdo encima, pero sabe que mientras más los atrae, más puede moldearlos. Sueña, quita las piezas que no le gustaron, las que ve demás, las que odia.
Odio.
Lo odia a él. Pero también lo quiere. Quiere. Lo desea. Desea su corazón, su mente, su cuerpo... Le hace falta. Eso que decían los poemas de amor y las canciones cursis era cierto. “Vergonzosamente cierto", dice en voz alta.
Abajo, en la calle parece ver su silueta. ¿Será él? No… está alucinando. Ha de ser la falta de sueño, piensa.
“Now that we´ve chosen to take all we can…” canta Beth.
No, no obtuvo lo que pudo ni lo que quiso. Lo quiere con ella ahorita. Tiembla. Se deja caer al pie de la ventana. Sigue temblando, pero no sólo ella, también el apartamento, las lámparas, el piso, la ciudad.
Abraza sus rodillas y llora.
Se caen los libros, los discos, los adornos, los recuerdos. Un mueble desiste a sus pies. En sus pies. Entonces ríe al ritmo de sus huesos rotos.
“I can´t hold this day anymore…” canta más fuerte Gibbons.
Levanta la vista hacia el cielo. Sigue gris. Hoy no hay luna. Sigue temblando. Sigue desmoronándose, ella, la ciudad, su corazón. El vidrio de la ventana desiste, se quiebra. Su ventana, en pedazos. Caen sobre ella pequeños trozos de vidrio. Sus ojos, se nublan. Sangra.
El reproductor de discos no deja de sonar. “Nobody loves me, it´s true… not like you”, dice a lo lejos Gibbons.

NOCHE DE VERANO

Noche de Verano
Patricia Cortez

La cerveza en la esquina estaba tan sola como yo, sudaba con ese goteo de una noche de verano ardiente, la camisa me estorbaba y me la quité, el corpiño se veía sexy, aunque no pensé en encontrar a nadie en ese lugar, ni quería hacerlo.
De pronto recordé otras noches iguales a esta, en un lugar lejano, el mismo calor y las cervezas, la plática animada con dos o tres hombres agradables, alguna mujer liberada.
Política, economía, luchas armadas, la rebelión del sur, la estupidez del norte, libros, poemas, besos, deseo…pasión.
Sonreí para adentro, me quedé sentada viendo el fondo de la botella y con ganas de otra cerveza…
¿te invito?
La voz me sonó conocida, voltee y el alma me dio un vuelco: allí estaba, tan guapo como siempre, con algunas canas y unas libritas de más, pero era el mismo.
No sé si fueron las cervezas, pero sentí que volvía a aquel lugar, con las mismas ganas, con tantos sueños que olvidé incluso que hablamos o si hablamos algo, solo veía en la mesa varias botellas y reía como si estuviera feliz o…loca.
La locura de la noche, las ganas de tocarlo, de besarlo de llevármelo a la habitación “la cuenta por favor” y volver a pasar la noche entre sus brazos.
Amanecer y desayunar con planes futuros, con ganas de lanzarme al ruedo y…amar, con todo.
Sentí una mano sobre la espalda y desperté de golpe, allí estaba, en la barra del hotel, dormida como cualquier borracho. El cantinero me veía con lástima y mi cabello estaba lleno de cerveza derramada.
“Seño, no debería beber así, hasta se puso a hablar sola”.
Me fui con la cara roja, con ganas de que nadie me hubiera visto, un baño y al trabajo de regreso a la realidad.

ENTRE COPAS Y CONTRADICCIONES

Entre copas y contradicciones

María Hernández

Se juntaron entonces los creadores, y luego de un arduo trabajo; de desvelos constantes, en medio de la transición entre el agonizar del día, su posterior renacer y pronto florecimiento; marchitas ya sus fuerzas… ¡explotación pura! Horas extras, días extras, ¡noches extras!... en el peor de los casos: no pagadas, en el menos peor: mal pagadas. ¡Salarios dignos exigimos! ¡Qué nos paguen! ¡Explotadores! En medio de la tormenta de sudor, con chispazos de rabia, rayos, truenos y centellas, empapados de agotamiento, gota a gota destilando su miseria… así, ¡al cansancio extremo! fueron creadas las copas edición limitada y exclusiva, código 9983. Copas para vino; 20,000 en total. Elaboradas del más fino cristal, hechas a imagen y semejanza del boceto de diseñador y, con el avance de la tecnología: ¡clonadas! Engendradas las copas de las manos más humildes y laceradas éstas últimas por el trabajo. Traspasadas las copas a aquellas manos finas y acomodadas. Las copas luciéndose en las mesas más suntuosas. Se les vio entre festejo y festejo, chocando entre sí, ebrias, en turbulento movimiento su caudal matizado de viñedos. Y los cuerpos alzaban los brazos sosteniendo las copas, brindando por la paz, por la tranquilidad y por la dicha. Una vez, las copas en su protagónico papel entre el brindis, regocijándose los cuerpos por lo recaudado en una obra de beneficencia que llevaría ropa y víveres a los pobres del Barrio La Floresta, coincidentemente; el barrio donde los creadores de copas arrastran sus penas y cansancio luego de una jornada laboral larga; exhaustos van por los caminos percudidos de miseria. Ahora con la novedad de que a su llegada les esperaran una porción extra en su cena y un confortable poncho… esto, durante un mes. ¡Qué alivio! ¡Un apoyo temporal para la pena de la pobreza!

AMANTE DE COPAS

Amante de copas

Marilinda Guerrero



Mi cuerpo en la bañera y yo, desnuda. Con el agua de la regadera a mil. Caen las gotas sobre mi cabeza, bajan mis mejillas y recorren mi estómago. Observo mis pies. Las uñas rojas y yo, borracha. Pensaba controlarlo, pero la verdad, la dominada soy yo. Iniciamos frescos, una copa, todo bien. Suave. Charlamos, contamos experiencias. La siguiente y ya nos parece algo graciosa la situación. Comienza el coqueteo y otra copa mas. Con diez copas encima, tu estás sobre mi, gimiendo y yo. Cero. Ausente. Con náusea y un sentimiento de escoria. Mi cuerpo está estúpidamente adormitado y  no te puedo retirar. Al fin exhalas el orgasmo. El cual no hallaba las horas que apareciera. Por si fuera poco, te quedas encima de mi, cansado. Ahora, yo te empujo al suelo y me levanto torpemente, tropiezo con todo y vomito. Alcanzo la puerta del baño y logro incorporarme a la bañera. Desnuda. Repasando los eventos y lamentándome por milésima vez que tengo un problema con alcohol. Soy una estatua indolora, olvido las culpas y la soledad cuando me embriago. Por eso te llamo, porque eres mi salvo conducto, el cadejo que evita que enrolle la cuerda a mi cuello. Y si te pago con sexo, es para ocupar mi mente en otra cosa que no sea matarme, o matarte, por no dejarme morir. Amante de copas.


GEMELOS

GEMELOS
Elena Nuñez
El fondo ya se hacía visible cubierto por una fina capa de dorado. Un pozo de restos de alcohol. El ron tenía eso, un color maravilloso como de oro fino. Pero su efecto no lo era tanto, más cuando ya tenía en mi estómago casi media botella. Solo en la barra, apenas quedaba nadie con quien brindar, tampoco me importaba, me bastaba aquel líquido y yo. Aquel tipo se acercó silenciosamente y me puso la mano en el hombro, como si me reconociera de tiempo atrás. Como a un amigo al que encuentras después de la vida, y recuerdas la infancia o lo quiera que fuera. Lo miré, -mala noche amigo, -me dijo. ¿Qué coño quieres tío? ¿No busques porque no hay? No me dio tiempo de nada tan solo sentí en la boca del estómago el puñetazo, el barman escurridizo se dio la vuelta y por lo bajo tan solo dijo -aquí no quiero jaleos. ¡Como si aquello fuera de lo más normal! Fue entonces cuando sentí la otra mano en mi hombro. Y entre ambos me sacaron. Aunque no me hubiesen dado el puñetazo que me revolvió el estómago que como erupción sacudía mis entrañas, yo, por mí mismo, tampoco hubiera salido con mejor cuerpo.
La trasera del bar estaba oscura, gatos pardos pululaban sobre los contenedores, y algún ventanuco se cerró conteniendo la curiosidad.
-¡Suéltalo! Me dijeron
¿De qué coño me hablaban? Sentí de nuevo el puño de aquel tipo esta vez en la comisura de los labios que se estallaron. Escupí sin querer la sangre en sus zapatos, no con intensión, sólo porque el dolor me lo pedía. Aquello fue tomado como desplante, y seguido me propinó una tunda, de la que no recuerdo quedará ni un centímetro de mi cuerpo sin sentirla. La conciencia me quería abandonar, la erupción brotó justo con el golpe final y le cayó encima de su enchaquetado cuerpo.
-¡Maldito cabrón!  Fue lo último que oí con claridad, luego todo siguió en una nube. Noté como me registraban y extraían todo de mis bolsillos, y un -¡aquí no hay nada!
-¿Pero no dijiste que estabas seguro?, ¿que lo llevaba encima?
-Eso creía.
Me desperté con el cuerpo hecho un girón, con un gato lamiéndome la cara. El barman me echó un cubo de agua fría, y un -¡a dormirla a otra parte! Ande como cuatro manzanas errante, evocando los portales que reconocía, cuando entré por la puerta tu me ya te ibas.
- ¿Otra noche loca?, vas a acabar mal. Lo nuestro no tiene solución, pero lo tuyo menos.
Salías por la puerta, empaquetada, reluciente, fresca para tu trabajo. Yo no tenía nada de eso. Habías dejado un mensaje, me lo podías haber dando pensé. “Tu hermano ha llamado, quiere pasar y dejarte un paquete”.
Mi hermano, otro hombre con la misma cara, pero con otra suerte. Maldito cabrón, es la última paliza que me llevó por él.

LUISITO

Luisito
Olga Contreras
Fue una noche de copas, muchas. Una noche loca, bastante. No besé otros besos ni olvidé su boca, pero eso no me evitó el extraño y bastante cómico accidente en el que perdí mi dedo gordo del pie. Últimamente me ha dado por llamarle Luisito, siento que de alguna forma merecía un nombre y a decir verdad tenía cara de Luisito. Siento su ausencia a cada paso que doy. No ha habido día de Dios en que no sienta las lágrimas asomarse al ponerme el calcetín que queda todo arrugado en el zapato que refunfuña al darle cabida a ese incomodo muñón. Si he de decir la verdad hasta lo puedo ver,  ahí paradito en la cabecera de mi cama, asomándose con esos ojitos tristes y alicaídos,  viéndome, reclamándome la desidia por la cual lo separé de mí y de su familia. Nos ha dado por jugar a las cartas en las noches de insomnio y lo dejo ganar por puro cargo de consciencia.  Anoche, con éstas lluvias condenadas, había tanto frío que busqué en el cuarto de mi hija y le encontré una chaquetita de Barbie para que se la ponga y lo mantenga calientito.
De nuevo me he ido ganando su confianza poco a poco. Lo de la chaquetita fue lo que lo convenció de mis buenas intenciones y de mi agradecimiento por los 48 años de fiel servicio, sin demandar nada, ni siquiera talco de pies o calcetines más ventilados. Dimos millones de pasos juntos, para bien o para mal. Dice que a veces le hubiera gustado poder dirigirme él a mí porque sabía que iba directo al hoyo, a meterme de hocico en algún clavo.
-Me voy a poner una prótesis- le dije casualmente, como si nada, ignorando mi vocecita interior que me gritaba que no fuera mula, que me hiciera shó, que la noticia iba a matarlo de nuevo.  
Silencio total. No hubo reclamos, ni llanto, ni una sola palabra. Despacio, sin apuro alguno dobló sus cartas, se quitó la chaquetita y se fue, sin verme siquiera, dejándome ésta sensación de culpabilidad y de asqueo emocional.
Pienso siempre en él y no puedo evitar compararlo con éste ente plástico que ahora me acompaña en mi vida. Es perfecto y con las medidas exactas -claro está- pero no es carne de mi carne, no siente, no suda, no vive, simplemente está ahí. 

IN YOUR EYES

IN YOUR EYES
Poema por Gerardo Gálvez
(Inspirado en la canción de Peter Gabriel)
Tu mirada le dio a luz mil veces a mi realidad, de forma que salir a mi nueva vida, me pariste de piel avellanada, como tus ojos.
Con ese emplasto orgánico de tus párpados me cubriste.
Sanaste mi alma, sin Salmos, sin Predicas, sin Oraciones…
Con tu mirada la sanaste, aquella que tenés de malicia, la de “pérdida”, la de dulzura cuando mirás a nuestros hijos dando toques a nuestra existencia.
Tu mirada es mi refugio, y todas las fronteras de mi existir marca ella.
Con esos ojos inmensos llenos de sorpresa ante las nuevas mañanas  que visitan nuestra alcoba cada día.
Los ojos que perfuman con ver… perfuman todos los rincones.
La mirada de entrega, de éxtasis, de decirme “adiós”  cuando no se debe.
Y cuando mirás para encontrarme,  y a veces no estoy allí…
No estoy allí, para saborear de lejos el giro de tus ojos.
Y mi vida se apaga cuando cerrás tus parpados, y  vuelve a encenderse cuando los abrís…
La resolución de todas las búsquedas sin fruto… está cuando me respondés mis titubeos.
El “ Shangri -La” de mi fe, aquella que es inmortal y eternamente joven.
Tu mirada que mata, aquella que me parte y me enciende.
Tu eres tu mirada, y sin ella, eres más…
Eres carne, deseo, amiga , silente entre mis dudas,
Para entregar la definitividad de tu mirada arqueada por tu sonrisa, poblada de dos agujeros distanciados en tus labios.
Agradezco cuando me ves, porque brillo, lucho, sudo…No dudo con la luz impecable que reflejan tus retinas.
Lo que es eterno, lo tenés en tus órbitas, eterna verdad,  con el condimento de tu amor.
Que más puedo pedir cuando suplicante me haces aquella enfocando lo que anhelas, lo que deseas, lo que esperas.
Y en esta noche lluviosa, busco, desesperadamente la busco, y  la encuentro en su lecho, tranquila, placida, etérea…
Que sin ella, te amo también, cuando la visita la noche y se siente frio y no hay mas silencio que el que puebla tu respiración.
Y nada más que ansiar que abras tus ojos para que la vida vuelva con su sabor de veintitantos años de amarte como te amo.
Y nada me pone tan mal, cuando tus ojos se rinden a las lagrimas, entonces quisiera ser quien se sumerge en ese liquido salino , y en un manantial cristalino se bautiza, se redime.
Quisiera, en ese momento, desterrar a tus lagrimas, para que en exilio de la felicidad se queden, lejos de este momento preciso, instante perfecto, en que abres uno de tus ojos, y me dices:
-¿Estas allí? Tomate las pastillas de la presión- Y regresas a tu sueño mientras yo te deseo.
Inundarme de tu mirada, ante la lluvia misma de  tu entrega, me acompaña cuando pronuncio tu nombre y vengo del trabajo, y te encuentro allí, recostada en nuestro lecho.
Si tu mirada me parió, que ella me fulmine, que me acompañe al final de mis días, cuando reposes tus labios en mis ojos, y me digas:
-Lleváte mi mirada, para robarte todos los cielos y esperarme en el atardecer-
Eso  para colorear los celajes de tu mirada bella…

DE REGRESO

De regreso...
Por Nicté Walls

Lo vio sobre la cama, en toda su radiante desnudez, joven y sin preocupaciones, durmiendo hasta tarde como todos los domingos.
Se levantó a poner el café, se le antojaba dejarse penetrar de nuevo, o pedirle uno de esos orgasmos explosivos que logra el cunilungus, pero no lo hizo. Suspiró hondo mientras colocaba las 3 medidas de café en la maquina y pensaba la mejor forma de terminar.
No iba a ser fácil, imaginaba, mientras batía los huevos para la omelette, que la abrazaría y seguiría besándole el cuello y que con sus labios en los pezones iba a ser complicado decirle que parara. “paro pero otra cosa”, seguro respondería. No pudo evitar la sonrisa a la mitad entre agria y dulce.
Se puso la ropa completa, incluyendo, un pesado sueter de lana. Quería quedar impermeable a sus besos, de alguna manera.
Lo vio levantarse y sirvió el desayuno, bromeó con él, recibió la nalgada y las preguntas sobre la ropa, comió en silencio, un tanto molesta de sus impertinencias y galanteos, de su imprudencia en la mesa y de su necesidad de tocarle el cabello y la cara, algo que ya no le gustaba tanto.
Él no supo cómo responder,  intentó prometer que iba a pagar sus deudas, que a partir de mañana ganaría más, que no la iba a forzar a hacer nada que no quisiera.
Ella tenía lista la maleta con sus cosas, y también un pagaré por la tarjeta de crédito que le hizo firmar, le pidió las llaves y los papeles del carro y le dio un beso prolongado y dulce.
Lo dejó en la calle, donde lo encontró, y regresó a terminar su café y a leer el periódico. Una suave sonrisa iluminaba su rostro.

MOLINOS DE VIENTO, MARIPOSAS ALADAS

OBRA: EUGENIO SALVADOR DALI

MOLINOS DE VIENTO, MARIPOSAS ALADAS
 Por Elena Nura
Molinos de viento, con mariposas aladas, en medio de la gran Mancha. El hombre delgado como vara de cabrero, clavado a sus pies, mirando aterrado. Del pánico salió la valentía y arremetió contra ellos. A su lado paciente y bonachón, su escudero le decía ¡que no son mariposas!, ¡que no señor!. Pero para él las mariposas aladas se desprendieron revoloteando sobre ellos. La hazaña de su victoria se la creyó cuando una cayó al suelo. El molino siguió en medio de la explanada trillando el trigo.
El camino era largo bajo el sol aterrador del medio día. Y las dos figuras se perdieron en él. Sueño o ficción. Realidad o locura. Realidades paralelas o lo quiera que fuera. Cuando me acerqué al molino al pie, había una mariposa de alas quebradas.


RESPUESTAS AUSENTES

Respuestas ausentes
por María Hernández

La certeza me faltaba para afirmar si ya habían concebido respuestas a mis interrogantes. Creía que en su transitar se habían perdido y desviado de la ruta o, ¡peor aún!, que se me estaban escondiendo. Entre la incertidumbre, algunos me decían que las habían visto despilfarrando carcajadas en burla hacia mí; otros aseguraban que me temían sin mesura. ¡No sabía realmente! Su ausencia me traía más preguntas, acompañadas éstas de la respectiva espera de sus respuestas que se iban acumulando. ¡Más respuestas para esperar!


De repente, mi conciencia me sugirió actuar de inmediato. Me propuso que empezara YO a buscar las respuestas, que empezara a construir mis propias respuestas: desordenando los cachivaches de mi memoria, deshilando la información de mis neuronas, desempolvando recuerdos, viendo por la bola de cristal de mi intuición... ¡y en fin! que recurriera a todo recurso posible que pudiera contribuir a descubrirlas. Que pudiera yo interpretar mis realidades y sacar conclusiones. Sólo esperaba no aterrarme en el intento y por si llegaba yo a cazar algunas respuestas, no temerles ni huirles y que pudiera entonces, irremediablemente, desaparecer. ¡Pero desaparecí! Así que se cambiaron los papeles, porque ahora las respuestas han quedado a mi espera, a la expectativa, en su proceso metamórfico de convertirse en interrogantes, preguntándose ¿qué fue de mí?. Y yo, yo no soy más que estas letras ensambladas que lees en palabras.


OLEADA

Oleada
Por Marilinda Guerrero Valenzuela
 Saliva en la boca. En el cuello. En el hombro. En los pies. Sospeché estar en salmuera. Todos los días con él, tenía la misma visión. Desnuda. Rociada con su baba, sal, limón, pimienta, orégano y un poco de consomé. Lista para cocinarme.
Invertía gran parte de mis honorarios para acicalarme y verme espectacular. Y cuando lo veía, él me salivaba toda. Lavaba el maquillaje, las sombras, el pintalabios, la ropa. Era impresionante la fuerza de su saliva. Como las olas del mar que atraen a la arena con fuerza, así succionaba mi ropa y luego la escupía. Lo siento, me decía. Pero era exquisito el sabor de la lengua en mi piel. Lograba navegar en medio de su mar, su luna, y sus estrellas. Éstas me llevaban a territorios desconocidos, nunca antes vistos. Profanó lo ingenuo, lo santo.
Cuando iniciamos, tuve la bobería de pensar que era la emoción del primer encuentro, la ansiedad de explorar. Conforme hubo más reencuentros, pude ver lo equivocada que estaba. La saliva no cedía. Me sentí contra la pared. Padecía una encrucijada. O velaba por mi satisfacción dejándome llevar con la corriente, o secaba mi cuerpo. Varias veces sugerí la visita a un médico. Nunca fue. Entonces, las salpicaderas en sus besos se fueron transformando en minutos ahogantes, asfixiantes. Siempre me pregunté si aquello era parecido a la película de waterworld, solo que sin los barcos y sin Kevin Costner. Mucha agua, poca acción. Al final eso fue lo que sucedió. Luché por conservarme seca, por concentrarme, por ventilarme, imposible. Ahora odio las piscinas. Me recuerdan su humedad. Sus besos, su cuerpo, todo. Aún dejó huellas con sus babas cuando se iba, como un camino de vuelta hacia él. Yo dejé que se evaporara.

INCERTIDUMBRE

Incertidumbre
Por Wendy García Ortiz
Es viernes, son las cinco de la tarde y acaba de terminar una lluvia escandalosa. A pesar de que el barrio no es muy poblado, el viejo centro comercial empieza a agitarse. Ya salieron todos de su oficina, piensa ella, encerrada dentro de su automóvil.
Agradece tener los vidrios polarizados para que ni los niños ni sus madres, que los llevan de compras, noten que hay alguien ahí adentro. Por momentos, siente vergüenza, pero de inmediato se le olvida. Tal vez la distrae ese ruidero de tripas que trae desde que salió de casa. No es hambre, son los nervios los que le carcomen el intestino.
No sabe si seguir sentada en el sillón del piloto o si pasarse para el de atrás; no está cómoda con el respaldo erguido, pero tampoco quiere recostarlo. De cualquier manera, lo único que le interesa es que nadie le bloquee la vista hacia esa puerta blanca, esa que está a una cuadra del estacionamiento, esa que aún no se abre.
Desde que recibió la llamada necesita ver aunque sea su rostro, de lejos. Quiere verlo caminar, saber que está bien, que el accidente no fue grave, como le dijo. Pero no entiende por qué no sale de ahí. Él no responde a sus mensajes de texto ni a sus llamadas. Todo parece indicar que apagó su celular. ¿Por qué?
La incertidumbre le está ganando la batalla, le pone imágenes que termina creyendo: ha de estar inconsciente en un hospital o se quedó tirado en la calle, el perro de sus hijos se comió el teléfono o peor aún… ¡su esposa no lo deja salir!
Sus manos le sudan por primera vez en muchos años y las tripas ya no truenan, sino arden. No tiene nada a qué asirse y experimenta una fuerte sensación de caerse para un lado. Siente que hay una línea muy delgada entre ese desequilibrio y la vida normal que lleva la gente que pasa afuera de su automóvil. En estos momentos le gustaría ser como todos ellos, como las madres embarazadas que le sonríen al marido mientras él paga el supermercado, como las muchachas que toman de la mano a su novio y se pasean frente a ella.
Intenta encender el motor y hasta entonces se da cuenta de que nunca lo había apagado. Presiona fuertemente el acelerador y suelta el freno.
El estrépito alarma a los peatones, quienes ven cómo un auto sale disparado del parqueo, se sube por dos arriates, bota un basurero, destruye una carretilla y se estampa contra una puerta blanca.

SIN TIEMPO PREMEDITADO

Sin tiempo premeditado.
Por Daniela Sánchez

El tiempo, transcurre... Los días pasan, ahora mismo una brisa suave cae, los árboles están verdes, con hojas tiernas recién nacidas, las mañanas son cálidas y las noches un tanto frías.

En la piel de ella viven sensaciones conocidas de tactos que una vez la desearon. Por momentos piensa que a pesar del tiempo transcurrido, de todo lo ha dejado en pausa, la vida le tiene deparado mucho sentimiento. Aunque algunas veces ella trate de contenerse, para no irrumpir en la vida de los demás, le cuesta... Y deja de tener nubes en la cabeza y recuerda los momentos compartidos, las palabras dichas, las risas cómplices y los silencios precisos.

Ella siente que lo conoce, su forma de ser, a veces de pensar... El quizás la conoce de siempre, ese conocimiento tácito que no requiere nada... En la cercanía y en la distancia. Y eso para ella es inmenso, eso le vale a ella más que todas las palabras no dichas.

Y si, ella sabe que no es perfecta, que a veces se quiere comer el mundo a bocados enteros sin mesura, que puede ser impaciente, adicta a todo lo que le gusta, que a veces su cabeza entra en diálogos sin fin, en donde se cuestiona todo lo que le rodea... De igual forma sabe que ha cambiado, que es momento de reflexionar hacia dónde va su vida, hacia donde va ella... De pronto le da pena interrumpirlo, aburrirlo, cansarlo... Y así como de pronto piensa en todo eso, le dan unas ganas infinitas de abrazarlo, escucharlo y amarlo sin permiso...

Y cierra los ojos, y siente de nuevo el agua del río de Santa María de los Baños en sus pies, y voltea y esta vez él está ahí, observándola y sonriendo...

Y no pasa nada, ella sabe que en la vida hay desencuentros maravillosos...

HECHOS POLVO

Hechos Polvo
Por Tania Hernández
- ¡Vos te creés la gran cosa y no sos nada, no servís pa’ ni mierda! -. Marielena miró a su amante con tristeza. No se asustó ni cuando vio levantarse la mano amenazadora. No era la primera vez que sucedía, y ya sabía lo que le esperaba. Como las otras veces, decidió concentrarse en los últimos movimientos de la boca que aún escupía palabras. Cayó la mano levantada, cayó la boca furiosa, cayeron las palabras. El cuerpo de su amante se fue desmembrando, desdibujando, desintegrándose frente a sus ojos. Solo polvo y arena quedó de él sobre el suelo. Ella recogió la arena, la metió en un frasco y se encaminó a la tienda. - Éste también me salió malo - le dijo Marielena al dependiente dándole el frasquito con más decepción que rabia. El hermoso joven la miró enojado y casi le gritó - pero, qué le hace usted a los pobres muchachos que no le duran nada. Un par de días y ya los trae arruinados. ¡Esto ya no es normal, Señora! -. Marienlena lo miró detenidamente. Al concluir el escrutinio visual pidió hablar con la dueña. Triste, muy triste, murmuraba para sí, cuando llegó doña Celia - Ay doña Máriel, qué pena - le dijo la propietaria y señalando al dependiente agregó en voz baja - mire si usted quiere se puede llevar éste. No está tan nuevo, pero es el último que me queda -. Marielena tomó el brazo del chico, le subió la manga de la playera y le mostró a la dueña una herida de la que ya empezaban a brotaban granitos de arena. - ¿Ya vio, doña Celia? Esto es lo que le digo. Todos están defectuosos. - El tipo apartó el brazo indignado. Doña Celia le hizo señas para que se calmara. – Ay de veras, doña Máriel, tiene usted toda la razón. No me había fijado. Pero no se preocupe. Si quiere le devolvemos lo invertido. Hoy mismo mando un fax de reclamo y ya va a ver que en menos de una semana le tengo aquí unos buenos, nuevitos y hasta mejorados. -  Marielena asintió sin decir nada, se despidió más triste de lo que había llegado y se encaminó a casa. El corazón que le habían devuelto suspiraba soledad sobre su mano. 

LLUVIA ÁCIDA

LLUVIA ÁCIDA
Olga Contreras
El viejo techo de lámina me anuncia su llegada. Llueve otra vez. Lluvia gruesa, de gota grande. Salgo al jardín, me paro en el centro, con los ojos bien abiertos y viendo hacia arriba, enfrentando cara a cara a mi verdugo líquido,  suplicándole que me limpie, que me sane, que me mate de un resfriado aunque sea, pero que con su agua sanadora se lleve todo eso que me faltaba pero que ahora me sobra, me pesa, me estorba, me duele.  
La nostalgia traicionera me grita al oído mintiéndome acerca de la verdad del pasado, mientras el otro oído escucha el agónico susurro de la apatía y el pesimismo, convenciéndome que ninguno de mis sueños verá la luz del día.
Las gotas caen, cubren mi cuerpo, se confunden con mis lágrimas y creo que incluso las enjuagan, en una especie de redención sin juicio, sin el aguijón quebrantador de la culpa. Me dejo empapar. Siento como se van borrando sus huellas, las mías y las de las palabras hirientes que tuve que soportar cobardemente toda una vida, la misma vida que quiero que regrese a mi cuerpo, aunque ese cuerpo también va a necesitar un alma, pero de eso me encargo después.