variopinto

variopinto

María Auxiliadora

Maria Auxiliadora
Por Cristina Zuleta


Cada vez que sentía que algo dentro de ella iba a explotar se escondía. Era como si su corazón eufórico bombeara más y más sangre y ésta transitara tan rápido por entre sus venas que su cuerpo empezaba a perder el control y todo le palpitaba. Un mínimo roce le cortaba la circulación. Entonces, empezaban a venir a su mente imágenes a manera de cortometrajes: una bella mujer la acariciaba suavemente y lentamente todo el cuerpo mientras susurraba palabras incomprensibles en su oido, un hombre, a quien no se le veía el rostro, sudaba por la agitación del vaivén en que ambos gozaban; y por último, ella sola se daba placer recostada en un sofá de terciopelo mientras un grupo reducido de personas la admmiraban embelesados, con copas de vino en las manos. En sus fantasías todo era color vino. Luego abría los ojos a la fría soledad del baño del Colegio para niñas María Auxiliadora y a la absurda adolescencia que todo lo prohibe. Despertaba del placentero delirio, con un grito mudo, sus manos húmedas bajo la falda a cuadros, la respiración agitada que la llevaba a la calma más indeseable y triste, posterior a ese único pecado que jamás iba a confesar.

El Encuentro

EL ENCUENTRO

Por Olga Galvez

No sabia que hacia tanto calor aquí. El sopor de la tarde se metía directamente por la nariz hasta llegar a los pulmones. Pero no era la temperatura la que me tenía tan caliente, era otra cosa, era la espera, la espera de más de 5 años para volverlo a ver. Nada quitaba esta sensación de calor insoportable, ni el aire acondicionado destartalado que hacía mas ruido que otra cosa, ni la ducha fresca en ese baño viejo y lleno de moho como todo aquel hotel mísero en que esperaba a que finalmente llegara él. La verdad es que no me importaba el lugar, ni la situación en que se iba a dar el encuentro, pues era mi alma, mi imaginación mezclada con los recuerdos y mi cuerpo los que anhelaban su cuerpo, su experiencia, su vida, sus promesas de cometer locuras. Por eso era que había llegado hasta aquí. Justo en ese momento me di cuenta realmente cuánto lo extrañé todos estos años, cuánta falta me hizo tenerlo en mi vida y yo poder compartir la suya y esa realidad me cayó de golpe, como si en un momento hubiese envejecido esos mismos cinco años que dejé de verlo. Y el momento llegó…

Sentí cómo mil pensamientos se agolparon en mi mente cuando oí que tocaron la puerta, no sabia que podía pensar tantas cosas al mismo tiempo. ¿Qué iba a pasar ahora? ¿Qué iba a pasar después? ¿Volvería a sentir lo mismo que antes? Todo pensamiento lógico e ilógico, alguna duda, cualquier certeza anterior dejó mi mente en el momento que abrí la puerta y lo vi allí, parado frente a mí de nuevo, más viejo, más corpulento, mas mío que nunca. Solo alcancé a oír el ruido de su maleta al caer al piso y mi voz diciéndole cuánto lo amaba, cuánto lo había extrañado, cuánto lo necesitaba. No se si él dijo algo -nada relevante al menos- pero sus labios y sus caricias hablaron por él y me llenaron de palabras silentes y húmedas que nunca pensé que existieran.

La piel si tiene memoria, lo supe en el momento en que me besó, pues reconocí enseguida el sabor fresco de su boca y el dulce sabor de su sudor.

Durante meses nos escribimos cartas interminables, hablamos de todo y de nada, dejando sentir en cada oración la ilusión de la espera, la pasión guardada, el amor prometido y ahora finalmente esa historia se estaba escribiendo en mi piel donde nadie puede borrarla, como si se tratara de un tatuaje bordado con el fuego del deseo y la pasión que finalmente conocí en sus brazos.

Tantas veces soñé despierta este encuentro, pero por primera vez mi imaginación se quedo corta y no importó el terrible calor, el ruido del aire acondicionado, el bullicio de la calle del pueblo, el agotamiento físico, la interminable inseguridad en mi mente, aquel hotelito espantoso. Solo importaba la satisfacción de estar entre sus brazos, entre sus piernas; la suave sensación de saber que respiraba su dulce aliento, la certeza que en aquel momento y aunque fuera solo por ese instante, el era mío y yo de él, cinco años después.

Irma

IRMA



Por Gerardo Galvez


De Ipala Chiquimula provenia…

Rubia de pelo rizado hasta la espalda, delgada, pequeña, su paso por mi casa era callado y discreto.

Ella era una Helena de Troya proveniente de Oriente, reducida a empleada de Servicios Domésticos contratada para atender y servir a la prole de mi familia.

Bajaba las gradas de mi casa con la ropa sucia recogida de todas las habitaciones y en mi torpeza solamente le decía entre dientes :

-Buenos Días-

Ella sonreía y seguía su camino para la pila donde comenzaba su cotidiana limpieza.

Mis amigos me decían:

-Pero que buena esta tu cholera, yo que vos le entraba- y la esperaban como animales en celo en la tarde , cuando servía la refacción en el comedor de la casa.

Yo me resistía a hablarle, a tocarla, a pensarla… En esos días me encontraba en mis espiritualidades y sabia que desear la mujer de cualquier prójimo era pecado, no quería quebrantar mandamientos para no llenarme el alma de culpas y remordimientos… Por otro lado , mi estima era tan baja que no creía que ella se fijara en mi. Mi mundo transcurría entre mis estudios, la música , la lectura y la religión.

La Universidad era en la tarde, por lo que en las mañanas la pasaba solo en la casa estudiando y escuchando música. Ella me presentía y a las diez de la mañana aparecía en mi habitación con una taza de café y una champurrada , y los colocaba en mi mesa de noche. Su aroma era silvestre que todavía recuerdo, aroma a monte, aroma a pino aroma a “huele de Noche” …

Nunca le dirigía la palabra, orientado por mis inseguridades , creencias de tentaciones e infiernos.

Hasta que una mañana, en el matutino café, escuchaba a Serrat y me pregunto:

  • Nene – ( Que nene era yo!!!!!) – Esa música tan chula, quién es?- y sonrió tímidamente.

El “Nene” le hizo una disertación de Juan Manuel Serrat, de su discografía , de los poemas de Leon Felipe, de Antonio Machado, de Garcia Lorca . A ella le encantó “Cantares” y le prometí grabárselo en un cassette de 60 minutos, lo que hice en las siguientes dos horas: En ese Maxell High Resolution Chrome que tenia le incluí “Cantares”, “Penelope”, “ Mediterraneo”, “ Lucia” y no se cuantas mas…Y en la noche , en su cuarto que quedaba precisamente abajo del mío, escuchaba cuando ponía el Cassette en una casetera Julliette que le regalé.

Comenzamos un dialogo entre cassetes y sus comentarios: Le grabe Silvio Rodriguez, Pablo Milanes, Alux Nahual, y en la noche, ella, en su cuarto, los escuchaba. A la mañana siguiente me comentaba:

-Eso no es lo que se oye en mi pueblo, son rancheras y cumbias- me decía en tono despectivo.

La cosa se jodió cuando me dio por grabarle Bach y Vivaldi!!!!!! …

-Esa si es música de muerto!!!!- Fue su comentario. Y me abstuve de mostrarle Pink Floyd, Genesis u otro grupo de Rock en Ingles. A ella le gustaba Serrat y Silvio y punto… No le interesaba saber de mas.

Y una mañana, el café y la champurrada aparecieron en mi cuarto con algo más: Un vestido de seda, un pelo suelto rubio que le llegaba hasta la espalda, y sin mediar palabra, preámbulo o comentario, surgió el beso…

Mucho tiempo transcurrió con esa refacción de cafés, champurradas y besos. Y en ese tiempo me abstuve de confesarle al Cura mi pecado, de jactarme con mis amigos que le había entrado y de evitarla cuando estaba con mis papas o mis hermanos.

La situación romantica era de Telenovela Mexicana en donde la provinciana se enamora del hijo de la patrona…Me lo hacia saber, y yo , callado, avergonzado , evasivo, asentía… No me atrevi nunca a poseerla , talvez por mi miedo los Demonios, a los Diez Mandamientos y al final, por las relaciones sociales.

Como un muchacho de buena familia se enreda con una cholera???? .

Preferí que esa relación se tornara taciturna, fría, distante… No quería ilusionarla.

Hasta que un buen dia, tomo sus maletas , diciéndole a mis papas que viajaría a su lejana Ipala a ver a su padre que estaba enfermo.

Apareció por la puerta de mi cuarto, me dirigió una mirada que todavía recuerdo , con una gran claridad: Hablan de miradas de despedida, pero esa era vivencial, autentica, poderosa… bajo por las gradas con su silente caminar, con su olor a monte a “huele de noche”, con su pelo rubio rizado hasta la espalda.

Jamás regreso…

Los cassettes de noventa minutos ( había ampliado el tiempo de grabación) quedaron apilados en mi mesa de noche y en silencio espere mucho tiempo sin saber de ella. Lo tomé como que Dios me hubiera alejado de la tentación, de la fornicación, del deseo… y mejor dí gracias!!!!!!!

Años después me entere por medio de una su prima que fue quien la recomendó y la llevo a casa , que había emigrado a los Estados Unidos, que se casó con un gringo, que le dio un cáncer y murió…

Yo nunca conte mi relación, la guarde en el desván de mis remordimientos. Hasta hoy me recordé de ella.

Irma, la de Ipala Chiquimula, la Helena de Troya que le gustaba Serrat, Silvio y punto…


Pecado y confesión

Pecado y confesión

Por Lucía Escobar

El mío es uno sólo; el gusto por los pecados de los otros. Soy incapaz de tener un mal pensamiento, de matar una mosca, de desear a la mujer del prójimo, eso me parece espantoso. Le pago bien a mis empleados, estoy al día con los impuestos, aún me alcanza para el diezmo y para becar a un niño quiché. Jamás he sido infiel en 56 años de sólido matrimonio, ni siquiera cuando la secretaría de la gerencia se me insinuaba con minúsculas minifaldas. Soy vegetariano porque me dan lástimas la vaquitas y los pececitos. Mi mujer es la que manda en la casa, porque así lo quiso Dios, y además eso me evita tomar decisiones que me quitan valioso tiempo de meditación y reposo.

Cómo les dije, mi único pecado es el placer morboso que siento por los pecados de los otros. Ni siquiera es que goce viéndolos, como esos voyeristas que describen en la prensa. Me sonrojaría de pillar a alguien con las manos en la masa. A mí lo que me gusta, lo que me hace feliz son los relatos a viva voz, recién saliditos de las brazas del infierno. ¿Me explico?

Talvez tendría que comenzar en años con los curas, el olor a santidad, el ritual de monaguillo, las horas extras limpiando el confesionario. Y la equivocación. La primera que le cambió el rumbo a mi vida. Recuerdo cómo si fuera ayer. Yo sentado en la silla del cura, cerrando los ojos imaginando lo que sentiría de ser él. Cuando en eso, escuché la voz inconfundible de mi hermana grande, la que nunca me había volteado a ver por considerarme un ser babeante y tonto. Ella ni siquiera espero respuesta del sacerdote. Estaba apurada y comenzó a contarlo a todo, a decir sus pensamientos, sus trampas en los juegos, el robo del vuelto, de su envidia hacia todos y hasta de sus amoríos con el vecino. De más estará decir que nunca utilicé esa información en su contra pero el poder que tenía en mis manos, me cambió la actitud ante la vida. Conocí el poder de la información. Y mi único pecado se volvió una obsesión.

Durante años me escondía en el confesionario y pillaba a miles de personas. Aprendí a fingir la voz para el ¿desde cuando no te confiesas hija? Y a dar consejos y poner penitencias. Aunque casi siempre me mostraba reacio a hablar mucho y ponía el énfasis en sacar mas información al confeso. Mi mejor época fue cuando conocí al santo padre Isaías que odiaba confesar y estaba siempre dispuesto a cederme su lugar mientras él dormía la siesta. No me sentía mal porque le hacía un gran favor a él. Y a mí.

Gracias a esas confesiones, mi vida entera cambio, conocía los pecados de toda mi familia, del barrio, de los políticos, de mis enemigos y de mis amigos. No usaba jamás esa información pero mi seguridad al hablarles los apabullaba y los hacía quedar a mis pies.

Por eso nunca dejaré este pecado y ahora abrí http://www.laconfesion.com/ me va muy bien. Si les contará….

CONVOCA AL SEGUNDO CERTAMEN LITERARIO Y ARTÍSTICO

CONVOCA AL SEGUNDO CERTAMEN
LITERARIO Y ARTÍSTICO


BASES

POESÍA: La extensión máxima no debe exceder de 5 cuartillas a doble renglón. El tema es libre. Podrán participar solamente con un trabajo. Presentarlo en triplicado.

CUENTO: Narrativa breve; su extensión debe comprender entre 2 a 6 cuartillas máximo a doble renglón y el tema es libre. Se deberá participar solamente con un trabajo. Presentarlo en triplicado.

DIBUJO: La técnica a utilizar es libre. Los temas sugerentes: Tradición, Sensualidad, Humanismo, Personajes, Comicidad y libre. Pueden participar con un máximo de 3 trabajos. El tamaño es libre.

FOTOGRAFÍA: Deberán presentarse en papel fotográfico 6x4 con un máximo de 5 trabajos. Los temas sugerentes: Tradición, Humanismo, Sensualidad, Personajes, Comicidad y libre. En caso de ganar se solicitarán los negativos o la digitalización para su ampliación.

Podrán participar todas las personas que así lo deseen sin importar la nacionalidad, credo ni raza. Los trabajos literarios deben ir en original y duplicado en fotocopias, las plicas que no se abran serán incineradas. Deberá utilizarse un seudónimo adjuntando en una plica aparte los datos del participante donde pueda recibir notificación.

PREMIOS: En las cuatro categorías habrá para el 1er Lugar un premio en efectivo de Q 3,500.- Trofeos y diplomas para los 10 primeros lugares de cada categoría.
La publicación y exhibición de las obras quedará a discreción de la asociación.

LUGAR: Los trabajos pueden enviarse a:

10a. Avenida 2-50, zona 1 Ciudad, Guatemala.
y/o

Avenida Elena 17-32, zona 3 Ciudad, Guatemala.

Dirigido a: Certamen Avenida Cultural y en la categoría en la que participarán.

FECHA: El límite para recepción de trabajos es el 31 de mayo de 2,010. Se tomarán en cuenta los trabajos que lleguen posterior a la fecha que lleven el matasellos de correos del tiempo establecido.
NOTA: Todos los trabajos pasarán al archivo de la asociación.

Los capitales de Rebeca

Los capitales de Rebeca



Por Rebeca Arellano


De chica aprendió pocas cosas, todo lo demás se lo inventó al paso del tiempo. Primero eran mentiras necesarias, de infancia bajo llaves, pero luego las fue reemplazando con las de qué irán a pensar de mí, las de no se vayan a ofender y, ante todo, con las de no puedo admitir que lo ignoro. Eso la había convertido en una mujer autodidacta, al menos en lo relativo a la estupidez.
Una de esas cosas que creía haber aprendido era a no fiarse de la gente evidentemente buena. La gente evidentemente buena le parecía evidentemente mentirosa y potencialmente peligrosa; Rebeca prefería a las personas cuyas necesidades de problemas personales parecían estar cubiertas.
Por eso, aún ahora, no se explica por qué se enamoró de La Bondadosa.
Cinco años atrás había compartido casa con La Norteña y La Romántica, tiempo durante el que la vida se trató de comer, beber y pasársela bien.
Ensaladas de fresas con berros, mole de olla, tablas de quesos frescos y curados, fiambres, croquetas de lentejas con cúrcuma, pasta de setas con camarones, pastel azteca, pescado al horno, crepas saladas y dulces.
Los banquetes de La Norteña apretaban en la cocina legiones de testosteronas y estrógenos. Rebeca hubiera preferido algo más íntimo, tanta gente estimulada la ponía muy nerviosa. La Romántica lo sabía y la observaba con cuidado hasta notar su tensión. Entonces le sonreía, se sentaba a su lado y le acariciaba los muslos bajo la mesa. No podía evitarlo, su cara de predicamento siempre le pareció muy tierna.
La comida solía unirse con la cena y la cena terminaba cuando La Norteña se retiraba a su habitación con alguno de los invitados.
Los minutos tras su partida eran largos. Era una espera extraña y tensa, que detenía los pensamientos. No podía estar quieta ni tranquila hasta que sucedía, hasta que la casa se invadía de aquella carcajada estentórea que anunciaba el primero de una larga secuencia de orgasmos. Cómo la extrañaba. ¡Cómo extrañaba la impetuosa risa post orgásmica de La Norteña!
Al otro lado del muro, La Romántica le pedía que la dejara sola para desvestirse.
Nunca lo entendió. Iban a dormir y a amanecer desnudas, pero cada noche y cada mañana tenía que irse al patio porque aquella pervertida encima era pudorosa.
Durante la espera se preguntaba cómo sería esta vez, porque durante los seis meses que fueron amantes ninguna noche fue igual a otra.
Al principio le pareció divertido pero después se aburrió de tantos afanes de novedad. Habría preferido conocerla, construir un lenguaje corporal y desplegar lo sabido, en lugar de temerle a sus fantasías de mal gusto. Aún se recuerda a sí misma desencajada e inmóvil mientras La Romántica le preparaba una ensalada en el sexo. Que perturbarla le diera morbo lo entendía, pero zanahorias, remolachas y ralladores de metal, había sido demasiado.
Nunca se lo dijo, nunca se atrevió a decirle que todo aquello le disgustaba. Le daba miedo ofenderla así que le mintió, le mintió como una puta; al oído y fingiendo lo que había que fingir.
Fue por aquél entonces que las visitas de La Bondadosa se hicieron habituales.
Llegaba sobre el mediodía y solía traer consigo uno o dos kilos de arracheras marinadas y una o dos botellas de vino.
Era terriblemente fea y vieja.
Le prometió el futuro, le prometió una casa y muchos viajes, le prometió una hija adoptiva, le prometió que las cosas terribles del hoy las justificaría con el amor de mañana. Mentía tan bien, mentía tan desgraciadamente bien.
Rebeca, que era estúpida, hizo como que se lo creyó, que a los hechos funcionó igual que habérselo creído.
A los nueve años le había ocurrido todo lo malo. Sus familiares, que eran buenos católicos, decidieron que era culpable y la aislaron en una habitación con la cerradura invertida. El padre, que dudaba si tanta soledad le haría bien a una niña, decidió hacerle visitas furtivas durante las madrugadas.
Rebeca sobrevivió todo aquello con un único pensamiento: es mi cuerpo, no soy yo, es mi cuerpo, no soy yo.
Fue así que se le cayó el sexo del deseo, fue así que separó sus sensaciones de sus sentimientos.
Mira por donde, mira a partir de qué historias iba a resultar tan buena amante para La Bondadosa.
No le gustaba que la tocaran, lo evadía y si acaso lo soportaba; su cuerpo le seguía resultando extraño y ajeno.
Siempre había sido así y de alguna forma le agradaba, se sabía libre de enganches y obsesiones sexuales. De todas formas, lo que es querer sabía querer mucho y pese a su frialdad, la honestidad de los cuerpos desnudos la conmovía.
Como físicamente no necesitaba nada, como no buscaba ni esperaba, no tenía egoísmos, no llevaba prisas, no perdía el cuidado ni lidiaba con la vergüenza, el placer no le nublaba los pensamientos.
Tomaba las manos de La Bondadosa para recorrerla con ellas y para aprender a hacerle el amor; aquella mujer, que no era tonta, aprovechó el gesto para moldearla. Además, Rebeca era insomne, así que no tenía reparo en acariciarla durante la noche y durante el día, sin descanso. "Abre tus ojos verdes mujer, que quiero oír el mar" le decía para despertarla y comenzar de nuevo.
A ella le habría bastado sólo eso, pero era imposible que a su edad esa mujer no hubiera acumulado fijaciones.
La de cosas que podían excitar a una cincuentona; montárselo con Madonna de fondo, untarse de mantequilla o crema batida, masturbarse con chorros de agua en la bañera, deslizarse hielos por los senos.
Nunca se lo dijo, nunca se atrevió a decirle que todo aquello le parecía obvio y ordinario. Le daba miedo ofenderla así que le mintió, le mintió como una puta; al oído y fingiendo lo que había que fingir.
Pero repentinamente algo cambió, algo que no recuerda y que no olvidó, porque nunca lo supo.
Tal vez simplemente se rindió y se dejó tocar, un buen día la dejó tocarle el cuerpo.
Desde ese momento existió una razón, un motivo imperioso para reunir su piel con sus afectos, un primer sentimiento cercano al deseo, que crecía y no podía controlar.
Así se selló el círculo de aquella vida pecaminosa; a La Bondadosa la excitaba incontrolablemente que una mujer tan joven la deseara sin descanso y a Rebeca la excitaba su excitación incontrolable.
Durante tantos años había deseado tan erráticamente, que se había resignado a la idea de que el sexo era poco menos que aburrido.
¿Esto es por lo que se pierden las guerras y se matan las personas? ¿Esto es lo que se paga tan caro y por hora? ¿Este es el motivo para arriesgarse a una enfermedad o un embarazo?
Aquello nunca le había pasado, jamás lo había sentido, así que no le importaba en lo más mínimo reventarse las fantasías baratas de La Bondadosa y hasta involucrarse en ellas, plagiando los lances de La Romántica.
Sabía que su mal gusto le robaría un par de horas, pero el resto del día y de la noche podrían amarse sin artificios y recorrerse con calma durante el cansancio.
La veía llena de bondad, la veía dolorosamente hermosa y transparente. Sabía que no era cierto, pero hizo como que se lo creyó, que a los hechos funcionó igual que habérselo creído.
De La Norteña había aprendido la complicidad de la gula y la lujuria, así que decidió arruinarse comprando para ella lo mejor que podía conseguirse en aquél pueblo. Tampoco le importaba demasiado viajar hasta la capital con tal de tenerle fiambres, quesos y vinos.
Llegó a obsesionarse tanto que fue perdiendo el trabajo y los amigos. Sus pensamientos se volvieron monotemáticos y monopasionales. Los contornos de La Bondadosa era ya lo único que se proyectaba en la pantalla de sus párpados cerrados.
Entonces pasó. Comenzó a necesitar algo más que promesas y sexo, comenzaron a hacerle falta el presente y la realidad, comenzó a extrañar la amplitud de las calles y el aire renovado que existía tras el muro. Decidió que quería cambiar los incontables viajes transoceánicos de mañana por un paseo de fin de semana en el hoy.
Lo esperó durante un año, pero no sucedió. El trabajo, el dinero, las visitas, el ánimo y la salud. Todo impedía cruzar las puertas y caminar.
La desilusión trajo el cansancio y el cansancio se llevó el deseo.
"Abre tus ojos negros mujer, que quiero oír el mar... Abre tus ojos negros mujer, que quiero oír el mar"
Dos años atrás, La Bondadosa había enviado ese mensaje a una dirección que Rebeca conocía demasiado bien.
Todas sus palabras, toda su exasperante cursilería de estúpida enamorada había sido adecuada y reenviada cada día, cada mañana.
Lo que había sido mentiras y sexo, se convirtió en sólo sexo y de golpe entendió que su padre y La Bondadosa eran iguales.
Se lo dijo antes de echarla, le gritó que no entendía cómo tanta miseria podía esconderse tras una mirada tan evidentemente buena, como la de papá.
Eso la hizo recordar sus aprendizajes de infancia y, sin más, decidió vivirse otra vez bajo llaves.
Lleva casi dos años de encierro, tras el mismo muro desde el que La Norteña reía a carcajadas, tras del que La Romántica se desvestía, dentro del que había descubierto el deseo; ese muro con el que ahora se resguardaba del peligro de los demás.

Avaricia

Avaricia

(Por Tania Hernández)

Todos las noches la misma rutina. Después de bañarse, se quita la bata, se acuesta en la cama y yo comienzo la limpia. Poco a poco, con mucha paciencia, con mis manos, con mi boca y con mi lengua, voy quitándole capa a capa todos los cuerpos que tenga sobre el cuerpo, todas las pieles que queden sobre su piel; los olores, los sabores y las caricias que otros y otras hayan dejado, hoy, ayer y antes de ayer. Queda limpita, nuevita, sin una sola huella. Sus pechos renacen al tacto y sus manos me reciben ansiosas. Es como estrenarla cada día. Gozo tanto al verla, por fin desnuda, sentir el olor de su piel y de su sexo mezclado únicamente con el aroma del jabón. Solo entonces, soy capaz de hacer el amor con ella.


Luego, en la mañana, después del desayuno, empieza todo de nuevo. Se quita la pijama, y bajo la ropa, en lugar de lencería, viste otra vez todas y cada una de sus historias, completitas, sin dejar alguna tirada o escondida por allí.


- Vos no querés a nadie - le digo con rabia cada vez que la veo resplandeciente de amor y deseo ajenos.

- Pues te equivocas, chica - me dice siempre, guiñando un ojo –, yo os quiero a todos.

El Sandinismo

El Sandinismo

Por: Orlando Gutiérrez Gross

Tengo veinticuatro años de trabajar en el Archivio Segreto Vaticano, gracias a mis estudios en Paleografía e Historia del Arte. Desde hace 12 años dirijo el Laboratorio de Restauración y Paleografía en dicho departamento, siendo además docente de la Escuela Vaticana de Paleografía, Diplomática y Archivística.

Como se podrán imaginar, mi oficina está llena de escritos, registros y legajos relativos a la Iglesia, a su historia, diplomacia y a sus actividades desde el siglo II hasta nuestros días. Los más de veintiséis kilómetros de estanterías del Archivio Segreto Vaticano les pueden dar idea del volumen de documentación conservada.

Tengo acceso a documentos que posiblemente nunca llegarán a la luz pública, por ser secretos muy bien guardados que seguirán desconocidos, archivados. Y, fue así, como descubrí un documento donde consta que los mandamientos son once y no diez como originalmente se ha conocido. El onceavo mandamiento, según esta documentación es: “Non edere citrullus vulgaris”. Esto, me llamó mucho la atención, pues la traducción al castellano es: “No comerás sandía”.

Siendo yo un adicto a la sandía, me resultó chocante y alarmante este mandamiento que no había sido incluido en nuestras vidas. ¿Por qué no se podía comer sandía? ¿Qué tenía de malo una fruta tan refrescante que mi madre semanalmente se aplicaba en la cara para hidratársela? El documento en sí, hablaba de los mandamientos, más no los explicaba, razón por la cual me dediqué a investigar por qué en aquellos tiempos, comer sandía era prohibido.

Ninguno de los códices que consulté, legajos y manuscritos explicaba la razón de dicho mandamiento. Fue así, como me di a la tarea de investigar en internet y me encontré con una investigación que decía lo siguiente: Un grupo de científicos, de la universidad de Texas, han descubierto, que la sandía tendría propiedades, parecidas a las del viagra, gracias a su contenido de licopeno, betacarotenos, y citrulina. Estas sustancias que pertenecen a la fruta que mencionamos, podrían aumentar la capacidad eréctil en el hombre, como lo hace el sildenafil. Esta investigación, descubrió, que al consumir sandía, la citrulina, se convierte en un aminoácido (arginina), que favorece notablemente la relajación de los vasos sanguíneos, lo que genera un efecto similar al fármaco más arriba mencionado.”

Siempre he considerado que soy un intelectual, pensante y altamente razonante, sin embargo, el primer pensamiento que se vino a mi mente fue: “He estado inmerso en este placer pecaminoso de una fruta que debería ser prohibida tanto como cualquier droga durante mis cuarenta y siete años de existencia…¡no puede ser! ¿Cómo es que mi madre no me lo advirtió?”. Y entre recriminaciones, meditaciones, reflexiones y todos los iones, juré sobre la Biblia no volver a comer tan deliciosa fruta de origen africano.

Han pasado ya más de 6 años de mi descubrimiento, estoy en tarea de hacerle saber al mundo, que el onceavo mandamiento existe, que el sandinismo es bueno para unos y para otros no, ¿usted qué opina?

Si amarte es pecado (no) quiero ser pecador

SI AMARTE ES PECADO (NO) QUIERO SER PECADOR

por Juan Pensamiento

Hueco, le gritaron hoy otra vez a Sebas en la clase de educación física, mientras corría, según él, muy recto y muy machito. Hueco, le habían gritado también ayer mientras abrazaba sus libros para llegar a lite, su clase favorita. Hueco, le habían dicho prácticamente todos los días en el colegio desde que tenía doce, aunque él fingía no oír o, cuando no quedaba de otra, pretendía reírse divertido por la broma. Meses antes, tratando de forzar una voz varonil, a veces respondía ¡hueco vos! o ¡tu madre!, hasta que Raúl le rompió el labio de un puñetazo y todos, todavía con más burla, le dijeron, naturalmente, hueco. Hueco, por estar en el club de teatro. Hueco, por no querer jugar fut. Hueco, se dijo él mismo, con asco, por haberse masturbado pensando en la espesa nube negra del pelo púbico de Raúl, que vio (haciendo como que no vio) cuando se fueron al puerto con todos los de la clase para celebrar el fin de su seminario “Causas de la desnutrición infantil en San Juan La Laguna”. ¡Puta, qué hueco!, se rió Raúl al verlo llorar, huecamente, por un niño de siete años que parecía de cuatro.

¡Qué asco los huecos!, dijo su papá en la tienda de tacuches al ver a un hombre que, aunque no lo parecía, tenía puesta una camisa rosada con corbata lila. Sebas, entonces, mejor se compró una blanca y una corbata azul con amarillo para la fiesta de graduación. Esa abominación le da asco a Dios, que la vomita, le contó su primo que había dicho el pastor cuando se lo preguntaron en el grupo de jóvenes. ¡A huevos!, respondió Sebas, con voz muy segura y masculina. Pero hueco se sentía por el tremendo miedo que le provocaba lo que fueran a decir de él los de su clase en el testamento de la otra semana, frente a toda la secundaria. Quinto bachillerato había sido un año difícil. Casi todos tenían novia, menos él. Él, que sí, cabal: era un hueco abominable y asqueroso que se tocaba pensando en sus amigos de la clase.

Se comió el brownie con leche que le llevó la muchacha, que ya sabía reconocer cuando Sebas regresaba triste. Apagó la tele y se levantó, decidido. Fue al cuarto de su hermanito y abrió la gaveta. Tomó la pistola verde fluorescente, que estaba cargada; cerró la puerta con llave y se sentó en la orilla de su cama. No iba a eso, pero pensó en las axilas peludas de Raúl, tan negras como sus pelos de la verga. Dejó la pistola de lado y se masturbó otra vez, muy rico. Se limpió el semen de la mano en su propio pelo púbico y así, sentado con el pantalón y el calzoncillo Zara en los tobillos, pidió perdón a Dios por lo que había hecho otra vez. Ese dolor en el pecho, ese nudo en la garganta, otra vez. Otra vez ya no, dijo quedito. Tomo de nuevo la pistola y la puso en su frente, respirando con dificultad, el dedo en el gatillo. ¡Otra vez ya no, mierda!. ¡ Clic, clic, clic, clic, se disparó la pistolita, mientras el agua le chorreaba por la cara y se confundía con las lágrimas silenciosas, lágrimas de adulto, que rara vez lloramos en recio. ¡Otra vez ya no! Algo, sintió, se había muerto.

¡Mirate a ese gran hueco! le dijo Sebas a su novia, que sonreía muy divertida, mientras veían despectivamente al chavo ese que se sentaba hasta adelante en la clase de la U y siempre tomaba notas con lapiceros de colores en su cuaderno forrado de fucsia. Pero Sebas le estaba viendo las nalgas.

Pecados Veniales

Por Patricia Cortez

Pecados veniales

-¡santo Dios!-

Doña Carolina hizo a un lado con el pie al borracho que le interrumpía el paso en la entrada de la catedral, se limpió el zapato blanco con un kleenex que sacó de su bolsa y que dejó tirado en el atrio a la par del borracho, tomó la mano de Doña Lucía, que caminaba enfrente con las manos enguantadas y ambas se colocaron las mantillas de encaje de brujas para entrar a la iglesia.

Justo allí, ambas se quitaron los guantes para meter la mano en el bautisterio y persignarse con el agua bendita

-Dice el padre que Julieta todavía recibe a ese bolo en su casa, ay que asco, a mi ni en sueños me hacen verlo, guacala.-

Ambas mujeres se sentaron recatadamente en la tercera fila, la misa todavía no comenzaba y sacaron los rosarios para comenzar a rezar.

-Mira Luchis, la verdad es que no me gusta venir a esta hora a misa, especialmente cuando es feria, porque, te digo, eso de tener que empujar bolitos, no me gusta, se me ensucian los zapatos, ¿ya los viste? Son los que me trajo la Luciita de su viaje a Europa, son italianos, sólo me los pongo para venir a misa especial. ¡Lástima que no son negros! Porque para velorios quedarían divinos, pero me sirven para cargar el jueves santo, ya sabés que yo siempre cargo el Jueves, aunque ahora son un poco más caros los turnos, pero no vamos a ponernos a pelear por dos pesos más, ya sabés que Genaro me manda dólares todos los meses-.

Doña Lucía seguía rezando, a veces asentía al monologo de su compañera sin muchas ganas. Ya no le gustaba acompañarla a misa, su historia escondía un matrimonio forzado de Carolina con el único novio de Lucía, la soledad de Lucía que se quedó soltera, visitando al matrimonio, la infidelidad de Oscar y luego su huída con la secretaria, y la última época, en donde ambas se volvieron asiduas de la iglesia, recordando a los hijos de Carolina dispersos por el mundo los 4, todos ahijados de Lucía, los monólogos de Carolina que Lucía se tragaba como una píldora amarga.

La misa comenzó, el escaso grupo de fieles seguía el antiquísimo ritual. En el momento de dar la paz, Doña Carolina volteó a la fila de atrás, para ver a una mujer humilde y anciana que le extendía la mano apenas susurró un “guacala, la india” a Lucía mientras daba una fingida sonrisa a la mujer y apenas rozaba su piel, luego de lo cual sacó sus toallitas húmedas para limpiarse.

Al terminar ambas se despidieron del cura, lo invitaron a su casa y salieron como entraron, por la puerta principal de la iglesia.

Un par de bomberos se afanaban por levantar el cuerpo del borracho, las dos mujeres preguntaron que pasaba “Esta muerto, lo llevan a la morgue” escucharon.

Carolina se persignó y Lucía bajó la cabeza, un par de lágrimas bajaban de sus ojos. -¡Hay Luchis!, vamos a tener que ir a la casa de la Julieta a darle el pésame, ¿será que me pongo el vestido negro Prada que me mando la luciita?, ¡no!, ¿verdad que es muy exagerado?, vamos Luchis, registremos mi closet, seguro que encontramos algo también para vos-

Lucía se resignó, irían al velorio, le daría un abrazo a Julieta y dirigirían el rezo, los nueve días siguientes irían diariamente a esa casa, sacó un pañuelo y se secó las lágrimas, a partir de este día no tendría a nadie que le calentara la cama, algunas noches.

Vanidades

Vanidades

Por: Fabiola Arrivillaga

Nunca me sentí bonita y, sin embargo, bien que lo era. Advertía las miradas y me ofendían los piropos, pero creía – llámele usted falsa modestia o simple pendejada – que no eran para mí, o que se trataba del obvio espejismo que, en nuestros pueblos, da una lisa y escasa cabellera castaña. Ese “look” de “gringa”, pensaba yo.

Okey. Lo acepto. Me inscribí en dos o tres concursos de belleza pero, insisto, jamás me sentí bonita. Y eso de los concursos, según yo, para no quedar como la berrinchuda que no acepta piropos o invitaciones a participar, para no quedar como petulante. Lo más gracioso es que todos los gané yo, la “antichula”, y echándole luego la culpa a mi “cultura general”, que después descubrí escasa, o a la falta total de belleza de mis contrincantes, lo que contradecía mi absoluta afirmación de “no me odies por no ser bonita”, convirtiéndome en una tipa insoportablemente vanidosa.

Pero, aún así y concientemente, nunca me sentí bonita. Tampoco aspiré a conquistar, ya de post-adolescente, a cualquiera de los guapos clásicos del pueblo, porque talvez ellos querrían salir con las otras, las bonitas de verdad. Porque había muchos “talveces”. Y me conformé con poco. Cuando me mandaron a volar, lo consideré bien merecido, pero cuando me quisieron amar, me rehusé por la verguenza de mostrar el cuerpo. A pesar de todo, nunca sentí frustración o desánimo, simplemente era el destino, que me había hecho feíta o auto-miope.

Me casé con un hombre guapo y bueno. Pero fue suerte, porque no busqué atinarle al “gordo”, ni siquiera compré números para esa lotería; acepté al que llegó y, por temor a perderlo, acepté más y me amarré, por liberarme de otras cadenas aún más viejas, a su cuerpo y sus ojos, a su simpleza y su machismo. Me enseñé a mí misma, como buena maestra, a amarlo con todo y su dominio atávico, con sus opresiones sin golpes; a amarlo y a olvidarme, para siempre, de mí misma, salvo el amor que sentía por ese lunar en un hombro, que contemplaba con devoción casi espiritual al entrar a la ducha, que enjabonaba con ternura y admiraba como la última y máxima expresión de belleza en este cuerpo dolorido y sediento.

Luego vinieron los hijos y yo me olvidé del lunar...

Y ya sin lunar, me convertí para mí misma en algo así como una fantasía, una criatura mágica de la que no dudás, pero que tampoco te convence su existencia. Comencé a estudiarme lentamente, con pausas y con rigor científico, a escudriñar en cada rincón de ese hada que era yo misma, algunos días despreciándome y otros días admirando el fulgor de mis propias alas. Yo ya no existía, no era real, era una alucinación esquizofrénica, una inexistencia. O quizás era yo en otra dimensión paralela, propia de los físicos modernos, éstos a los que les pagan por pensar en universos en los que nada es como es y terminan sin saber qué es cierto y qué no. Yo era un hada, un hada preciosa, con una figura de diosa, con un andar de reina, una voz de jilguero, una inteligencia de Nóbel, una cultura doctoral y un carácter queridísimo...

Debido a mi rigor y disciplina, las hipótesis, una a una, fueron comprobándose. Entonces, también conocí la depresión, llegaron las frustraciones y lo confuso. Porque, hasta ese momento, me fui enterando de que sí fuí bonita, pero ya no lo era más. Con vista objetiva y juicio imparcial, analicé una a una las fotografías de antaño, inundándome en lágrimas. Las recriminaciones cayeron, gota a gota, junto con mi llanto, casi marcándole el ritmo. De haberlo sabido entonces...¡Pero yo lo sabía! Entonces, ¿por qué? Pude ser mil veces larga, pude ponerme ropa mil veces más apretujada, pude usar bikinis, pude envanecerme y burlarme y gozarme y... De haberlo sabido...¿O no lo quise ver?¿O esta sociedad puritana e hipócrita me vendó los ojos?¿O mis complejos fueron defectos congénitos?

No se. Y por ahora, no valdría la pena meterme a otros estudios. Lo cierto es que estaba ya por llegar a los cuarentipico, con el nido vacío desde hace como cinco años, y sin el lunar.Me veía al espejo y no me fijaba más que en el profundo barranco de mis pupilas, absolutamente vacío. Comparaba esta imagen de laboratorio con ese par de chispeantes cerezas que eran los del hada-yo y me entraban unas desesperadas ganas de escapar. ¿Hacia dónde? No lo sabría decir. Creo que tomé la invención de una tierra nueva como punto de partida, diseñándola, poco a poco, a mi conveniencia.

Luego, desnuda, tocaba con asco y horror aquellas carnes flojas y estriadas de mi barriga. Con la náusea a punto de vómito, me enjabonaba frenéticamente las manos, como quien recién se ha bajado de un bus urbano, y me negaba al orco que estaba frente a mis ojos. Porque yo era un hada, no un despreciable ser de las cavernas o las cumbres oscuras de mis pesadillas. Y volvía a mi escapada. Esa tierra nueva era maravillosa; en ella, el concepto de belleza era estrictamente físico y estríctamente torcido. Todo lo que el orco-yo percibía como horror, allá era ideal, fantástico. En esas playas y esas ciudades, el hada-yo sería considerada una aberración. Ni siquiera la voz podría ser de canarito dorado. Valía un comino ser tonta o lista, mientras se fuera espantosa y se anduviera con el rostro fruncido por un gran e imaginario enojo. Sin embargo, la amabilidad era abundante, las conversaciones amenas, y la vida tan dulce como un buen mazapán. El físico marcaba la diferencia.

Durante mis fugas, llegué incluso a enamorarme de hombres que me amaban sin cuestionar mi estampa, envejecí a su lado escuchando siempre palabras amables. Mi vanidad crecía y, con ella, el amor propio perdido cuando perdí el lunar. Todo lo que para mi marido ya no era necesario, para mis amantes era imprescindible, desde las flores y piropos, hasta los juegos y las fantasías. Muchos años duró ese viaje.

Hasta hace dos noches. Vinieron mis nietos de visita – ya tengo cuatro –, porque han decidido los hijos que es mejor llevarme a una institución, por todo esto de mis “desvaríos”. Creen que ya no se dónde estoy ni en qué mundo vivo, se preocupan por su padre, es lógico, y por mi. Creen que debo estar bien vigilada. ¡No saben que mi mundo se va conmigo, porque soy yo y es él y somos inseparables! Pero volviendo a los nietos, esos chicos tienen el poder mágico de sacarme los enojos y meterme las sonrisas. Bebimos vino, nos retratamos, recordamos anécdotas, y reímos como locos. Al fin y al cabo, yo estoy loca, ¿verdad? Más tarde abracé a mi marido, perdonándolo y perdonando a mis hijos a través suyo, por condenarme al encierro, los amé por liberarme y me quedé profundamente dormida.

Ayer desperté hermosa. Me ví al espejo y el brillo de este par de cerezas de agosto volvió a alumbrar la mañana. Las arrugas y estrías y pliegues de mi carne trazaban impresionantes mapas de mundos mágicos, y el color de la piel se mostraba de un blanco impecable, porcelana suave y delicada. El lunar del hombro se veía joven y bien trazado. Él me besó los labios, como hacía mucho tiempo no pasaba, y me llevó una rosa del jardín hasta la cocina. Agradeció con un “te amo” el café recién hervido. Llamó a los hijos, también a los nietos. Me vestí como una reina en primavera, partiría triunfalmente a medio día. Escribí un mensaje romántico en el espejo del dormitorio, usando el crayón que a él más le gustaba. Dibujé un corazón que atravesé con la clásica flecha, como cuando nos enamoramos. Tomé mi cartera, revisé todo, dije adiós a mis cosas y me senté a esperar en el sillón del porche.

Hoy, sigo aquí. Nunca vinieron los hijos, nunca me fuí a esa cárcel, nunca me soltó la mano, volvió a apresarme. Cualquier sueño de libertad fue truncado. Ya no me dijo hermosa, no besó mis labios ni agradeció el café. Desapareció de nuevo el brillo en mis ojos, y el lunar se borró. Menos mal hay, por lo menos, dos hombres feos, más que feos, en ese mundo horrendo, más que horrendo, al que pienso, esta tarde, escapar de nuevo.


De choconoyes y otros milagros

De choconoyes y otros milagros

Por Fabiola Arrivillaga

Dicen todos que no puedo hablar. Mi boca, lengua, garganta y hasta mi inteligencia han sido revisadas periódicamente por los mejores especialistas que mis padres pudieron pagar, aún a costa de ahorros y bienes. Todo para nada, aparentemente estaba afectada por un rarísimo síndrome, que recibió cientos de nombres distintos cada vez que aparecía un nuevo síntoma y un nuevo doctor. Cuando cumplí diecisiete años, se dieron por vencidos; pagaron las últimas facturas y nunca más supe de terapias esclavizantes ni medicamentos embrutecedores.

Pero yo no era muda, claro que no. Sólo me había negado a hablar. Todo empezó, lo recuerdo bien, cuando tenía casi dos años. Talvez el mensaje me había llegado un poco tarde, es cierto, y repentinamente sentí la necesidad de comunicarme con algo más que balbuceos, señas y berrinches. Entonces comencé a prestar atención a los adultos que me rodeaban: mis papás, mis superhéroes, mi modelo a seguir; la eterna fiesta que era aquella casa, siempre adornada con sus gritos y argumentos y discusiones, me hacía, como nunca, buscar integrarme a la orquesta del descontento que yo no comprendía.

Un rayito de sol se colaba por la cortina de mi reducida habitación, y yo, a escondidas y frente al espejo, gesticulaba palabras y frases que no conseguían salir de mi boca. Intenté de nuevo, inhalando profundamente y soltando el aire poco a poco, abriendo más o menos los labios que, impertinentes, dejaron escapar aquel “puta” que consideraba tan familiar y afectuoso. “Puta”, repetí una y otra vez, emocionada y ansiosa por mostrar a todos mi recién desarrollada habilidad verbal. Corrí por el corredor y me paré frente a Francisca, la señora que ayudaba a mi madre con el aseo; muy campante y elegante le solté el “puta”, espantándome al ver la forma que las bonachonas arrugas de su rostro tomaron mientras su piel se tornaba en un incandescente rojo ira. “¡Nena fea! ¡Choconoyes le van a salir de esa bocota!”.

Avergonzada pero con una excitación poco sospechada, regresé a mi cuartito pensando que era lo tan malo que había hecho. Me paré de nuevo frente al espejo e intenté otra palabra. “Puta”, resonó mi cavidad torácica, y como si fuera víctima de un maleficio, un choconoy negro y peludo apareció entre mis labios y voló al suelo. Hablé de nuevo y otro choconoy fue lanzado de mi cuerpo. Y por cada palabra que decía más y más gusanos eran producidos, causándome una enorme gracia. Entonces lo pensé, esto de los choconoyes era un maravilloso recurso que no podía ser desperdiciado. Eran míos, carne de mi carne, sangre de mi sangre y voz de mi voz.

Y decidí no hablar más, al menos no frente a las personas, hasta que todo fuera propicio para liberar mi secreto. Hoy es ese día, hoy dejaré de ser la “pobre Violetita” y me convertiré en un ser respetado y hasta temido. A quien me humille o me compadezca le voy a soltar, por lo menos, media docena de choconoyes.

Coprolalia

Coprolalia

Por: Orlando Gutiérrez Gross

- ¿Diga?

- Buenos días, la Señora Cuestas por favor.

- Sí, con ella

- Sra. Cuestas, habla Lilliam de Carrasco, directora de colegio de Alejandro

- ¿Cómo está Lilliam?, ¿Qué le pasó a Alejandro?, ¿Qué hizo?

- Alejandro ha tenido un ataque de nervios, todo ha empezado en la clase de ciencias, por lo que tengo entendido, empezó a imitar al profesor y después a ofenderlo con malas palabras, mientras se jalaba él mismo el pelo. Lo han tratado de calmar y se encuentra en la enfermería en estos momentos, ¿podría usted venir por él, por favor?

Inmediatamente dejé caer el teléfono. Sentí como el mundo se me venía para abajo, la temperatura de mi cuerpo se acrecentó y bajó. Me sentí mareada.

Agarré las llaves del carro y manejé nerviosa, hacia el colegio.

Todo empezó hace un mes, cuando Alejandro empezó a parpadear constantemente, creí que era un nuevo tic que se agregaba a la lista de contracciones de nariz y sacudidas de cabeza. Lo llevé al doctor y no le encontró nada malo.

Ayer en la noche, lo encontré en el cuarto golpeándose la cara con un libro, llamé al doctor inmediatamente y me dijo que le diera una pastilla para nervios y que lo llevara hoy después de sus estudios a la consulta, para volver a examinarlo.

Antes que sonara el teléfono me puse a buscar páginas en internet, esperando encontrar algo que me ayudara y creo que lo encontré. Solo hacía falta un síntoma: la coprolalia. Eso me tranquilizó. Hasta que recibí la llamada del colegio…

Al recogerlo, lo llevé inmediatamente al doctor. En el transcurso, me decía: - vieja puta, bastarda, te odio, mierda, callate. No dejaba de mover la cabeza y cuando trataba de tranquilizarlo, me volvía a callar e insultar.

Después de examinarlo, el médico confirmó lo que yo temía.

- Señora, Alejandro tiene el Síndrome de Tourette. Bla bla bla bla bla bla –era lo único que escuchaba yo decir al doctor, mientras pensaba: ¡Jueputa mierda, ya la cagué!

Es nuestro aniversario

ES NUESTRO ANIVERSARIO
por Juan Pensamiento
Ahí estaban los dos sentados sin saber qué decir, en el mismo rincón y casi la misma mesa de años anteriores, esperando que el joven llegara con sus bebidas: una cerveza para ella, una copa de vino blanco para él. Luego, la paella de siempre. Después, él se negaría a un postre y se acabaría, de todas formas, más de la mitad del de ella.

Ana Amalia, en silencio, trataba de recordar, sin ver a Ignacio, en qué mesa habían comido el año pasado. Había sido cerca de esa misma ventana, desde donde se miraba la banca en que nunca había visto a nadie sentado. Tal vez después de comer podrían salir a sentarse un rato ahí. O tal vez un día regresaría ella a sentarse sola con un libro. Mejor eso, pensó. Ya había perdido la cuenta de cuántos años llevaban yendo al mismo lugar para celebrarlo. Celebrarlo. La única vez desde el aniversario pasado en que habían estado juntos, verdaderamente juntos por más de unos minutos, fue cuando se rebalsó la pila y se inundó la cocina. Se rieron mucho ese día. ¿Hace cuánto de eso?

Ignacio también miraba a la ventana, pero nunca había reparado en la banca. Pensaba en ese incómodo momento en la mañana en que dijo feliz aniversario, Ana Amalia (no miamor) y se acercó para darle un beso. Ella, por costumbre, puso la mejilla, pero se notó su vergüenza al caer en cuenta que él pretendía dárselo en la boca. Pero cuando ella, apenada, trató de juntar sus labios con los de él, ya él había decidido mejor sólo abrazarla. Al separarse, no se vieron a los ojos y ella procedió a terminar de revolver los huevos, que se pegaban mucho usando spray en vez de aceite. Lo mismo les había pasado hace poco, el día de la boda de María José – la menor de sus tres hijos y la única nena – en que, al ver a su esposa tan hermosa con su traje sastre brillante de falda larga y el pelo gris recogido, no pudo sino querer besarla fuerte y profundo, como aquélla vez en que se escaparon por primera vez solitos, dejando a Salvador, el mayor y en ese entonces de cuatro meses, con la abuela. También la vez de la boda terminaron en un abrazo menos apretado que los que le daba su compadre Willy. Qué calor, verdad. Sí, qué calor. Más silencio.

Comían ya la paella, masticando callados. Ana Amalia, que trataba de separar la cáscara de un camarón sin ensuciarse las uñas manicureadas esa misma tarde, levantó la cabeza asustada cuando lo escuchó. Primero, sólo notó que a Ignacio, con la barbilla en el pecho, se le movían los hombros hacia arriba y hacia abajo, con un ritmo raro. No supo qué hacer y su primer instinto fue gritar para llamar a alguien. Mi marido se está ahogando. Pero no lo hizo. Ignacio levantó la cabeza y ella vio que estaba llorando. También, por primera vez, notó sus profundas patas de gallo. Tenía un grano de arroz en la comisura izquierda del labio de abajo. Las lágrimas le corrían, espesas y fluidas, por todas las mejillas. Una movió un poquito el arroz, que de todos modos se cayó cuando él abrió la boca para decírselo entre sollozos recios. Nunca lo había visto llorar así. Me hace mucha falta chimarte como antes, dijo. Ana Amalia, sin abrir la boca, buscó su mano y se la apretó, viéndolo fijamente a los ojos. No supo sonreír, pero tenía los pezones duros.

Réquiem a la tranquilidad

Réquiem a la tranquilidad

Por Quique Martínez

La Marleny apareció muerta un viernes cuando la policía rompió a la fuerza el candado que aseguraba por dentro la puerta de madera. Para el sábado en la noche, la ausencia de la luz envuelta en celofán llenaba de luto el pueblo. El domingo, después de misa de 10, las mujeres acompañaron el ataúd y lloraron su partida desfilando con coronas de crisantemos. Y cómo no, si a ellas les tocaría ser las putas de sus maridos. Sólo considerarlo ya era demasiado clase media.

Cinta XXXSA

Cinta XXXSA
Por Lucía Escobar
Soez y Altisonante son dos caballeros, amigos ellos de toda la vida. Soez, como te lo imaginas, es de baja estatura un poco rellenito, cabellos ondulados semi largos de un negro azabache apabullante. Suda como un burro y siempre habla en doble sentido. Su contrario y compañero de correrías, Altisonante, es frágil y espigado, rubio y huesudo. Su piel es blanca, casi transparente. Su voz es abrumadora, chillona y desesperante. Sale siempre acompañada de una baba saltarina y muy agresiva.
No hay nada que les guste más a este par de pícaros, que salir a escandalizar a Censura y Moralina, sus dos eternas enamoradas. La primera es robusta como un armario, pero bien blandita en sus rinconcitos más oscuros. De su boca, no sale una palabra , ni mucho menos flores, pero sus ojos son metralletas de puñales envenados, dardos silenciosos. Su prima, Moralina, es rolliza y enfermiza. Tose sin parar y escupe siempre una pus muy personal que huele a rosario en confesionario. Ambas se visten de blanco y pertenecen al selecto grupo de las Vírgenes en victoria de la tercera edad.
Sólo hace falta mirarlos interactuar por un segundo: parecen críos de párvulos. Ellos se acercan y ellas gritan. Intercambian pellizcos, jaladas de pelo, risitas y golpecitos. Luego ellos se retiran y ellas los persiguen con el dedo levantado. Ellos se acercan saltando y le muerden el dedo (del índice pasan al medio).
De repente como que se acaba la cinta, y ya no se ve nada…

Ana María no tiene corazón

Ana María no tiene corazón

(por Tania Hernández)

Así si ya no te sentís tan machito, ¿verdad?

--- la punta del arma cae dura sobre el pecho

Puta, es que desde que yo era chiquita no has hecho más que joderme la vida. Primero con la onda de mi papá. Que por culpa tuya dejé que me hiciera lo que me hacía, a pesar de que la náusea y el dolor me invadían el cuerpo tanto como él. Ni si quiera me dejaste que lo matara cuando tuve la oportunidad. Allí estaba, tumbadito en el sofá de tanto guaro, y yo con unas ganas de insertarle el cuchillo en el cuello a ese hijoeputa. Pero te metiste vos en medio, con tus mierdas, que no vos, que tranquila, que mirá que la culpa es del alcohol, que quién sabe si de veras en el fondo te quiere. Y yo de imbécil haciéndote caso. ¿Y qué pasó?, que eran puras pajas pues, porque el otro día yo misma le pregunté, y me gritó que qué me creía, que cómo me iba a querer si yo no servía para nada, ni para coger, pero que como yo estaba menos peor que mi mamá, pues que por eso me cogía, para no desperdiciar. El muy hijo de puta.

--- Ana María le quita el seguro al gatillo y vuelve a apuntar

Y vos no empecés a chillar, que apenas estoy comenzando. Porque allí no quedó todo, no. Me seguiste chingando la vida, cerote, comiéndome el coco para que yo me metiera con cuanto idiota se te atravesaba en el camino. Que ya olvidá al viejo, vos. Que mirá ese César, se le nota a leguas que anda tras tus huesos. Y el Rubén, mirá ese maje si que es buena onda, ese fijo que te va a cuidar bien. Y el Mario, y el Tono, y el Chepe, todas puras joyitas, ¿vaá?. Ya vas. Y vos en lugar de defenderme solo alcagüeteándole todo a aquéllos. Ni sé cual de todos fue el peor. Si el que me madreaba en plena calle, el que me tenía de cholera y ni me tocaba porque prefería irse de putas o el que me quebró la mano para quitarme las llaves del carro porque por bolo yo no se las quería dar.

--- pasa el revolver a la mano izquierda, abre su mano derecha y la observa unos segundos, absorta. Esa mano que aún duele, pero que también algún día tocó, acarició, amó. De repente reacciona, se da cuenta de la trampa. Tiene que apretar los dientes para obviar el dolor punzante que siente al volver a empuñar el arma

Ninguno me quería vos. Nin-gu-no. Vos y ellos puro daño me hicieron. Pero hoy si te llegó tu hora. Ya no me vas a seguir chingando la vida, hijoep....

--- el disparo es certero, el corazón de Ana María, maltratado de tanto abuso, explota fácilmente. Se hace pedacitos dejando salir, junto al líquido rojo y acuoso, toda la ternura rechazada, todos los sentimientos traicionados. El impacto la hace caer de rodillas y llorar las últimas lágrimas de su vida. Espera un momento para recuperarse. Se levanta y, satisfecha, se pasa la mano sobre la abertura pectoral. No más dolor, le digo desde adentro, ese idiota sentimental ya no te hará sufrir. Esto es solo el comienzo. Me emociona oír que mi voz ya no es sólo un susurro, que se va haciendo cada vez más fuerte. ¡Triunfamos!, le grito finalmente. Ana María sonríe, va a la cocina dejando huellas de sangre a su paso. Saca una cerveza y brinda por mí, La Razón, sin saber que algún día yo también seré capaz de traicionarla.

El mismo idioma

El mismo idioma


Por Patricia Cortez

-va, vos, cerote, ¿podés darme un cigarro?
-oiga, deje la mamadera de gallo amigo
-¿que te mame que?, hueco pizado vas a ver como te voy a dejar cabrón.
-¡Pero coño de madre!, que vainas son esas, no tengo cigarros man, y ya, deje que no me interesa su persona
-pero cabrón, si te acabo de ver meterte los cigarros a la bolsa.
-oiga, ya le dije, no me provoque, caraechimba, si los tengo son míos, y no quiero compartirlos.
-epa pelados, que tos es esa, pinche agarrado, pásate los cigarros,
-man, ya le dije a su amigo que no regalo cigarros, que ya me voy, que como les puedo hablar, eh,
-civilizadamente mano, mirá cerote, solo te estamos pidiendo un cigarro, ¿que putas crees que hacemos pues?
-va cogete uno pues,
-mierda, seguís con eso hueco, yo no me cojo a nadie
- que tomés un cigarro pues, aquí están, que cosa...
-gracias compa, le debo un favor.

La segunda venida

LA SEGUNDA VENIDA

Por Quique Martínez

Cuando el señor logró bajar la ventana de la extraurbana, presionando con dos dedos las pestañas que escondían unos agujeritos en los extremos, el ambiente del interior se materializó en una nube de vapor que escapó del agujero formando colochos aceitosos. La cuerina verde del asiento le empujó hacia delante el sombrero, cubriéndole los ojos, mientras se iba deslizando al recostarse. En el ala de paja se pararon dos bichitos unidos en uno sólo. Raramente estaban pegados por la parte de atrás y caminaban juntos. En la costa les llamaban los insectos del amor. El señor exhalo una bocanada de aliento a sed y se abrió dos botones de la guayabera. Era una tarde de mediados de marzo realmente calurosa.

Despertó cuando el vehículo se había detenido. El chofer, que sin camisa guacaleaba agua con jabón contra el exterior, se sorprendió al verlo. Habían llegado, sin que lo advirtiera, al final de la ruta y se habían adentrado en lo que parecía una finca. “La Truncadora” leyó en un cartel. Y luego de que el conductor le hubiera asegurado que no había salida de allí sino hasta el día siguiente, se adentró entre las plantaciones jalando una maleta con ruedas, buscando dónde pasar la noche que amenazaba con caer en cualquier momento.

En el camino se encontró con con grupos de mujeres, altas como gigantes, que avanzaban con ramos de enredaderas con pequeñas flores blancas de donde colgaban sendos pashtes en su cáscara. Ellas lo saludaban más por curiosidad que por cortesía. A todas les intrigaba quién era el señor que había llegado en la “burra” del domingo. Se acercó a una mujer que jaloneaba y le pegaba en las manos, de vez en vez, a una niña de cara muy sucia y mocos colgando.

-Pues hay dos pensiones en La Truncadora, pero los hombres no son muy bienvenidos acá- contestó con cara de alguien perseguido –igual pruebe donde la Magda, camine derecho otra media legua, luego de una subida va a encontrar un rancho a la izquierda con un chucho que no se calla- y siguió caminando apurando a la niña que se fue con la cara volteada, viéndolo entre sollozos.

A lo largo de la media legua comenzó a ver las plantaciones progresivamente. Eran varias estructuras descomunales colocadas que, por el orden en que estaban colocadas, parecían desfilar como arfiles, viendo todas hacia el mismo lado. De ellas salían guías de pita que servían como tutores para las ramas guía que se enroscaban, como serpientes rococó, y escupían frutos alargados de color amarillo y anaranjado. Las chicharras cantaban. Era la temporada de cosecha.

Magda, cuando la encontró, era un pequeño bulto meciéndose en una hamaca plástica de lazos de colores. Estaba acompañada por un perro costilludo amarrado de uno de los postes que mantenían el rancho elevado y protegido de las inundaciones de invierno. Cuando ella lo vio saltó al suelo para encontrarlo. El perro, sin inmutarse, siguió durmiendo y cuidando una pelota de plástico duro, verde con rallas blancas, mordida y desinflada. El señor saludó a Magda y, al avanzar, metió los pies hasta los tobillos en un charco, mojándose incluso el ruedo del pantalón. Ella al verlo soltó una carcajada que asustó al perro, quien en el acto se paró frente a la bola y empezó lo que sería una sesión de ladridos de varias horas. El señor rió también.

-Vaya a la pila allá al fondo y quítese los calcetines, se los voy a lavar, no vaya a ser que le den mazamorras con esa agua shuca.

El señor se dirigió a la pila para, aparte de lavarse los pies, mojarse un poco el pelo para mitigar el calor. Magda cargó la maleta, que era muy grande para el tamaño de ella, y se perdió en el cuarto.

La habitación tenía cuatro catres, uno en cada esquina. Sobre ellas colgaban grandes trozos de tela que, cuando ella las desanudó, se extendieron para formar pabellones que protegerían a los durmientes de los zancudos y demás bichos. Magda espantó un cutete blanco de la cama y alisó las sábanas para luego colocar allí la maleta. Sintió una necesidad inmensa de correrle los zippers para ver lo que el extraño traía allí dentro, pero la interrumpió de repente el señor, que entró estilando y pidiendo una toalla para secarse.

-Así que ustedes en “La Truncadora” cosechan pashte- afirmó el señor para hacer conversación.

-Saber. Yo como soy enana no lo hago, no alcanzo. Por eso no me quieren acá. Por eso y porque no soy resentida con los hombres como todas las que acá trabajan. ¿Y usted? ¿Qué hace acá?

-Yo iba camino a Taxisco, allá vivo, vengo de la capital. Cada cierto tiempo voy a traer mercadería para vender, un mi primo me la trae de los Estados. Hoy agarré una camioneta y me quedé dormido, el pura lata del chofer no me avisó que ya nos habíamos pasado. Antes de hoy no sabía nada de esta finca, mañana sigo mi camino.

-Sí, pura lata. Ni me hable de ese que no le quiero ver la cara otra vez. ¿Y qué vende?

-No se vaya ofender. Yo vendo ropa para mujeres… ¿cómo le explico?... especiales. Que trabajan de vender compañía… ¿Sí me entiende?.. Estemmm, prostitutas. Hoy, por ejemplo, traigo un montón de zapatos que ya me habían encargado. ¿Quiere ver?

Magda se carcajeó otra vez y declinó la oferta. Esta vez no asustó al perro porque se encontraba todavía ladrando a un ladrón imaginario que quería robarse su pelota. Quizás era ciego.

En la costa se duerme temprano. Para levantarse a trabajar antes que el sol trate de impedirlo. Ellos compartieron el cuarto y el señor arrulló a Magda con parábolas de la vida en Taxisco, los viajes a la capital e historias de brasieres de encaje, calzones rojos cacheteros, hilos dentales de perlas, maquillajes de brillantina y disfraces de lentejuela. Ambos soñaron esa noche, sólo soñaron, con dos bichitos que caminaban en un abrazo lujurioso pegados ambos de la parte de atrás.

Al otro día el señor se levantó temprano para caminar hacia la camioneta que lo llevaría a su destino. Antes de irse, le regaló a Magda un par de zapatos de tacón, no los más caros, con los cuales compensaría un poco su altura para que las otras mujeres no la tildaran de enana. Del odio contra los hombres no podía hacer nada. Antes de irse le prometió que pronto regresaría para venderle un par de plataformas blancas que tenía en su casa con las cuales alcanzaría hasta los pashtes más altos. Luego se despidió sin contacto físico y con una sonrisa sin dientes.

Desde ese día Magda llevaría los zapatos a todos lados luciendo unas piernas más alargadas que nunca. Y profetizaría la segunda venida del señor quien le traería otro par aún más alto, que le permitiría vivir la vida en La Truncadora sin malas miradas ni cuchicheos sizañosos. El señor la había salvado.

Tres


Tres

Por: Orlando Gutiérrez Gross

Ángeles, demonios, circuncisiones, bautizos, muertes, crucifixiones, resucitaciones, leyes, en fin un gran numero de normas buenas y no tan buenas, que los humanos hemos escrito para tener algo en que refugiarnos. Eso es la religión. Eso es lo que la Biblia nos enseña. No pecar, amar, no desear.

¿Alguien en verdad puede creer que la mujer vino de una costilla del hombre? ¿O que los desterraron por comerse una manzana? Estamos en una búsqueda infinita por ser felices, y hay quienes la encuentran creyendo todo eso, leyéndolo y especializándose en diferentes ramas.

Y con este preámbulo les cuento que me criaron siendo un fanático religioso, o por lo menos eso es lo que pensaban mis papas, porque yo muy adentro tenía mis dudas.

Todo empezó cuando mi mamá decidió que había que hacer penitencia tres veces a la semana, porque claro, el Señor resucitó a los tres días, eran tres reyes magos, la santísima trinidad y todo lo que tuviera que ver con el numero tres. Entonces, todos los lunes, miércoles y viernes, a las 3:00 pm, mis tres hermanos, mi papá, ella y yo, nos arrodillábamos en maíz por tres horas, a rezar el santo rosario, con letanías, lentejas y todo lo que se le ocurriera.

Y así crecí, con las rodillas llenas de puntitos, parecían hoyos de barros que habían dejado marca, no en la cara, en las rodillas; sin embargo, para mi era algo normal. Al cumplir los trece años, mi vecina Rosa (que en paz descanse y la santísima Trinidad la tenga en su gloria, diría mi mamá) me regaló un pollito. Lindo el pollito. Lo bautice con el nombre de “Chumeco”. Era el animal más inteligente y lindo que existía. Lo acostumbre a ponerle un mecate en el cuello, para ir a la vuelta y fumarme el cigarrito, que por cierto no podía hacerlo, pero yo pensaba que sí.

Chumeco vivía en el jardín pequeño de la casa y por supuesto nunca se le permitía entrar a la misma, pues era un animal. Sin embargo, un viernes, por descuido de mi santa madre (creo que en verdad ella pensaba que era santa), la puerta del jardín quedo abierta, Chumeco aprovechó para entrar y encontró el maíz en el que acabábamos de arrodillarnos para rezar. Y ¡zas que se lo come! Cuando mamá encontró al animalejo comiéndose el maíz, decidió que había que adorarlo, porque imagínense ustedes, un viernes, después de rezar, el animal logra entrar a la casa y se come el maíz. Desde ese entonces, la suerte de Chumeco cambió, era el rey de la casa. Mi madre tejía para hacerle bufanditas, le limaba las uñas, limpiaba su pico y hasta dormía adentro.

Hasta que un día decidió que él, por ser santo, debía de tener el mismo destino que el Señor Redentor. Nos juntó un viernes a todos en el patio. Había colocado una especie de cruz mal hecha, con unas ramas del guayabo que había en casa, y ahí, estaba la ya gallina o gallo o gallino (nunca supe el sexo), agarrada de sus alas, crucificada, pegando gritos, mientras mi mamá con cara seria rezaba. Una vez que el animal se desangró, lo puso sobre una piedra que había cerca del guayabo, le echó una sabana vieja y dijo:

- En tres días resucitará.

A los tres días, la gallina estaba podrida y yo al ver esto, la tomé con lagrimas en los ojos y la enterré cerca del árbol, no sin antes tomar la sabana vieja llena de sangre y dejarla puestecita sobre la piedra, para que mi madre creyera que en efecto, Chumeco había resucitado.

El plan funcionó. Cuando mi mamá fue a revisar la gallina y no la encontró, pegó un grito, se inclinó frente a la piedra y empezó a rezar. Fue así como la gallina se convirtió en santa y mi madre empezó a adorar falsos ídolos.

Mi papá al ver que ella rezaba el día entero con la manta llena de sangre seca en la cabeza, no tuvo más opción que empacar unos cuantos trapos de sus hijos y nos fuimos. Nunca la volví a ver. No me afecto en la más mínimo su ausencia, al contrario, empecé a ser un adolescente normal y llevar una vida alegre.

Al cumplir los 33 años, recibí un paquete, no tenía remitente, solo una nota que decía: Feliz Cumpleaños, que Dios te bendiga, pronto resucitarás. En su interior había una pequeña cruz. Me pareció un insulto. Vieja loca.

Referencias: Éxodo 20:1-6 San Lucas 24:1-5

Justicia divina


Justicia divina
Por Fabiola Arrivillaga

“Humillémoslo y atormentémoslo para conocer hasta qué punto se mantendrá firme y probar su paciencia. Condenémoslo a una muerte humillante, ya que, según él, Dios intervendrá en su favor”.
Sabiduría, 4, 19:20

“A los pobres nos toca porque nos toca. Los justos nacimos para sufrir, usted. Dice el “Hermano J.C.” que en Sabiduría está escrito eso de que tenemos que ofrecer 'pequeños sacrificios' y que la fe nos hará merecernos el paraíso. A saber. Porque ése pastor, el Juvencio, ése que fue del vecindario, dice que él ya está recibiendo el favor de Dios, pero yo no le veo todavía los callos en las manos, ni las lágrimas del duelo, ni se le ha tostado la piel con el sol. Ve, ayúdeme por favor, seño, que como pesa hoy. ¿Ya vió? Ni venta hubo. ¡Ah malaya me hubiera quedado de mala persona y no de justa!”.
(Teresa termina de entorchar la servilleta de tela, la enrolla como un caracolito, se la pone en la cabeza. Con dificultad, levanto el canastón y corono aquel robusto cuerpo. Ahora lleva la carga de la vida, las papas, los güicoyes, los hijos, el marido y el pastor; con una amarga sonrisa burlándose de la entonación dolorida de sus alabanzas).

. . .

“¿El Juvencio? Si ése era mi mero socio, mi hermano, pues. Mi tapón en todas las travesuras, usted. Nos criaron juntos cuando nos vinimos de Tejutla, vivíamos en el mismo cuarto. Sólo que ahora le dicen “Hermano J.C.”, y es doctor, santo, apóstol, profeta y no se que tantas babosadas. Ladronote es lo que es, coche, corrupto. Ya ve, yo fui el que me metí a la mara, yo el que salí herido y ese pisado el que se volvió criminal. Por allí me dijeron los cuates que ése recibe pisto del narco, usted, pero mejor ni hablar que nos quiebran el c...Ay, perdón, es que no soy un tipo educado. Soy un patán, vea. Soy un pecador. Pero yo sí que no me convierto, yo sí no”.
(La champa del “Jetas”, triste cuartucho de lámina, oscuridad, humo, tristeza, guarda solita tanto odio como todo el del mundo. Pero también melancolía. Y bondad. Un rayito de sol se cuela por una gotera y se dirije - ¿quién lo diría? - a una foto instantánea, una polaroid de hace tres décadas, el par de güiritos sentados en el burro afuera del Santuario de Guadalupe, vestidos de inditos mexicanos y con los bigotes mal pintados. Sus madres sonríen. Ellos también. ¿Quién como el pobre para la inocencia, quién como el niño, quién?).

. . .

(98.7 F.M.; 10:16 de la mañana)
“Noticia de última hora. El líder religioso Juvencio Ambrosio, el “Hermano J.C.”, ha sido secuestrado, hace pocos minutos, en el salón comunal del asentamiento “Los Justos”, por un grupo de vecinos. Ambrosio se encontraba realizando una visita social junto a seis empresarios extranjeros y alrededor de una docena de colaboradores locales . Ahora se encuentran retenidos contra su voluntad, rodeados por una enardecida turba que no ha expuesto a la prensa sus demandas. Esté al tanto, más adelante le seguiremos informando”.
(Música incidental. Enciendo un cigarro. Automáticamente, sin pensar, voy al sitio).
. . .

“¡No queremos más de tu justicia!¡No queremos más de tus sermones!¡Ya nos convenciste una vez, pero ahora nos cansamos!¡Veinte años de aguantar!¡Veinte años de alimentarte!Decis que Dios te ha hablado, Dios en persona. ¡Que te hable ahorita!¡Ni se te ocurra lanzarnos uno de tus manoseados versículos! Para mí que vos ni en Dios creés...¡Ya no más ver a las abuelas cargando bultos!¡Ya no más mujeres y chavos explotados en las fábricas!¡Ya no más güiros en el semáforo, sin comer y sin estudiar!¡Ya no más de tus guaruras y su talacha!¡Ya no más ejércitos de ladroncitos y “dilersitos” para engordarte la barriga!¡Ya no más “Hermano J.C.”! ¡Vos no sos nadie!”
(La comunidad aclama al “Jetas”, los presentes aplauden frenéticos y se lanzan hacia el hombrucho aquel, hasta dejarlo convertido en una piltrafa. No quedan guaruras ni comitiva que le defienda, hace rato se disolvieron discretamente entre las masas).
. . .

“¡Hermanos, hermanos!¡No os hagáis los sordos ante la palabra de Dios!¡Yo soy testigo fiel de su voluntad, hermanos! Gracias hermana, por su caridad...¡Bendito sea el Señor, que todo lo ve y que bendice esta moneda que hoy me permitirá, ME PERMITIRÁ EN SU BONDAD INFINITA, meterme un pan a la barriga! Porque en Sabiduría está escrito, así lo dijo el rey Salomón, que los pecadores declararon, desafiando la inmensa gloria de Dios, aquellas horrendas palabras 'Humíllèmoslo y atormentémoslo para conocer hasta qué punto se mantendrá firme y probar su paciencia'. Porque Dios bendice a los pobres, por unos pocos sacrificios será grande la recompensa, así dice el Señor. Mientras que los pecadores, ¡ay de los pecadores!, 'sus mujeres serán alocadas, sus hijos malvados y maldita será su descendencia', eso dice el Señor!”
(El loco de ropas rasgadas ya ni siquiera sabe quién es ni quién fue. Lleva años recitando versículos sin coherencia, talvez inventados, en esta misma esquina. Le hago un par de fotos, lo saludo, no me conoce. Nunca me vio. De un lujosísimo último modelo sale el grito sin rostro, '¡Papá!, y vuelan por los aires algunas, no muchas, monedas de Q1. El loco cae de rodillas y se arrastra por ellas. El carro se va. Y yo también).

Compadres

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Manuel Solórzano

…cómo que ya no hay!!?? Dejáte de babosadas y traéme otro cantarito bien lleno. Qué?? Miraaa, no me repitas lo miismo que voy YO a hablar con el mero mero y te voy a poner el deedo y mirá que soy el best man… (meserito este)…
– Jefe, le prometo que no son ganas de molestarlo, se nos acabó, parece que el patrón no calculó bien a los invitados y deje a los invitados… hay más de 75 colados!! Y todos buena mano!!.
– Va, por las malas querés??
- Rubén!! Esperáte mi vida hombre, el mesero no tiene la culpa, vos sabés como es la Patty, seguro que tiene por allí algo guardado pero ha de estar esperando que se vaya toda la mara colada…


Veintiocho, veintinueve, treinta!! Si mi amor, si vinieron las treinta tinajas que pedí, no se qué habrá pasado pero se acabó, que clavo, allí están tus primos que se me quedan viendo con cara de chucho en carnicería para ver a qué hora sacamos más vino, qué van a decir?...
– Pues no se que van a decir, lo que si es que vaya manerita de empezar nuestro matrimonio, que ni sepa mi mamá porque ya la oigo diciendo: miiija el que mal comienza..mal acaaaba…
- No me coquies que ya sabés que una me falta para irle a decir a esa vieja todo lo que pienso, que agradezca que la invité!
– E e e!! cuidadito con empezar con eso, mejor vos agradecé que mi papá te haya dado los 15 camellos que con eso ya tenemos para vivir por lo menos mientras conseguís un trabajo decente. – Mirá, dejemos eso para otro día, ahorita mejor concentrémonos en conseguir aunque sea indita para los bolos de tus primos.

Mi´hijo ya viste?, qué tanto estarán discutiendo la Patty y el Guicho?
- No se pero el Guicho se ve algo maleado…
- Será cierto lo que le dijo el mesero a Rubén?
- Qué cosa?
- No oíste? Que se les había acabado el vino…
- No hombre, en serio? Pobres, y qué? Tienen clavos de plata o algo?
- Pues no se, pero que mala pata y la fiesta está hasta para mañana, qué van a hacer?, falta casi un día completito… si yo pudiera ayudar en algo…
- aaaaa no, no me mirés con esos ojos que ya se por donde vas, olvidáte; ese vino lo estoy guardando para mi convivio de fin de año.
- Miiiijo para eso falta mucho, mirate al Guicho, el pobre ni siquiera quiere salir de la cocina.
- Si pero qué culpa tengo yo? para qué se meten a hacer una fiesta tan grande si no les iba a alcanzar?
- Va, yo solo te lo dejo allí, tu sabrás qué hacer.
- Ve, que fácil…
- Pues si, sabes bien que las cosas buenas no son fáciles…
- Pero ma...
- Bueno, no, si no queres tampoco, a la fuerza ni el agua es buena, tu papá lo hubiera hecho…pero en fin... Olga!! Chula no te había visto… cómo has estaado??
- Má, maa!…ve que deahuevo, bien sembrado. Solo eso me faltaba, yo dando de chupar a este maral que saber quienes serán y de mi vino que está mucho mejor que este vino de caja que nos dieron… mi papá… ese si fue golpe bajo…


Ruben!! Ruben!! Son las ocho menos cuarto!!! Levantáte que el tráfico de los lunes es insoportable, vas a llegar tarde y te van a regañar otra vez!!
- Perame hombre…me sigue dando vueltas todo…
- Quién te manda pues?? Apuráte que el único necio de empinarte el vino que pasaron de último fuiste vos así que aguantáte.
- Ese mi compadre se peló…yo sabía que no me iba a fallar!