variopinto

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Entre remiendos

Entre remiendos
(Por Fabiola Arrivillaga)

La verdad es que la casa de los Fuentes era bastante rara pero ya nadie le ponía coco. En aquel barrio las cosas cambiaban muy poco y no llegaba tanta gente nueva, por lo que todo el mundo terminó acostumbrándose a semejantes peculiaridades. Eran un par de viejos, a punto de llegar a la ancianidad, pero conservaban el espíritu combativo de los años de primavera. Aunque siempre eran cordiales con quien les saludara, no habían entablado mayor amistad ni frecuentado casas vecinas; eran reservados en extremo por lo que se crearon toda suerte de conjeturas dentro del chisme vespertino de la calle, que fueron olvidándose con el pasar de los años. Y como todas las cosas se parecen a sus dueños, la casa no correspondía a ningún hábito o costumbre antes conocido.

Se trataba de una enorme tienda de campaña, apoyada sobre cuatro pilares de madera y cuatro travesaños. Tan poco era su detalle que no contaba con la clásica forma triangular en el techo, ni siquiera un jardincito con rosales o un par de macetas. Ni un gato o un perico. Nada. Casi como una cajota de lona, cerrada por los cuatro lados con excepción del zipper que les servía de puerta.

Los pleitos en aquella singular vivienda eran del mismo modo, singulares. Doña Petra, la esposa, severa y ordenada, padecía a morir la enorme jovialidad y entusiasmo del marido quien, noche a noche y navaja en mano, abría coquetos agujeros a paredes y techo. No hará falta decir que ella se transformaba casi en un animal salvaje pero, en lugar de garras y dientes, armada con aguja, tijeras e hilo para remendar la fechoría así fuera sacrificando el sueño. Cada tarde, por la cuadra, volaban los mismos gritos y las mismas carcajadas. Cada madrugada, si alguien se acercaba suficiente, se escuchaba el metódico rechinido de lona y aguja, rítmico y pausado, pero firme.

Entonces, ocurrió que Don Pablo apagó su risa para siempre y los traviesos ventanales y tragaluces dejaron de aparecer. Ante la preocupación de los vecinos, la misteriosa viuda se encerró más que antes y llegaron, incluso, a sentir olor de descomposición en la periferia de la casa. Nadie, sin embargo, supo a ciencia cierta qué ocurrió en el interior de la misteriosa cabeza en la misteriosa carpa, pero todos se sintieron jubilosos. Era un milagro.

Una noche, inesperadamente, Doña Petra abrió la puerta.

4 comentarios:

  1. Muy bonito lo de los remiendos y el señor que se mantiene haciendo agujeros. Me encanta la idea de una casa que no es casa, pero sí. Y el final abierto. Muy bien logrado.

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  2. Me encanta el final abierto, puede servir para continuarlo en otro tema ¿no? y coincido con eso que las casas se parecen a sus amos.

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  3. Me encantó como principio de algo, de algo con realismo mágico, quizás...me encanta lo de los hoyitos y de algún modo lejano me recuerda a penélope siempre deshilando y volviendo a hilar su manto...me encantaría saber las razones de todo...

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  4. El soñaba libertades, ella no se atrevía. Entonces, decidió meterse entre sus cuatro paredes, simples y privaditas...Cuando él murió, a saber que pensaría ella encerradita allí sola, a saber que habría allí adentro; entonces un día se atrevió a abrir la puerta y salir...Me gusta más que cada quien le ponga su personalidad e interpretación, Juan.

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