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La Cadenita

La Cadenita
Por Fabiola Arrivillaga

Pepito Perulero llegó tardísimo al pensionado aquella noche de septiembre. Lógico. Tenía 16 años y toda la energía de sus juventudes le pedía fiesta. Y era la feria. Y nunca pensó en que Doña Juana, la dueña de la casa, era una bruja que, lejos de preocuparse por él en lo personal, se angustiaba ante cualquier evento que se atreviera a significar la pérdida de su mesada, puntualmente depositada por los padres de aquel.

Llegó como a las tres de la mañana y bien bolo. La vieja bruja no le dijo nada; se limitó a observarlo tambalear y chocarse con muebles y macetas. Y mientras veía con avidez y rencor cada movimiento, respiró tranquila decidiendo, de inmediato, que algo debía hacer para proteger su minita de oro. Entonces fue que, como letanía en novena de pueblo, comenzó a repetir las fatales palabras, haciendo un nudo con el lacito de la cortina. “Que no te sueltes de mi cadenita” “Que no te vayas demasiado lejos” “Que la noche no te agarre sin mi cobijo” “Que tu senda tenga un solo destino”. Qué tanto más le dijo, a saber. Pero de que era un hechizo de graves consecuencias, indudable. Y el pobre Pepito, durmiéndose en su borrachera, ni cuenta se dio.

Al día siguiente, el plan estaba hecho para volarse del colegio con rumbo a Reu. Las patojas del D’Antoni lo valían, pensaba. Junto a otros tres compañeros, se subieron a la camioneta que primero les pasó, sin sospechar lo que ocurriría seis cuadras más tarde. Como si caballo desbocado pescado por vaquero, como si pescado que mordió el anzuelo, en su muñeca sintió el tirón de una cadena que lo arrastró hasta la puerta trasera del bus. Tal era el jalón que, aterrado y dolorido, consiguió abrirla y quedarse tirado, abandonando la excursión. Los amigos no podían ni hablar de tanto miedo, por eso se regresaron - aunque no a recogerlo sino derechito al colegio; hay que imaginarse a Pepito Perulero temblando de pies a cabeza y blanco como un papel, de bruces a media calle. Sin embargo, al otro día nadie comentó cosa alguna.

Aquella fue sólo la primera evidencia de la cadenita de la que sería esclavo mientras la vieja vivió. Primero, temeroso, decidió moverse a pie y bien despacio, cada vez que tenía que hacer algo por las tardes, fuera de casa. Y para salir con los amigos, guardaba cautela. En el momento en el que la serpenteante sensación comenzaba a acariciarle el brazo, un escalofrío le recorría el cuerpo y lo mandaba volver. Entonces, también decidió separarse de la vida social.

No volvió a casa de sus padres, inventando excusas increíbles. Durante los años universitarios dejó de ser Pepito Perulero para mutar en Pepe y se convirtió en un ermitaño, un antisocial arisco y silencioso, siempre encerrado bajo el techo opresor de Doña Juana. Luego de graduarse, optó por trabajar desde casa, jugando en la bolsa. Nunca una novia, aunque se enamoró siete veces. Hasta que, un buen día, sacaron a la vieja pies por delante de la casa.

Pero se le había olvidado vivir. Se quedó tras ese dintel, por siempre esclavo, con el miedo de enfrentarse a la fantástica cadenita otra vez.

4 comentarios:

  1. Qué clase de talento por Dios, impecable, ingenioso, perfecto.

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  2. Por cierto...¿cómo funciona ese hechizo? sólo se dice así o hay que hacer algo más...jajaja

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  3. Me encantó la idea del hechizo. Además que está muy bien contado. Lo único que me molestó un poco en la lectura fue el nombre, que lo identifico más con un cuento para niños. Pero qué le vamos a hacer, los personajes se nos presentan con nombres extraños a veces, y después no hay forma de convencerlos de que cambien el nombre, ¿verdad?
    Pero me gustó mucho.

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  4. Con Olga comentamos y coicidimos: cuento perfecto!
    g

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