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Tuve un hada

Tuve un hada
Por: Fabiola Arrivillaga

Tuve un hada. Platicábamos de formas distintas. Ahora que soy mayor, reconozco que era algo físico, que ponía mi corazón a latir en armonías distintas, mi garganta a vibrar en amplitudes y frecuencias por completo improbables, mi cerebro a navegar.

Tuve un hada, y creía. Aunque no consigo recordar su nombre, o talvez no lo tendría en el idioma de los humanos. Pero recuerdo la emoción que la rodeaba y que se me contagiaba completita. Y creo que vivía una mejor vida cuando aparecía por mi hombro derecho y se columpiaba en mi arete de barro.

Tuve un hada, y me salvaba de mi misma y de todos. En los momentos horrendos de las horrendas guerras de los adultos, las pequeñas y las grandes, las más y las menos devastadoras, mi hada me tomaba por el meñique y me hacía viajar por los aromas de las flores, del mango maduro, del pino y el pinabete, del agua de mar; y me encaramaba a lo alto de las cumbres, me llevaba hasta la “Puerta del Diablo” para despedir las almas de los desaparecidos, no con nostalgia, sino con la belleza y la alegría de las rosadas puestas de sol en el horizonte. Me hacía mandar a volar los temores y los golpes y los gritos: fabricábamos avioncitos de papel con los billetes sangrientos de los asesinos, para olvidar, para olvidar por siempre...era mi hada del olvido.

Tuve un hada, y me hacía reír a pesar de las tragedias. Volvíamos de las expediciones patinando sobre la huella de mis carcajadas. Pasados los ochentas, y los noventas, me rescataba para volar hasta las copas de los árboles para burlarnos del consumo inconsciente y para escuchar la música divina de la lluvia que caía suavemente de las nubes algodonadas – que realmente son sólidas, no gaseosas, como descubrí en esos días. También lloramos juntas los golpes del desconsuelo, de la ignorancia, de la destrucción, y también nos consolamos.
Tuve un hada, y la heredé llegado noviembre del año dos mil. Entonces una niña-hada la necesitaría más. Llevan diez años juntas y no se si mi hada de otros tiempos todavía me recuerda. Su melodía, sin embargo, canta en mi hija.

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