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VIVIR EN LA LUNA

Vivir en la luna
Olga Contreras

-¡Vos patoja vivís en la luna!- frase repetida por muchas bocas desde pequeña. Si a uno le repiten algo muchas veces puede que se lo para crea. Y ella lo hizo. Así que se obsesionó con la luna y con vivir allá, alejada de esta terrenalidad absurda. Y según sus limitados medios hizo todo lo que creyó necesario para ser una lunática, literalmente. Lo primero que hizo fue lo más obvio, escribió miles y miles de cartas pidiendo, rogando –por último amenazando- a los directivos de la NASA para que la llevaran escondidita en una esquina de algún cohete y que la dejaran allá, ella no pedía boleto de regreso.

-Ustedes sólo déjenme allá y yo me las arreglo, en serio.

Lo único que se sacó fue la visita intimidante de unos tipos vestidos de negro riguroso que en idioma inglés la urgían a dejar de estar escribiendo babosadas, que la próxima vez no iban a ser tan amables.

Decidió que la solución para un problema tan etéreo no podía radicar en la ciencia.

Lo siguiente en su lista fue aprender a aullar como lobo, esas criaturas eran –después de ella- las que más amaban y comprendían la luna y su efecto. Se instaló como pudo durante un año en el medio de la nada en Canadá y aprendió todo lo necesario. Su dulce voz se convertía en aullido desgarrador e inspirador a la vez. Las pocas personas que pudieron escucharlo se quedaron extasiadas ante tal canto y fueron transportadas por breves momentos hacia esa luna que ella llamaba hogar. Nada, por mucho aullar no pasó nada.

Luego vinieron una serie de experimentos más bien bobos y hasta sosos, que surtieron el mismísimo efecto de los aullidos: se envolvió por completo de pies a cabeza de plumas de cisne blanco, pero el pegamento que usó le causó una alergia descomunal volviéndose toda ella en una sola roncha roja y picante. Luego le dio por comer queso, por aquello que la luna es de queso y uno es lo que come. Veintiocho libras después y con los triglicéridos por la luna –sin ánimo de burla- tuvo que abandonar su proyecto. Caminaba para atrás y en zigzag, tomaba agua llovida recitando mantras, se fumaba la niebla de las madrugadas, hervía el rocío de las orquídeas con una pizca de jazmín a modo de té, bailaba en medio de tempestades y rezaba novenarios completos a cada estrella. Nada.

-Lo que querés es imposible, es un sueño- le desanimaban propios y extraños.

Un sueño…¡Justo eso! Aprendió a programar, estudió hasta el más mínimo detalle de onirismo, compró las dosis exactas de somníferos naturales y se fue a su lugar favorito, en una balsa de madera justo ahí en medio del lago hizo lo que tenía que hacer. El Cosmos se apiadó de ella y le dio lo que por derecho le correspondía.

En las noches claras de luna llena –con la ayuda de un buen telescopio- se le puede ver en su casita con tejas rojas y cercas blancas, en la parte más bonita del Mar de la Tranquilidad.



2 comentarios:

  1. Hola Olga, ¿cómo consigues encadenar tantas posilidades?, a eso se le llama creatividad creo. Me gusta, gracias por compartir...

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  2. Bonito. Me encanta todo lo que intenta para llegar a la luna. Lo que no me convenció fue lo del Mar de la Tranquilidad. Me parece que le quita fuerza al relato. Pero bueno, es solo mi impresión. Por lo demás muy ingenioso. (Tania)

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