variopinto

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Monólogo de la Cama de Motel


MONOLOGO DE LA CAMA DE MOTEL
por Gerardo Gálvez

Soberana  absoluta e indiscutible de la recamara numero cuarenta y cuatro del Motel “ Sweet Dreams”
En posición central de la periferia cuadrada de la habitación.
Recibiendo los cuerpos de los que me visitan, sus sudores, sus jadeos,  sus eyaculaciones, sus orgasmos.
En mi regazo se consuma la pasión ardiente de los amantes, la vergüenza de las adulteras,  el misterio de los sexos, la intimidad que da alaridos de placer al traspasar lo prohibido,  escapar del edén de lo estable , lo seguro, lo correcto, a la adrenalina de lo incierto…
No fui fabricada para recibir los mismos cuerpos cansados de simples mortales que , en hogares cercados de Misas, Cuchubales y Condominios, pernoctan . No soy cama de las normales donde transcurren los sueños, yo no se nada de sueños,  solo conozco  instintos...
 En mis cabecera no existen Crucifijos,  ni Ángeles de la Guarda.
 No hay rosarios, relicarios o novenarios  en las mesas de noche, ni libros, ni revistas de modas o del jet set.
Los que se revuelcan en mis cobijas, son todos extraños, no tienen exclusividad mis colchones.
- No señor:  no soy de las camas convencionales.-
Cama de motel, donde las ropas de dormir se desconocen,  donde las clases sociales se mezclan, donde no existen palabras, sino solo gemidos de placer resuenan.  

El Portal


El portal
por: Marilinda Guerrero

La niña se maquilló para su próximo cliente.  Retocó el rímel en las pestañas, aplicó de nuevo pintalabios y rubor en sus mejillas. Se veía guapa, a pesar de las marcas evidentes de soledad y tristeza en su rostro. Esa noche debía atender a un hombre refinado que decía buscar sexo ardiente sin compromisos.  Llegó al sitio asignado, bajó del carro. El agente de seguridad del hotel hizo una mueca de disgusto al verla entrar. Ella lo saludó con una sonrisa tímida, intentando mantener el equilibrio con los tacones de aguja que utilizaba. Ya sabía cual era la habitación, el nombre de su cliente y la tarifa asignada. Sabía que si se portaba bien le pagarían más. Tocó la puerta e ingresó al cuarto donde se encontraba un hombre maduro en bata, recostado sobre la cama viendo la televisión. Le señaló el sitio donde estaba el baño.  Cuando iba a entrar, se topó con un objeto. Bajó la vista y observó la fotografía de un niño de aproximadamente su misma edad. Llevaba puesto su traje de colegio. La hizo recordar su escuela y  cómo le gustaba ir. Era buena para las matemáticas, había sido la mejor en idioma español. Mientras orinaba, las imágenes del piso de tierra y el patio del recreo donde jugaba tenta con sus amigas se mostró frente a sus ojos. Sonaban las gotas de orina en la taza del inodoro.  Extrañada, estiró la mano. Pudo atravesar la pared. Se subió el pequeño calzón, armó de valor y entró al portal. Los niños de la escuela la voltearon a ver. Era una niña extraña,  vestida y maquillada como adulta. Volteó a ver  atrás y vió que el portal seguía abierto. Tenía miedo que fuera solamente un sueño. Estaba cansada de estar sola, no quería saber más del sexo, del pene, de los hombres, de sus sueños rotos y las rasgaduras constantes en su vagina. Un niño corrió a llamar a una maestra. Escuchó la voz de su cliente llamándola para hacer el trabajo. Iba a atravesar el portal de nuevo, cuando la mano de la catedrática  la jaló hacia el salón. Una vez dentro, le dio un beso en la mejilla y peinó su pelo. Le quitó el maquillaje y dio un nuevo uniforme a ella. Volteó a ver al portal y se había cerrado. 

Siete punto cinco.

Siete punto cinco 
por Olga Contreras

Habían llegado al matadero y no precisamente como ovejitas. Más bien como lobos dispuestos a ejercer su amor semanal entre sábanas que sólo conocían historias como la de ellos.
Pero esta vez era diferente, los dos tenían noticias para compartir pero que decidieron guardarse a modo de after party. Él, que su esposa estaba oliendo el rastro y que la cosa iba a tener que enfriarse. Ella, que de tanta calentura su horno iba a dar un fruto.
Las cosas sucedieron como estaba previsto: un beso por aquí, una caricia por allá, gemidos por doquier. Tan en sincronía pensaban que estaban, que sus egos se inflaron cuando sintieron que el mundo mismo se movía y se estremecía al compás de su pasión.
     - Bueno, al menos alguien murió feliz- decían entre bromas los bomberos encargados de sacar los cuerpos de aquel motel devastado por el terremoto.

Silencio

Silencio
por Valeria Mejía

Esta vez se astilla la uña, ha hecho de rasgar una piedra un hábito, sentado bajo su árbol, lugar habitual de meditación se mece de adelante a atrás como un autista, con la mirada perdida,  con la mente turbada.
Silencio alrededor, ¡que comparación! Con lo que retumba en su interno. Más se siente preso… incapaz de articular palabra que exprese su sentir, aislado en su propia cárcel, cárcel de miedos,  temores  e incertidumbres.

Libertad


¿LIBERTAD?
Por Olga Contreras
Presa, sin condena ni juicio. Mis barrotes son los hilos invisibles e invencibles de tus palabras, de tu respiración jadeante en mi espalda, que me ata y desata a antojo. Libertad condicionada a tu mirada llena de mentiras que ocultas con besos sabor canela y miel. El mero recuerdo de tu boca me despoja de cualquier ápice de voluntad que no te haya sido entregada ya.
Atrapada en la esperanza de tu entrega que se tarda, que se me niega, que me duele. Indiferencia que me encierra más en la profundidad de mi soledad.
Apareces de nuevo. Tus palabras y mi pasión siempre son el caldo de cultivo perfecto para desatar esta tormenta de locura que arrasa con mi mundo confinándome al tuyo.
 ¿Libertad? Tengo la llave, tengo el cerrojo, decido quedarme. 

Cambio de Vida


Cambio de vida
Por Marilinda Guerrero
Con una cuchara cavó a través de las paredes de aquella prisión oculta por el follaje del bosque, el cual nadie traspasaba por miedo a sus fantasmas. Cuentan que en las hojas de los árboles se escuchan los murmullos de los antiguos condenados, de las mujeres y hombres torturados. A veces suena el látigo y los gritos de los flagelados.
La cuchara surcó en la tierra. Su respiración agitada era lo único que escuchaba. Si su madre supiera de él. Nunca la conoció. El juez y el psicólogo determinaron que esa era una de las razones de su ira reprimida. Ni el mismo entendió cuando colgó a sus vecinos después de haberles pedido de modo razonable que bajaran el ruido de su equipo de sonido. Lo único que necesitaba era silencio.
Desde niño conoció el silencio. En el estomago de su madre, siempre oculto por ella. Nunca le habló, ni se dirigió a el.  Nunca pudo moverse con libertad. Ella siempre lo ocultó tras las múltiples fajas que se colocó en el estómago. El parto fue en silencio, a escondidas. Con las tijeras cortó el cordón, se lavó y secó las manos. Se subió el calzón y piernas abiertas abrió la puerta y la cerró. La muchacha de la limpieza lo encontró sobre el lavamanos, cubierto en placenta y sangre. Al llevarlo al hospital, los doctores lo recibieron en silencio, indignados por la indiferencia de la madre. Cuentan que murió desangrada metros después de la puerta que ella cerró. Siempre la extrañó,  la imaginó llegarlo a traer al orfanato, para jugar y sentir su cariño.  Vivía en silencio, mientras los demás niños gritaban.
El surco en la  tierra cada vez más profundo, y sus lágrimas brotaban de los ojos recordándola. Sus ojos obscuros, pelo largo y pelirrojo. Se casó joven, y ella también.  Ambos sufrieron el destierro. Ella por sus padres, el por su madre.  Aprendió varios oficios en el orfanato, hasta que lo dejaron ir. Cayó preso por una equivocación, el momento incorrecto, bicicleta incorrecta, dia incorrecto. Llevaba ya dos años encerrado, en silencio. Conforme la tierra se acumulaba en sus uñas, escuchaba un a brisa soplar en sus oídos, era el susurro de su madre, instándolo a salir. Con cada excavación, mas cerca y fuerte sentía su corazón. Después de meses pudo traspasar el umbral hacia la libertad.Una vez fuera se sintió renovado, quiso celebrar su victoria, y lo hizo, gritando. 

Huellas Chiquitas



HUELLAS CHIQUITAS
Por Elenanura
Un blanco incandescente cubría la calle. Había nevado en abril como si de enero se tratara. Tú caminabas a mi lado dejando hoyitos en la colcha blanca que vestía las aceras. ¡Qué frió tengo! me dijiste. ¡Arrímate! Y tu mano entró por debajo de mi suéter. La sentí tibia en mi espalda a pesar de los cero grados. Fue un cambio brusco de temperatura el que tu tacto me produjo. Hay que ver, pensé, este debe de ser el cambio climático del que tanto hablan.
-Cuéntame cómo fue. Te dije como si todo siguiera igual y la temperatura no hubiera ascendido diez grados en mi piel
-El aire era denso, poco y caluroso. La luz escasa, amarillenta y tenue. Tras una cola de gentes silentes llegué hasta la Monalisa. Era chiquita, una carita tras un cristal de seguridad en la que la habían amparado. La joven miraba a todos lados. Su imagen era como la de los libros, igualita. Sólo que yo me la esperaba enorme, y sentí la decepción en los rostros de los que estaban a mi lado. Treinta minutos para ver un original que me había roto el encanto de mi memoria, aquella imagen que tanto viajó bajo el brazo de su autor. Y entendí entonces lo posible de tanto traslado. Algo tan pequeño era fácil de transportar. Siempre me imaginé a Leonardo con un tremendo cuadro a su espalda, cargando aquella imagen por doquier, inseparable compañera de su labor durante tantos años. Y allí estaba, ¡que poquita cosa!
Luego, cuando hube superado la impresión de su minuto tamaño, pude realmente mirar el rostro de aquella mujer enigmática. Con su ausente vejez, y su juventud congelada, a la que el autor había protegido, dejando inmortales sus rasgos suaves y serenos.
Lo curioso es que de eso hace ya más de diez años, de aquella visita al museo. Y si me preguntas por cualquier otro cuadro que yo pudiera recordar, verías lo blanco que se quedó ese archivo de mi memoria. Curioso ¿no?, tan chiquita y es la única de la que conservo su imagen.
-Sí a veces pasa. Las cosas pequeñas son las que más huellan dejan.

Mareada

Mareada
por Nicte Walls

Creo que me desconcerté cuando amaneció, estaba apretada a tu cuerpo que sudaba copiosamente y nos cubria un enorme mosquitero rosado, la cabaña estaba más que ardiente con su techo de lámina de cinc y el piso de arena, la cama era tan pequeña que casi me caigo cuando intenté desamarrarme de tu abrazo, me apretabas con ganas y tenías la boca prendida de mi pezón, dormido, completamente dormido, como un bebé.
el cuadro era demasiado chocante para tolerarlo, me puse de pie, desnuda como estaba y alcancé a ver a un niño correr hacia la esquina. la cabeza me dolía, sentía la resaca en todo el cuerpo y además, verte allí, endemoniadamente blanco y sudoroso, con los calcetines puestos en la playa...era demasiado.
me vestí con lo que encontré de mi ropa, no apareció el brasiere de encaje y supuse que los niños se habían llevado también mi peine. ¿donde diablos estamos? y lo más importante ¿quién sos vos?
salí para ver un paisaje de ensueño, una mujer cocinaba pescado al lado de la cabaña, dos niños desnudos correteaban por la playa y el mar azul a poco menos de 300 metros.
"¿se levantó ya Adrian?" no logré reconocer a la mujer que me hacía la pregunta, menuda y morena de manos pequeñas se afanaba en la comida y me miraba con extrañeza, yo era la intrusa, pero no sabía quien era Adrian, supuse que el bello durmiente y le dije que no, pero que quería irme si no le molestaba.
Ella se agachó sobre el fuego a echar una tortilla, tomó otra de una calabaza vacía y me la dio "tome, hay agua en la tinaja" y me entregó la tortilla con un par de aspirinas, de irme no me dijo nada.
Adrian se levantó y los niños huyeron, pronto se dispuso una mesa bajo un plástico azul que hacía de toldo y ella, solícita como una esposa le sirvió un enorme caldo, a mi no me ofreció nada, ni siquiera una silla.
Adrian le gritó a uno de los niños que me trajera una silla, me senté a su lado con mi vaso de agua. balbucí algo como "gracias por todo, pero tengo que irme", por toda respuesta me miraste con unos ojos verdes brillantes, enojo y rabia y luego nada, ni una palabra.
pasé el día con hambre, nada más que la tortilla y ninguna indicación para irme, supuse que debía esperar a la noche, huir mientras dormías pero antes me obligaste a satisfacerte, una y otra vez, casi amanecía cuando al fin logré salir de la cabaña y correr por la arena, mis sandalias de tacon quedaron abandonadas mientras intentaba dirigirme a una luz que veía en la lejanía, cada vez más distante.
el dolor de mis pies me despierta, estoy en un hotel con aire acondicionado muy fuerte, tiemblo a tu lado en la cama más mullida que he visto, desnuda y con tu boca prendida a mi pezón de nuevo, si vos, fue un sueño, pero todavía no logro saber quien sos.

Ríos que van al mar


Ríos que van al mar
(Por Tania Hernández)


Ella era río. Él la quería lago, laguna, charco. Limitó sus pasos. Limitó su risa. La represó. No habrían más amistades, ni familia, ni vecindad, le dijo. Toda su energía, toda su adoración, debía ser para él. Pero hay voluntades que no se doman, fuerzas que no se aplacan, y, un día, un día que su tristeza llovió y llovió a mares, su deseo de libertad subió el nivel de su fortaleza y, en un solo instante, su decisión comenzó a inundarlo todo, a abarcarlo todo, la cocina, la sala, la cama... en especial la cama. Las sábanas quedaron en tiras, la cocina inservible, los platos rotos. Cuando él volvió del trabajo no quedaba mucho más que pedazos de desolación con olor a sal y un pequeño caracol en el que se oían las olas violentas de un mar en retirada. 

Aguas Profundas


AGUAS PROFUNDAS
Olga Contreras

El mar me pertenece. Soy una criatura marina y de igual suerte le pertenezco. El roce de sus aguas me ha hecho ser como soy, me moldea fortaleciéndome y mi cuerpo lo engrandece, lo integra y lo complementa. Compartimos médula, sol, estrellas y luna.
Al principio, el temor reverencial que sentía por el mar me hizo permanecer en la orilla y me conformaba con sólo sentir el manoseo de las olas que apenas alcanzaban a mojarme. El sol me abrasaba y yo anhelaba la pálida espuma que pudiera aquietar ese ardor, pero cuando por fin llegaba, la suave brisa no me daba todo aquello que yo oía en los tumbos al rugir.
Luego de un esfuerzo que casi me rompe, decidí mudarme a la reventazón, en medio del bramido de las olas, necesitaba sentir su fuerza y su poder. Mi cuerpo iba y venía al gusto del mar. Me hundía al fondo, de repente me elevaba a las crestas blancas y suaves, sólo para hacerme sentir su autoridad, su potestad, su dominio sobre mí. Él era mi señor y yo no lo debía olvidar. Me dejé perder en ese frenesí, en el ir y venir. Ya no concebía nada menos que su señorío y su pasión que finalmente acabaron minando mi esencia. Tenía que haber algo más en esa inmensidad, un lugar que yo no conocía pero buscaba. Un día sin más y sin motivo me dejé llevar por una corriente tranquila, tibia, purificadora. La corriente me conducía sin empujarme con el mismo ímpetu de las olas pero pidiendo mi permiso; adivinando mis deseos, reconociendo mis dolores.  
En las aguas profundas encontré la gloria. En ese vaivén suave y justo mi corazón a la deriva está a salvo, mi cuerpo a gusto y mi alma encontró reposo. La profundidad del mar me abraza, me respeta, me cuida de punta a canto. Lo mismo recibo el sol, que me refresca la brisa. La noche alumbra, asombra y te das cuenta que perteneces a ese infinito, que ese infinito es tan pequeño como vos y vos tan grande como él.  Perfecta armonía entre sentir y ser, entre torbellino y paz. Soy criatura marina, irremediablemente pertenezco a este abrazo, aquí me quedo.  

sugerencias

Estamos en cambio de administración del Blog, por el momento no hay temas sugeridos, tengo una lista para someterla a votación:
cuentos de vacaciones
cuentos de verano
cuentos de abril

pongan comentarios con sus votos para la próxima semana y que tengan una buena semana santa