Cae la noche*
Fabiola Arrivillaga
* Cuento de oscuridad
Juana se encontraba perdida en la lectura de la última novela corazón que había comprado cuando, inexplicablemente, se quedó sorda. Como vivía sola y, además, no le gustaban la música o el baile, ni siquiera las voces de las demás personas; su única preocupación trababa en oír, o no, el sonido de la puerta o el claxon de un automóvil. Nada que no pueda manejar, se dijo, y aceptó este acontecimiento como si fuera un regalo, un medio de protección, una especie de magia que la cubriría contra tanto insulto callejero y palabra mezquina a su alrededor.
A media mañana debía ir al mercado. Se tardó un poco más de lo normal esperando las pistas para conocer el precio de cada artículo y para comprar lo necesario. ¡Era chispuda, de eso no cabía la menor duda, y lo logró! Volvió a casa con la cesta llena y la barriga lista para celebrar su nueva condición de sorda. ¡Al fin, el silencio!
Mientras cocinaba, algo extraño comenzó a ocurrirle. Era la luz, irritante y ácida, penetrando por sus pupilas. No le dolía, la ponía de pésimo humor. Cubrió con lo que pudo las ventanas, prendió un par de velas y se dio el atracón de una vida, con la consecuente necesidad de siesta. Todo estaba tan oscuro que tropezó cinco veces antes de llegar a su cama. El camino de la cocina al cuarto, sin embargo, se le estaba volviendo eterno. Parecía que las velas se habían acabado, porque ya no las veía. No veía nada, de hecho; ni el rayo de luz colándose por la grieta de la puerta.
En una de tantas, se golpeó con a saber cuál de los muebles y cayó al suelo. Allí estuvo, desvanecida, un buen rato. Despertó con algo de jaqueca, no gran cosa. Necesitaba algo, un poquito por lo menos, de luz. Palpando y gateando llegó a las patas del mueble de la televisión. Presionó el botón y, entonces, pasó. Como un tarro de miel que se derrama, pero del color de la brea, la oscuridad cayó en sus ojos como caía la noche. Se quedó ciega, inevitablemente ciega.
Debe ser otro regalo, al final la luz no me agrada, se dijo. Y valiéndose del tacto palpó hasta hallar las agujas de tricó y la lana. Ni vista ni oído le serían precisos. Ojalá mañana no pierda el tacto.
Al principio parece algo muy positivo y pasajero y se va volviendo más y más desconcertante. Buenísimo Fabiola.
ResponderEliminarMe ha gustado... mucho!!! Sobre todo el final.
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