La oscuridad, mi escenario nocturno
Por: María Hernández
La oscuridad me perseguía en acecho. Me mostraba su manto negro con el que deseaba cubrir mis flores y mariposas, mis manantiales… mi paraíso. Atenta a mis movimientos, parecía ansiosa por envolverme en todo mi color y marchitarme. Poco a poco, empezar por ponerme gris y luego consumirme y camuflajearme en la nada, desaparecerme.
Yo le huía, despavorida. Cada vez que la veía asomarse por la esquina, borrando a su paso la alegría y tapando las ilusiones, me escurría entre los caminos secretos con rumbo a la esperanza. Allí me mantenía yo, entre el pasto verde que me rebasaba en altura, dejando espacio a los rayos del sol que me iluminaban. Allí me resguardaba de esa perseguidora torturadora. De vez en cuando me trasladaba a otros territorios, uno de mis favoritos era el estanque, rodeado de flores en multitud de colores. Allí solía descansar con el resplandor de la sonrisa, con el confort de la tierra fértil que retoñaba tranquilidad. Pero una vez, yo de desprevenida y la oscuridad de astuta, se acercó y me robó la sonrisa, se posó sobre mis labios que sintieron despedazarse y decaer por la invasión oscura que ensombreció mi boca. Y yo, así, sin la sonrisa, como que ya no combinaba con el paraíso, como que desentonaba en él. Sin la fuerza de mis labios en la risa, se me opacó también el alma y ya no cuidé mis flores, que se marchitaron lenta y desgarradoramente. Ya decadentes, los seres vivos que me habitaban se volvieron propensos y vulnerables a caer en la seducción de la oscuridad, la cual logró apoderarse también de mi entorno.
Y traté de convivir con ella, con su manto negro, asfixiante, que cada vez se volvía más pesado, doloroso. Insatisfecha intentaba desenvolverme de ella, destaparme y dar mi cara y mi alma de lleno a los chispazos de la luz de la ilusión. Cierta vez conseguí unos crayones y me dediqué a pintarrajear ese manto, mis garabatos pretendían ser sonrisas, pero era tan oscura la oscuridad que rápidamente ella absorbía el color que dejaba únicamente la marca de una mueca frustrada. Incluso llegué a pintarme yo toda, de color naranja, pero la oscuridad más enojada aún, me abrazaba fuerte y se adhería a mi piel diluyendo todo color entre su penumbra.
De clandestina, me conseguí unos fósforos y gasolina. Sigilosamente fui esparciendo el líquido en ella, ni se dio cuenta. Y eso que el olor era intenso. Pero como ella se preocupaba más por expandir su imperio en mis territorios, no se percató que yo le preparaba una emboscada. Y decidí hacerlo, tomé un fósforo y ante sus ojos burlones lo encendí, ella soplaba y la luz del fósforo se extinguía. Volvía yo a encender otro fósforo y ella hacía lo mismo, apagándome la luz. Al encender el tercero ella optó por apagarlo con la fuerza de su manto y se dejó caer suave sobre el fósforo. Rápidamente el fuego se propagó por toda ella, prendiéndola fulminantemente. Ella en la desesperación y por evitar que el fuego la encendiera toda, se alzó por lo alto y yo quedé ausente de ella, a la intemperie. La vi cómo se sacudía y sacudía tratando de apagarse ese fuego y su luz que atentaba contra su oscura esencia. Al fin logró apagarse pero quedó detenida en el cielo, su manto oscuro se adhirió en todo el techo de La Tierra. Fue esa la ocasión cuando surgió la noche. Esa noche que es la oscuridad chamuscada pegada al cielo, con pequeños fogarones que no lograron apagarse y que ahora se llaman estrellas. Todo ello producto de aquel incendio fugaz.
La oscuridad permanente en el cielo, le gustó la idea de poder cubrir ahora todos los campos y las veredas y comprendió que era mejor que estuviera a cierta distancia, porque si envolvía fuerte llegaba a asfixiar. Aceptó la compañía de los rayos del sol por ciertos momentos, los cuales se denominaron “día”. Y cuando el sol se iba de siesta a ella le tocaba protagonizar en el cielo, en ese momento denominado “noche”. Y así, ahora me acompaña en mi existencia, como un escenario estelar nocturno, lejano y a la vez cercano, constante. Me cubre, pero ya no amenaza con envolverme y sofocarme, sólo es una compañía grata, que alberga tesoros de astros. Ahora yo suelo enviarle a ella mis penas y las veo desaparecer en ese cielo, oscuro, nocturno.
Dos consejos:
ResponderEliminar1. Por querer hacer más "florido" el lenguaje, se cae en algunos lugares comunes y redundancias que no son necesarios, por ejemplo: "La oscuridad me perseguía en acecho" obvio, si le persigue es por que le acecha, sobra "en acecho".
2. Hay que tener cuidado con las rimas internas, en prosa son de mal gusto, por ejemplo las terminaciones en "IA": "Yo le huIA, despavorIDA. Cada vez que la veIA asomarse por la esquINA, borrando a su paso la alegrIA y tapando las ilusiones, me escurrIA entre los caminos secretos con rumbo a la esperanza."
Lo hacemos de buena fe. Animo y a seguir escribiendo y leyendo.
Ups! No me había fijado yo en ello. Mil gracias, ahora estaré más pendiente de las rimas. Se me abre más el panorama. Saludossssssssssssssssssssssssssss!!!
ResponderEliminarAquí todas aprendemos. Yo también voy a poner un poco más de atención a eso. Gracias Germán.
ResponderEliminarY el relato, muy poético, gracias!!!