Historia de amor
Por: María Hernández
La vida… pasa y pasa, los segundos transcurren formándose en minutos que desembocan en horas, días, meses, años… ¡Y hoy! Hoy ese cúmulo de instantes se aglutina en un siglo desde aquella noche mágica en que la Diosa del Atrevimiento se posó en el lienzo estrellado y desde allí, jugueteando con el viento, conjugó el hechizo y su poder para con una leve caricia y un soplido de ilusión desencadenar el impulso en aquella muchacha de triste mirada, provocando que ésta plantara un beso al príncipe multicolor vestido de sonrisa.
El escenario de cielo oscuro, en ese momento contrastaba con el brillo estelar y el resplandor plateado de la luna. Todo ello se combinaba al ritmo de la fiesta que dirigía el movimiento suave de los labios sincronizado con los latidos de la emoción.
La muchacha ruborizada sintió elevarse por aquellas nubes que cuelgan de las barbas de los dioses que se pasean por el paraíso esperando ser invocados. Ese beso transportó a aquella muchacha a la nube del Dios de la Felicidad y, allí; una manifestación de la alegría invadió su cuerpo, toda ella se sentía estremecer en el recorrido por sus venas; las múltiples pancartas de sonrisas, corazones y mariposas eran la consigna en ese instante, a la vez que se hacían pintas de la dulce imagen del príncipe que quedaban grabadas en las paredes cerebrales, en el corazón de la muchacha. En ese instante… efímero, limitado y a la vez perdurable. Porque todos los instantes al lado del príncipe han sido así, con su carácter dual de finitud y eternidad, y es que se manifiestan y se concretizan por ciertos momentos que tienen un principio y un fin, pero éstos logran pervivir y trascender en el alma y en la memoria, en el ser de la muchacha, allí todos esos momentos de colores se han guardado en el cofre de tesoros… los momentos sublimes.
En el camino por la vida, a la muchacha se le ha hecho bonito transitar con pasos lentos de la mano de aquel príncipe que también se viste de armonía. Recorrer con la mirada aquellos paisajes que se posan, se crean, se dibujan y se pintan a su lado, sentir el aroma de las flores perfumadas de su esencia, danzar con el tiempo, viajar con la luz y explorar los mundos diversos de ese ser del cual brota un manantial de amor. El arcoíris se hace presente con la venida del príncipe vestido de paz, los rayos de sol intensos se posan sobre la muchacha y le otorgan el calor y el cobijo de saber que el príncipe existe en el mismo tiempo y espacio que ella. El sentirlo cerca es estar en el paraíso, con los dioses... con esos dioses que se regocijan de ser llamados por la muchacha: el Dios de la Risa, la Diosa de la Ilusión, los dioses y diosas del Amor, la Dulzura, la Apacibilidad… Todos ellos se hacen presentes en la vida compartida del príncipe vestido de dulzura y la muchacha con la mirada apagada... desde el momento en que caminan juntos por la vida, la vida es como celestial... y es que el príncipe y la muchacha unidos, traen a todos esos dioses consigo y los elevan por las nubes, es como flotar en el viento...
Bonita mezcla de romántico con religioso. Lo que más me llamó la atención fue la mirada triste de la chica. Me encanta la idea de que hay algo allí que, a pesar de toda la felicidad y el amor, falta. Me encantan los lados oscuros de las historias, y me gustaría leer otro cuento tuyo en el que le des protagonismo a esa mirada, y a la historia del porqué de esa tristeza.
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