Ella y él
Wendy García Ortiz
Despertó con la luz del sol que empezaba a llenar el interior del automóvil. Lo primero que le revelaron sus ojos abiertos fue la frase “Esta vez me toca ganar” que había escrito hacía algunos años en la tapicería del techo. Había olvidado que existía.
Se reincorporó en el sillón de atrás, donde había logrado un par de horas de sueño. Quiso estirar sus brazos y piernas, así que decidió salir de ese confinamiento. Al abrir la puerta, sus pies descalzos pisaron la arena fría del amanecer. Se abrazó al suéter que tenía puesto y sacó una frazada del baúl. Caminó hasta donde la brisa le mojaba el rostro.
Se sentó a esperar a que el cielo se iluminara por completo, con la esperanza de que el ambiente calentara sus huesos y tal vez, su corazón. Pero en octubre la playa es fría a esas horas, por lo que se envolvió en la frazada y abrazó sus rodillas contra el pecho.
Hacía tan sólo unas horas, había conducido su automóvil por la autopista 68, casi hipnotizada por sus pensamientos. Se sentía adormitada y débil, como si hubiera dejado sus fuerzas en la carretera, o tal vez en su apartamento del piso 20.
El oleaje estaba sereno. Por un momento se sintió arrullada por el sonido repetitivo del agua, esa manta helada y espumosa que parecía querer llegar hasta ella y nunca lo lograba. Pensó que esa imagen era una metáfora de su relación con el mar: un sentimiento que iba y venía, del amor al odio, del miedo a la paz, de la melancolía a la euforia.
Recordó, una por una, las ocasiones en las que había estado en ese mismo lugar. Algunas en solitario, otras en pareja y la mayoría, en familia. Se sonrió con picardía al rememorar la vez en la que todo su cuerpo se cubrió de la fina arena dorada al enredarse entre las piernas de su amado. Pero, por el contrario, lloró colérica al revivir el paseo dominical que le arrebató a su padre y a su hermano, mientras ella luchaba contra las olas para poder rescatar aunque sea a uno de ellos.
Sentía que al mar le gustaba burlarse de ella haciéndole sentir cosas tan opuestas e intensas.
Un par de gaviotas la sacaron de sus cavilaciones. Volaban una detrás de la otra, rozando el horizonte. Observó sus movimientos hasta que desaparecieron en la distancia.
El sol había salido por completo de su escondite. Así que, se puso de pie, dejó caer la frazada y corrió hacia el agua lo más rápido que pudo, gritando “esta vez me toca ganar”, mientras el oleaje calmo la devoraba con placer.
Esa relación tan peculiar con el mar.... que te invita a nacer y morir en él!!!
ResponderEliminarMuy bueno, se lee muy bien.
ResponderEliminar"esta vez me toca ganar" "mientras el oleaje calmo la devoraba con placer" buena forma de terminar el relato, luego de haber explicado los recuerdos con sonrisas y tragedias que llevaba cada ola.
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