Cama para una.
Herbert Ismatul
Ella dormía cómodamente, entre un fino ropaje de algodón y almohadones rellenos de plumas de ganso, un camisón de seda negra enfundaba un cuerpo que no terminaba de perder la belleza. Él, a su lado, la contemplaba fijamente, hasta desconocerla. ¿Era ella realmente la mujer que amaba? Solamente sabía que todo aquel amor, aquella pasión que hacía arder su sangre juvenil, había desaparecido completamente.
Esa misma tarde, en ausencia del personal de la oficina, había llegado a buscarla. Ella estaba archivando algunas carpetas y se preparaba para salir. Entró sigiloso y, como solía hacer antaño, la abrazó rodeando su cintura y susurrando cerca de su oído. Ella volteó y lo beso tiernamente en la mejilla recién afeitada. Lucía preocupada. Él, le dio un masaje en la espalda. No se escuchaban sillas rodar, ni maquinas, ni tacones de secretarias, ni el rugir monótono del aire acondicionado. Despacio, le quitó su chaqueta azul marino y continuó el masaje subiendo por instantes hasta el cuello perfumado con Chanel. Su blusa blanca permitía entrever un sostén de encajes. Ella permanecía dócil recibiendo el tratamiento relajante que tanto le gustaba. Sin que ella pudiera notarlo, él se quito la americana, y desabotonó su camisa. Acaricio sus senos, quito con premura el gancho que sujetaba su cabello rojo teñido y comenzó a besarle el cuello. Ella presagiando las intenciones de su esposo, dio vuelta rápidamente y dijo:
-Aquí no.
Él con un gesto de sorpresa momentáneo, la interrogó:
-¿Y por que no? ya no hay nadie por aquí.
-Yo se que no hay nadie, pero este no es lugar para hacer el amor.
Atrás habían quedado las aventuras de juventud, los pequeños riesgos para amarse a escondidas olvidándose del mundo y su crueldad. Era la tercera vez que su esposa lo rechazaba de forma similar.
-Ya llegaremos a casa. –dijo, ella sujetando de nuevo su cabello.
Fingiendo comprensión, abotonó su camisa y sonrió levemente. Luego salieron rumbo a su casa.
Cenaron. Ella tomó una ducha y ahora sí, hicieron el amor, en su cama de telas finas, en medio de su recamara de diseñador. Al terminar, ella se levantó, cubrió su cuerpo con uno de sus camisones de seda negra. Él, acostado en la cama, pensaba en que eso era inexcusablemente lo que juntos habían soñado en aquellos momentos de pasión, cuando hacían el amor en la oficina donde se conocieron, en el viejo garaje de su abuelo, en el claro de un bosque, o en las riberas del río que ya no existe, o en cualquiera de los otros lugares donde vivieron la intensa pasión de juventud. “Esto es lo que soñamos”. Que lejos estaba ese sueño de ser la felicidad.” Quizá eso es la madurez”, pensaba. El sexo no era lo más importante para él, de eso estaba seguro, pero ahora que había perdido el encanto, pensó dignamente en que debía acostumbrarse a esos sueños mal habidos, acostumbrarse a la rutina que su esposa tanto amaba, y buscar rápidamente alguna verdadera razón para querer estar a su lado en esa comodidad asfixiante, que pronto, también dejaría de existir.
Irónico! Puede que el sueño al convertirse en realidad pierda su encanto. Bonito relato.
ResponderEliminarMe gustó la contradicción entre la descripción altamente erótica de la mujer y la negación del erotismo que percibe el esposo. Todo en ella es suave, la ropa de cama, el camisón, la ropa interior, el perfume y, sin embargo, hay algo que no funciona entre los dos. Se siente el deseo y la frustración. Me gustó mucho el relato.
ResponderEliminarSí, se siente esa frustración, ese desfase de la pareja. Bienvenido! Esperamos ques sigás participando las próximas semanas. (OLGA)
ResponderEliminarUf, que bueno leer algo de erotismo en Guate, excelente.
ResponderEliminarLo mejor es El final, es inquietante, se percibe una atmósfera desoladora, un presagio de algo terrible.
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