variopinto

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LA FUNCIÓN DEBE CONTINUAR

La función debe continuar
María Hernández

Tan tan tararararantan tan tan taaaaan tan tan taaan… Ahora le hará de malabarista al enseñar a esos niños que emocionados se adentran al espectáculo de la vida con pasos frágiles propios de su edad, como que yendo por la cuerda floja… un movimiento en falso y ¡¡¡puuuuummmm!!! -¡¡¡Waaaaaaaahhhhh!!!- -¡Ay! ¡Ya se cayó! Mirá pues. Andá a verlo.- Y allí va ella, con paso ligero, a salvar de la tragedia al infante. Se dispone a preparar su audaz número de payaso, no le hace falta maquillaje, sólo se alborota un poco el cabello, hace una mueca y un sonido raro junto con unos movimientos vibrantes que captan la curiosidad del dolido niño que olvida su penosa situación y se emociona con el show de la chica. ¡¡¡Rrrrrrriiiiiiiiiiiiinnnnnnnn!!! Suena el timbre de entrada. Ella reúne a su público, formándolo en una fila. Es un público muy joven, 4 años es el promedio de edad de los 10 chiquillos, cuyos padres ya pagaron su derecho de admisión al recinto escolar. Ella será la encargada de educarlos y a la vez entretenerlos durante todas las mañanas de aprendizaje. Expectativos hacen su ingreso al aula, los invita a sentarse en el suelo y así inicia la función. Se presenta junto con su compañero, el títere Calcetín, con quien compartirá el escenario en esa jornada. Toca el turno al acto de magia, en ese número especial sorprende a los espectadores con unos crayones de los cuales salen los más diversos paisajes, las caritas atentas observan maravilladas. Inicia el desfile de los colores: el rojo en la manzana madura, el amarillo brillando en los rayos del sol y el azul, en la esponjosidad de las nubes. Más mágica resulta la aparición de la sonrisa en cada niño, evocando a la emoción. Ella mezcla los colores: un poco de azul más rojo, surge una uva redonda y admirablemente grande; del rojo con naranja resulta una rica zanahoria, del amarillo y el azul se obtiene una hoja tierna y fresca de árbol. Y continúa la magia, los niños logran identificar cada color y los usan para sus creaciones multimatiz que adornan el piso y de paso, sacian el hambre de alguno que gusta del exótico sabor de la cera. Mientras tanto, ella se prepara para mostrar sus dotes de domadora de animales salvajes. Saca al enorme león de peluche, con un poco cuerda e imaginación se llena de vida y ataca. ¡Juas! Ella se escabulle detrás del escritorio. El felino ruge fuerte, con la fuerza de 10 voces infantiles que al unísono crean el efecto real de estar frente al acecho del animal. Los gritos y las risas le ponen más emoción al espectáculo. Concluye la hazaña cuando logra dominar a la temible bestia. Se escuchan las ovaciones: “¡Bravo señoooo!” Rrrrrrrrrrrriiiiiiiiiinnnnn. El timbre de salida. ¡Qué rápido! Habían perdido la noción del tiempo, ése que también prepara su acto de contorsionista al estirarse y encogerse, al ser un flash en los momentos de risa. Ha terminado la jornada de hoy. Los niños alistan sus cosas y se van. Ella exhausta los despide, con los chispazos en la miradas que denotan complicidad de saber que mañana se acompañaran en nuevas aventuras, quizá se vuelvan trapecistas y el viento los acaricie en su ir y venir por los columpios.

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