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Falla Teutónica

“Verde que te quiero verde.”
(Federico García Lorca)

Falla Teutónica

(por Tania Hernández)


Marta es un camaleón. Viste y desviste personalidades según le venga y convenga. Habla, recita, actúa, canta, en italiano, inglés, francés, epañol, lo que el público quiera. Público en el más amplio sentido de la palabra, es decir, no solo el que paga para verla en el teatro, sino también el público diario, los amigos, vecinos, amigos de los amigos, amigos de los vecinos, y las parejas de todos estos. Un don de nacimiento, dirán muchos. Sin embargo un don puede, en algunas ocasiones, convertirse en maleficio, principalmente si fuerzas extrañas entran en el juego.

Era junio y él se llamaba Ralf. Un hipnotizador como lo es cualquier hombre del que una se enamora perdidamente. Ralf era guapo, alto, cautivador, exitoso. Una de esas catástrofes natruales que le cambian a una las coordenadas entre el tiempo y el espacio. Un desplazamiento de tierra que la llevó hasta Alemania, a un pequeño pueblo cerca de Maguncia. Como era de esperarse, el ambiente inhóspito de una localidad y un idioma desconocidos acentuó la tendencia de Marta a adaptarse. Quería funcionar, quería ser aceptada por todos, principalmente por los seres vegetarianos que le rodeaban, su esposo y los amigos de éste.

Nosotros, desde el otro lado del mundo, pudimos ser testigos de los cambios climáticos en su personalidad, solo gracias a una de las tantas redes sociales que pululan en el internet. El perfil de Marta, hasta entonces lleno de amigos y eventos, se volvió una especie de recetario vegetariano en línea. Fotos de Marta preparando albóndigas de soja, fotos de Marta comiendo empanadas de tofu, fotos de Marta y Ralf frente a una mesa servida con sopa de arberjas, calabacín reyeno, y todas las ensaladas habidas y por haber. Cada imagen acompañada, por supuesto, de su respectiva receta. Ella, que daba su vida por unos tacos al pastor, unas flautas de pollo, un mole poblano, ¿ahora vegetariana? No lo podíamos creer. Y menos aún cuando la veíamos cada vez más pálida, en cada foto un poco más verduzca. Ella escribía que estaba bien, que era feliz, pero su rostro reflejaba que ya no vivía, solo vejetaba, en todos los sentidos.

Las fotos que más nos impresionaron fueron las del álbum etiquetado “Carnaval en Mainz”. El tal Ralf era miembro de un club de carnaval, por lo cual animó a Marta a participar en la carroza con él y sus amigos. Allí se le veía a la pobre Martita, vestida de zanahoria en medio de una carroza de verduras alemanas. Ni siquiera había tenido que maquillarse la cara. La dieta, a la que obviamente no había logrado acostumbrarse, aunada a la vergüenza de un disfraz tan falto de carácter, le había puesto el rostro tan verde como el tallo de tela que le hacía de sombrero. Se le veía triste, derrotada, aunque ella escribiera al pie de cada foto, “divirtiéndome en el carnaval”.

Estas fotos desencadenaron una lluvia de mensajes de apoyo. Martita querida, qué estás haciendo allá. Vuelve. Te queremos aquí. Pero ella no podía aceptar que no fuera capaz de adaptarse y ser feliz al mismo tiempo. En un último esfuerzo desesperado, se inscribió en grupos de autoayuda para mujeres en matrimonios mixtos, grupos de mexicanas en Alemania y grupos de mujeres latinas convertidas al vegetarianismo.

Pero la llegada de mayo nos devolvió la esperanza. En el perfil de Marta fueron desapareciendo poco a poco los grupos a los que había pertenecido en ese nefasto año. Y fueron apareciendo nuevos enlaces a agencias de viaje, grupos de mujeres separadas, abogados. Animados por todas estas señales, sus amigos virtuales y no-virtuales decidimos cooperar para pagar su viaje de vuelta a México.

Exactamente un año después del desplazamiento teutónico, se llevó a cabo un movimiento en dirección contraria. A su regreso, Marta fue recibida por todos nosotros, sus amigos, con mariachis y con un banquete preparado exclusivamente con sus platos mexicanos favoritos. Se le veía contenta disfrutando bocado a bocado de esos manjares de los que se había privado durante tanto tiempo.

Ayer me contó, por teléfono, que decidió abrir dos nuevos grupos llamados “sobrevivientes de catástrofes emocionales” y “de cualquier color menos verde”, y que en solo una semana ambos ya cuentan con más de mil miembros. Le pregunté que qué color usaba por el momento. ¿Cómo que qué color?, preguntó extrañada, color carne, por supuesto.

5 comentarios:

  1. al rato voy por mis tacos de bistek, los de la noche

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  2. La redacción es clara. El cuento es ligero y sencillo por lo cual es bastante comprensible. El final... No me convence tanto. ¿Qué dicen los demás? Quizás me equivoco.

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  3. Me costó un poco la entrada, no terminó de interesarme pero ya a mitad del cuento, cuando uno se acostumbra al ritmo y al estilo pues se fue haciendo mejor. Me encantó que todo se desarrollara dentro de un ambiente virtual que cada vez se hace más "normal".

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  4. Disfruté mucho el involucramiento de facebook y cómo el cibermundo se entrelaza ya con el día a día de la mara, no importa su entorno ni sus situaciones. El cuento lo refleja bien y es fluido. Mala ortografía, eso sí: arberja, reyeno, vejetaba.

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  5. Mil gracias por los comentarios, los tomaré en cuenta.

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