variopinto

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Cara de Caballo


desenvainan sus espejos-calavera
 mientras dicen que no, que es mentira,
 que soñamos bajo efectos de dopaje
Luis Méndez Salinas

Cara de Caballo
Por Tania Hernández

Seguro que ya no viene. Tal vez no venga más. Quién sabe. Así pasa con los espantos.  Se aparecen y se desaparecen. Están y no están. ¿Alguien ha visto un espanto con horarios de oficina? Nadie. No tendría chiste. Ella a mí nunca me asustó.  A otros sí.  Le tenían miedo. Sus compinches, por ejemplo. Que si no, no caían con ella. La hubieran dejado sola. Allí estaban, compartiendo el banquillo.  Traicionarla hubiera significado la bala o la navaja, lo que tuviera a la mano. “Apresaron a la Cara de Caballo y a su banda”, decía el periódico.  Estafa, agrupación ilícita, no había mucho más.  Solo la foto. Ella. El pelo sobre la cara. La nariz recta.  Pude haberla conocido. Mostrar mi carné de la U, de sociología y decir que andaba haciendo un trabajo sobre mujeres malas,  ladronas, extorsionadoras, asesinas.  Pero decidí soñarla. Construirnos una historia.

Yo, carcelera de una prisión que había sido convento. Ella, hermosa prisionera que me entregaban dos guardias fornidos. En mi despacho, a solas, yo le quitaba del rostro la cabellera larga y la miraba a los ojos. Ella me miraba con fuego. El fuego se expandía, hacia nuestros cuerpos.  y nos consumía. Caliente a quemar, me masturbaba. 

Todas las noches, su imagen venía.  Esa que yo había inventado. Yo la esperaba vestida de policía, de monja, de prisionera. Ella tenía siempre otro rostro, otro cuerpo, pero la mirada era la misma.  Desafiante, intensa. Por más que intentaba, por más que le entregaba mi cuerpo y mi alma, no había forma de poseerla. Ella siempre me dominaba.

Necesitaba ayuda. Tal vez algo para relajarme, o para tomar valor, no sabía muy bien. Probé varias drogas. Primero sueltas. Luego, un amigo me ayudó a combinarlas. Los encuentros se fueron haciendo más intensos, pero más bizarros. A veces  tenía la cara de caballo.  Y el cuerpo lucía un vello marrón, muy suave. Yo le acariciaba la crin y la espalda hasta llegar a su grupa. Ella relinchaba, me miraba con odio y salía corriendo.  Yo me angustiaba, y buscaba otro viaje para pedirle perdón, para esperarla en mi cuerpo.  Pero en los viajes uno no es dueño ni siquiera de uno mismo.

Cada vez se alejaba más. Pensé que debía verla. Necesitaba tocarla,  agarrarle la mano, tener algo más tangible para poder aprisionarla en mi cárcel interior y no dejarla ir nunca más. Ese día me  duché, me vestí e intenté maquillarme, de memoria, sin mirarme al espejo,  tratando de dominar el temblor de mis manos. Mientras me tomaba el café que me devolvería un poco la consciencia, salió la noticia en la televisión. Cara de Caballo se había escapado.
Entonces desapareció de mis sueños y de mis alucinaciones. Tal vez porque los viajes sin ella ya no tenían sentido, nunca más toqué las drogas. Pensé que sería difícil pero no lo fue.  No me sentí liberada. “Me quitaron la gangrena, pero me hace falta el pie”. Algo así. Quedó el vacío. Quisiera volver a soñarla pero no puedo.  Así pasa con los espantos. Se van y uno, ¿a dónde va a ir a buscarlos? Yo aún la espero.

1 comentario:

  1. Uuuufff ¡qué calor! ahora sos tu la que anda desatada. Excelente interpretacion de la leyenda

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