Si yo tuviera el corazón, el mismo que te di...
Por Olga Contreras
Ya casi llegaba a la treintena de
cofrecitos cuidadosamente guardados en la parte de atrás de su closet. Cada uno
llevaba finamente grabado un nombre y ella –metódica como era- los tenía
ordenados en orden alfabético.
Cada año antes que cayera la primera
lluvia los abría uno a uno, limpiaba la llave que había dentro y ponía un
sobrecito de sílice para que se mantuvieran intactas, como sus recuerdos.
Ya llevaba casi veinte años
coleccionando esas llaves. Cada una pertenecía a un corazón robado, arrancado,
casi abusado con sus dones de femme
fatale. Al llegar a cierta edad, comenzó a disfrutar de la compañía y el
amor de los hombres jóvenes, fuertes, vigorosos. A su forma de ver las cosas el
trato le parecía justo: ella proporcionaba los conocimientos de cama y en
varios casos corría con los gastos, y ellos le daban a cambio una buena dosis
de juventud que ella había aprendido a
absorber por medio de osmosis.
Ella nunca contó con que a la vez de sacarles un poco de lozanía,
inevitablemente paraba robándoles su joven corazón. Las dos primeras veces no
pudo con el cargo de consciencia y se les devolvió las llaves sin más, pero se
volvió tan adicta a sentirse y verse joven con esas caricias novatas, con ese
dulce sudor fresco que refrescaba su piel ardiente, que todo le valió un
reverendo comino y se comenzó a quedar con las llaves de su botín robado sin
otra arma que no fueran los besos y la pasión desmedida.
Durante esos casi veinte años logró
mantener su secreto y su inexplicable frescura. Nunca contó con que su hija
puso sus ojos y su vida en uno de los hombres de cuyo corazón guardaba la
llave. No soportaba ver sufrir a su hija de aquella forma, así que en un
momento de maternal ternura, le reveló el oscuro misterio y le entregó la llave
correspondiente, pero al hacerlo sintió como si se sopetón le cayeran encima
unos cuatro años de vida. Pero la felicidad de su hija bien lo valía.
Le encantaba ir de compras pues se
fascinaba al verse en el espejo y ver su imagen de mujer joven en una mente muy
pero que muy madura. Mientras ella estaba en los probadores, en su casa unas
manos liberadoras se dieron a la tarea de romper cofre por cofre y rescatar las
llaves coleccionadas por años. Por los aires voló una nube de tiempo
enfrascado, de esperanzas rotas, de caricias compradas y mal pagadas, de años
de sinsabores inexplicables. Todos los que estaban ese día en los lujosos
almacenes nunca podrán olvidar la amarga estampa de una vieja mujer que gritaba
y caminaba sin sentido repitiendo “¡No, no! ¡Ésa no soy yo, no soy yo! Yo soy
joven, yo soy joven”.
Yo también soy joven, soy joven ;)
ResponderEliminarMe identifiqué y me dio mucha pena al final :´(
Interesante interpretación de la canción :) Me recordó una película sobre una condesa que mataba a chicas jóvenes, porque pensaba que con su sangre se volvía más joven.