variopinto

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HAMACA

Hamaca
Marilinda Guerrero V.
Ayer en la noche me desperté por una pesadilla que tuve. Traté de sentarme, pero mi cuerpo estaba tan cansado que no obedecía las órdenes jerárquicas de mi cerebro.  El cuarto estaba obscuro.  Al otro lado de mi casa, hay un centro comercial. En esta época del año, mantienen sus luces encendidas para recordarnos que se acerca la navidad y que hay que comprar con tiempo para evitar la aglomeración del veinticuatro de diciembre. Intento fallido, porque siempre la gente hace sus compras de última hora. En esta temporada coloco doble cortina en la ventana del cuarto que da hacia la calle, para evitar el paso de las intensas  luces que evitan mis ojos descansar.  Fue en esa privativa obscuridad, que mis ojos estaban abiertos pero mi cuerpo estaba dormido. Impuse  mandatos tiránicos neuronales dirigidos  a los dedos de mis manos para que ejercieran cualquier tipo de  movimiento, y en lugar de ello, un dolor epigástrico comenzó a fluir. Ordené a los dedos de mis pies, y un sentimiento nauseoso en la parte coronal de mi esófago se hizo sentir. Mi cuerpo se oponía al pensamiento. Quise gritar, pero mi garganta y cuerdas vocales  conspiraron,  evitando la salida del aullido de desesperación de mi alma por pedir ayuda.  Era el momento que siempre temí. Había esforzado tanto mi cuerpo  engañándolo con los analgésicos, obsesionado por cumplir y sobrepasar el récord de salto alto que  alguna vez mi padre impuso en sus épocas de gloria. Toda la vida bajo la sombra de mi padre. El campéon de salto alto, de cien metros planos. Con sus largas piernas y torso pequeño, amenazaba cualquier índice de ventaja que pudiera tener cualquier competidor a su lado.  Murió joven. Pero siempre fui su hijo, por lo que mis logros los compararon con los de él. Pobrecito, nunca será como su padre.  Odio la conmiseración.  Para olvidar el dolor de articulaciones, empecé con Acetaminofén terminando en  Tramadol. El dolor era más intenso cada vez. Esa noche en particular, las sábanas me hacían estorbo. Comencé a mecerme de un lado a otro, logrando movimientos al principio suaves,  para luego acelerarlos y convertirme en una especie de hamaca humana. Mis dedos de pies y manos seguían estáticos. Alzaba mi cuerpo de un lado a otro, sintiendo la brisa correr por los cabellos en medio del negro  cubriendo el cuarto. De pronto, caí en el suelo.  Me puse a llorar. Lágrimas corrían por las mejillas. Libres, sin poderlas quitar del rostro.  Resignarme a dormir en el suelo fue mi única opción.  Me desperté en la mañana, en mi cama. Me senté y subí a la silla de ruedas. Después del accidente donde murió mi padre, y yo perdí mis piernas, he tenido el mismo sueño.

2 comentarios:

  1. Sólo una pequeña observación... no sé, pero creo que está de más la cuestión donde se explica lo de las luces navideñas del centro comercial y de las compras a última hora. Bueno, eso es a mi humilde opinión :P Saluditos!!!

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  2. Coincido con luna, sí lo de las luces están un poco extra. Sin ellas queda genial!

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