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NAVEGANDO EN EL MAGDALENA

Navegando en el Magdalena
Por Patricia Cortes Bendfeldt

“Compa, espéreme quiere, que ya llego, aunque sea a navegar en el magdalena con la bandera del cólera izada”.


Leí su carta dos o tres veces antes de darme cuenta que me encantaba la idea de morir en el río navegando en un ¿yate?, ahí era donde sus propuestas se caían, ella era tan citadina, tan pulcra, tan llena de gustos caros (vinos, caviar…grandezas) que me daba miedo que viniera ¿Dónde la iba a meter?

me ponía a ver la cama de tablas, la casa pequeña y los muebles baratos y me costaba entender que ella podía acoplarse a esto, había cambiado tanto en estos años, recuerdo que ambos leímos el amor en los tiempos del cólera mientras teníamos aquel romance clandestino que me forzaba a salir de su casa en la madrugada, era bella, en su forma de ser, transparente y romántica, llena de vida en esos años…pero habían pasado 12 años y se había convertido en una mujer “de mundo” viajó por toda américa representando a no sé qué cosas y tenía ese vocabulario adquirido en viajes y en congresos, sus fotos con faldas de coctel y maquillaje cuidado, sus apariciones televisivas y los libros publicados…no tenía nada que ver con la muchacha idealista de hacía doce años que conocí en el pueblo.

Yo me había quedado allá, no tenía un tío millonario dueño de barcos sobre el magadalena, mi río era más pequeño y lleno de piedras, la finca prosperaba a medias y no era mía, los hijos crecían salvajes mientras los de ella iban a colegios caros.

Yo pensaba en Jose Alfredo y creía que la distancia entre los dos se hacía más honda, ella insistía en el magdalena, en esperar unos años, en que el tiempo nos dejaría volvernos a encontrar, pero, con el perdón del Gabo, la fantasía no puede llenar ese espacio irreal donde ella y yo no podemos congeniar, no en estas condiciones.

Así que cuando ella llegó, con sus cosas en un camión y puso una especie de panadería en la esquina cerca de mi casa, y la vi despeinada con el delantal lleno de harina haciendo esos delicados pastelitos que no creí que nadie la comprara aquí, me quedé con la palabra en la boca

entonces empecé a pasar todos los días a comprar un par de pastelillos y de pronto volví a enamorarme de esa mujer que había cambiado una oficina en una gran ciudad por un pequeño negocio para estar a mi lado.

“bueno pues, -le dije una tarde-¿cuándo te venís a vivir conmigo?”, ella sonrió con esa sonrisa que puede volverme loco y me dijo “cuando me traigan el yate que pedí, y nos pongamos a navegar en el río dulce hasta que nos volvamos sirenas”.

3 comentarios:

  1. Me encanta, ultra romántico, qué refrescante que lo cuente con voz de hombre. Bienvenida!

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  2. Muy bueno Patricia!! Hasta el estilo es todo un homenaje. (Tania)

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  3. Gracias a ambas, estoy medio fría ahora, a ver como salen los siguientes

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