variopinto

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sentiste miedo...

Sentiste Miedo
por Patricia Cortez.
Ella se sentó a llorar, era la primera vez que la veía tan delicada y fragil, casi pude olvidar que medía un metro con ochenta y pesaba cerca de doscientas libras, era una amazona, enorme, musculosa, y yo me sentía un poco inferior al verla trotar por la calle, no se veía gorda a pesar del peso, era toda una estatua esculpida a puro ejercicio.
Verla sentada a la orilla del camino llorando no era agradable, o sea, ¿como te apoyas en el regazo a una mujer de ese tamaño? ¿cómo le ofreces un pañuelo rosa? ¿cómo levantas su rostro hacia el tuyo y la besas en los labios...?
Pero se veía pequeña y frágil, sus hombros se movían en espasmos a medida que sacaba aquel llanto aprisionado, sus manos se crispaban y yo no sabía que hacer.
Me sentía mas pequeño que de costumbre al lado de ella, bueno, mi baja estatura siempre me complicó la vida, pero allí, al lado de ella de pronto me sentí gigante y me agaché a besarla sentada en la banqueta, casi en la oscuridad.
Un rato más tarde se levantó con una sonrisa extraña y caminamos por la calle hacia su casa, había que cruzar un sendero oscuro, atrás de unas casas viejas por en medio del cafetal de la antigua hacienda, una de las cosas que me encantan de esta ciudad es eso, su falsa ruralidad, un día, desde un edificio, visualicé un sembradío de plátanos en medio de dos edificios enormes.
nos metimos por el sendero y la tomé de la mano, me lleva una cabeza y por un fugáz momento me sentí como su hijo y no como su probable pareja, ella sonrió y me miró con ternura.
En la puerta de su casa, metida entre el cafetal, quise volver a besarla, pero parecía que la magia ya se había desvanecido, vi hacia el suelo y me asustó el tamaño de sus zapatos, pensé que no podía tomarla de la cintura y volver a besarla, así que me empiné para darle un leve beso en la mejilla y regresé por el sendero hacia mi casa.
Unos metros más adelante me agaché y recogí un pedazo de algo muy blanco, instintivamente me lo llevé a la bolsa y me fuí.
Al día siguiente seguía con el objeto en la bolsa, lo puse sobre la mesa en la universidad cuando llegó Miguel, con sus habituales prisas de estudiante de medicina "¡púchica vos! ¿de donde sacaste eso?", le respondí que lo había encontrado tirado en un camino, "¿en serio? sería de investigar bien vos, es uno de los huesos pequeños de la mano, si no me equivoco es un escafoides y es definitivamente humano, ha de ser una fosa clandestina".
Un frío extraño me recorrió toda la espalda, Entonces recordé por qué lloraba ella y me alegré de no haberme quedado a cenar...

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