variopinto

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Valium


VALIUM
Por Olga Contreras
Amor imposible, el nuestro. Cuando él quería, yo no podía; cuando él no podía, yo ansiaba. Sus lazos y mis cadenas, su pasado, mi futuro, nuestro presente hipotecado: todo, pero todo se amurallaba separándonos y confinándonos en un limbo amoroso. Y la única certeza era que nos amábamos, pero el tiempo y el espacio y saber qué ángeles desamorados se confabulaban para evitar los encuentros. La única que no nos negaba una esquinita para vernos como queríamos era la noche. Así que comenzamos a vernos en el más íntimo mundo de los sueños.
Al principio yo soñaba por mi lado y él por el suyo, pero como el buen sexo, todo se fue sincronizando con la práctica, hasta el punto que conversábamos por horas, nos amábamos con más intensidad que en la triste realidad y comenzamos a tener nuestro mundito privado, con nuestros muebles, costumbres, recetas y todo lo demás que de a poquito íbamos llevando. Pasaron años en la más completa felicidad dormida.
Cuando él murió, la soledad me ganó y pasaron meses sin poderlo soñar, ni aún despierta. Veía sus fotos hasta que se me gastaban los ojos y los recuerdos se me nublaban. Una buena noche, volvió. Venía algo cansado de tanto buscarme y me reclamó por no haberlo soñado pues al no hacerlo su alma no me encontraba. Y volvimos a lo nuestro con la misma pasión y entrega de siempre. A veces se presentaba un molesto insomnio que dilataba las citas, pero para eso existía el Valium. 

cuentos de ropa


100% Algodón y Olvido


100% Algodón y Olvido
Por Olga Contreras

100% algodón estampado con serigrafía, nada especial, una blusa sencilla. Por eso es que a ella misma le extrañó su reacción tan violenta cuando le cayó encima aquella copa de vino tinto. Como si abrieran una compuerta de golpe, así llegaron a su mente los recuerdos: agolpados, torrenciales, desordenados, rebelándose a su encierro forzoso, volviendo a aparecer en su vida sin anunciarse, sin haber sido solicitados. Recordó palabras susurradas, caricias regaladas, promesas cumplidas, juramentos rotos, todo aderezado con latidos a paso doble, sabor a canela, olor a mar y río y aquel color azul matizando cada uno de los detalles que vinieron a sacarla de su amnesia selectiva.  
Con la misma desesperación de aquella pasión malograda, enjuagó la blusa una  vez tras otra, con jabón, con sal, con vinagre, con todo lo que le recomendaran. No podía pensar que una mancha tal maculara su nostalgia.
Mientras la lavaba, lloraba. Se fijó como las lágrimas iban haciendo la labor limpiadora que los más finos detergentes no pudieron. Y con cada gota un recuerdo menos, una punzada que se iba, un dolor que se calmaba, un fuego que –así como había llegado- se iba de regreso a la esquinita derecha del lóbulo frontal. Gota a gota, vio desaparecer fragmentos de su propia vida, de aquel amor de cuerpo perfecto; de la sonrisa tatuada en su alma por dos años y del descubrimiento que la cambió en una mueca de dolor por otros dos años más,  de su decisión, de la dolorosa despedida donde se dejó el corazón usando una sencilla blusa 100% algodón. 

Cuentos de Lluvia


Doña Luz


Doña Luz
Por Tania Hernández

A veces hay que dejar que la lluvia cubra la isla, que la inunde. Con esa frase me explicó  Doña Luz los ojos rojos e hinchandos que tenía ese día. Había llorado mucho y apenas escampaba cuando me abrío la puerta. Me invitó a pasar a la sala, para que pudiera esperar a Eliseo. Siempre llegaba tarde de los entrenos, y más en épocas de campeonato. Yo me senté en el sofá, ella trajo té para las dos y me empezó a platicar. Se había pasado toda la noche anterior leyendo las cartas que tenía en su caja de recuerdos. Había tenido varios amantes. No me contó cuantos, pero sí que los tenía ordenados en paquetitos, cada uno conteniendo, aparte de las cartas, fotos, dibujos en servilletas, tarjetas de cumpleaños y tickets de entrada al cine, al teatro y a conciertos. Lo único que no guardaba eran invitaciones a las bodas. Sí, me dijo rabiando, hay algunos que se atrevieron a invitarme a sus bodas. Yo también me casé, siguió contándome, pero una sola vez. Después de tener a la mamá de Eliseo me di cuenta que no estaba hecha para estar en familia. Aguanté dos años y luego me fui. Mi hija todavía no me lo perdona. Regresé cuando ella tenía trece y su papá había muerto. Nunca nos llevamos demasiado bien. A los dieciocho ella se fue a vivir con el papá de Eliseo, y yo volví a ser libre. No se crea, no han sido tantos, me dijo como disculpándose. A mí me gustan las historias largas, prosiguió, siempre y cuando no tengan pretensión de eternidad. Tal vez la miré con ojos preocupados, porque me dijo, no se preocupe, me parece que Eliseo no heredó mi soltura. Él salió a la madre. Tanto se parecen que se pelearon y por eso él se vino a vivir conmigo. Yo acepté porque me cae muy bien el muchacho. Es muy dulce, como usted ya sabe. Pero ya me empieza a ahogar. No puedo salir con libertad, porque siento que tengo que darle el ejemplo. Tal vez quiero intentar ser con él la madre que no fui para mi hija, pero me temo que no se va a poder. Ya hasta siento que la piel se me agrieta porque me estoy quedando seca de historias. Hace rato que nadie me toca. Por eso me puse a leer las cartas ayer, a ver las fotos. A tristear por lo que fue y por lo que no fue. No quiero olvidarme de que este cuerpo sirvió para algo más que para los achaques y las medicinas. Tenía que llorar para humedecerme por dentro. Quiero inundarme de nostalgia para recordar que vivo. Se levantó para traer la caja que guardaba bajo llave en su closet. Agradecí que entonces llegara Eliseo y la conversación acabara. No quería darle rostros ni letras a las historias de Doña Luz. Ellos no me interesaban. Me interesaba ella. Al mes de esa conversación corté con Eliseo. Él quería una relación para siempre y a mí me gusta ser libre. Poco después Eliseo volvió a vivir en casa de su madre. A veces Doña Luz y yo nos tomamo un té en la terraza de su casa, nos contamos nuestras historias y nos reímos cuando algún día, por casualidad, coincidimos en la lluvia y los ojos rojos. Ya me compré mi propia caja de recuerdos. Yo también soy una isla. 

Fátima


Fátima
por Marilinda Guerrero
Fátima utilizó jabón de ajonjolí con unas pizcas de pimienta como exfoliante para las  células muertas. Utilizó un shampoo de romero con hojas de orégano para el brillo del pelo. Se secó y colocó loción refrescante en su cuerpo. Volteó al suelo y observó su silueta iluminada por el arcoíris dibujado en la ventana.  Sus poros abiertos, piel morena, piernas contorneadas y busto delineado. Fátima se dio cuenta de lo hermosa que era. Se peinó el pelo. Paseó un par de veces en el apartamento desnuda, exhibía  su anatomía a las sillas y cojines, los cuales quedaron boquiabiertos al verla. Se observó al espejo y notó como su reflejo la deseaba. Ese día ella iba a salir. No le importó la lluvia. Se colocó el vestido azul con flores blancas, combinado con el collar y aretes rojos que mejor resaltaban el rosa carmín de sus labios. Fátima se pintó las uñas, de color rojo. Se maquilló y repasó la sonrisa que le daría a su novio cuando se vieran. Tomó el bolso color amarillo y colocó un perfume pequeño, su billetera, espejo y maquillaje ligero por si lo necesitaba. Tomó un paraguas que combinara con su atuendo. Salió contoneando sus caderas, embruteciendo a todos los que pasaban cerca de ella. Caminó unas cuantas cuadras, cinco a la derecha, dos a la izquierda. Paró frente al semáforo y se peinó las mechas de cabello que cubrían sus ojos. En todo el camino dejaba el olor de su perfume mezclado con la humedad del día. Llegó al punto de reunión. Entró al restaurante, sonrió al mesero Tengo una reservación a nombre de Fátima. El mesero la llevó a la mesa donde estaba ya esperándola su novio, el cual estaba en ese momento hablando por teléfono. Fátima se sentó, esperó que terminara su novio la conversación. Mientras tanto, realizó un reconocimiento del restaurante. Varios hombres la observaban y ella se sentía bella, muy bella. Terminó de hablar el novio. Ella sonrió y el, muy serio. ¿Fátima qué es ese trapo que te pusiste encima? ¡Está lloviendo por el amor de Dios!  ¿ y ese maquillaje de prostituta que llevas puesto? ¿no crees que me dá vergüenza andar con una novia que parezca pura puta barata? Fátima bajó la mirada. Te ordeno que vayas al baño y mínimo te quités ese maquillaje tan mierda que te pusiste. Lo siento, murmuró bajo Fátima. Se levantó. Fue al baño. Su paso había cambiado, sus pies tropezaban con todo, su espalda se encorvó, sus caderas se achicaron, la nariz le creció, el busto desapareció y al verse al espejo Fátima soltó una lágrima mientras se desmaquillaba para su novio. Esa tarde una tormenta azotó con fuerza en aquella región.

cuentos de sequia


LA LLAVE

LA LLAVE


Olga Contreras

  - No se me ocurre nada, tengo el coco seco- dijo sin más y se levantó de la silla.

Me duele verlo así, batallando contra un enemigo de tinta y papel, luchando contra molinos de letras que no se animan a juntarse –por timidez tal vez- para contar esas historias que tanto amo.

   - ¿Te puedo ayudar, amor?- le pregunté acariciándole el cuello.

   - A menos que me metás una inyección de imaginación, no…

Pasaron semanas, meses y la musa seguía en el limbo. Pobre hombre, parecía que iba a estallar, congestionado de tanta nada arremolinada en su cabeza. Así que hice lo que mi corazón mandaba: le di la llave de mi imaginación, para que la tomara prestada unas horas nada más, para que volviera a hilvanar sentimientos con pasiones. El resultado: una vorágine de los mejores cuentos jamás escritos por él; una amalgama ideal de su talento con mis sueños, de su tinta con mi sangre.

    - Sólo un poquito más - me clamaba y reclamaba, como quién necesita de esa droga que gota a gota le quita la poca vida que le queda.

   -Ya no mi amor ¡por favor! Siento que me has sacado tanta agua que la sequía me comienza a consumir- suplicaba yo sin mucho poder de convencimiento.

   -Te juro que es la última vez- y usando la llave que yo le había confiado, exprimió lo poco que quedaba en mí. Salió su historia, pero no tuvo un final feliz. Para nadie.

Agua Tata


Agua Tata
Nicte Walls

oía el poema en su memoria, "agua tata, agua nana" y no recordaba más que ese verso, ni de quien era, ni quien lo declamaba, el calor la hacía enfurecer mientras intentaba culpar a las hormonas (que en realidad no tenían la culpa) de sus sudores y miraba hacia su escote el minúsculo charco que se formaba entre sus grandes pechos todavía turgentes.
El calor seguía comiéndosela viva, en su oficina con aire acondicionado, no hubiera pasado esto, se culpaba por estar en trabajo de campo (como si tuviera que hacerlo) tratando de engatusar al joven gerente que no le lanzaba ni un mal chiste, pero se lo traía entre ceja y ceja y se había propuesto terminar de ser la jefa comprensiva y convertirse en la viuda negra que todos decían que era, luego de 3 matrimonios y sin hijos, la cama le quedaba grande y solitaria.
Se sabía bien la historia del muchacho, una esposa joven y bonita con gustos demasiado caros, sabía de los gemelos recién nacidos y de la secretaria que se estaba tirando, era un bocado fácil, y lo entendió cuando lo vió caminar hacia ella con un par de botellas de agua helada que había conseguido quien sabe donde en este pueblito tierroso, en la platica de la tarde se puso de condición para seguir con el trabajo.
Amanecieron en el único hotel que tenía aire acondicionado, ella agradeció su edad y la pericia demostrada, desayunaron y partieron al siguiente pueblo terroso que les quedaba en el camino, ya satisfecha el calor había disminuido y la sensación de camaradería se había ido, no hablaron por el camino, les tocaba atravesar unos kilómetros aislados, cuando ella vio la columna de vapor del radiador, mierda, a las 11 de la mañana, sin señal del celular.
El ofreció ir por ayuda, caminaría un poco, llevaba agua y le dejó una pequeña botella con agua, no se molestó en darle un beso, lo rechazó como quien ya no tiene ningún interés, quería regresar a la ciudad, nada más que eso.
Pensó que regresaría pronto, así que se sentó a esperar adentro del carro, el calor seguía subiendo y se quedó dormida, despertó para ver el sol todavía arriba, se tomó la botella entera y se lavó la cara con el resto, no podía tardar más, el pueblo estaba a 10 kms, se volvió a recostar y se quedó dormida.
cuando abrió los ojos era de noche, el frío se sentía fuerte, el chavito no había regresado y no había luna, se puso el sueter y entonces se dio cuenta que no estaban las cosas de él, lo maldijo mientras esperaba la mañana, si, lo iba a despedir y vería quien era ella, por ese camino alguien tendría que pasar...lloraba quedito mientras repetía "agua tata, agua nana" esperando el amanecer.

cuentos de niños


Larissa


Larissa
Por Tania Hernández

Esta casa es mágica, me dice Larissa. Hay escaleras que se mueven, puertas que se abren a corredores interminables, balcones de los que uno brinca y se cae para arriba. Sus historias me parecen una combinación de Carrol y  Rowling, pero esa es mi referencia no la de ella. Por lo menos eso creo. Nadie tiene el patente de lo fantástico. Larissa sigue contándome de sus aventuras por la casa, de la gente que ve, de la gente con la que habla, de los perros, los gatos, los loros. Todos viven acá, pero no se conocen. Hay mucha gente, muchos animales, muchos muebles. La casa es muy grande, hacia adentro. Esa es la conclusión a la que ha llegado. Pareciera que tiene necesidad de explayarse en detalles, de hablarme de monstruos buenos y humanos malos, de niños que nacen al revés y por eso no encuentran la vida, y de la tristeza de las despedidas que cubren las paredes.
Apenas tiene diez años y sabe más de la vida que yo a mis cuarenta. O de la gente más bien. Es porque la casa es mágica, me aclara, ella me cuenta mucho. Me invita a seguirla por unas escaleras que aparecen de repente y que cruzan misteriosamente las paredes de mi cuarto. Te podría mostrar mi tiempo y otros tiempos. Le respondo que no, que me da miedo quedarme con ella al otro lado y no volver jamás. Ella dice que la del otro lado soy yo. Sonríe. Y corre por la escalera que desaparece con ella.