variopinto

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Tras el Velo

Tras el velo
(Por Fabiola Arrivillaga)


Inocencia le puso el padre cuando la bautizó, ¡y qué bien le quedaba el nombre! Era buena, buena como la Madre Tierra. No veía mal en ser alguno. Por eso caía en todas las bromas y le tocaba pedir todos los permisos, por eso se quedaba solita después de alguna travesura y le caía a ella sola el castigo. Por eso la querían todos en el horfanato. No, no era por eso. Inocencia era la muchachita más linda que esta tierra morena pudo dar. Era un conjunto perfecto: su cabellera negra, lisa y brillante; su rostro redondo, lienzo de una verdadera obra de arte; y su figura, dotada de una graciosa y discreta voluptuosidad, pero también de una elegancia poco frecuente de hallar. A sus once años no veía el mal en ser alguno. Por eso la querían todos, la deseaban todos. Desde el seminarista que había llegado de voluntario para encargarse del coro, hasta el panadero que llevaba el pan por las mañanas, hasta el padre – el mismo que la bautizó hacía algunos años y que sostenía que su afición por la niña era simple aprecio paternal, cristiana caridad y lástima. Y las monjas callaban y guardaban los secretos, porque los ojos de Inocencia, tan bellos y brillantes, carecían de luz. Era ciega; eso hacía creer a las monjas que el único peligro que enfrentaba era el de las malas miradas, de las que no se daba cuenta. Hasta el día en que fue llamada a la sacristía y se rasgó el velo. Ese día el padre, advertido por el seminarista de los dotes musicales de la niña y por sus propios ojos del evidente desarrollo de aquel joven cuerpo, la requirió para evaluar sus avances en el órgano. Inocencia, emocionada y agradecida, acudió tan rápido como su memoria la ayudó a llegar. Él le pidió que tocara, ella tocó. Él le daba instrucciones, ella las siguió con acierto. Él le mostró lo bien que él podía tocar. Él le pidió silencio, ella calló. Extrañada, aunque sin el menor rastro de turbación, abandonó la sacristía y ante las tenaces e inquisidoras preguntas de las monjas, su respuesta fue “toqué”. Inocencia no veía mal en ser alguno. Inocencia siguió tocando. Inocencia se volvió experta. Y, por siempre, Inocencia calló.

1 comentario:

  1. Me gustó pero lo sentí como un brevísimo resumen de un cuento que puede dar mucho más...como que no tuviste mucho tiempo y quisiste resumir muchas ideas con un mismo tema...

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