variopinto

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Desinfectante

Desinfectante
(Por Quique Martínez Lee)


Carol levantó la mano izquierda, hizo un círculo con el índice y el pulgar y volvió a ver la calle a través del agujero. Pudo observar, de nuevo, la panorámica borrosa que utilizaba cada vez que necesitaba nuevas perspectivas. Todo lo percibía en matices azules y una raya oscura avanzaba lentamente desde la parte inferior (el pulgar) hasta arriba (el índice). Como cuando una cámara trata de grabar la pantalla de una computadora. En la nueva visión, todos caminaban en dirección contraria a ella. Más que caminar, corrían. Más que correr, huían despavoridos. Antes que un señor de barba se la pasara trayendo bajó la mano. Y la tarde de octubre en el centro se volvió a desplegar.

Al llegar al supermercado se paró en medio de las puertas automáticas y volteó. Vio a través del círculo otra vez. La calle se llenó entonces de carros azules que sacaban caras curiosas por las ventanas, mientras una mujer caminaba como desvariando, riendo con los ojos llenos de lágrimas y una botella en la mano. El golpe de las puertas cerrándose contra su cabeza la sacó de sus dedos. Resulta que las puertas pueden ver a alguien venir, pero una vez en medio ese alguien se vuelve invisible.

En algún documental vio que al entrar a un lugar, conocido o no, los humanos instintivamente se detienen un momento para acostumbrarse al nuevo ambiente. Ella lo cumplía. Siempre. A final de cuentas generalmente procedía como lo decían los documentales sólo para que el trabajo de alguien dijera la verdad, para variar. Verduras, congelados. Congelados, enlatados, aceites, cajas. Cajas, granos, huevos, sal, congelados otra vez. Congelados, medicinas, desodorantes, shinolas, desinfectantes. Aunque fuera a comprar algo específico, siempre daba la vuelta de rigor completa hasta llegar a lo que quería.

Examinando las marcas, todas eran iguales. Las botellas todas con esas estrías en el cuello, como Carol. Adivinó que serían para poderlas agarrar sin que se suelten. El que inventó las estrías sería como su marido. Una señorita se acercó luciendo una gabacha amarilla y brillante como su sonrisa. Con la espontaneidad de un robot le empezó a recitar la letanía aprendida el un curso de ingreso a la compañía, promoviendo la nueva sublínea de desinfectantes Remember’s. Carol, en medio del discurso levantó la mano. Vio a la mujer con la mitad de la cara quemada, gritando de dolor.

La nueva sublínea de desinfectantes Remember’s era la nueva gama de lux para mujeres que toman en cuenta los sentimientos del hogar y de toda su familia, explicaba la impulsadora. Carol sólo tenía esposo, pero quizás eso aplicaba como familia, así que siguió poniendo atención. En esta ocasión, Laboratorios Remember’s traía una solución para la mujer moderna y sus necesidades, un desinfectante que además de limpiar bichos, microbios, bacterias y pesadillas también le daba su lugar, ofreciéndole los mejores olores del ayer, personalizados para cada ama de casa. ¿Que cómo los personalizaban? Pues era muy fácil, utilizando lo último en tecnología norcoreana, Laboratorios Remember’s inyectaba de recuerdos cada una de las botellas, estriadas del cuello para brindar un mejor agarre y fabricadas del mejor plástico islandés transparente. Desinfectante Remember’s venía en tres distintos olores que a la hora de destaparlos automáticamente se programaban y tomaban la personalidad de quien lo olía: Remember’s Juventud, Remember’s el Momento más Importante de tu Vida, y Remember’s lo que pudo haber sido. En ese momento la invitó a que escogiera una de las botellas y destapar su pasado.

Carol no se la creyó del todo y agarró una botella al azar. Remember’s Juventud. La promotora le informó que era una buena elección, ya que era la fragancia más popular entre mujeres de 35 a 45 años. La acercó a su nariz, abrió bien los hoyitos y aspiró hasta el fondo.

La casa de la abuela olía a pino. Era sábado y se levantaba tarde. Afuera la despertaban con la radio a todo volumen en un programa donde un hombre y una mujer daban consejos de brujería con voces llenas de ecos. La noche anterior había habido fiesta en el colegio. A pesar que quedaba a la vecindad era difícil que la dejaran ir, especialmente estando sus papás tan lejos. Era la noche vaquera, se había puesto un pantalón de lona azul muy apretado, botas y un sombrero. Se había quedado un poco después de la fiesta para fumar un cigarrillo y besuquearse un rato con él. En ese entonces era gentil y llenaba los cuadernos de reglón de caligrafía con flores y promesas de amor eterno. La abuela no lo quería. Y cada vez que la llegaba a traer o a buscar y la llamaba con un chiflido en clave, salía despepitada antes que Carol abriera la puerta y lo maltrataba y lo salía corriendo con el trapeador. Si se hubiera dado cuenta en ese entonces de que no le convenía no habría salido corriendo detrás de ella cada vez que pasaba. Y luego detrás de él. El aroma a pino se desvaneció poco a poco.

En ese momento se oyó algo en el altavoz, pero en esas cosas nunca se entiende nada y a punto estaba de preguntarle a la impulsadora qué había dicho la señorita cuando la perdió de vista mientras pegaba de gritos y corría entre los pasillos. A los gritos de la promotora se unieron los de todo el local. El lugar empezaba a calentarse. Sabía que tenía qué irse de allí pero había llegado para comprar un desinfectante y no se atrevía a regresar a su casa sin él. El ambiente se empezó a nublar y era cada vez más difícil ver a través del humo. Subió su mano y vió a través de sus dedos, pero esta vez no vio nada y los ojos se le llenaron de lágrimas. Se limitó, entonces a extender la mano y agarrar la primera botella de desinfectante que pudo. Desinfectantes, shinolas, desodorantes, medicinas congelados. Congelados, sal, huevos, granos, cajas.

Salió tosiendo del supermercado y el tráfico se encontraba parado. Todo el mundo se esforzaba por ver lo que ocurría en vez de salir corriendo. Ella, con los ojos llenos de lágrimas empezó a caminar entre los vehículos con la botella de desinfectante en la mano. Lo levantó para leer la etiqueta. Remember’s lo que pudo haber sido. Se rió. Llevaba un desodorante olería a mierda para su marido y a quemado para ella.

6 comentarios:

  1. La línea final debería leerse (perdón)"un DESINFECTANTE QUE olería a mierda..."

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  2. Te pasaste Quique. No sé ni qué decir. A mi mente sólo viene la palabra "flabbergasted" para describir tu cuento. Me encantó la descripción de las botellas estriadas, toda la narrativa. Puchis...dejarme sin palabras es bien difícil.

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  3. Genial!! Genial Quique!! Me encanta la manera que tenés de hacer lo que yo no puedo...(envidia, jajajaja). Gracias, Quique, por la genialidad!!

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  4. El manejo de las descripciones está muy bien hecho, mi única crítica es "shinola", si bien es una palabra usual en Guatemala, no debes de olvidar que es una marca, en lo personal hubiese puesto betún o algo por el estilo.

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  5. Quique, que buen cuento. Me uno a Fabi.

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  6. Genial. No hay otra palabra. Genial la ocurrencia, genial la narración, genial la magia del cuento contada como algo factible. ¡Quiero una mi botella de Remember´s el momento más importante de mi vida! Tal vez en unos años la puedo empezar a llenar de algo...

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