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Pepe

Pepe
(Por Fabiola Arrivillaga)

Cuando cumplí siete años, mi abuelo me regaló una casita de madera, réplica de la granja en que vivían, y mi abuela un diario. Como siempre, sabían darme el equilibrio que a mi atormentada vida le faltaba, sabían prender la chispa de mi ingenio y ofrecerme refugios seguros, mundos imaginarios y maravillas. Era diciembre de 1981. Años duros, días difíciles, cielos grises.

Así decidí, entonces, que mi diario no contendría ningún recuerdo triste, sino mis anhelos del alma. Lo que yo no sabía era que cuaderno y casita eran portal el uno del otro, abierto con un poderoso hechizo conjurado por magos de todos los tiempos y desde todos los mundos. Un hechizo de vida y muerte y salvación y condena. Pero eso tampoco lo sabían mis abuelos cuando, inconscientes, lo trajeron de vuelta.

Mi soledad era grande por aquellos días. La mayor de tres hermanos, con un cuarto en camino, hija de una casi niña y de un espíritu sin paz, trataba de mantenerme imperceptible por instinto de supervivencia. Se me podía ver a la hora de las comidas, pero mi voz carecía, para todos en mi mundo, de color. Entonces algo se me metió en la cabeza y me la puso a hervir: Pepe, ese sería su nombre, y sería mi amigo, y no me ignoraría ni me molestaría ni tocaría mis cosas ni pelearía conmigo. Pepe. Y viviría en la casita, y le haría mueblecitos con cajitas de medicina, y le compartiría mi comida y le contaría mis cosas. Pepe. Así que tomé lápiz y diario y lo escribí. Pepe es mi mejor amigo, ya tiene ocho años y es flaquito, flaquito y pelón; le gusta jugar con el capirucho y tirar piedritas en los charcos, y también está leyendo Robinson Crusoe, igual que yo.

Nadie pudo prepararme para lo que me esperaba. Una vocecita de niño me saludó desde la inmediatez de la casita de madera, en el suelo. Allí estaba él, Pepe, mi amigo. Tal y como me lo imaginé, tal y como lo quería. Me dispuse a hacer una camita con la cajita de esas pastillas que mi mamá guardaba en el botiquín del baño y que la ayudaban a dormir, pero yo no quería que se durmiera más, así que se las quité y las desaparecí una por una...

Pepe y yo platicábamos, jugábamos Gran Banco, discutíamos sobre si Viernes era un buen nombre o no y otras menudeces de nuestro libro favorito. Luego vino otro libro y también lo leímos juntos, y más juegos, amistad y cercanía. Cada día, al llegar la hora de la comida, le guardaba siempre un pedacito de tortilla y un frijol, con eso le bastaba.

Realmente no consigo recordar bien qué pasó. No se si me lo imaginé o si fue cierto, pero podría jurar que fuimos amigos varios meses, hasta marzo de 1983, cuando nuestra vida familiar daría un nuevo vuelco que podría delatar mi secreto. Entonces, recuerdo bien, tomé con cuidado el encendedor de mi papá y metí el diario entre una lata de leche. Pepe me pidió no hacerlo, suplicó con los ojos llenos de lágrimas. Yo también lloré, mucho, pero era preciso. No podían descubrirlo, no podía viajar conmigo, me preocupaba las explicaciones que me pedirían los adultos, talvez hasta con golpes, a su menuda existencia. Talvez lo aplastarían con un matamoscas. Por eso quemé mi diario, mientras Pepe se desvanecía sin dolor, pero con la mirada llena de infinita tristeza. Y me quedé, por fin, dormida. No lo volví a ver, o a soñar, ni siquiera despierta, y ya no recuerdo su rostro. No hubo más conjuros ni más magia, pero sí más dolor en mi vida, a partir de entonces.

8 comentarios:

  1. Hola, este cuento me dejó un poco insatisfecho... Lamento reconocer algunos detalles autobiográficos que contiene, no me gusta descubrir verdades en un cuento que uno debiera disfrutar por ficticio. En este siento que te faltó guardarlo un par de días y releerlo para pulir mejor su forma... Lo bueno es que estoy acercándome de nuevo a Martesadas.. SAludos a todos!

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  2. A mí por el contrario me gustó mucho. Me identifiqué tanto con la frase "Como siempre, sabían darme el equilibrio que a mi atormentada vida le faltaba.." obviamente por situaciones parecidas. Pudiste transmitir perfectamente ese sentimiento de tristeza y soledad y el dolor de perder un amigo. Y eso que sos Matemática...¿ahora cómo me quito la nostalgia?

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  3. bienvenido de regreso, Juan Mi. Comprendo por qué no le gustó...Y sí, efectivamente, lo escribí anoche mismo. Si le faltó un poco de lija, ¿verdad? Olguita, escriba un su amigo en su diario (jajaja. ¡Qué bonito es ser comentada!¡Muchas gracias!

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  4. Bienvenido Juan Mi. ¡Que buena noticia el poder tenerte de regreso!. Las llaves y el carro son tuyos, en tu ausencia le he puesto un poco de gasolina así que cuando tu así lo decidas, aquí está.
    ¡Saludos!

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  5. Hola, Fabiola, te pido, por favor, que no te vayás a enojar si me tomo el tiempo de comentarte y no me vayás a sacar la madre entre líneas(como ya me sucedió, jajaja. Te digo que tenés una manera magistral de usar el lenguaje y los adjetivos. Hasta el penúltimo párrafo estuve contento. Al final me hubiera gustado que me contaras más de lo que hacías con Pepe, de algo que pasó con él, y PRINCIPALMENTE cuál fue ese vuelco en tu vida familiar que hizo que te alejaras de él. Creo que ese vuelco es realmente el corazón de la historia y Pepe la herramienta para relatarlo. Me gusta siempre cómo tus textos son melancólicos, como un recuerdo. Pero sí ese último párrafo probablemente deba de convertirse en varios más. (Y no es que quiera shutear qué fue lo que pasó en tu familia, si es que es autobiográfico, siempre podrías inventar :D )

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  6. ¡Gracias Quique!`¡No tenés idea de lo que me encanta que me comentes! Tenés razón, pero fue un cuentecito escrito de un momento a otro. Sabés, lo que pasa es que martesadas resulta terapéutico para mí algunos días. Y sí, de plano puedo darle una pulidita y aumentadita...En todo caso, creo que me faltó una idea mera turbia que tenía, algo así como que la niña del cuento se tomaba las valium de su mamá una por una y por eso no recordaba más cosa. No se. Ya me hiciste trabajar la maquinita. ¡Gracias por comentarme! En serio, valoro mucho tu opinión.

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  7. Pues a mí me gustó mucho, mucho este cuento...hasta que leí el comentario de Quique no pensé que le hiciera falta algo; de hecho, sigo pensando que no le falta, pero sí habría sido lindo saber más, alguito aunque sea, de las aventuras con el amigo imaginario, algo que los haya unido y qué haría más dolorosa la decisión al final. Me recordó una peli de principios de los noventa, DROP DEAD FRED, sobre una chica que en su adultez se reencuentra con su amigo imaginario de la niñez (que, por supuesto, no era imaginario).

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  8. ¡Gracias, Juan! Me halaga mucho que te haya gustado. Ambos tienen razón. De repente lo vuelvo a poner el otro año en "miercolesadas", pero ya mejoradito...Gracias, pues.

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