variopinto

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Pelos en la cola

Pelos en la cola
Por Elena Nura


El último de la fila  era yo. Tenía los pelos largos y la barba ralita que me salía con demora. No serían suficientes.

El tipo de al lado parecía trasnochado, como salido de algún bar sin hora de cierre. Tenía el pelo como esparto. A él seguro que le iría mejor que a mí. Tú como siempre llegarías tarde. Recién levantada a las cuatro de la tarde. Yo allí desde las ocho de la mañana con aquel aromático compañero, callado, silencioso, con el éxito en su cabellera. Te vi llegar con la sonrisa puesta. Fresquita. Yo tenía ya un hambre que se había perdido en algún recóndito lugar del laberinto de mi intestino delgado. Delgado más que nunca. Tu beso me supo a mermelada de brevas con mantequilla y a jugo de melocotón. Me alimentó al menos durante una hora 
más. A la que ya no pude y te pedí que me guardaras el sitio.

Cuando volví reías a carcajadas en una conversación extraña y surrealista con mi compañero de cola. Que tío más gracioso, te lo habrás pasado de muerte todo el día con él. Él había vuelto a su mutismo al verme. No estaba tan pasado como yo había pensado. Sentí que el bocata que me acababa de tomar se me precipitaba vientre abajo. De muerte, sí, le dije.

Dos horas más en la cola. Ya doblábamos la esquina de la plaza de la Catedral. Tras nosotros se había formado un tropel que me calmaba la sensación de ya no ser el último. Pero delante me acongojaba las doscientas personas de las que sólo veía sus matas de pelos.

Los había raftas, punkis, rizados, largos, enormes melenas que se me asemejaban a Chiwaka. Yo sacudí el mío. Llevaba cuatro días sin lavármelo y me picaba en la nuca. Así, sucio y revuelto aparentaba más. Pero aún así no sabía yo si daría el pego. Tú estabas tranquila con tu rostro moreno, tus labios y tus ojos de algún antepasado bereber. Y tú pelo largo y negro. Yo parecía un nórdico a tu lado.

Tres horas más. Ya anochecía cuando llegamos a las puertas. La gente notaba que aquello se acababa. Y los de detrás comenzaban a apretarse a mi espalda, a empujar. Las voces comenzaron a subir de tono. Dos números quedaban justo cuando llegamos al quicio de la puerta del Ateneo. Se había formado una pelotera junto a nosotros que esquivamos y pasamos com alma que lleva el diablo por el portero.

La foto, las medidas del contorno de la cabeza, de hombros, de alto, del número del pie. Yo sentí que me medían hasta los centímetros de mi alma.

En la foto quedé con cara de pavo bobo. Tú con tu amplia sonrisa, con la que me habías dado un beso de brevas y melocotón. Estabas guapísima.

El lunes se estrenó. Insististe en que la viéramos juntos. A mí no me daba mucha gana. Cuando de la gran pantalla salieron las letras FURIA DE TITANES, sabía que aquel peludo estaría junto a ti en toda la película.

2 comentarios:

  1. Que rico cuento. No va lento, te tomas lo suficiente para describir cada imagen y vamos. Delicioso. Muchas gracias por compartirlo.

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  2. Manu, gracias a usted por leerlo y por comentar. Espero tenga un huequito para el suyo.

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