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HISTORIAS ERRANTES

Historias Errantes
Por Elena Nuñez


Después de ser leídos aquellos cuentos tenían la peculiaridad de desaparecer. Así, tal cual. Y no es que fuese ninguna tinta inventada por algún gobierno líder en armamento militar. No señor, la tinta era la misma de siempre, Pixma. Era el contenido, y aún más que este su título. El autor había decidido dada la ardua tarea de recopilarlos, reencontrarlos, recomponerlos, y reordenarlos, sellarlos todos bajo el título de peregrinos. Tan al pie de la letra se lo tomaron cada una de aquellas composiciones, que a medida que el lector pasaba la hoja, ya salían ellas a su camino. O mejor dicho sus caminos.

Una hilera de palabras, descendía de entre las hojas pasadas, y como una fila de hormigas se dirigían a la puerta. Tal era la premura que generaba en el lector, que sus ojos devoraban el cuento. El temor de que desapareciera entre sus manos el final, le impedía dejar la lectura. Así que todo aquel que decidía sumergirse en aquel libro, hasta el último punto se quedaba atrapado por él. Exhaustos, agotados, extasiados por la lectura, cerraban el libro, al tiempo que el vocablo final de aquel, salía por debajo de la puerta. Al ojearlo de nuevo, las hojas en blanco parecían no haber albergado nunca historia alguna. Y así cada una de aquellas historias se volvían errantes, trotamundos, viajeras, recorriendo hasta el lugar más recóndito de la tierra. Peregrinos con su macuto al hombro recorrían aldeas perdidas, ascendían a las cumbres más altas, proclamaban a los cuatro vientos su historia… Con el paso del tiempo el autor se dio cuenta del error del título. Pues todo el mundo acabó sabiendo cada uno de sus cuentos, pero ya nadie compraba el libro.

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