variopinto

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MUERTE ANUNCIADA

Muerte anunciada.
Por Nicté Walls


Quiero mi regalo

no me gusta que me presionen y vos lo sabías, así que eso de pedirme algo que ya sabías que no iba a darte (o que quería darte, pero no en esta fecha) me alteraron los nervios.

te dije "está bueno" con ganas de que se te olvidara, pero insististe tanto que pensé que iba a quedarme sorda de tanta fregadera, parecías un niñito de 6 años pidiendo su regalo de cumple.

Yo sabía que Sebastian llegaba tarde, más ese día que debía cumplir con la otra y pues, teníamos la tarde para nosotros, pero ni así quería dártelo, es que me gusta que me ruegues, que te lances por el piso, que te humilles y entonces...sólo entonces abrir las piernas para que te sacies el hambre que me tienes, primero aferrando tu cabeza entre mis muslos y luego apretando tus nalgas hasta que te fundes y quedas sollozando.

"ve y te lavas las manos" te dije, sabía que eso te enfurecía, porque era volver a humillarte como siempre, pero obediente saliste a buscar el agua y regresaste con un aguamanil de porcelana, lavaste tus manos y tu rostro y luego te arrodillaste para beber de mi cáliz.

Yo tenía ambas piernas sobre los brazos de la silla, gemía a todo lo que podía en aquella soledad de la hacienda, tu cabello olía como siempre a las reses que cabalgabas y tus manos duras y callosas aumentaban la sensación con un leve dolor que podía hacer temblar a la más santa, y yo recitaba tus versos favoritos, aunque estaba segura que no los escuchabas.

Sebastian te agarró de rodillas, su fusta cayó varias veces sobre tu espalda y la espuela se clavó en tu muslo, "burro asqueroso" te dijo mientras salía de la hacienda de regreso con su amante y tu te retorcías de dolor en el suelo.

a mi no me tocó.

Al día siguiente todavía estaba enojada, le reclamé a Sebastian no dejarme un espacio de satisfacción, mientras el se regocijaba con su amante, sólo se rió por el costado y se fue de regreso a su casa. esa tarde no viniste y me quedé otra vez con las ganas pegadas.

Por la noche me despertó Alicia para contarme que estabas muerto, atravesado por una cornamenta de toro, un extraño evento en el que ese toro de lidia que no va nunca al potrero te sorprendió sólo y te atravesó por completo.

Ni Alicia ni yo fuimos al entierro, donde seguro estarían tu esposa y tus hijos. Sebastian pasó la tarde conmigo, se dejó domar como un cachorro y bebió de mi caliz como te vio hacerlo.

3 comentarios:

  1. Pobre hombre, no le hacía el mal a nadie, no hay derecho ¡exijo justicia! Siempre se van los mejores...=)

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  2. Olga, al menos no dijo "los buenos" porque este si estaba buenote, gracias por comentar

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  3. Enigmático! Buen texto. Eso sí, lo de "cáliz" un poco clisé. Cuesta trabajo escribir de erotismo.

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