variopinto

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Bella Luna


Bella Luna
María Hernández.

Esa noche, luego de su baño de plata, la luna se acomodó la sonrisa resplandeciente y salió a refrescar su alma con los vientos otoñales. Iba toda emperenguendada y con paso ágil, levitando por la órbita terrestre.

En su transitar se entretenía con el paisaje estelar. Unas veces de lado, otras de cabeza, así, en un girar y girar constante, veía pasar cometas a toda prisa, saludaba de lejos a sus amigas fugaces, las estrellas; y a sus vecinos de carril, los planetas. Contenta iba y maravillada de tanta maravilla universal.

De pronto, entre tanto asombro, le entró la curiosidad por saber si ella también era tan majestuosa como sus compañeros los astros. Se preguntó qué tan linda era y se dispuso a buscar su reflejo, pensando que éste sería el único que tendría la respuesta a su interrogante.

Se dirigió entonces al mar, seguramente allí podría ver su figura reflejada. Se fue rodando con ligereza, ¡ansiosa! y, al ver de lejos las aguas, se le erizó la corteza lunar, pudiendo sentir cómo sus cráteres se expandían más y más de la emoción que le provocaba saber que pronto se vería en todo su diámetro.

Se acercó temerosa y optó por verse de a pocos, para no toparse con la verdad de a romplón; y así lo hizo: Se inclinó hacia adelante para ver primero sus ojos, despacio iba, cuando una fuerza interna e involuntaria la empujó para poder verse por completo de una vez. ¡Se vio en una milésima de segundo! Y es que había un inconveniente, ella lograba verse, pero trepidada, ondeada; y en un instante su imagen se diluía con las olas del mar que se mezclaban entre sí, sin permitirle a ella contemplarse.

El mar, todo un artista, danzaba y se mecía entre cada ola que se enredaba una con otra en un armonioso baile que agitaba sus aguas y reflejaba una imagen a medias de la luna, distorsionada por el movimiento. La luna se acercaba más para poder verse, pero el mar agudizaba más sus movimientos, por el efecto magnético que ella y su proximidad, sin saber, desencadenaban, provocando el alboroto de las olas.

Frustrada la luna en su intento, se fue sin voltear; con rapidez dirigió sus pasos para posarse sobre tierra firme. Agitada llegó, aún con una capa de brisa del mar que se restregó con rabia, tratando de lavar su tristeza. Descansó un momento y se quedó pensando en encontrar otra opción para ver su reflejo. Su cerebro trabajaba y buscaba en sus archivos alguna idea que solucionara su dilema. Y la encontró, su máquina de mando le propuso buscar en el lago.

Se fue de nuevo por la órbita, con la emoción de la mano, esperanzada; casi que rebotando de la alegría. Se detuvo hasta que se encontró a cierta distancia con el lago, cristalino. Respiró profundo y se dirigió hacia él con los ojos cerrados, se ubicó por encima de las aguas y abrió sus ojos orientándolos hacia abajo para ver su reflejo. ¡Vaya sorpresa la que se llevó! Cuando de repente una nube gigantesca se interpuso entre ella y el lago, sin poder observar ni un centímetro cúbico de su cuerpo.

Más enojada aún, se marchó y tomó el camino de regreso a su hogar. Cabizbaja iba, con la vista marchita y decaída, arrastrando su pena. Pasó sobre un poblado que recién había sufrido de una tormenta y sus calles albergaban muchos charcos. Una esperanza renació en la luna al observarlos, quizá en ellos podría ver su reflejo y conocerse en su corporeidad. Apresuró su paso hacia una de las pozas, se acercó y se vio, pero apenas lograba visualizar un fragmento de su ojo, pequeño. No podía ver más, pues ella era mucho más grande que la capacidad del recipiente de agua callejero para mostrarla toda. Buscó otro charco, encontró uno más grande, en él pudo ver su ojo y parte de su  nariz, imagen que se esfumó ante la emboscada de una rana que se tiró con todas sus fuerzas sobre el charco, rompiendo la tranquilidad del agua y con ella su reflejó y su paciencia.

Triste y rendida se resignó a no saber la verdad, a no poder reflejarse en ninguna porción de agua que pudiera trazar su belleza. Continuó su camino de retorno a casa; lento su transitar, doliente en cada movimiento.

Silente se deslizaba la luna por la nocturnidad fría, por caminos solitarios. Ensimismada iba, alborotadas sus ideas en la intriga y la frustración; cuando de repente un murmullo interrumpió en su conciencia. Agudizó su oído para escuchar la voz que se escurría entre las notas de una guitarra melodiosa, dulce y melancólica. Era la voz de un cantor que, armoniosamente recitaba palabras que la invocaban a ella, a la luna. A través sus vocablos, mencionaba lo grandiosa que era la compañía de su luna amada. Escuchaba de la boca del intérprete el añorar su presencia, la cual, según él decía, venía acompañada de agrado. Dichas palabras, fueron mágicas para la luna y fue como si se posaran en su boca, tomando las comisuras de sus labios para estirarlos cada uno hacia arriba y crear una sonrisa grande.

La luna se sintió honrada al darse cuenta que para alguien ella era especial e importante. Ello elevó su ánimo, sin embargo, éste no se recuperó del todo, por los intentos fallidos de ver el reflejo. Pero, una nueva curiosidad le surgió a la luna: darse cuenta de lo que ella significaba para las demás personas.

Y siguió su viaje, con los oídos bien atentos para cazar los sonidos de cualquier vocablo que se le cruzara en el camino. Logró atrapar varias palabras, con las cuales ella se regocijaba al escuchar que su presencia estelar nocturna era bien recibida por muchos y muchas. Sus ojos destellaron en alegría al darse cuenta que varias personas disfrutaban de poder mirarla en el cielo.

Logró sentirse esplendorosa, y supo que lo era. Se dio cuenta que había logrado encontrar la respuesta a la interrogante que tenía sobre su majestuosidad y se dio cuenta también que un reflejo efímero, superficial. no podría darle la respuesta a esa pregunta tan profunda. Porque su belleza se encontraba en cada rostro adornado de una sonrisa provocada por su compañía; su belleza se manifestaba en cada latido de emoción y en cada suspiro de añoranza que la vida generaba en su honor. Era linda, de beldad ilimitada, trascendida ésta al deleite, a la ensoñación y a la felicidad que provocaba a las almas terrenales. Ver las sonrisas y los chispazos de ilusión en los ojos que la contemplaban era ver el reflejo de su majestuosidad verdadera.

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