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Doña Luz


Doña Luz
Por Tania Hernández

A veces hay que dejar que la lluvia cubra la isla, que la inunde. Con esa frase me explicó  Doña Luz los ojos rojos e hinchandos que tenía ese día. Había llorado mucho y apenas escampaba cuando me abrío la puerta. Me invitó a pasar a la sala, para que pudiera esperar a Eliseo. Siempre llegaba tarde de los entrenos, y más en épocas de campeonato. Yo me senté en el sofá, ella trajo té para las dos y me empezó a platicar. Se había pasado toda la noche anterior leyendo las cartas que tenía en su caja de recuerdos. Había tenido varios amantes. No me contó cuantos, pero sí que los tenía ordenados en paquetitos, cada uno conteniendo, aparte de las cartas, fotos, dibujos en servilletas, tarjetas de cumpleaños y tickets de entrada al cine, al teatro y a conciertos. Lo único que no guardaba eran invitaciones a las bodas. Sí, me dijo rabiando, hay algunos que se atrevieron a invitarme a sus bodas. Yo también me casé, siguió contándome, pero una sola vez. Después de tener a la mamá de Eliseo me di cuenta que no estaba hecha para estar en familia. Aguanté dos años y luego me fui. Mi hija todavía no me lo perdona. Regresé cuando ella tenía trece y su papá había muerto. Nunca nos llevamos demasiado bien. A los dieciocho ella se fue a vivir con el papá de Eliseo, y yo volví a ser libre. No se crea, no han sido tantos, me dijo como disculpándose. A mí me gustan las historias largas, prosiguió, siempre y cuando no tengan pretensión de eternidad. Tal vez la miré con ojos preocupados, porque me dijo, no se preocupe, me parece que Eliseo no heredó mi soltura. Él salió a la madre. Tanto se parecen que se pelearon y por eso él se vino a vivir conmigo. Yo acepté porque me cae muy bien el muchacho. Es muy dulce, como usted ya sabe. Pero ya me empieza a ahogar. No puedo salir con libertad, porque siento que tengo que darle el ejemplo. Tal vez quiero intentar ser con él la madre que no fui para mi hija, pero me temo que no se va a poder. Ya hasta siento que la piel se me agrieta porque me estoy quedando seca de historias. Hace rato que nadie me toca. Por eso me puse a leer las cartas ayer, a ver las fotos. A tristear por lo que fue y por lo que no fue. No quiero olvidarme de que este cuerpo sirvió para algo más que para los achaques y las medicinas. Tenía que llorar para humedecerme por dentro. Quiero inundarme de nostalgia para recordar que vivo. Se levantó para traer la caja que guardaba bajo llave en su closet. Agradecí que entonces llegara Eliseo y la conversación acabara. No quería darle rostros ni letras a las historias de Doña Luz. Ellos no me interesaban. Me interesaba ella. Al mes de esa conversación corté con Eliseo. Él quería una relación para siempre y a mí me gusta ser libre. Poco después Eliseo volvió a vivir en casa de su madre. A veces Doña Luz y yo nos tomamo un té en la terraza de su casa, nos contamos nuestras historias y nos reímos cuando algún día, por casualidad, coincidimos en la lluvia y los ojos rojos. Ya me compré mi propia caja de recuerdos. Yo también soy una isla. 

1 comentario:

  1. Excelente! me fusta tu forma de describir la nostalgia y cómo guardaba sus recuerdos, muy a lo Isabel Allende

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