Helado
Por Tania
Hernández
Llego tarde al café. Estás sentado en una de las
sillas de afuera. Me saludas señalándome el reloj. Me disculpo dándote un beso
en la mejilla y cuidando que, al retirarme, tengas una visión profunda de mi escote. Funciona. La imagen
de mis senos apenas cubiertos por mi blusa de tirantes, ha trasladado el
discurso y el reclamo a lugares secundarios de tu mente. Me regalas una sonrisa
tan hermosa, que en lugar de helado, quisiera comerme tu boca. Me siento y
llamo al mesero. Un helado de chocolate y mango, por favor. Te pregunto cómo te
fue en el trabajo. Me cuentas algo de proyectos y reuniones, y yo apenas te
escucho mientras libero mi pie de la sandalia, y - qué bueno, tienes un
pantalón amplio y oscuro y qué bien que se les ocurrió poner mantel - mi pie
acaricia el cierre de tu pantalón.
Tartamudeas un poco, carraspeas, te sonrojas, te ves tan dulce mi amor. Dejas
de hablar, y yo dejo de acariciarte, y te cuento un poco de mi día, del nuevo
compañero que entró hoy a trabajar, - qué lástima, no te pones celoso – y llega
mi helado, y siento ahora tu pie que explora mi pie, y mi pantorrilla y levanta
la falda que me llega a la rodilla, y sigue subiendo y – maldición – se me cae
el helado sobre el escote, mango sobre mi pecho, tú sonríes y - ya sé que te
gustan mis pechos - te digo que
esperemos, que comamos en paz, pero de de prisa, me limpio el escote, respiro profundo, y ahora
sí, hablamos del día, del clima, del fútbol, de la madre y el padre que los
parió. Ya no estamos alerta, ya el helado está rico, pero no quita el calor.
Pides la cuenta. De forma muy teatral dejo que caiga
el último poco de helado sobre mi pecho, cuidando que en su camino
derritiéndose no manche mi blusa. Te digo que iré al baño a quitármelo. Tú
asientes, cómplice. Desde el pasillo veo como te levantas, vas hacia el mesero
que se estaba tardando con la cuenta, pagas, y te diriges hacia los baños del
café. Aquí adentro esta más fresco y un poco oscuro. No esperas mucho y lames
el helado que aún cubre mis senos y se adentra por el sostén - menos mal un
sostén negro – y mientras tu lengua va sobre mis pechos, tu mano va ya bajo mi
falda, entre mis piernas – ayyyy – veo que hay otra persona que viene en
nuestra dirección, te aparto y ahora sí, entro al baño, - ufff qué calor – el
agua fría de la toalla de papel se evapora instantáneamente sobre mi piel.
Salgo y veo que has comprado medio litro de helado de
mango para llevar. Tienes las llaves del auto en la mano. Saco mi llavero, te
miro a los ojos, paso cortamente, sugestiva, la lengua por la llave de mi
apartamento, te tomo de la mano y salimos en dirección al estacionamiento.
Muy bueno! Saludos
ResponderEliminarGracias!!
ResponderEliminarTania
Esa calentura no se baja ni con con 250 litros de helado. Esta bueno.
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