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Cementerio

Cementerio
(Por Manuel Solórzano)

No se por qué la gente prefiere estar muerta aquí, a mi me parece que el cementerio es un lugar perfecto para vivir. Solo hay dos días en el año que no son tranquilos: el treinta y uno de octubre y el uno de noviembre. El treinta y uno porque es el único día que se trabaja aquí; desde temprano cortan la grama, barren, limpian los botes de basura, manguerean las casitas donde guardan a los muertos de las familias ricas, guardan las palas y carretas que siempre dejan por allí después de enterrar a alguien y hasta pintan las banquetas. Todos trabajan, el único que este año ya no trabajó fue Samuel.

Samuel era mi único amigo, murió hace unos meses, era un viejito que tenía treinta y cuatro años trabajando aquí enterrando a las personas, el me cuidó desde que me dejaron aquí abandonado, me dijo que no me iba a llevar a ninguna guardería porque en esos lugares les hacen cosas horribles a los niños; por eso me consiguió un lugar acá. Me contó cómo hace mucho tiempo unos brujos habían robado lo que había adentro de este hoyo una noche de Halloween pero que todas las personas que trabajaban en ese tiempo habían guardado el secreto para que no los acusaran a ellos y por eso nunca se lo dijeron a la familia, de todas formas nunca se iban a dar cuenta. Él barrió, limpió bien todo y desde entonces esta es mi casa. Recuerdo bien que me dijo:

Mirá mijo aunque estes chiquito tenés que ponerte pilas, si alguien te ve, te saca a la calle y allí nadie te va a cuidar. Aquí adentro es más seguro. Todos le tienen miedo a los muertos pero la verdad es que aquí no pasa nada.

He oído que dicen este es el modulo cuatro y como está tan lejos casi nadie viene. Lo que más me costó aprender fue cómo subir hasta allí, porque está alto, pero los floreros me sirven de escalera y por suerte nunca se me ha caído la plancha de cemento que uso de puerta. Todos los días salgo de aquí temprano, dejo la puerta bien pegadita y me voy al semáforo que está a dos cuadras, allí saco algo de pisto para comer y tengo guardado algo por si algún día lo necesito.

Nunca le he dicho a nadie que vivo en el espacio donde debería haber un muerto porque la gente es mala y estoy seguro que si se enteran me sacan a la calle.

El otro día duro es el uno de noviembre, siempre me despierta el susto de oír personas hablando porque nunca hay ruidos aquí y de repente me despierta un montón de gente hablando… ahora ya se que cuando pasa eso es esa fecha y me tendré que quedar todo el día encerrado para que no me vean pero lo que si es cierto es que el siguiente día es el mejor día del año; no me creerían la cantidad de cosas que encuentro tiradas por todos lados, este reloj lo encontré el año pasado y esta cadenita la dejaron en el florero de abajo de donde vivo.

Lo mejor de ese día es la comida, es el único día que como gratis y hasta más no poder. Por todos lados hay sobras de comida de toda clase así que me preparo un mi buen plato con toda la comida que encuentro. Desayuno, almuerzo y ceno bien con ese revoltijo de comida.

Vivir en el cementerio es, gracias a Samuel, el mejor lugar para vivir.

3 comentarios:

  1. Lo felicito Manuel, está pensado con lenguaje simple, sencillo, como lo usaría un niño. Me hubiera gustado saber más de la relación con Samuel o de Samuel mismo.

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  2. ¡Muchas gracias Olga! Me dio una idea...

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  3. Hola Manu,
    es muy buena la idea, escalofriante, realmente. El principio es genial. Está bien desarrollada, pensasate hasta cómo es que se gana la vida, sin embargo no sabemos cuántos años tiene, ni cuánto tiempo tiene de estar allí. Creo que es la primera parte de un cuento más largo, donde te puedes poner a pensar, quiénes son sus amigos, cómo hace para la ropa, cual era su relación con Samuel, como dice Olga. Es decir, tienes muchas posibilidades de contar una historia muy original. Y el comienzo, como te dije, está muy bueno.

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